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Rajoy, la desigualdad y sus mentores ideológicos del pasado
En el debate del estado de la nación, Rubalcaba ha rescatado de lo más profundo de la hemeroteca dos artículos de Mariano Rajoy publicados en El Faro de Vigo en 1983 y 1984 cuando era presidente de la Diputación de Pontevedra. No es sólo que Rajoy nunca preste atención en sus discursos al problema de la desigualdad o que ignore que existen estudios económicos con datos concretos. En realidad, el presidente del Gobierno no cree por razones ideológicas que la desigualdad sea un problema.
En el artículo Igualdad humana y modelos de sociedad, Rajoy cita de forma elogiosa un libro de Luis Moure Mariño –notario, profesor de Derecho y columnista habitual de la prensa gallega durante el franquismo– por constituir “una prueba irrefutable de la falsedad de la afirmación de que todos los hombres son iguales”. Este es el párrafo en el que Rajoy sostiene que los hijos de la buena estirpe superan a los demás:
“Ya en épocas remotas –existen en este sentido textos del siglo VI antes de Jesucristo- se afirmaba como verdad indiscutible, que la estirpe determina al hombre, tanto en lo físico como en lo psíquico. Y estos conocimientos que el hombre tenía intuitivamente –era un hecho objetivo que los hijos de ”buena estirpe“, superaban a los demás- han sido confirmados más adelante por la ciencia: desde que Mendel formulara sus famosas ”Leyes“ nadie pone ya en tela de juicio que el hombre es esencialmente desigual, no sólo desde el momento del nacimiento sino desde el propio de la fecundación.”
El segundo artículo le sirve para elogiar otro libro –“no menos magistral”–, este de Gonzalo Fernández de la Mora, ministro franquista, diplomático e ideológo de ciertas familias políticas de la dictadura por su libro El crepúsculo de las ideologías. El tema del artículo y del libro vuelve a ser la consideración de la desigualdad como un elemento natural del ser humano. Lo contrario es un absurdo:
“Pero tampoco lo es la igualdad social: no es posible la igualdad del poder político (”no hay sociedad sin jerarquía“), tampoco la de la autoridad (¿sería posible equiparar la autoridad de todos los miembros de un mismo gremio, por ejemplo, de todos los pintores o los cirujanos?), o la de la actividad (es difícil imaginar un ejército en el que todos fueran generales; o una universidad en la que todos fueran rectores), o la del premio, o la de oportunidades (las circunstancias, temporales, geográficas y familiares colocan inevitablemente a los individuos en situaciones más o menos favorables, nadie tiene la misma oportunidad mental, ni histórica, ni nacional: no es igual nacer en EE.UU. que en U.R.S.S.); ni siquiera la económica: ”allí donde se ha implantado una cierta igualdad pecuniaria –mediante la nacionalización de los medios de producción, la abolición de la herencia, la supresión de las rentas del capital y la equiparación de casi todos los salarios- se han radicalizado las inevitables desigualdades de poder, creadores de desigualdades económicas quizá no monetarias, pero espectaculares.“
Algunos de los ejemplos chocan por su ingenuidad o falta de entendimiento sobre el problema de la igualdad (¿un Ejército sólo con generales, una universidad sólo con rectores?), pero lo que está claro es que para Rajoy cuanto más desigual es una sociedad, más coherente es con la identidad humana.