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Sobre el amor y uno mismo

Hoy os contaré algo muy personal. Hace algunos años, cuando estaba en el instituto, me ocurrió algo que recordaré toda la vida y que años después me hizo reflexionar mucho sobre la condición humana.

Resulta que, por aquél entonces, me gustaba mucho una chica con la que me solía sentar, hablábamos mucho, nos pasábamos el día riendo y teníamos muy buen rollo. Recuerdo que la llamaba a casa de sus padres, por entonces no había whatsapp, ya sabéis, como el chiste. Eso sí que era tener valor.

Bueno, la cosa es que durante bastante parte del año había una muy buena relación y parecía que nos gustábamos. Llegó un día en que decidí llevarme la guitarra, ya sabéis, el ideal romántico de instituto, guitarra, trovador… princesa por rescatar… Bendita adolescencia.

La cuestión es que yo iba todo decidido, seguro de mí y de lo que ocurriría después. Así que, como en las películas americanas, los amigos nos dejaron solos… Saqué la guitarra y lejos de pasar una bonita velada… ella se marchó apurada. Automáticamente me sentí fatal y lo peor de todo es que me culpé a mí de ser como era, de pensar que yo había tenido la culpa de no gustarle, mi físico, este que me pesaba desde que, como ya conté en otra ocasión, me lastró la autoestima.

Muchos años después, hablando con una amiga, le conté esta anécdota, y se rió muy fuerte y yo no entendía nada. Cuando paró me dijo que a ella le había pasado lo mismo, pero desde el otro lado, era la que se marchó cuando le pidieron salir.

Me dijo: - ¿Sabes? este chico me encantaba, estaba loca por él, así que cuando llegó el momento en que él me pidió salir me puse tan nerviosa que entré en pánico y le dije que no, que me parecía horroroso. ¡Pero si me encantaba!

Y ahí es cuando todos mis esquemas se vinieron abajo y empecé a entender que de algún modo esta sociedad nos hace creer que no podemos aspirar a todo lo que nos propongamos. También es verdad que eran los años 90, que las cosas han cambiado mucho, pero no puedo dejar de pensar en eso.

En mi caso el hecho de ser retrón era la causa de todos mis males. No podía concebir que yo le gustara a alguien siendo retrón, o entender que hubiera otra causa ajena a mi situación.

Asumimos, casi por sistema, que en un principio no podemos optar a ciertas cosas. La sociedad nos trata con condescendencia y paternalismo, aunque esto sí es verdad que cada vez menos, pero ese paternalismo no nos hace bien.

La autoestima lo es todo. Tener un buen concepto de sí mismo es fundamental, ojo, no digo que haya que ser un creído, pero sí ser consciente de las cosas. Ni somos monstruos, ni somos víctimas, ni somos mejores que nadie. Simplemente somos.

Todos tenemos nuestros defectos y nuestras virtudes, estas últimas a veces se ven empañadas por las primeras, pero que no se nos olvide nunca. Todos tenemos valor, otra cosa es que luego la gente lo vea, pero si nosotros no  lo vemos está claro que el resto no lo verá.

De esta historia aprendí que uno tiene que aprender a dejar de ser su peor enemigo.

Hoy os contaré algo muy personal. Hace algunos años, cuando estaba en el instituto, me ocurrió algo que recordaré toda la vida y que años después me hizo reflexionar mucho sobre la condición humana.

Resulta que, por aquél entonces, me gustaba mucho una chica con la que me solía sentar, hablábamos mucho, nos pasábamos el día riendo y teníamos muy buen rollo. Recuerdo que la llamaba a casa de sus padres, por entonces no había whatsapp, ya sabéis, como el chiste. Eso sí que era tener valor.