Arturo G. Campos dice que vivió la mejor anécdota del mundo de los cómicos
A lo largo de su carrera profesional, Arturo González Campos (Madrid, 1969) ha trabajado en casi todas las fórmulas posibles relacionadas con el humor. Fue uno de los miembros más destacados del equipo que puso en marcha El club de la Comedia a finales de los noventa. Ha sido guionista en diferentes espacios de radio y televisión. Además participó en la creación de espectáculos teatrales de gran éxito, como la saga que arrancó con 5hombres.com. Se ha pateado toda España como monologuista de bolo en bolo. En los últimos años se ha convertido en uno de los principales referentes del mundo del emergente mundo del podcast. Actualmente, dirige algunos de los títulos con mayor prestigio de esta nueva ventana de comunicación, como Todopoderosos, Aquí hay dragones y Mi año favorito.
¿Se puede decir que el mundo podcast es en la actualidad tu dedicación preferida?
Con los programas que hago de podcast, la verdad es que estoy completamente feliz. He conseguido reunir un gran equipo formado por Juan Gómez Jurado, Rodrigo Cortés y Javier Cansado. Con Dani Rovira he empezado a hacer Mi año favorito. Me hace completamente feliz trabajar con esa gente y creo que sí estoy haciendo, por lo menos, un producto con el que me siento a gusto. Además, veo que está teniendo una aceptación muy guay. Hay mucha gente a la que le gusta lo que hacemos y eso es fabuloso. La verdad es que sí, estoy en un momento dulce. ¡No me puedo quejar de nada!
¿Qué diferencias ves entre trabajar en un podcast y hacerlo en radio?
Tienen muchas diferencias. La radio en directo está más basada en la actualidad, en el directo, como su propio nombre indica. El podcast te permite irte a lugares que no están tan anclados a esa actualidad. Te permite hacer, de repente, un programa sobre Alan Moore, como hacemos nosotros en Todopoderosos, o un programa sobre Hitchcock. Cosas que yo entiendo que la radio convencional, por el hecho de ser generalista, no se puede permitir porque son temas minoritarios. Y eso, el podcast sí que te lo permite. Además, esa libertad de que la duración pueda ser la que tú quieras, la temática pueda ser la que tú desees, a mí me gusta mucho, y me hace sentir muy libre y muy cómodo.
¿Y cómo llevas tener un target más reducido? ¿No te gustaría llegar a más gente?
Afortunadamente, poco a poco la gente va alternando ya el consumo de radio convencional, de siempre, con el consumo de podcast. Ha sido un crecimiento que, mira, hemos tenido la suerte de vivirlo en primera persona, porque empezamos casi cuando los podcast eran una cosa muy chiquitita y muy poco conocida.
¡Menuda evolución! ¿Cuál es tu siguiente paso?
Empecé en Twitch hace tres semanas. Si estás un poco en el mundo, empiezas a escuchar un runrún sobre Twitch. Ocurrió con los podcasts en su momento. Como soy una persona muy curiosa, muy culo inquieto, empecé a investigar. A esto se juntó que Ángel Martín empezó a darme la paliza: “Tío, el Twitch, tienes que mirar lo del Twitch. Es una maravilla lo del Twitch”. Él empezó a hacer retransmisiones en Twitch y yo dije: “No me lo quiero perder, voy a probar”. Y la verdad es que probé y estoy encantado. Ya veremos lo que dura esto, pero de nuevo se ha creado una manera de comunicación distinta. No es tele, no es ni siquiera YouTube, no son redes, no es radio, por supuesto no es podcast, es otra cosa. El primer día que yo me metí en Twitch era un pececito fuera del agua y, poco a poco, vas aprendiendo qué es lo que gusta, qué es lo que funciona, qué es lo que quiere la gente que te está viendo… y me lo estoy pasando tremendamente bien.
¿Y qué es lo que ves que puedes ofrecer en este mundillo?
Yo estoy poniendo películas mudas en Twitch. Las comento con doscientas, trescientas personas… No soy un twitchero de estos que tienen un millón de espectadores, pero tengo a trescientas personas viendo El maquinista de la General de Buster Keaton, fijándonos en los planos, viendo cómo hacen. De repente, tengo tres mundos juntos que me encantan: el cine, la comunicación, y la comedia. Los tengo ahí juntos y me parece maravilloso que yo pueda poner El acorazado Potemkin y que durante hora y media haya trescientas personas viéndola. Muchos de ellos gente joven que en la vida se iban a poner esas películas. Y, de repente, esa gente joven se está papeando a Eisenstein y se está divirtiendo. ¡Hazte Twitch, haceos Twitch!
¿Qué recuerdos tienes de tu época de monologuista recorriendo España de un lado a otro?
Puedo decir con orgullo que yo he vivido la mejor anécdota que pueda tener cualquier monologuista en el mundo. Hace ya varios años. Sucedió en Los Alcázares, Murcia, en un sitio que se llamaba El Cómic. Ya había ido algunas veces a actuar allí y me había ido bien. Pero aquel día el público estaba completamente de espaldas. Yo no debía estar especialmente brillante. No sé lo que pasó, pero aquello era un fracaso detrás de otro. Era muy angustioso. Entonces, yo saco de donde no tengo y empiezo a intentar levantar al público. Por fin, consigo mi primer aplauso. Cuando pienso “¡ya los tengo!”, ¡pum!, se va la luz del pub. Yo me quedo con un foco apuntándome a la cara, que era la luz de seguridad del local. El dueño me dice: “No te preocupes, que voy a ver si lo arreglo”. Se va. Yo me quedo solo en el escenario.
¡Qué mala pata! ¿Y qué hiciste?
Intento mantener un poco ese aplauso que había conseguido, pero es imposible. El dueño tarda un montón en dar la luz y, cuando vuelve, los tengo otra vez completamente desapasionados por mí. Vuelvo a intentar remontar y sigo intentándolo y lo vuelvo a intentar... ¡Y vuelvo a conseguir otro aplauso! Ya los tengo, ya los tengo, ya los tengo... ¡Se vuelve a ir la luz! ¡Otra vez! Yo me desespero. Empiezo a gritar desde el escenario para intentar mantenerlos calientes: “¡Cabrones! ¡Que lo estáis haciendo para hundirme! ¡Ya había conseguido que os rierais!”. Y, de repente, desde el fondo del bar, donde yo no veo porque tengo un foco en la cara, oigo una voz que dice: “Sí, sí, Arturito. Seguro que es eso lo que ha pasado”. Se hace el silencio. Yo solamente veo una figura apoyada en la barra. Como yo estoy muy caliente, intentando que el público no decaiga, le digo: “¿Qué pasa? ¿Qué te parece mal? Ven aquí y me lo dices a la cara. Mira, ¿sabes qué te digo? Que ya que no va a haber monólogo, ¡por lo menos que haya pelea en el barro!”. Bueno, yo intento hacer el chiste, pero la voz dice: “¡Me parece perfecto! Voy para allá”. Así que empiezo a ver una sombra que se acerca hacia mí y me quedo pensando: “Bueno, pues ya ha ocurrido. Ya ha ocurrido lo de que me van a partir la cara en mitad de un monólogo”. La sombra se acerca, se acerca, se acerca, se pone delante del foco y entonces yo puedo ver la cara de esa voz… Y es Fofito. ¡Fofito! ¡El auténtico Fofito!
¿Qué hacía él ahí? ¿Era parte de tu número?
No, no. Resulta que estaba en Los Alcázares, en un circo, y había ido al hotel. Había preguntado dónde tomar algo antes de acostarse y le habían dicho: “Pues en El Cómic, aquí abajo, que además hay un tío haciendo un monólogo”. Yo veo a Fofito delante de mí, se acerca hasta ponerse cara a cara. Me sonríe con complicidad, como diciendo: “Te estoy ayudando”. Yo digo: “¡Señores, con ustedes, Fofito!”. Y aquel pub se cae, se vuelve loco. La gente grita: “¡Fofito, Fofito!”. Fofito empieza a cantar Tengo un grano en la nariz que me hace muy feliz, mientras yo le hago las palmas. De repente, aquello es un festival, la emoción absoluta.
¡Qué maravilla! Vaya una manera de salvar la actuación...
Pues aún hay más. Fofito termina la canción, que cantamos todos en el pub, y ¡empieza a hacer un monólogo sobre las canciones de Los payasos de la tele! Un monólogo que había escrito yo para El Club de la Comedia, hacía veinte años, que aún me lo sabía de memoria. Yo le iba sirviendo los chistes para que Fofito los terminara. Aquello acabó con el pub entero sacándonos en hombros. La luz volvió. El dueño del pub me confesó que había sido la mejor noche de El Cómic y Fofito me dio un abrazo y me dijo: “Enhorabuena, compañero, lo has salvado.” Y yo le contesté: “No, Fofito. Me has salvado tú”.
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