El energético es uno de los factores menos atendidos en la crisis actual: ni se considera la influencia de un modelo energético irracional en el origen de la crisis; ni se valora la necesidad de un cambio energético para salir de ella y prevenir futuras crisis. A analizar esta realidad, y proponer una alternativa sostenible, se dedica el libro Qué hacemos por otra cultura energética, obra colectiva que estos días llega a las librerías. Una apuesta por el desarrollo de las renovables, la democratización de los recursos y la transformación ecológica del modelo productivo, con especial atención al ineficiente sistema eléctrico español. Adelantamos varios fragmentos del libro.
Caminos equivocados. Salidas sin salida
Caminos equivocados. Salidas sin salida(…)
¿Sabremos aprovechar la crisis para cambiar algo? ¿Hay salidas? Hay quien piensa sustituir la energía nuclear por más carbón y más gas. El anterior Ministro de Industria español, Miguel Sebastián, en la primera reunión de ministros de la UE después de las explosiones de Fukushima, lo primero que se le ocurrió es pedir más ayudas al carbón frente al declive de la generación nuclear. El actual Ministro, J. Manuel Soria, ha apostado por invertir en nuevas exploraciones de gas, petróleo y extensión de la energía nuclear. En la misma línea, Rusia se apresta a vender más gas y petróleo a Europa y Argelia a España con anuncios de Gazprom y Sonatrach de incrementos de sus precios entre el 30% y el 40%. Sin embargo, en la ola de frío de 2012 en Europa, Rusia no dudó en reducir el suministro a Italia y Alemania y Argelia ha hecho lo mismo con Italia en enero de 2013.
Interés privado (de la minoría) versus interés público (de la mayoría)
Interés privado (de la minoría) versus interés público (de la mayoría)Vistas las consecuencias ¿A qué se debe tanto despropósito e irracionalidad? ¿Por qué tiene tanta fuerza el viejo mundo de las energías convencionales? ¿Cuál es la causa de la carrera por el crecimiento? Descartada por inconsistente la hipótesis de la locura individual de los poderosos de la energía, habrá que encontrar respuestas en la lógica del entramado económico y social del que forman parte. Estamos ante una cuestión estructural. La generación y uso mayoritarios de la energía es un caso paradigmático de la irracionalidad sistémica.
Para realizar el máximo beneficio, el capital necesita un crecimiento económico continuado y sin fronteras ni tino. Los distintos actores necesitan ampliar continuamente sus mercados, mejorar su posición en los mismos y colocar sus excedentes en nuevos nichos de negocio para contrarrestar la tendencia a la caída de la tasa de ganancia.
El capital en su devenir no se pone ni conoce ni acepta de buen grado límites, ni siquiera los que impone la naturaleza finita de la biosfera. La maximización de la ganancia individual es la ley. Esta es la causa de la irracionalidad sistémica, incluida la irracionalidad energética. Todo se reduce a la categoría de mercancía y la energía también. Los impactos sociales y ambientales negativos no cuentan en la cuenta de resultados por ello o son negados o simplemente ninguneados.
La norma y el punto de vista colectivo siempre llegaron de “fuera” del negocio: los impuso la sociedad (vía movilización social, mediante acción política). Las regulaciones vigentes en los países occidentales industrializados durante los “Gloriosos treinta” –los años de crecimiento económico sostenido posteriores a la Segunda Guerra Mundial y anteriores a la primera gran crisis del petróleo (1973-974)- configuraron las condiciones para lograr una cierta racionalidad en la evolución de la economía con el objetivo de que estuviera menos expuesta a crisis periódicas espasmódicas. Pero poco o nada hicieron por “limpiar” la energía. Fueron años presididos de un acrítico optimismo tecnológico en torno al crudo y el átomo tanto en el Este como en el Oeste. Después vino la crisis y el cambio de políticas frente a la misma.
El dique social y político terminó cuando a finales de los años 70 del pasado siglo y especialmente en los 80, el neoliberalismo logró la hegemonía e impulsó la financiarización de la economía mundial en los años dorados de Reagan y Thatcher. La receta para relanzar la economía (y la ganancia) fue la misma para todas las economías y ante todos los problemas en todo el orbe: desregulación bancaria y financiera, total libertad de circulación de los capitales, fomento de la especulación y carrera por las rebajas fiscales y salariales. En definitiva, supeditación de la economía productiva, las necesidades humanas y la naturaleza al dictado de las finanzas. Si ello fue grave en todos los sectores productivos, lo fue especialmente para el energético que ya partía de una desregulación secular. Nació la “economía vudú” basada en la especulación.
Hemos oído hasta la saciedad que los mercados eran capaces de regular racionalmente el funcionamiento del sistema hasta llevarlo al punto óptimo. Pero la realidad no se adecua al guión de ese discurso.
Cada vez hay más economistas que se suman a la exigencia de adoptar medidas agresivas, contundentes y rápidas contra las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI). Sin embargo, sigue sin haber acuerdos internacionales que aseguren las soluciones.
La hora de las decisiones
La hora de las decisiones
Una futura crisis energética como la que se está gestando solo puede prevenirse cambiando el modelo energético que nos conduce a ella. Seguir apostando por el petróleo, el gas, el carbón o las centrales nucleares con regulaciones opacas, sin transparencia alguna y teniendo al consumidor permanentemente cautivo de los monopolios energéticos solo conduce al atraso económico, a desigualdades insoportables y riesgos inasumibles para la sociedad.
Estamos frente a la urgencia de consumir más energías renovables. Viviendo estos días los inciertos e inasumibles costes de los combustibles fósiles y de la radiactividad nuclear, la apuesta por las renovables es una cuestión de sentido común y de visión estratégica.
El carácter autóctono e ilimitado de las renovables y su flexibilidad hacen posible su aplicación en muy pocos meses, con la potencia que se necesite y en el mismo punto de consumo. Esta sencilla virtud es suficiente para revolucionar el concepto de energía tal y como se nos ha transmitido desde la primera y segunda revolución industrial y representa la amenaza más seria al modelo energético basado en las tecnologías convencionales de los hidrocarburos y las plantas nucleares. La renovable es la única tecnología que puede llevar la luz a los miles de millones de habitantes del planeta que no pueden acceder a ella. Pero tienen otra cualidad mucho más importante para el ciudadano y el consumidor que hasta ahora ha negado el sistema energético: la transparencia.
La maduración de las tecnologías renovables se está produciendo a una velocidad tan rápida que ya no permite que se hable de objetivos imposibles, porque lo que hace tan solo cinco años parecía inalcanzable hoy se ha superado; tanto en reducción de costes, bajada de precios, integración en la red, mayor rendimiento energético, rapidez de aplicación, integración en sistemas urbanos y de transporte, más potencia instalada en menos tiempo; en definitiva, plena competitividad.
En los próximos años las tecnologías de generación van a experimentar un cambio espectacular por la rápida evolución de las tecnologías renovables y su más rápida aplicación las va a convertir en la tecnología óptima para afrontar los dos cuellos de botella que van a atenazar la economía mundial en las próximas décadas: la seguridad de suministro de energía y los impactos derivados del cambio climático. El flujo de inversiones hacia las renovables y las tecnologías limpias de ahorro y eficiencia energética podrían permitir una mayor penetración de las renovables en los sistemas energéticos, en los procesos productivos, en las ciudades y en el transporte. Se ha comprobado lo que la propia ONU precisó en sus informes sobre la energía en el mundo, en el sentido de que cada vez que se duplica el uso de las tecnologías renovables, sus costes descienden un 20%.
La decisión puede adoptarse, el problema no estriba en una comparación de costes entre energías convencionales y las alternativas, porque los beneficios de las renovables son objetivos y cuantificables desde el momento en que cada kilovatio renovable evita importaciones energéticas y emisiones de CO. Mientras que el coste de las renovables se sabe con certeza porque el recurso entra a coste cero en el sistema, nadie conoce de la misma manera el precio del gas o del petróleo porque lo determinan unilateralmente los países exportadores de crudo, a lo que hay que añadir la falta de competencia en sectores que paradójicamente están liberalizados.
La decisión de apostar por otro modelo energético es más urgente no solo para anticiparse a futuras crisis sino porque ese cambio es ya una tendencia global que incorpora nuevas especializaciones productivas y un patrón de desarrollo económico diferente.
Lo más importante para evitar próximas crisis energéticas va a ser tener una visión y una dirección a largo plazo que tenga la convicción clara de lo que representa para el futuro de cualquier nación una estrategia energética sostenible o no tenerla. Son urgentes objetivos ambiciosos de renovables en las próximas décadas para aplicarlos directamente en las ciudades, los campos, las empresas, convirtiendo cada centro de consumo en centros de generación de energía; una regulación que dé certidumbre y seguridad a las inversiones, impulse las empresas de servicios energéticos y se plantee como prioridad absoluta el ahorro y la eficiencia energética.
Ha terminado el tiempo de la ambigüedad y toca elegir el modelo energético más idóneo. Que de esta crisis salgan triunfadores los combustibles fósiles es un suicidio, es condenar a la ciudadanía a futuras crisis aún más graves y mayor desigualdad. Pero en la crisis financiera ya han salido triunfadores los mismos que la originaron. Lo cual nos lleva a la conclusión de que las soluciones de las crisis no pueden surgir de las mismas políticas ni gestionarlas las mismas personas que las provocaron. Es urgente otra política económica y otra política energética.
Qué hacemos por otra cultura energética es un libro de Manuel Garí, Javier García Breva, Begoña María-Tomé y Jorge Morales de Labra. Más información en Qué hacemos.