A raíz de leer este hermoso reportaje de Pikara Magazine sobre el trabajo fotográfico 'Cuidándonos y la teoría del cuidado', le empecé a dar vueltas a la necesidad de poner en valor a las cuidadoras y cuidadas, y situar esta relación desde un punto de vista horizontal, sin jerarquías y tan necesario para la vida digna.
Las personas con diversidad funcional, especialmente mujeres, sufrimos violencia institucional a todos los niveles. Muchas de las que se encuentran en una situación de dependencia no han podido cotizar al dedicarse a trabajos relacionados con los cuidados o el sector servicios. Ahora, las que tienen familia, son cuidadas a su vez por las mujeres de su entorno. Y estas otras cuidadoras presentes, también mujeres en su mayor parte, no reciben el reconocimiento por su labor, ya que en muchos casos no está valorado o al hacerse de manera voluntaria no se percibe como un trabajo productivo, sino como algo que “es así, ley de vida”. Lo que no es productivo, el tiempo que se dedica a cuidar no cuenta. Hemos asumido que las cosas son como vienen y tenemos poco espíritu crítico para cambiarlas. A su vez, las personas más perjudicadas, personas con discapacidad o las mismas cuidadoras tienen poco margen para unirse y plantear sus reivindicaciones.
Considero este un colectivo huérfano en muchos aspectos. Y es tan sólo quienes dan un paso al frente y cuentan con redes de apoyo horizontal y no caritativo quienes pueden vivir con más dignidad el proceso. Una, que tiene discapacidad y a veces necesita ayuda, se siente como si estuviera mendigando. Puede tratarse este de un pensamiento subjetivo y aislado al del resto. De no ser así, de ser un planteamiento común, tendríamos que sentarnos a hablar.
Las personas que no podemos producir tanto como el sistema nos exige para cubrir los gastos, nos sentimos frustradas, dependientes, y a veces sumisas. Ese sentimiento de tener que estar pidiendo ayuda constantemente, hace que te sientas en deuda con el universo. Al mismo tiempo, al no llegar a veces a los mínimos impuestos, sientes que no has hecho lo suficiente, que la vida es injusta y que eres inferior a las que sí producen como tú debieras. Esta lógica de producir-consumir constantemente en la sociedad individualista en la que vivimos, nos deja por el camino a unos cuantos. Probablemente sea el momento de ver este nuestro mundo con otra óptica en la que no sólo valgan y cuenten los números, sino también los cuidados, los afectos, el apoyo mutuo, la solidaridad, la alegría. Si pagaran por todos estos valores, nadie se lo plantearía, no habría risas de fondo señalando mi discurso naif. Lo que no está pagado no importa, no existe, es invisibilizado.
Los cuidados son algo que todos necesitamos, desde que nacemos hasta que morimos, es algo que recibimos y proporcionamos, a lo largo de la vida. Necesitamos urgentemente otra forma de relacionarnos, desde la lógica del autocuidado y el cuidado a las demás.
El otro día iba paseando cuando vi a una mujer de mediana edad con la que parecía ser su madre, ya octogenaria. La madre llevaba a su hija –con discapacidad- del brazo como podía. Era una imagen entrañable, pero dura al mismo tiempo. Inevitablemente pensé en el futuro de la hija. ¿Con quién se quedaría cuando su madre muriera?, ¿tendría más familiares, amigos que cuidaran de ella?, ¿iría a una residencia? No pude dejar de sentir tristeza al entrometerme en una vida ajena. La vida de muchas personas en este país, especialmente en las rentas más bajas.
Un ejemplo real y cinematográfico es el que protagonizan la mexicana Irina Layevska Echeverría y su esposa Nélida Reyes en “Morir de pie”. La cinta cuenta la historia de Irina, afectada de esclerosis múltiple, su lucha tanto política como personal y la relación con su mujer, Nélida Reyes, siempre a su lado, en un “aprendizaje constante de vida”.
Gracias a la teoría de la ética del cuidado, entendemos éste como “parte esencial de lo que quiere decir ser humano”, tal y como explica la fotógrafa Patricia Bobillo. Quizá haya llegado el momento de producir y consumir cosas innecesarias y centrarnos en lo verdaderamente importante.
Sé que es pedir demasiado, pero este es uno de mis deseos para el año que entra. Y por pedir que no quede.
A raíz de leer este hermoso reportaje de Pikara Magazine sobre el trabajo fotográfico 'Cuidándonos y la teoría del cuidado', le empecé a dar vueltas a la necesidad de poner en valor a las cuidadoras y cuidadas, y situar esta relación desde un punto de vista horizontal, sin jerarquías y tan necesario para la vida digna.
Las personas con diversidad funcional, especialmente mujeres, sufrimos violencia institucional a todos los niveles. Muchas de las que se encuentran en una situación de dependencia no han podido cotizar al dedicarse a trabajos relacionados con los cuidados o el sector servicios. Ahora, las que tienen familia, son cuidadas a su vez por las mujeres de su entorno. Y estas otras cuidadoras presentes, también mujeres en su mayor parte, no reciben el reconocimiento por su labor, ya que en muchos casos no está valorado o al hacerse de manera voluntaria no se percibe como un trabajo productivo, sino como algo que “es así, ley de vida”. Lo que no es productivo, el tiempo que se dedica a cuidar no cuenta. Hemos asumido que las cosas son como vienen y tenemos poco espíritu crítico para cambiarlas. A su vez, las personas más perjudicadas, personas con discapacidad o las mismas cuidadoras tienen poco margen para unirse y plantear sus reivindicaciones.