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Supercascao y la responsabilidad personal

Unas semanas atrás, escribí un artículo que levantó algunas ampollas.

Resulta que una señora de Utah, cuyas piernas funcionan perfectamente, lleva deseando desde su más tierna infancia que se las paralicen o se las corten. Parece que algo similar le ocurre a otros humanos y, dado que el patrón es palpable, se ha convenido desde ciertas instancias (desconozco en rigor desde cuáles) en declarar tal situación mental como un síndrome y bautizarla: “desorden de identidad de la integridad corporal”, o BIID por sus siglas en inglés.

En mi artículo, yo me preguntaba si es obvio que esto es una enfermedad mental simplemente porque quien supuestamente la padece así lo afirme, o incluso porque un psicólogo (uno sí, pero quizás otro no) así lo diagnostique. Si bien dejaba la puerta abierta a las dos posibles respuestas, es cierto que mi tono era un poco burlón, y eso parece que molestó a más de uno.

Nunca le he hecho mucho caso a la policía del humor, o a la de las formas, pero lo cierto es que el fondo del asunto me dejó pensando. Por eso, días más tarde, sometí a una psicóloga profesional amiga de mi madre a un interrogatorio en toda regla. Hablando con ella, maticé mi posición y entendí cuál era el punto que realmente me mosqueaba de todo el asunto:

En ningún momento me pasó por la cabeza que alguien que quiere que le corten una pierna porque “su alma no se extiende a ella” no esté experimentando algo muy real y muy doloroso. Podría ser que lo esté fingiendo para llamar la atención, pero lo veo sumamente improbable. Habiendo leído testimonios mucho más extensos que la breve noticia sobre esta señora, me parece obvio que hay gente a la que esto le ocurre del modo más real que podemos imaginar, y que sufren mucho por ello.

No obstante, algo que me confirmó la psicóloga añade un parámetro importante y nos puede hacer un click en el cerebro como me lo hizo a mí: Le pregunté si el hecho de ponerle nombre a lo que le pasa en la cabeza a un paciente es bueno, malo, o neutral. Me contestó que ella nunca le dice a un paciente “tienes el síndrome X”, porque eso lo desresponsabiliza.

Ésa es la clave.

A diferencia de nuestros huesos, o nuestro ADN, el cerebro es un órgano sumamente plástico y, por ello, tenemos muchas más herramientas para auto-mejorarnos si tenemos un problema mental que si tenemos uno físico. Obviamente, lo innato y lo ambiental son fuerzas poderosas en la configuración de la mente, pero sería no sólo falso sino además irresponsable negar que nuestra propia injerencia sobre nuestros propios pensamientos tiene también mucho que decir.

Así, dependiendo de la intensidad de la dolencia y de nuestra habilidad como auto-psicólogos, en casos más leves o incluso no tan leves, podemos curarnos (o disminuirnos) un cierto síndrome.

O no hacerlo.

Es un error generalizar, pero, ciertamente, en algunos casos, parte de la responsabilidad por la aparición, desarrollo y crecimiento de nuestro “síndrome X” puede ser atribuida a los genes, parte a la sociedad, parte a nuestros padres, pero también una parte de la responsabilidad es nuestra.

Ésta era la mosca que tenía detrás de la oreja, y por eso mencionaba al final del artículo a un hombre que perdió su brazo izquierdo y que se dedica a diseñarse prótesis eléctricas con las piezas que sobran en la ortopedia de su tío. Como ejemplo de uso de la responsabilidad personal para mejorar la situación que uno vive, en vez de empeorarla.

No digo que la señora de Utah no haya hecho todo lo que personalmente ha podido para auto-curarse su síndrome. Pero tampoco digo que sí lo haya hecho.

Simplemente pienso que es algo que vale la pena (y cabe) preguntarse.

En un mundo tan complejo, tan aleatorio y a veces tan hostil, es bueno recordar todos los días que, aunque hay miles de cosas que escapan a nuestro control, hay algunas que sí podemos moldear con nuestra voluntad. No parece muy inteligente no sacar el máximo provecho de las mismas.

Y para que veáis que no tengo nada especial contra las enfermedades mentales, permitidme introducir a un personaje que inventé hace tiempo para ilustrar cómo muchos retrones físicos empeoran su propia situación al no tomar las riendas de su vida, al preocuparse por tonterías, en definitiva, al no descubrir, ejercitar y aplicar su responsabilidad en aquellos ámbitos en los que tienen control. Por pocos que sean.

--- OOO ---

Supercascao, como todos los superhéroes, no es un personaje real. Es hipotético. O, en el caso de Supercascao, hipopatético. Supercascao es la abstracción de todas aquellas tonterías y malas decisiones que toman los cascaos muchas veces, y que aumentan su cascadez innecesariamente.Supercascao

Como si ya no tuviera suficiente con ser cascao, Supercascao ha elegido la silla eléctrica más lenta que había en la ortopedia porque le gustaba el color. Ahora le cuesta el doble llegar a los sitios y en invierno llega helado. En vez de quitar las rueditas antivuelco, Supercascao las ha dejado por seguridad, y ahora no puede entrar a ningún bar que tenga un bordillo de más de 15cm. Supercascao va sin atar en la silla, porque el cinturón le molestaba. Por eso, tiene que ir a paso de abuelo por la calle, y lo tienen que sujetar de un hombro cuando baja una rampa. Si no, se cae y se rompe los dientes. Supercascao, los días que se levanta bien, puede sin esfuerzo con un vaso medio lleno de agua. Pero se ha comprado un jersey de cuello alto chulísimo que pesa como un cojón de toro y no le deja mover los brazos, así que, cuando va guapísimo con el jersey, le tienen que dar de beber. Supercascao ha estudiado un módulo superior de electricidad, y ahora no puede ejercer, claro. Es que no llega a los enchufes.las rueditas antivuelco

El resultado de todas estas particulares (es decir, estúpidas) decisiones es que Supercascao se ha convertido en el más cascao de todos los cascaos. Tiene un porcentaje de minusvalía del 200%, y los demás cascaos lo llaman “el cascao”. En vez de superpoderes, tiene superimpotencias. El mundo entero está hecho de kriptonita para él. Pero Supercascao no se pone el disfraz en una cabina telefónica... imaginaos el follón.

No se sabe si Supercascao alguna vez ha evitado un crimen o ha ayudado a alguien. La esperanza de su creador es que Supercascao ayude a la gente simplemente existiendo (poco más puede hacer el pobre)... Quizás algún cascao se sienta identificado, u ofendido, con las andanzas... perdón, rodanzas... de Supercascao, y eso le ayude a pensar y tomar mejores decisiones en su vida. Y no olvidemos tampoco a los bípedos. Alguno hay que se está ganando a pulso la tarjeta de minusvalía a base de comportarse como Supercascao. El nuevo superhéroe quizás los inspire también a ellos con su absurdo antiejemplo.

Unas semanas atrás, escribí un artículo que levantó algunas ampollas.

Resulta que una señora de Utah, cuyas piernas funcionan perfectamente, lleva deseando desde su más tierna infancia que se las paralicen o se las corten. Parece que algo similar le ocurre a otros humanos y, dado que el patrón es palpable, se ha convenido desde ciertas instancias (desconozco en rigor desde cuáles) en declarar tal situación mental como un síndrome y bautizarla: “desorden de identidad de la integridad corporal”, o BIID por sus siglas en inglés.