La explotación de petróleo en aguas del Mediterráneo, en el caso de Turquía, y la consolidación de un puente para la expoliación de los minerales en África, en el caso de Rusia, se perfilan como las razones principales del interés de Ankara y Moscú en el conflicto en Libia, que han convertido en una extensión de su pulso en Siria.
La guerra civil, cotidiana en Libia desde que en 2011 diversos grupos se levantaran contra la dictadura de Muamar al Gadafi, se ha convertido en el último año en un enfrentamiento armado multinacional privatizado, sin ejércitos, que libran milicias locales y distintas empresas de mercenarios extranjeros contratadas por ambas partes.
El Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA), creado bajo el paraguas de la ONU tras el fallido proceso de paz en 2015 y restringido a la capital, tiene el apoyo económico, militar y político de Qatar e Italia, y en particular de Turquía, que ha enviado tanto soldados como miles de mercenarios sirios de la oposición a Bachar al Asad para sostenerlo.
En el otro lado del tablero, las fuerzas del mariscal Jalifa Hafter, tutor del Ejecutivo no reconocido en el este de Libia y hombre fuerte del país, recibe el mismo respaldo de Jordania, Egipto, Arabia Saudí, Sudán y en especial de Emiratos Árabes Unidos - que le provee de armas -, además del de Rusia, que igualmente le alquila soldados de fortuna, tanto propios como sirios favorables a Damasco.
Hafter comenzó a avanzar con presteza en el sur en febrero de 2019 y dos meses después levantó un cerco a la capital, pero la irrupción de Turquía y en particular de los 10.000 mercenarios sirios pro turcos ha equilibrado las fuerzas y conducido al actual estancamiento de los frentes de batalla.
EL PETRÓLEO TURCO
El desembarco de soldados y mercenarios pro turcos se produjo escasos meses después de que Ankara firmase un controvertido acuerdo con la no reconocida República del Norte de Chipre y el GNA para la delimitación de las aguas en el Mediterráneo este, que desató protestas airadas de Grecia y tibias de la UE.
El pasado viernes, el ministro turco de Energía, Fatih Donmez, anunció que su gobierno estará preparado “en tres o cuatro meses” para emprender la exploración petrolera en ese área marítima que conforman las aguas al sur de Turquía y el noroeste de Libia y que conecta la costa de la República del Norte de Chipre.
En un discurso con motivo de la puesta en marcha del buque de perforación de petróleo y gas “Fatih”, que se estrenará en el Mar Negro a partir del 15 de julio, Donmez anunció que Turkish Petroleum (TPAO) “comenzará a operar el Mediterráneo oriental en áreas bajo su licencia una vez que se complete el proceso”.
“En el marco del acuerdo que alcanzamos con Libia, podremos comenzar nuestras operaciones de exploración de petróleo allí dentro de tres a cuatro meses”, agregó el ministro, quien pronosticó que el nuevo buque de perforación “Kanuni” podría ya comenzar sus actividades en este área a finales de este año.
La presencia de los barcos de guerra turcos, que ya patrullan este área y a los que el gobierno bajo la tutela de Hafter acusan de violar el embargo de armas internacional que pesa sobre Libia desde 2011, sumada a las intenciones petroleras, han despertado también los recelos tanto de Chipre como de Egipto e Israel, que mantienen un pulso por el control del Mediterráneo oriental.
Pero también de Damasco y Moscú, que desde que se enredó en la guerra de Siria pretende consolidar su presencia en una región de alto valor estratégico y abrir una ruta mediterránea desde el puerto sirio de Latakia.
“El presidente (turco, Recep Tayeb) Erdogan tiene una idea militar muy clara, quiere recuperar el antiguo imperio Otomano que se extendía por todo el Mediterráneo sur”, explica a Efe un agente de Inteligencia europeo establecido en Túnez. “No solo ayuda al GNA, también a Túnez, sumido en una grave crisis económica y con un gobierno de la misma esfera ideológica” enraizada en los postulados de los Hermanos Musulmanes, como Qatar, afirma.
RUSIA MIRA A ÁFRICA
En el otro lado de la contienda, Hafter confía en el favor de la monarquías salafistas del Pérsico, con Arabia Saudí a la cabeza, enemiga enconada del Islam Político y la cofradía musulmana.
Pero también en las ambiciones africanas del presidente ruso, Vladimir Putin, involucrado en un carrera de obstáculos con China por los recursos en África, en la que Pekín parece tener ventaja.
“Debido a su ubicación, Libia es vital desde el punto de vista militar. Con un gobierno amigo de Rusia, Moscú ampliaría sus capacidades militares más al oeste, por ejemplo, mediante la construcción de instalaciones navales, en el Mediterráneo, formando así el eje Siria-Egipto-Libia”, explica a Efe Grzegorz Kuczynsky, director del programa ruso en el Warsaw Institute.
Una de las puertas de entrada utilizadas por el Kremlin es la que abre el oligarca Yevgeny Prigozhin, amigo íntimo del presidente ruso y dueño de la controvertida empresa de seguridad militar privada “Wagner Group”, vital en el despliegue de Hafter.
Compañías mineras del emporio Prigozhin disfrutan de importantes concesiones en países como Sudán o la República Centroafricana, donde sus soldados de fortuna -bregados en Ucrania y Siria- también ofrecen servicios de escolta y operaciones encubiertas tanto a la junta militar en Jartum como al gobierno en Bangui.
“Rusia también tiene intereses petroleros en Libia, pero no son tan importantes como su visión estratégica”, subraya a Efe el agente de Inteligencia, adscrito a un país con intereses históricos en la región. “Su prioridad es posar los dos pies en Libia y en ese contexto no se puede descartar un acuerdo con los turcos para repartirse el botín”, concluye.