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“La llamada ‘novela de la crisis’ es un cántico nostálgico a la vida anterior a la caída de Lehman Brothers”

David Becerra, director de la Revista de crítica literaria marxista y autor de varios trabajos de crítica literaria, ha coordinado el libro Qué hacemos con la literatura, una reflexión sobre el lugar de la escritura y la lectura en tiempos convulsos; y una propuesta por una literatura disidente, transformadora. En esta entrevista repasa algunas ideas centrales en el libro, como la función ideológica que cumple toda literatura, incluida (o especialmente) la más evasiva; el papel jugado por las letras españolas en democracia; o las condiciones para una literatura que visibilice el conflicto.

¿Para qué sirve la literatura? ¿O debemos preguntarnos a quién sirve?

Solamente por el hecho de formularnos esta pregunta –para qué sirve la literatura– ya nos estamos situando en un espacio diferenciado al que establece la ideología literaria dominante. Basta echar un vistazo a los suplementos culturales para comprobar cómo los autores rehúyen de una concepción utilitarista de la literatura y reivindican su carácter no pragmático: la literatura no tiene que ser útil, dirán, y su único compromiso es con el lenguaje (sostendrán los más formalistas o experimentalistas) o con los lectores (afirmarán aquellos que entre sus objetivos cuenten agradar al lector, que es quien les paga). Defienden la inutilidad de la literatura. En nuestra opinión, la literatura tiene que ser un discurso que intervenga en lo público, que rompa con lo que tradicionalmente ha sido la literatura, una expresión del yo, para que participe en la configuración del nosotros.

Además, resulta muy pertinente resituar el debate. Normalmente sólo se le atribuye un fin utilitarista a un texto literario disidente. Se suele afirmar, sin tapujos, que el realismo social o socialista persigue un objetivo a través de la literatura, y es cierto: se trata de una literatura con un fin concreto: la transformación política de la sociedad. Pero olvidamos que otro tipo de literatura, aparentemente inocente y autónoma, también cumple una función ideológica. En el libro ponemos como ejemplo el soneto VIII de Garcilaso para demostrar que todo texto contiene siempre ideología y que incluso un hermoso poema de amor opera en la transmisión o reproducción ideológica.

¿Por qué decís que seguimos comportándonos como “lectores adolescentes”?

En La cena de los notables Constantino Bértolo clasifica a los lectores en cinco categorías, según la distancia que marca el lector con el texto que se dispone a leer. Una de estas tipologías es la de «lector adolescente»: aquel que tiende a la identificación con el texto, estableciendo una correspondencia entre el texto y su propia biografía. Este «lector adolescente» cuando lee no puede sino exclamar: «¡Oh, esto me ha pasado a mí!». Como estamos educados en una concepción idealista de la literatura, donde ésta se interpreta como un intercambio libre entre dos sujetos igualmente libres, que comparten un mismo espíritu humano, siempre igual a sí mismo, independientemente de su momento histórico, al final todos terminamos cayendo en la trampa ideológica de la identificación, propia del lector adolescente, y exclamando «esto me ha pasado a mí». Digo que es una trampa por dos motivos. En primer lugar, porque es falso: el espíritu humano no existe y no hay nada que en esencia iguale a un individuo insertado en un sistema de explotación esclavista con otro feudal o capitalista. Son radicalmente distintos. Cuando leemos La Odisea y nos encontramos a nosotros mismos en el texto no estamos sino deshistorizando el texto. Y esta es la segunda trampa ideológica: la identificación nos impide leer el texto en su objetividad, esto es, como el resultado de un proceso histórico específico. Hay que aprender a leer de otra manera.

¿En qué consiste esa otra manera?

Frente a esta manera de leer, que es hoy dominante, proponemos leer nuestra tradición literaria desde su radical historicidad, analizando el texto como resultado o producto de unas relaciones sociales, económicas, políticas, en definitiva históricas, muy concretas. Con una lectura de este tipo no nos encontraremos a nosotros mismos en los textos y, en consecuencia, es posible que disfrutemos menos de la lectura, pero seremos capaces de concebir la literatura como lo que radical y objetivamente es: un producto de un momento histórico determinado.

“No existe una literatura inocente”, decís. ¿Tampoco aquella que busca ser una forma de evasión, o la que tiene una ambición puramente estética?

No hay literatura inocente y, como decía anteriormente, también en un hermoso poema de amor hay ideología. Y por supuesto tampoco es nada inocente aquella literatura que persigue que sus lectores se evadan de la realidad. Dice Juan Carlos Rodríguez en De qué hablamos cuando hablamos de literatura que más que de literatura evasiva, habría que hablar de literatura invasiva. Porque este tipo de literatura –desde el folletín decimonónico hasta el best-seller actual– que en principio no busca más que entretener al respetable (pero no tan respetado) público lector, en realidad produce un desclasamiento en los lectores, al ser invadidos por la ideología dominante. Esta literatura es un eficaz aparato de propaganda de la inestabilidad: una vida de incesante emoción, de tortuosas y turbulentas aventuras y pasionales historias de amor, resulta posiblemente, para el lector, más atractiva que su vida prosaica, y acaso estable, marcada por el ritmo impuesto por los horarios de la fábrica o la oficina. Esta literatura que durante el periodo en que dura el ejercicio de lectura conduce al lector a vivir una vida colmada de emociones, seguramente ha contribuido a crear el poso ideológico en el que la clase dominante se ve legitimada a afirmar que un puesto de trabajo fijo durante toda la vida conduce a la monotonía y al aburrimiento y que es «más bonito cambiar y tener desafíos», como dijo el tecnócrata convertido en Primer Ministro italiano Mario Monti. Pero además esta literatura tampoco es inocente pues está comprometida hasta los tuétanos con el mercado. Es la literatura del capitalismo por antonomasia.

Respecto a la literatura con una ambición puramente estética, hay que decir que ésta contribuye a crear esa imagen de la literatura como discurso no pragmático, autorreferencial, que solamente habla de sí mismo y que se construye solamente con lenguaje. La imagen de la literatura pura suele servir para potenciar el discurso idealista dominante.

Toda literatura contiene ideología, decís en el libro. Pero distinguís literatura ideológica de literatura política.

No toda literatura es política, pero sí ideológica. Para llegar a esa conclusión es necesario establecer una distinción entre ambas. Literatura política es aquella que tiene un objetivo político concreto, como pudiera ser la literatura de tendencia anarquista o socialista, o la literatura fascista española, que de forma magistral recoge y analiza Julio Rodríguez Puértolas en su Historia de la literatura fascista española. La literatura política es aquella que, de un modo consciente, legitima –o hace abiertamente propaganda de– una postura política concreta. La clave para distinguir entre lo político y lo ideológico cuando hablamos de literatura está en lo consciente/inconsciente. Cuando decimos que toda literatura es ideológica nos estamos situando en el plano del inconsciente ideológico (otro de los conceptos propuestos por el teórico Juan Carlos Rodríguez). Toda la literatura es ideológica debido a que toda forma de discurso reproduce siempre el inconsciente ideológico de su época. Siguiendo con el ejemplo anterior, el soneto de Garcilaso no es político, ya que no habla de política, sino de amor; pero sí es ideológico, porque en él emergen las tensiones ideológicas –el enfrentamiento entre los categorizadores feudales y burgueses– de la transición del feudalismo al capitalismo.

¿Qué papel ha jugado la literatura en España desde la Transición hasta hoy?

La literatura desde la Transición ha asumido el papel que se le asigna a la cultura en el capitalismo avanzado: encerrarse en sí misma y olvidar su función pública. En mi ensayo La novela de la no-ideología. Introducción a la producción ideológica del capitalismo avanzado en España analizo las novelas más significativas de las últimas décadas, aquellas que mayor atención han despertado entre los lectores y la crítica, y observo cómo estos textos –la literatura dominante hoy– comparten, a pesar de sus diferencias formales, un denominador común: ha desaparecido el conflicto, la política, la reflexión social. En todas ellas todo conflicto se localiza en el yo, en el interior de los personajes; el afuera desaparece. Toda forma de conflicto tiene, en estas novelas, una interpretación individual, íntima o psicologista (que no es lo mismo que psicoanalítica). Esta novela, que se presenta como aideológica, también tiene ideología, pues reproduce la ideología dominante del capitalismo avanzado: que vivimos en el mejor de los mundos posibles, un mundo perfecto y acabado, sin conflictos, en el que no pasa nada, o donde lo único que pasa se localiza en el interior, en el yo. Por suerte hay excepciones que confirman la regla, como Belén Gopegui, Marta Sanz, Isaac Rosa, Rafael Chirbes, Eva Fernández, Matías Escalera o Rafael Reig, entre otros.

¿Puede jugar la literatura algún papel en el proceso de emancipación política?

Si sigue como hasta ahora, no lo creo. O mejor: sí, pero para (ayudar a) detener el proceso. Si la literatura sigue encerrada en el yo y no pasa a retratar la contradicción capital/trabajo y a escribir desde la explotación contra la explotación, el papel de la literatura va a ser muy secundario en una supuesta revolución ciudadana, y como mucho podrá aspirar a convertirse en cronista de los sucesos. Mientras la literatura siga ensimismada en sí misma, valga la tautología, difícilmente podrá contribuir o representar algún papel en el proceso de emancipación política. Pero, por suerte, y como decía antes, hay excepciones. La novela Acceso no autorizado de Belén Gopegui, por ejemplo, por citar sólo una de las novelas de la autora madrileña, sería un gran ejemplo de literatura que puede acompañar el proceso de emancipación política. Una literatura para la emancipación tiene que servir, entre otras cosas, para señalar al enemigo. Pero la literatura española actual, en su mayoría, no parece estar por la labor.

¿Qué opinas de lo que ya se llama “novela de la crisis”?

Es curioso lo rápido que hemos pasado de la crisis de la novela a la novela de la crisis. Parecía que la novela iba a morir de un momento a otro precisamente por la falta de épica de nuestra sociedad y, sin embargo, parece ahora resucitar a causa de una crisis. Desde el punto de vista comercial, me parece una etiqueta muy ingeniosa. En un momento en que todo el mundo anda buscando respuestas, las editoriales han empezado a ofrecer todo tipo de libros –no sólo ensayos, también novelas– sobre la crisis. Sin duda a las editoriales les saldrá rentable el invento. El problema es que más allá de la etiqueta no hay nada. Es sólo una estrategia. La crisis es una crisis capitalista y, por lo tanto, para hablar de una novela de la crisis, éstas tendrían que visibilizar el funcionamiento objetivo capitalista, esto es, la contradicción capital/trabajo, la explotación, la forma en que se distribuyen los excedentes, etc. Tengo la sensación de que lo que se ha empezado a denominar novela de la crisis –también se está hablando de novelas de la generación indignada– son un cántico nostálgico a lo bien que vivíamos antes de la caída de Lehman Brothers en 2007; pero nada se dice en esas novelas que en esos años anteriores a la crisis ya estaban en marcha todos los procesos de privatización, de deslocalización de las empresas, de precarización del valor trabajo, etc. La crisis lo único que ha hecho es agilizar las políticas neoliberales que se venían imponiendo desde hace tiempo. En mi opinión, una buena novela sobre la crisis es El año que tampoco hicimos la Revolución, un texto que ni siquiera tengo muy claro que sea una novela, escrito por el Colectivo Todoazen precisamente antes de la crisis, en 2005. Vistos los datos que presenta –los beneficios empresariales se acercaron al 25% mientras que los salarios apenas crecieron un 3%– quien todavía tenga ganas de regresar al 2007, es que la nostalgia le impide concebir cómo fueron esos años en realidad.

¿Hay espacio para la disidencia, o todo es ya mercado?

Decía Perry Anderson que el capitalismo avanzado supone «la saturación de cada poro del mundo por el suero del capital». En efecto, nos encontramos en la fase del capitalismo en la que el sistema ofrece su rostro más totalizador: ya no quedan espacios que puedan escapar al control del capital. Y tampoco la cultura o, más concretamente, la literatura. Ante esta situación, no podemos sino preguntarnos por la estrategia más eficaz para luchar contra el capitalismo: ¿desde dentro o creando un afuera? Un novelista disidente qué debe hacer: ¿publicar sus textos en una editorial capitalista o, por el contrario, hacerlo en una editorial independiente, igualmente disidente? Esta es la cuestión a debatir. Para preguntarnos después: ¿publicar en las entrañas del monstruo un texto disidente puede contribuir a detonar el monstruo o, por el contrario, al distribuirse a través los canales capitalistas este discurso disidente queda neutralizado? El historiador E.P. Thompson decía que los socialistas tenían que alejarse de las instituciones establecidas y crear un territorio propio, en el que no se les impusieran condiciones. No obstante, sin descartar esta propuesta, creemos que también puede funcionar como estrategia el tratar de entrar en la ciudad sitiada, por medio de una literatura que actúe como «caballo de Troya».

¿Cómo sería ese caballo de Troya?

En un artículo titulado «Retaguardia y ficción», Belén Gopegui hablaba del modo en que los escritores, también los disidentes como ella, tienen que pagar siempre peajes de sentimentalismo en sus novelas, aliñarlas asimismo con un poco de ironía y un poco de complejidad formal para que el caballo tenga pinta de caballo. Si pretendemos cruzar los muros de la ciudad sitiada con la literatura solamente será posible si esta literatura disidente guarda cierta similitud con la novela de la clase dominante. Por el contrario, será descubierta y no podrá entrar. Es una estrategia para luchar contra el capitalismo desde su interior: nuestro caballo de Troya, el que esconde los soldados dialécticos para derrumbar el capitalismo, sólo podrá introducirse en el capitalismo –es decir, publicarse en sus editoriales y distribuirse a través de sus canales– si parece un caballo de verdad, es decir, una novela al gusto de la clase dominante. En este sentido, no es casualidad que la editorial que dirige Constantino Bértolo, una editorial que funciona como una editorial independiente pero que está integrada en el grupo multinacional Random House Mondadori, se llame Caballo de Troya.

Puede resultar extraño que utilicéis como ejemplo al grupo Calle 13 hablando de literatura.

Sí, puede parecer extraño. Pero en la primera parte del libro, cuando proponemos una respuesta a la pregunta «qué es literatura», y nos posicionamos contra los discursos esencialistas que entienden que existe un componente eterno que siempre va a estar presente en todos los textos que hemos convenido en denominar literarios, sean escritos en el siglo V que en el XXI, y proponemos una lectura radicalmente histórica de la literatura, observamos que también las canciones pueden ser tratadas como literatura y, en consecuencia, hemos considerado adecuado utilizar un texto de Calle 13 para reflexionar sobre de las distintas estrategias literarias que existen para luchar contra el capitalismo.

Escribir una literatura con voluntad de intervención, crítica, disidente, ¿implica alguna renuncia estética?

La estrategia del caballo de Troya no es la única vía que creemos que es interesante explorar. También hemos planteado en el libro otras posibilidades. Frente a la estrategia del caballo de Troya, donde la novela busca parecerse a la novela de la clase dominante para entrar en la ciudad sitiada, también se plantea la posibilidad de hacer lo contrario: escribir un texto que transgreda la norma literaria dominante para, de este modo, descolocar al lector. Y, en este sentido, se trataría de romper con el lenguaje dominante, con las formas convencionales, de dotar al texto de una mayor complejidad, etc. El mercado literario ha producido una literatura formalmente muy conservadora. Yo siempre digo que la novela española actual responde a la siguiente fórmula: novela decimonónica + un flashback (si hay dos, el autor parece que tiene miedo de que el lector se pierda). El mercado ha producido una literatura con escasa complejidad que, en tanto que discurso fácilmente digerible, también contribuye a crear lectores pasivos. Frente a la literatura dominante, se plantea la posibilidad de trasgredir la forma literaria que impone el mercado por medio de una literatura que le exija al lector una posición crítica, tanto desde lo político como desde lo formal. En esta dirección está trabajando, por ejemplo, una de las autoras de este Qué hacemos con la literatura, la poeta y novelista Marta Sanz.

Acabas de publicar una edición de La mina de Armando López Salinas. ¿Buscas rehabilitar aquella literatura del realismo social?La mina

La literatura del realismo social(ista) español ha sido condenada al olvido. Concretamente, La mina de Armando López Salinas no se publicaba desde 1984, es decir, hace casi 30 años. El motivo parecía bien justificado: era una novela de escasa calidad literaria y, en consecuencia, tenía bien merecida su expulsión del canon. La crítica literaria en este país escribió muchas páginas sobre la escasa calidad de novelas como La mina. Finalmente, nos terminaron convenciendo. Pero cuando uno lee La mina se da cuenta de que quien emitía este tipo de juicios, o bien no había leído la novela, o bien su prejuicio ideológico hacia la novela social le impedía conferirle su justo valor. Y así La mina, pero también otras novelas de mediados de siglo como La piqueta de Antonio Ferres o Central eléctrica de Jesús López Pacheco, fue borrada de nuestra tradición literaria. Creo que rescatar una novela como La mina, que presentamos por primera vez sin censura, en una coedición entre la Fundación de Investigaciones Marxistas y la editorial Akal, es un asunto de justicia literaria, pero también de memoria histórica, porque La mina nos recuerda quienes son los que lucharon, nos recuerda que la democracia no es una concesión, sino el resultado de años de resistencia y de lucha contra la dictadura franquista, cuyos gérmenes se encuentran en esos personajes que protagonizan La mina de Armando López Salinas.

¿Tiene sentido preguntarse “qué hacemos con la literatura”? ¿Podemos/debemos hacer algo con ella?

Sí, tiene mucho sentido. Creo que es muy necesario reflexionar, como lectores que somos, acerca de nuestra relación con la literatura. Es importante saber qué es la literatura, saber que un texto literario no es un ente que aparece porque sí, que surge de la cabeza de un genio creador, inspirado o tocado por una varita mágica. La literatura es, como decía al principio, el resultado de unas relaciones de producción específicas y, en tanto que producto de ellas, funciona como un operador privilegiado de transmisión ideológica. Los textos literarios no son ni inocentes ni autónomos. Si no somos capaces de leer de otra manera, de una manera otra, difícilmente podremos escapar de su trampa idealista y, convertidos en lectores pasivos, no haremos otra cosa que reproducir los discursos ideológicos que, en su apariencia inocente, contiene todo texto literario. Pero también es necesario escribir de una manera otra, desde la explotación y contra la explotación. Es posible que no seamos capaces de lograrlo, pero al menos habrá que intentarlo.

Más información y propuestas, en el libro Qué hacemos con la literatura, de David Becerra, Raquel Arias, Julio Rodríguez Puértolas y Marta Sanz. Y en la web de la colección: www.quehacemos.org

David Becerra, director de la Revista de crítica literaria marxista y autor de varios trabajos de crítica literaria, ha coordinado el libro Qué hacemos con la literatura, una reflexión sobre el lugar de la escritura y la lectura en tiempos convulsos; y una propuesta por una literatura disidente, transformadora. En esta entrevista repasa algunas ideas centrales en el libro, como la función ideológica que cumple toda literatura, incluida (o especialmente) la más evasiva; el papel jugado por las letras españolas en democracia; o las condiciones para una literatura que visibilice el conflicto.

¿Para qué sirve la literatura? ¿O debemos preguntarnos a quién sirve?