Que la pandemia ha roto las costuras en muchos ámbitos de la vida pública en España y en todo el mundo es una evidencia, pero si hay un campo que se ha visto particularmente afectado, ese ha sido el de la sanidad. “Hay mucha gente con tratamientos presenciales que se ha tenido que quedar en casa por el colapso de los hospitales y el peligro del virus”, explica Quim Martí, uno de los miembros de Hormonic, el equipo de diez jóvenes de la Universitat Pompeu Fabra (Barcelona) que ha logrado la medalla de oro, además de otros premios, en el concurso International Genetically Engineered Machine celebrado en Boston (EE.UU.). Los diez estudiantes que integran el equipo –todos entre los 21 y los 22 años– se dieron cuenta del problema en el caso concreto de las enfermedades tiroideas. Una de cada diez personas en España sufren hipotiroidismo, precisamente el mismo porcentaje de españoles que han sido víctimas de la COVID-19. En la inmensa mayoría de casos, los enfermos de hipotiroidismo tuvieron que suspender sus visitas al médico, pero eso es algo que podría solucionar el sensor que han ideado Quim Martí y el resto de sus compañeros.
“Todavía ninguno de nosotros hemos terminado la carrera”. Ni falta que les ha hecho. A pesar de encontrarse todavía en cuarto y quinto de Ingeniería Biomédica, las tres chicas y siete chicos que componen el equipo tuvieron el arrojo necesario como para presentar su proyecto a un certamen que busca la mejor máquina genética del mundo. “El proceso de investigación fue complicado porque nos pilló en plena pandemia”, reconoce Martí. Además, también señala la dificultad de compaginar todas las horas de laboratorio que requiere un proyecto de semejante dimensión con las clases en la universidad. “Agradeceríamos un poco más de coordinación en estos casos”, desliza en una sutil y bienintencionada crítica al sistema universitario. Pero ni eso ni nada empaña el éxito de Hormonic, que, además de obtener la medalla de oro (un reconocimiento que le sitúa entre las mejores aportaciones del 2020), también se ha coronado como vencedor en la categoría de mejor componente y en la de mejor vídeo promocional.
Quim Martí explica de la forma más sencilla posible cómo funciona el sensor. “Hay algunas personas cuyo organismo genera una sobreproducción de la hormona tiroidea y otras en las que pasa lo contrario, genera una baja producción, provoca un déficit de esa hormona”. Estas últimas sufren hipotiroidismo. Como, por el momento, las terapias establecidas para ese tipo de paciente son fijas, no personalizadas y requieren de la visita recurrente al centro médico, los chicos de la Universitat Pompeu Fabra se dieron cuenta de que se podía idear un dispositivo para dar lo que ellos mismos consideran “un primer paso hacia la autorregulación hormonal en vivo”. En otras palabras, se trata de un pequeñísimo aparato que aporta al cuerpo la cantidad de levotiroxina –una especie de sustitutivo de la hormona tiroidea– que necesita en caso de que el paciente presente síntomas de hipotiroidismo, de modo que la regulación se convierte en automática en vez de tener que detectarse mediante una consulta médica presencial.
“El biosensor”, completa Martí, “funciona con unas proteínas que se llaman inteínas que detectan esa descompensación y que envían información a un microordenador, que sería el encargado de dar la respuesta: si el nivel de hormonas es demasiado bajo, será necesario administrar más medicina”. Con todo, la aspiración del equipo es que el sensor termine siendo completamente automático, aunque siempre será conveniente que un médico lo supervise. “Lo bueno es que lo podrá hacer desde su consulta, mientras que el paciente no tendrá que desplazarse al hospital”, completa. Se trata de una tecnología que lo podría haber facilitado todo durante la pandemia y que, casi con total seguridad, forma parte de la nueva ola sanitaria desencadenada por el propio coronavirus y que tiene a la tecnología e Internet como los actores que han de agilizar y descentralizar los procesos médicos.
Del proyecto a la vida real
No hubo un día en todo el verano en el que Hormonic no diera un paso hacia delante. Para los miembros del equipo no existió la playa, la montaña ni el descanso. Había que recuperar todo el tiempo que la pandemia les había hecho perder. “Ahora estamos un poco más tranquilos”, sonríe Martí, satisfecho, “aunque no será por mucho tiempo”. Si bien el proyecto está avanzado y avalado por el iGEM y la universidad, todavía queda mucho camino por recorrer. El objetivo final es que el sensor deje de ser un proyecto para convertirse en una realidad, en una solución: “Para eso es necesario que nos pongamos de nuevo a tope”. Y en eso están. Tras un pequeño respiro después del éxito en Boston, vuelve a ser momento de enfundarse la bata blanca y empadronarse en el laboratorio. La pandemia arrebató a los chicos de Hormonic el lujo de recibir los reconocimientos in situ en Boston. Sin embargo, el verdadero premio será ver cómo su dispositivo, en un futuro, facilita la vida a muchos enfermos. Para ello, ya conocen el secreto: trabajo, constancia y valentía.