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“Campeón” significa discapacitado

Desde el principio del blog, ya he dejado claro que no soy mucho de palabritas, sino más bien de hechos. No me canso de repetir —y mi socio coincide conmigo; por eso lo decimos en la caja con foto cenital que tenéis en la columna de la derecha— que me parece infinitamente más importante y urgente acabar con la discriminación económica y material que sufren las personas con discapacidad que hacer lo propio con la discriminación verbal o psicológica.

No soy tan inocente como para negar que ambas cosas están relacionadas, pero creo que lo material influye mucho más en lo verbal que viceversa y muy posiblemente su solución ha de ser previa. Además, la discriminación en términos de riqueza y renta es muchísimo más intensa que la psicológica o de trato: Mientras que es muy poco habitual —en mi caso al menos— que alguien me mire mal o me diga cositas feas, todos los meses el estado me causa a mí y a mi familia un agravio comparativo de aproximadamente 2000 € en concepto de asistencia personal no subvencionada.

Dicho esto, que lo verbal no me parezca demasiado importante o urgente no significa que no lo perciba o que no le preste algo de atención, no significa que piense que no existe y desde luego no significa que lo tolere o lo apruebe, especialmente si me he levantado con ganas de pelear.

En este apartado, un tema que siempre me ha resultado curioso es el de los vocativos; esas palabras que usamos para invocar, llamar o nombrar a una persona (o a un animal, o a una cosa) y que, pareciendo tan inocentes a veces, dan sin embargo una cantidad de información impresionante sobre el origen, clase social, edad y nivel educativo del hablante, así como sobre la relación que éste piensa que mantiene o ha de mantener con el sujeto aludido.

Es iluminador considerar la misma frase cambiando sólo el vocativo (y haciendo los inevitables ajustes de persona verbal, claro):

—Señor, ¿sabe hacia dónde está la estación de tren?Señor

(Muy posiblemente el hablante es joven; el aludido seguramente adulto o miembro de la tercera edad.)

—Chaval, ¿sabes hacia dónde está la estación de tren?Chavalla estación de tren

(Relación entre hablante y aludido inversa a la anterior.)

—Su señoría, ¿sabe hacia dónde está la estación de tren?Su señoríala estación de tren

(El aludido es un diputado o un juez, o diputada o jueza, y el hablante no quiere líos; aunque sí que quiere saber hacia dónde está la estación de tren.)

—Su santidad, ¿sabe hacia dónde está la estación de tren?Su santidadla estación de tren

(El aludido es hombre, se llama Francisco y es argentino. Nótese que ninguno de estos datos está contenido explicitamente en el vocativo “su santidad”.)

—Quillo, ¿sabes hacia dónde está la estación de tren?Quillola estación de tren

(Muy posiblemente el hablante es andaluz; o está imitando a uno.)

—Pisha, ¿sabes hacia dónde está la estación de tren?Pishala estación de tren

(De Cádiz, para más señas.)

—Miarma, ¿sabes hacia dónde está la estación de tren?Miarmala estación de tren

(De Sevilla.)

—Chocho, ¿sabes hacia dónde está la estación de tren?Chochola estación de tren

(Muy posiblemente el hablante es mujer, joven y de Andalucía. La aludida es mujer, sin ningún genero de dudas.)

—Co, ¿sabes hacia dónde está la estación de tren?Cola estación de tren

(Hablante joven, zaragozano, de clase baja o media baja.)

—Hijo mío, ¿sabes hacia dónde está la estación de tren?Hijo míola estación de tren

(El hablante es, de nuevo, de Zaragoza, pero esta vez es mujer y con algunos años encima. El aludido no es su hijo, sino un joven cualquiera.)

—Jefe, ¿sabe hacia dónde está la estación de tren?Jefela estación de tren

(El aludido no es jefe de nada; es camarero.)

Obviamente, todas estas predicciones basadas en un vocativo son generalizaciones y no siempre vamos a acertar, pero se trata de buenas apuestas en todos los casos.

Del mismo modo, si escuchamos a alguien preguntar:

—Campeón, ¿sabes hacia dónde está la estación de tren?Campeónla estación de tren

Podemos apostar nuestro dinero sin miedo a perderlo a que el aludido por el vocativo es un hombre con discapacidad... o un niño. Si podemos descartar al niño por algún motivo (como que es un sábado a las tres de la mañana en la zona de juerga), entonces es un retrón seguro.

Este paternalismo tan zafio y que ningún hombretón que camina estaría dispuesto a aguantar es el pan nuestro de cada día.

Si estás de buen ánimo y con la tolerancia a flor de piel, piensas “¡Madre mía, qué poco talento!” o “¡Pobrecito, este no sabe nada!” y les indicas, con una sonrisa, que cojan la avenida esa de allá y giren a la derecha justo antes de la plaza.

Si no te pillan completamente de buenas, quizás los mandas para el otro lado y que pierdan el tren.

Lo bueno del asunto es que, en tal caso, al verlos alejarse en la dirección opuesta, el vocativo empieza a coger un significado distinto y sí que te sientes, de hecho, un poco campeón.

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P.D.: Mientras estaba escribiendo este artículo, me dio por pensar que no tengo ni idea qué vocativo usan los bípedos cuando se ponen paternalistas con una mujer con discapacacidad (estoy casi seguro de que “campeona” no es). Chicas, ¿me ayudáis?

Desde el principio del blog, ya he dejado claro que no soy mucho de palabritas, sino más bien de hechos. No me canso de repetir —y mi socio coincide conmigo; por eso lo decimos en la caja con foto cenital que tenéis en la columna de la derecha— que me parece infinitamente más importante y urgente acabar con la discriminación económica y material que sufren las personas con discapacidad que hacer lo propio con la discriminación verbal o psicológica.

No soy tan inocente como para negar que ambas cosas están relacionadas, pero creo que lo material influye mucho más en lo verbal que viceversa y muy posiblemente su solución ha de ser previa. Además, la discriminación en términos de riqueza y renta es muchísimo más intensa que la psicológica o de trato: Mientras que es muy poco habitual —en mi caso al menos— que alguien me mire mal o me diga cositas feas, todos los meses el estado me causa a mí y a mi familia un agravio comparativo de aproximadamente 2000 € en concepto de asistencia personal no subvencionada.