Bochorno, vergüenza o inadmisible. Son algunas de las palabras que se escuchan con frecuencia en boca de los diputados cuando abandonan el Congreso tras los broncos plenos de los últimos tiempos. Sucede cada semana, pero en el Pleno del miércoles se cruzó otra línea más. Uno de esos episodios que sobresalen entre la habitual mala educación, la sucesión de interrupciones y la zapatiesta habitual en las sesiones. Como cuando las cámaras cazaron a la diputada del PP Andrea Fabra gritando “que se jodan” en medio de un debate sobre el recorte en las prestaciones de desempleo. Esta vez también se trataba de un asunto sensible: la urgencia por reforzar los servicios de salud mental en los centros públicos, vista la factura que está pasando la pandemia. El diputado de Más País Íñigo Errejón recordaba por qué todos sabemos de qué hablamos cuando decimos Lorazepán, Valium o Tranquimazín.
Un parlamentario, también desde la bancada popular, gritó a Errejón “vete al médico” mientras este interpelaba al presidente, Pedro Sánchez.
El improperio fue reprobado por la mayoría del hemiciclo que rompió en una ovación al diputado de Más País, salvo la bancada de Vox. Incluso algunos diputados del PP aplaudieron. “He aplaudido a Iñigo Errejón porque me ha parecido inaceptable el comentario que he escuchado. Soy así y lo justo, es justo”, expresó el parlamentario popular Mario Garcés, que agradeció a Errejón que formulara sobre la salud mental en la que exigió que se dupliquen los psicólogos en la sanidad pública. Carmelo Romero, el autor del exabrupto, intentó disculparse posteriormente por lo que calificó como una “frase desafortunada” cuando la indignación se había generalizado en el Congreso.
“Es una situación muy límite”, admitía en una conversación informal con periodistas la vicepresidenta primera, Carmen Calvo, al salir del debate ese mismo día. Los decibelios han subido sustancialmente en el Parlamento en los últimos meses en los que el jefe de la oposición, Pablo Casado, ha llegado a insultar al presidente llamándole “traidor” o “felón”. “Gritar viva el 8M es gritar viva la enfermedad y viva la muerte”, es una de las afirmaciones que ha lanzado en la tribuna el líder de la extrema derecha, Santiago Abascal. Ambos no han cesado de echar en cara al Gobierno los muertos de la pandemia.
Pero más allá de los intercambios dialécticos desde el atril, el aire en el Congreso es, a veces, irrespirable con interrupciones continuas, abucheos o competiciones de aplausos, como ocurrió cuando se aprobó la ley de educación -bautizada como ley Celaá, cuando la bancada de la derecha comenzó a gritar “libertad” mientras los partidos que sustentan al Gobierno prolongaban una ovación durante varios minutos.
Lo cierto es que el Parlamento siempre ha sido testigo de episodios poco edificantes, como la primera vez que un presidente del Congreso, en ese caso Manuel Marín, tuvo que expulsar a un diputado del Pleno. Se trató de Vicente Martínez Pujalte, del PP, que fue llamado al orden en tres ocasiones por estar de pie hablando en un tono elevado con otro compañero. Cuando Marín decidió echarle, Pujalte se resistió y le retó a llamar a la Policía para que lo detuvieran. Pujalte fue uno de los diputados más broncos durante los 21 años que ocupó un escaño. “Pido perdón si a alguien he ofendido alguna vez, pero no ha sido mi intención -expresó en su última intervención-. En toda mi vida parlamentaria he visto personas honorables que desde los escaños y desde posiciones distintas han defendido crear una sociedad mejor, más justa y dinámica”.
“Aquello eran cosas menores comparado con lo que hay ahora. Miras aquello y si se aplicara la misma vara de medir, medio hemiciclo estaría expulsado”, reflexiona la diputada de Coalición Canaria, Ana Oramas, que entró en el Congreso en 2004. El portavoz de ERC, Gabriel Rufián, que en legislaturas pasadas acaparó la atención mediática por presentarse en el escaño con una impresora o con unas esposas para denunciar la corrupción del PP, fue el siguiente expulsado. Tras enzarzarse con el entonces ministro de Exteriores Josep Borrell, al que llamó “hooligan de Sociedad Civil Catalana”, siguió hablando y gesticulando desde su escaño y, tras llamarle al orden dos veces, Ana Pastor le echó. Habían pasado doce años desde la primera vez.
“Siempre ha sido así. Cada vez que la derechona de este país no tiene el poder, crispa, que es lo que mejor sabe hacer; pero el tono ha ido subiendo”, reflexiona un exministro socialista, que rememora cómo el PP atizaba sin cuartel al Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero por ETA “sin ser capaces de la más mínima grandeza”. “Pero no se entraba en cuestiones personales. Ahora se prescinde de cualquier tipo de freno y se expresan como en los bares”, agrega este veterano retirado de la primera línea, que señala también a Unidas Podemos. “Cuando el diapasón sube, él lo sube también”, dice sobre el papel de Pablo Iglesias en la vicepresidencia. “En vez de que PSOE y PP sirvan de freno, son los extremos los que arrastran”, explica antes de resumir la causa del incremento en la bronca: “Nunca ha habido tanta polarización como ahora”. A la vez que se produce esta conversación telefónica, una diputada de Vox llamaba “pervertido” a uno del grupo confederal por defender la educación sexual.
El diputado socialista César Ramos atribuye en buena medida lo que está sucediendo en el Parlamento con la irrupción de las dos formaciones nuevas, Unidas Podemos y Ciudadanos, que, a su juicio, provocaron que se convirtiera en un “gran plató de televisión, donde los gestos a la galería son más propios de un programa de máxima audiencia que de un espacio en el que deben debatirse las soluciones para los problemas de los ciudadanos”, según recoge en el libro que escribió junto al economista José Moisés Martín Manifiesto por una izquierda digital.
En Unidas Podemos el diagnóstico es completamente distinto. “En las sesiones parlamentarias siempre ha habido bronca, desde el siglo XIX con las figuras de los jabalíes [parlamentarios que montaban bulla aporreando los escaños] en las distintas bancadas. Pero lo de esta legislatura es diferente”, explica la portavoz adjunta, Sofía Castañón, que atribuye la gresca a los escaños que ocupan PP y Vox: “No definiría lo del miércoles como lo de Errejón, ni lo de siempre, es lo mismo que lo de Andrea Fabra. Es una actitud clasista sobre cualquier persona que lo está pasando mal. Lo que ocurrió el miércoles ocurre siempre desde la bancada de la ultraderecha”.
Varias fuentes consultadas coinciden en que el griterío es incluso mayor cuando son mujeres las que están en la tribuna. “La cacatúa que tiene detrás no deja de hablar mientras yo estoy interviniendo”, le espetó la portavoz socialista, Adriana Lastra, a Pablo Casado en referencia a los gestos constantes de su número dos Teodoro García Egea durante uno de los debates del estado de alarma en los momentos más duros del confinamiento.
“Hay insultos machistas, clasistas y también que rezuman racismo. No pierden la ocasión. Sí, se han traspasado determinadas fronteras”, coincide Castañón. “No son conscientes de la responsabilidad que tenemos, del terrible ejemplo que están dando, pero deberíamos tener claro que la Cámara no quiere tener debates broncos, es una minoría”.
“No cabe hablar de crispación en el Congreso o en la política así, con carácter general. Porque ni en el Congreso ni en la política somos todos iguales. Ningún socialista gritó ”¡que se jodan!“ a los parados españoles y ningún socialista gritó ayer ”¡vete al médico!“ al diputado que defendía la salud mental. No somos iguales”, agrega el secretario general del Grupo Socialista, Rafael Simancas.
“Esta semana hemos visto cómo la crispación y las faltas de respeto han alcanzado un nuevo nivel en el Congreso de los Diputados -expresan desde Ciudadanos-. Es desolador ver cómo muchos políticos solo piensan en desacreditar al contrario y no hacer ni una sola propuesta”. PP y Vox han rechazado contestar a las preguntas de elDiario.es sobre la actual crispación parlamentaria.
En la presidencia del Congreso muestran “preocupación ante estos episodios”. De hecho, Meritxell Batet ha reunido a los portavoces en varias ocasiones -en grupo e individualmente, para intentar bajar el tono, “guardar el necesario respeto y priorizar el debate de argumentos y razones frente a los ataques personales y estériles”, según fuentes de la presidencia. No obstante, también reivindican la labor de los parlamentarios más allá de los 70 minutos que dura la sesión de control al Gobierno, que es la que tiene un mayor foco mediático, y la capacidad de entendimiento para sacar adelante iniciativas en una legislatura en la que son necesarios al menos tres grupos parlamentarios para que se aprueben.
Más pesimista es la portavoz de Coalición Canaria, Ana Oramas, que rememora tiempos del pasado con nostalgia. “En esos ocho años nos escuchábamos, ahora lo que se hace es hablar -dice sobre las dos legislaturas de los mandatos de Zapatero-. Nadie subía a la tribuna a leer un discurso, era un debate, no se llevaban las réplicas preparadas”. Además de alabar el nivel de los portavoces de aquel momento -José Antonio Alonso (PSOE), Soraya Sáenz de Santamaría (PP) o Joan Ridao (ERC), entre otros-, reivindica la capacidad política de entonces. Ahora, argumenta, solo se negocia entre aliados. “Si Podemos presenta algo positivo, o ERC o Bildu o Vox, yo lo voto, pero los demás, nada”, lamenta.
“Está Rosa Díez al lado de Ridao, imagínate”, dice sobre la foto que ilustra este reportaje. “Había debates durísimos, mucho más duros que ahora, pero sin faltas de respeto. Era otra cosa”, agrega Oramas, que recuerda las horas de convivencia con el resto de portavoces: “Era maravilloso comer con ellos en Casa Manolo. Aprendías tomando una caña con ellos. Ninguno era enemigo”.
Esa práctica, la de mantener un contacto estrecho con los demás partidos, se ha perdido, según reconoce Oramas, que cree que la última vez que hubo algo parecido fue hace cinco años. “Ahora nada. La comida de navidad de la presidenta del Congreso y ya”.
Consciente del nivel de crispación en el Parlamento, el diputado de Unidas Podemos Roberto Uriarte promovió un grupo de parlamentarios de los distintos partidos para rebajar la tensión. Se reunieron un par de veces en la cafetería del Congreso, pero no pasaron de la primera iniciativa. PP y Vox lo abandonaron al acusar al diputado de EH Bildu Jon Iñarritu de usar el vídeo de navidad que prepararon “con fines políticos”. El único intento de apaciguar el Congreso saltó por los aires en tres días.