Padre nuestro que estás en los cielos
con las sillas de ruedas y las muletas
quiero que vuelvas antes de que olvides
cómo se vive siendo retrón.
Padre nuestro que estás en el exilio
casi nunca te acuerdas de los míos
de todos modos dondequiera que estés
santificado sea tu nombre;
no quienes santifican en tu nombre
cerrando un ojo para no ver las uñas
sucias de la miseria.
En diciembre de dos mil trece
venga a nos el tu reino
porque tu reino también está aquí abajo:
metido en la soledad y en el miedo
en las humillaciones y el olvido
en la desilusión y en el hastío.
Cuando hablaste del rico,
la aguja y el camello
y te votamos todos
por unanimidad para la Gloria,
también alzó su mano el paralítico, el sordo, el ciego...
que te respetaba pero se resistía
a pensar hágase tu voluntad.
Siempre estaré más seguro
de la tierra que pisan mis ruedas
que del cielo intratable que me todavía hoy me ignora.
Pero quién sabe
no voy a decidir
que tu poder se haga o se deshaga.
Tu voluntad igual se está haciendo
en las ortopedias que nos cobran por adelantado
en el ministro que nos desprecia
en los arquitectos que nos olvidan
en las organizaciones que nos utilizan
y
en cada mano que se convierte en puño
en cada grito de rebeldía,
cada manifestación,
cada voto.
Claro, no estoy seguro si me gusta el estilo
que tu voluntad elige para hacerse.
Lo digo con irreverencia y gratitud
dos emblemas que pronto serán la misma cosa.
Lo digo sobre todo pensando en el escaso dinero de la dependencia
ayer nos lo negaste:
dánosle hoy.
Y ya que nos queda pocas esperanzas y deudas
perdónanos si puedes nuestras deudas;
pero no nos perdones la esperanza.
La esperanza de un futuro mejor,
la esperanza de dignidad,
de justicia
de igualdad.
No nos perdones nunca nuestros créditos.
A más tardar mañana
saldremos a cobrar a los gobiernos
a los marginadores
a los que nos condenan a soledad y exclusión
a los que nos quieren encerrar de nuevo en nuestras casas
a los que quieren obligarnos a existir
a los que creen que nuestro sufrimiento es tu voluntad.
Poco importa que nuestros acreedores perdonen
así como nosotros una vez por error
perdonamos a nuestros deudores.
Todavía nos deben
siglos de asesinatos
kilómetros de burlas
toneladas de humillaciones
No nos dejes caer en la tentación
de olvidar o vender este pasado
o arrendar una sola hectárea de su olvido.
Ahora que es la hora de saber quiénes somos
y llenaremos las calles juntos
valientes,
con la cabeza alta
para que otros agachen la suya.
Arráncanos del alma el último resquicio de miedo
y líbranos de todo mal de conciencia.
Amén.
Este texto es una versión del Padrenuestro Latinoamericano escrito por Mario Benedetti. Lo conocí a través de la cantante Nacha Guevara. Aquí dejo otra versión, interpretada por el dramaturgo Héctor Quintero en la Plaza de la Revolución de La Habana.Padrenuestro Latinoamericano