No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.
Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com
Antonio tiene 40 años y hace poco conoció el cariño de una mujer. El sexo lo descubrió mucho antes, cuando pagó a una prostituta a los 18 años. “Era una salida fácil, sexo sin el miedo al rechazo”, me cuenta por Skype, aunque también hubo prostitutas que no quisieron acostarse con él al saber que era discapacitado. Sus padres lo sabían, lo entendían, “decían que si no hay otra forma...”.
La imagen que la sociedad tenía (y tiene) de los discapacitados no ayudaba precisamente. “Me iba diciendo a mí mismo que lo de tener pareja, una vida sexual y sentimental... me podía ir olvidando de todo eso. Era lo que te venían a decir en los años 80, cuando me detectaron la enfermedad. Parece que tienes que estar a tus pensiones, tu vida sedentaria, ver la tele y salir poco…” Le digo que es cierto, que el pasado fue duro y cruel; pero que a veces pienso que nosotros también hemos asumido ese rol. Está de acuerdo. Ahora, recalca, “tenemos el deber de mostrar a la sociedad que no somos una carga, que no tenemos que estar apartados y que podemos hacer feliz a otra persona”.
Como tantos discapacitados en España, cobra pensión no contributiva y vive con sus padres. Su enfermedad es neurodegenerativa y cada año es más débil. Nunca ha trabajado ni se ha planteado emanciparse y tener una casa propia. “Para llevar una vida normal, si eres discapacitado, tienes que tener madera de héroe. Se nos exige demasiado. Para estudiar una carrera, para encontrar un trabajo… Y algunos no somos héroes”.
Durante años se encerró en sí mismo. No trabajaba, no estudiaba, no tenía amigos. De vez en cuando, pagaba por sexo. Se acomodó, entró en dinámica difícil de salir. “Que me apetece una vez al mes o cada dos meses, pues vas y ya. Eso lo veo ahora, que es como una adicción”. A medida que empeoraba su situación física, disminuía la frecuencia. “Al final era más que nada por desfogue, por pura necesidad física”. Pero no era lo que buscaba, “faltaba el calor humano, el cariño. Era demasiado frío”.
Internet ha abierto puertas y ventanas a miles de retrones. Hace un año, Antonio conoció Tandem Team por casualidad. Pinchó en el enlace y descubrió una organización para discapacitados que ofrecía un sexo diferente al que estaba acostumbrado. Como otros usuarios, se entrevistó con María Clemente y pudo hablar sin vergüenza de un ámbito de su vida que mantenía casi oculto: el afectivo-sexual. “Como digo, voy al médico y me pregunta por todo menos por mi vida sexual, como si no fuera parte de la vida, como si yo no la necesitara. Parece que tener un accidente o una enfermedad te castra o te impide tener sentimientos”.
Desde entonces, Antonio se ha acostado con 3 asistentes diferentes de Tandem Team. Cada sesión dura más de 2 horas y paga entre 50 y 75 euros. Nunca ha habido penetración. No porque no pueda, aclara, sino porque cada asistente pone unos límites y para él es más importante las caricias y los abrazos que el simple coito. Al igual que María, opina que la asistencia sexual debe ser entendida como una transición, como algo necesario hasta “se reconozca que también los discapacitados tenemos sentimientos y necesidades sexuales”.
Tandem no solo le ha dado sexo, también la oportunidad de conocer gente relacionada con la discapacidad (tanto retrones como bípedos), personas que no se asustan ante una silla de ruedas. Gracias a sus talleres y charlas, Antonio ha encontrado nuevas amistades que lo aceptan como es. “Me ha ayudado a tener confianza, no me da corte decir a alguien que le tengo mucho cariño”. Asegura que no es el Antonio de antes, el joven incapaz de hablar con una chica. Diez años atrás veía imposible encontrar pareja y hoy tiene esperanzas. “En una escala de 0 a 10, a lo mejor un 5, pero tampoco es una cosa que me obsesione; estoy bien ahora mismo. Tal vez en un futuro pueda encontrar a alguien”.
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No nos gusta la palabra “discapacitado”. Preferimos retrón, que recuerda a retarded en inglés, o a “retroceder”. La elegimos para hacer énfasis en que nos importa más que nos den lo que nos deben que el nombre con el que nos llamen.
Las noticias sobre retrones no deberían hablar de enfermitos y de rampas, sino de la miseria y la reclusión. Nuria del Saz y Mariano Cuesta, dos retrones con suerte, intentaremos decir las cosas como son, con humor y vigilando los tabúes. Si quieres escribirnos: retronesyhombres@gmail.com