Truman Capote describió en su libro 'A sangre fría' un pueblo cuyas gentes desconfiaban entre sí. Tras el asesinato múltiple que se perpetró en Holcomb (Kansas), los vecinos se encerraron a cal y canto en la soledad de sus casas y comenzaron a sospechar los unos de los otros. Todo el mundo podía ser culpable. Cualquier gesto, criticable. Nadie se escapaba de los cuchicheos y, al mismo tiempo, entraba en las cábalas de sus conocidos. Los nervios estaban a flor de piel. Salvando todas las distancias del mundo, algo parecido pudiera haber provocado la pandemia. En este caso, no hay asesinatos, pero sí hay muerte. No hay asesinos, pero sí irresponsables y, por supuesto, lo que también hay —y de sobra— es encierro y confinamiento. Los sociólogos apuntan a que son las condiciones perfectas para que la confianza de la población en el prójimo caiga o, cuando menos, no experimente un repunte. Sin embargo, los datos dicen lo contrario. Según la encuesta de Opinión Pública del Centro de Investigaciones Sociológicas (publicada en agosto) nos encontramos en el momento de los últimos 15 años en el que los ciudadanos más confiamos en la comunidad.
Para capturar cuál es la confianza de los españoles en el resto de la población, el CIS plantea, desde el año 2006, una pregunta de las que se denominan 'de escala'. En ellas, el entrevistador interroga: '¿Diría usted que, por lo general, se puede confiar en la mayoría de la gente, o que nunca se es lo bastante prudente en el trato con los/as demás?'. Para responder, los encuestados tienen que situarse en una escala del 0 al 10 en la que 0 es 'Nunca se es lo bastante prudente' y 10, 'Se puede confiar en la mayoría de la gente'. Si José Félix Tezanos, el presidente del CIS, se hubiera pasado por Holcomb los días posteriores al 15 de noviembre de 1959, cuando Perry Smith y Dick Hickock asesinaron a la familia Clutter, y hubiera planteado la pregunta a los vecinos del pueblo, con toda probabilidad muchos de ellos hubieran situado su confianza en la comunidad en cotas muy bajas.
En España, la encuesta que se ha publicado en agosto de este año es la que presenta una media de 'confianza en los demás' más alta de toda la serie histórica, un 5,40 sobre 10. No obstante, el dato más interesante no es ese. Desde el 2006, el porcentaje de personas que sitúan entre el punto seis y el diez de la escala su confianza en el resto de ciudadanos oscila entre el 32% (año 2009) y el 45,8 (2016). Pero en 2020, los datos dan la sorpresa: por primera vez, el porcentaje de encuestados que declara su confianza en la comunidad en la horquilla del seis al diez —los valores más altos— supera el 50% (un 50,7%). En este aspecto, el salto que se ha producido desde los datos de la encuesta anterior es de siete puntos, habida cuenta de que la última vez que se planteó la pregunta, en 2019, sólo un 43,7% de los encuestados se situaron en el seis o por encima. De todas formas, también es importante señalar que, en los últimos 15 años, la tendencia ha sido el aumento de la confianza, aunque de forma intermitente y nunca llegando a las cotas de 2020.
¿Efecto inesperado de la pandemia?
Piotr Zagórski, investigador del Colegio Profesional de la Ciencia Política, la Sociología y las Relaciones Internacionales de la Comunidad de Madrid y profesor de la Universidad de Autónoma (UAM), señala que es difícil atribuir a la pandemia el aumento de la confianza, toda vez que ese fenómeno suele asociarse precisamente “a lo contrario de permanecer encerrados durante mucho tiempo y sin contacto con el resto de personas”. Zagórski destaca que son precisamente cuestiones “como el asociacionismo” y la inversión en “capital social” las que suelen provocar un aumento de la confianza. A pesar de ello, sí que observa que “en las semanas más duras, cuando aparecían ejemplos de solidaridad entre los vecinos” los ciudadanos pudieran percibir a sus semejantes como a personas en las que poder confiar más. Eso sí, avisa, “no se trata de un aumento lo suficientemente pronunciado como para establecer una norma” y “sería necesario esperar para ver si se mantiene en el tiempo”, así como “cotejarlo con lo que sucede en otros países”.
Sea como fuere, la pandemia, los confinamientos y la crisis social son un factor a tener en cuenta en el estudio de cualquier fenómeno sociológico porque representan un shock que ha afectado, en mayor o menor medida, a la vida de absolutamente todo el mundo. Eso no significa, sin embargo, que todos los efectos que se desencadenan durante estos tiempos tengan su explicación en el coronavirus. De la misma forma, no todo lo que sucedió en Holcomb (Kansas) en 1959 y que tan bien documentó Capote fue un efecto del terrible asesinato de la familia Clutter. Solo el tiempo dirá si, finalmente, la pandemia nos ha vuelto a todos más confiados y solidarios, si todo lo contrario o si, una vez pase la tormenta (quién sabe cuándo sucederá) el virus y sus efectos habrán sido simplemente un alto en el camino.