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No hay cura para el amor

Esta semana he releído Némesis, el último libro de Philip Roth. Al final del libro, hay un diálogo entre dos retrones. Décaada atrás fueron profesor y alumno y ambos enfermaron de polio. Ahora, tras años sin verse, muestran puntos de vista muy diferentes sobre el amor y la vida.

El más joven, el narrador, dice de su antiguo maestro:

En general, le rodeaba un halo de fracaso indeleble mientras hablaba de todo lo que había silenciado durante años, de un hombre no solo físicamente lisiado por la polio sino también desmoralizado por una vergüenza perenne. La enfermedad no le había conducido a triunfo alguno sino a la derrota. La parálisis y todas sus secuelas habían dañado irremediablemente la seguridad en sí mismo y su virilidad, y se había retirado por completo de esa faceta de la vida. Se consideraba asexuado, una especie de cartucho de fogueo.

Cuando le dije que tenía esposa y dos hijos, replicó que él nunca se había atrevido a salir con ninguna mujer, y no digamos casarse, una vez se había quedado paralítico. Jamás hubiera podido mostrar su brazo y su pierna atrofiados a nadie aparte de su médico.

El profesor enfermó pocos días después de prometerse con su novia. Pero la boda nunca se llevó a cabo:

Le debía su libertad y se la di. No quería que la chica se sintiera obligada a permanecer a mi lado. Ella no se había enamorado de un lisiado, y no debía estar atada a él.

El alumno replica:

¿No debía ser ella quien lo decidiera? A veces un hombre lisiado le resulta muy atractivo a cierto tipo de mujer. Lo sé por experiencia.

Pero no. El retrón mayor cuenta tras enfermar no quiso ver a su novia, rechazó sus llamadas una y otra vez. Finalmente, aceptó verla sólo para dejarle claro que no tenían futuro juntos:

Cásate con un hombre que no esté lisiado, que sea fuerte, que esté en forma, que tenga todo lo que necesita un futuro padre. Podrías casarte con quien fuera, un abogado, un médico, alguien tan inteligente y culto como tú. Eso es lo que tú y tu familia os merecéis, y eso es lo que debéis tener.

La chica quiere casarse con él, con o sin polio:

¡Jamás he conocido a nadie que encuentre tanto consuelo castigándose como tú! ¡Crees tener el cuerpo deformado, pero lo que realmente se te ha deformado es la mente!

Y el tipo, erre que erre, piensa:

La mayoría de las mujeres estarían encantadas de que un lisiado se retirara voluntariamente de su vida. Llegaría un día, y no estaba muy lejano, en que le estaría agradecida por haberla rechazado de una manera tan implacable, en que ella reconocería hasta qué punto, al haber desaparecido de su vida, él había contribuido a mejorarla.

El joven lleva su enfermedad de modo muy diferente. Recuerda que su infancia fue dura:

Durante años yací en la cama de noche hablándoles a mis extremidades, susurrándoles «¡Moveos, moveos!». Me salté un curso de la escuela primaria, y al volver había perdido mi clase y a mis compañeros. Y en la escuela secundaria recibí algunos golpes duros. Las chicas me tenían lástima, y los chicos me evitaban. Siempre estaba sentado fuera del terreno de juego, triste. La adolescencia resulta penosa cuando has de permanecer al margen.

Pero después las cosas cambiaron:

En el último curso de la universidad conocí a mi mujer. Y lentamente la polio dejó de ser el único drama, y me cansé de despotricar contra mi destino. Mi mujer es una tierna y divertida compañera desde hace dieciocho años. Es muy importante para mí. Y cuando tienes hijos, empiezas a olvidarte de las cartas que te han tocado.

Como decía Teresa Perales en una entrevista a este blog: “Si tú te ofreces sin pensar en la discapacidad ellos dejan de pensar también en eso”.

Esta semana he releído Némesis, el último libro de Philip Roth. Al final del libro, hay un diálogo entre dos retrones. Décaada atrás fueron profesor y alumno y ambos enfermaron de polio. Ahora, tras años sin verse, muestran puntos de vista muy diferentes sobre el amor y la vida.

El más joven, el narrador, dice de su antiguo maestro: