No es lo mismo un pueblo maldito, que un pueblo excomulgado. Eso de “maldito”, al fin y al cabo, deja margen a la interpretación. Son determinados acontecimientos supuestamente extranaturales, paranormales o legendarios los que otorgan a una localidad la categoría de “maldita”, ya sea por la acción de brujas, hechiceros o espíritus. Sin embargo, un pueblo excomulgado es algo bien distinto. En este caso, no son las pseudociencias (ciencias ocultas) las que lo clasifican como tal, sino una institución tan terrenal como lo es la propia Iglesia. En pocas palabras, si atendemos a la definición de “excomulgar” que da la Real Academia Española de la Lengua (RAE) —“declarar a alguien fuera de la comunión o trato con una u otras personas”—, un pueblo excomulgado es uno que ha quedado fuera del seno de la Iglesia católica y entre los más de 8.000 municipios que hay en España, solo uno tiene la particular característica de haber quedado, además desde no hace poco tiempo, expulsado de la comunidad religiosa. Se llama Trasmoz, está ubicado a los pies del Moncayo, en la provincia de Zaragoza, y está excomulgado desde el siglo XIII. ¿El motivo? Uno más mundano de lo que cabría suponer. Eso sí, Trasmoz tampoco escapa de la oscuridad de las brujas: también está “maldito”.
Todo empezó con una disputa por la leña. Por una parte estaba el pueblo. Por la otra, Andrés de Tudela, el abad del monasterio de Veruela. Según explicó a la agencia Europa Press Lola Ruiz, guía turística del castillo del municipio, ese monasterio siempre fue “el mayor enemigo” de Trasmoz. Al parecer, el abad no hizo gala, precisamente, de una gran transigencia cuando tras una serie de desavenencias con los vecinos por la obtención de madera de un bosque cercano, tomó la decisión de excomulgar al pueblo entero. Así las cosas, desde hace casi ochocientos años, el pueblo permanece ajeno a los brazos de la Iglesia. Pero no termina ahí la cosa. Si, primero, el mandamás del monasterio excomulgó al pueblo, unos trescientos años después, una disputa entre el entonces señor de Trasmoz, Pedro Manuel Ximénez de Urrea, y el abad, que, evidentemente, ya no era Andrés de Tudela, sino un sucesor suyo, terminó con una maldición para el pueblo.
Por eso, desde 1511, cuando cayó la maldición sobre Trasmoz, el pueblo se convirtió no solo en un pueblo excomulgado, sino también en un pueblo maldito. Y la guía turística Lola Ruiz ha asegurado a los medios de comunicación que eso es, precisamente, lo que hace del municipio un lugar especial: “Queremos que se nos conozca, no solo por ser un pueblo de brujas, que ya hay otros en España, sino por ser el único pueblo excomulgado y maldito del país”. Además, asegura que existen documentos que lo prueban. Los viejos del pueblo, que cuenta con alrededor de 90 habitantes, cuentan historias que perduran desde que el lugar se vio sumido en la maldición. Aquelarres, brujas y demás conexiones con las ciencias ocultas e, incluso, demoníacas hinchan la leyenda negra de Trasmoz, que ha atraído, tal y como explicó la propia guía turística a Aragón Radio, a periodistas de la BBC que se interesaron por el aura que rodea al pueblo.
La fiesta de las brujas
Lejos de rechazar su condición de maldito y excomulgado, Trasmoz prefiere aprovechar su singular condición para atraer a curiosos. Verano tras verano, las pequeñas dimensiones del pueblo no le impiden organizar la Feria de Brujería, Magia y Plantas Medicinales, que se lleva a cabo el primer sábado del mes de julio. Hace unos 15 años que el Ayuntamiento y los vecinos se ocupan de organizar el festejo, que el Gobierno de Aragón ha distinguido como Interés Turístico de la comunidad. En los últimos tiempos, la feria trata de conseguir nuevo público joven, por lo que se apuesta, además de por las ya tradicionales representaciones teatrales, mercado esotérico o decoración medieval, por espectáculos de otra índole, entre ellos la hipnosis y la magia.
Trasmoz ha sabido adaptar su concepción del turismo a su idiosincrasia como pueblo. Es más: ha tenido la capacidad de transformar un rasgo a priori negativo del municipio, en un imán para atraer a un tipo de turista muy concreto. Es, en definitiva, una forma más de las muchísimas que han encontrado para mantenerse vivas las poblaciones de la España vacía, donde la verdadera maldición es, sin duda, la de la despoblación.