“Me lo han escuchado decir miles de veces”, dijo Pedro Sánchez hace una semana en su comparecencia en el Congreso cuando hablaba de las medidas adoptadas en la crisis energética causada por la guerra. Y las que quedan. Ahora hasta las dice en el Senado. Si un presidente acude mucho al Senado, casi está en condiciones de que le concedan la medalla al héroe del trabajo con distintivo estajanovista. Se trata de aprovechar que el líder del Partido Popular tiene escaño propio en la Cámara Alta, porque el presidente cree –los políticos siempre están muy convencidos de sus virtudes– que es mucho mejor que Alberto Núñez Feijóo en los debates.
Por tanto, Sánchez, que compareció el día 13 en el Congreso porque estaba obligado tras una cumbre europea, no tenía suficiente y pidió una cita más para este martes en el Senado con la intención de encontrarse con el gallego. Le había ido bien en la primera oportunidad y buscaba repetir otro éxito fácil. Ya se sabe que Feijóo no es un gladiador del escaño.
Feijóo fue esta vez más agresivo que en el pleno anterior, más incisivo, leyendo con más ritmo e incluso subiendo la voz de vez en cuando. No hay que ser Cicerón en el hemiciclo para cumplir el expediente. A nada que un político se muestre enérgico, los suyos dirán que ha ganado. Los suyos en el partido y en los medios de comunicación.
Como en la forma tampoco se va a volver loco, el líder del PP tuvo que apretar en el contenido con una retórica que recordó a la de Casado. “Lidera un Gobierno que no cree en este país (ah, el discurso de los malos españoles que siempre están en la izquierda), porque sólo se preocupa por las elecciones próximas. Y eso nos distingue a usted y a mí”, dijo.
A Feijóo no le preocupan las próximas elecciones ni se plantea como prioridad ganarlas. Claro que no. No le parece mal quedarse cuatro años en el escaño viendo cómo el presidente tiene el uso de la palabra por un tiempo cuatro veces superior al suyo.
Antes del debate se especulaba con que era posible que ambos no fueran a la yugular, no fuera que una mayor agresividad pusiera en peligro la renovación pendiente del poder judicial. Quizá es que no hay muchas posibilidades de que ocurra esto último o que el debate no tendrá ninguna influencia, porque se cortaron sólo lo justo.
Feijóo quiso ser más duro que en el primer debate con las menciones de costumbre a Bildu y ERC. Hasta dijo que “usted llegó al Gobierno a lomos de una mentira”, una acusación temeraria que quizá tenga que ver con la lectura que la izquierda hizo de la sentencia de la Gürtel. Sánchez utilizó en varias ocasiones la palabra 'bulos' para definir las acusaciones del PP y recordó al expresidente de la Xunta lo que hizo con la deuda gallega (triplicarla).
A la hora de apuntar a la cabeza, el presidente rentabilizó la oposición del PP a subir los impuestos a las rentas más altas. Dio por hecho que Feijóo “está en deuda con ciertas élites”.
El líder del PP hizo afirmaciones algo más que discutibles. Desdeñó el ingreso mínimo vital puesto en marcha por el Gobierno porque ya existía en 1990 en varias comunidades autónomas. Lo cierto es que sólo en Euskadi y Navarra –y bastante menos en Asturias– esa ayuda social beneficiaba a un porcentaje significativo de las personas con muy bajos ingresos. En las otras CCAA, ese cifra era ridícula.
En el intento de entrar en el cuerpo a cuerpo, recordó que Sánchez había sido consejero de Caja Madrid. Sánchez fue miembro de la Asamblea General de la entidad financiera por ser concejal de Madrid. Resulta glorioso que intentara adjudicar al presidente alguna responsabilidad por la gestión de Caja Madrid, cuando estaba controlada por el PP y presidida por Miguel Blesa, colocado por su amigo José María Aznar. Una cosa es retorcer un poco la realidad y otra torturarla con instrumentos propios de la Edad Media.
Y encima Feijóo se escandalizó después de mencionar lo de Caja Madrid: “Pero, hombre, un poco de respeto por la verdad”. Lo de Sánchez en un organismo de control de una caja de ahorros no es un bulo, sino un hecho. Presentarlo como corresponsable de la gestión que estaba en manos de gente nombrada por el PP está muy lejos de “la verdad”.
Su intención era lanzar una nube de tinta, como los calamares. Sánchez había pasado mucho tiempo evocando la responsabilidad del Gobierno de Mariano Rajoy en la crisis financiera, por ejemplo por los 35.000 millones que se dejaron en la Sareb (el banco malo), “diciendo a los españoles que no nos iba a costar un euro”.
Sánchez insistió en su idea de optimismo mesurado sobre el panorama económico “sin edulcorar la situación ni caer en el derrotismo”. Algo de sacarina sí que hubo cuando dijo que “tenemos la oportunidad de salir más fuertes de este embate (por la crisis causada por la guerra), como hicimos en la pandemia”.
Eso recordaba al desacertado eslogan “saldremos más fuertes” que pergeñó alguna mente genial de Moncloa. Pocos salieron más fuertes si perdieron a familiares o amigos, si vieron muy dañado su bienestar económico o si la tragedia de la pandemia les hundió en la tristeza.
El líder del PP tampoco se atrevió esta vez a proponer alternativas para reducir el consumo de energía. Ese es un asunto que el PP ignora para no pringarse en medidas impopulares. Sí reiteró su propuesta de reducir el IVA de los alimentos básicos. Lo comparó enfadado con los 400 euros de ayudas concedidas a jóvenes “para comprar videojuegos”. Lo de los videojuegos es una vieja obsesión del PP. También los mencionaba Pablo Casado. En Galicia no indignaban tanto a Feijóo. El Gobierno de la Xunta también hizo el mismo tipo de regalo a los jóvenes con los bonos culturales.
Quedó claro cuáles serán las líneas maestras de la campaña de Sánchez contra su rival en las elecciones generales. Utilizará contra él los años del Gobierno de Rajoy, la gestión de Feijóo en Galicia y su cercanía a las empresas que están obteniendo grandes beneficios y a aquellos que nadan en dinero y que deberían aportar más que los que menos tienen.
Por lo que se escuchó a Feijóo, reconoceremos muchos de los grandes éxitos de Casado: los de izquierdas son malos españoles que pactan con los nacionalistas y además derrochan el dinero público en ministerios, videojuegos y otras cosas inútiles.
Esta legislatura no podía acabar de otra manera.