Si estoy aquiÌ delante de mi ordenador es porque considero que ya es hora de que las personas con enfermedad mental seamos tratadas con dignidad y con mi testimonio quiero demostrar que, a pesar de las dificultades que he podido tener que afrontar, las mayores barreras han sido aquellas construidas a base de la incomprensioÌn y la ignorancia de la gente.
Desde mi maÌs tierna infancia, supe lo que era ser diferente. Con cuatro años me diagnosticaron epilepsia infantil y, aunque puedo afirmar que tuve una infancia realmente feliz, en numerosas ocasiones me sentiÌ un bicho raro. NinguÌn niño de mi edad iba al comedor con mi arsenal de pastillas y por eso evitaba tomar mi medicacioÌn delante de otros niños. A pesar de lo que pueda pensar la gente, nunca fui una niña conflictiva. Era excesivamente responsable y muy trabajadora.
Con 16 años, pareciÌa que mi sueño de ser una joven normal se veriÌa hecho realidad. Tras muchos años estable sin ninguÌn tipo de crisis el neuroÌlogo dio por finalizada la retirada de la medicacioÌn. A los ojos de mi familia mi vida era perfecta. Su “pequeña”, por fin, estaba sana, teniÌa unas notas excelentes y contaba con buenas amigas. Lo que no podiÌan imaginar es que de la noche a la mañana un manto de oscuridad cubririÌa mi vida. EmpeceÌ sintieÌndome atrapada por un enorme vaciÌo y el dragoÌn de la depresioÌn se apoderoÌ de mi vida tejiendo enormes pesadillas. Durante meses, oculteÌ a mi familia todos esos sentimientos. A sus ojos yo seguiÌa siendo la hija perfecta, o eso creiÌa. Pero llegoÌ un momento en que la situacioÌn se hizo insostenible y supe que teniÌa que pedir ayuda.
Mis padres desorientados fueron a una psicoÌloga que tras verme determinoÌ que eran “cosas de la edad”. La falta de diagnoÌstico me precipitoÌ a un laberinto emocional sinsentido. Noches enteras sin dormir, escribiendo de manera compulsiva un raudal de sentimientos descontrolados. Esta situacioÌn hizo que mis padres se vieran obligados a ingresarme en el Sanatorito Esquerdo, un auteÌntico manicomio de los de antes. No voy a recrearme dando detalles, solo direÌ que si sigo viva es gracias a mis padres que, bajo su responsabilidad, me sacaron de alliÌ. Aunque esa experiencia marcariÌa un antes y un despueÌs en mi vida porque saliÌ sin andar y con muÌltiples secuelas que a base de esfuerzo y rehabilitacioÌn pude superar. Por cierto, dicha situacioÌn la denunciamos y ganamos el juicio; pero esa es otra historia.
Cuando logreÌ recuperarme psicoloÌgicamente y ya mi vida no corriÌa peligro,los meÌdicos pensaron que mis circunstancias podiÌan ser desencadenante de una nueva crisis depresiva, pero para miÌ esa situacioÌn supuso el impulso necesario para luchar y me jureÌ que conseguiriÌa volver a andar, a pesar de que los especialistas no sabiÌan si esto seriÌa una realidad. Estuve un año de rehabilitacioÌn en casa, y cinco maÌs en cliÌnicas de rehabilitacioÌn.
Tras ese duro año, sin poder moverme decidiÌ partir de cero y para ello me cambieÌ de instituto no queriÌa saber nada del sitio donde las nubes cubrieron mi cielo. QueriÌa caminar hacia delante y con paso firme. El diagnoÌstico: trastorno bipolar, para miÌ no fue un trauma. De hecho, viviÌ el proceso con mayor naturalidad que mi antigua enfermedad. La verdad, en ese aspecto tengo mucho que agradecer a mis padres ellos siempre me trataron con normalidad y nunca ocultaron a nadie mi situacioÌn, consiguiendo superar el curso con matriÌcula de honor.
Mi vida en la universidad transcurrioÌ con toda normalidad, hice buenas amistades, conociÌ al que es mi novio, al cual no le importoÌ la etiqueta. Supongo que la divina ignorancia ahiÌ jugoÌ a mi favor y ya cuando quiso darse cuenta nos habiÌamos hecho inseparables. TeniÌa todo lo que podiÌa necesitar para sentirme una persona normal.
Pero la etiqueta de enfermo mental es una losa que va erosionando lentamente la personalidad y la seguridad en uno mismo. Con los años, fui siendo consciente de que la imagen que la sociedad proyectaba de los enfermos mentales distaba mucho de la realidad. ComenceÌ a ser maÌs cauta a la hora de hablar de mi enfermedad y, por mi bien, decidiÌ que no debiÌa ser tan sincera al hablar de mi problema. A pesar de que, seguÌn me explicaron, lo miÌo era como una diabetes y teniÌa que limitarme a llevar una vida saludable, tomar mi medicacioÌn y hacer mis revisiones perioÌdicas. Pero la realidad no era asiÌ, una recomendacioÌn que recibiÌ cuando comenzaba a buscar trabajo: “Mejor no digas nada a nadie en tu entorno laboral”, supuso para miÌ un jarro de agua friÌa. ¿Pero en queÌ mundo vivimos? Nadie le diriÌa a un diabeÌtico que oculte su enfermedad. ¿Acaso somos apestados?
Con el tiempo, supe canalizar la rabia que sentiÌa ante el muro de incomprensioÌn que la sociedad habiÌa construido en torno a nosotros y me dispuse a demostrar que tener un trastorno bipolar no era impedimento para llevar una vida normal. Tras acabar mis estudios, comenceÌ buscando trabajo en empresas ordinarias, eso siÌ, ocultando siempre mi discapacidad. Como la crisis no facilitaba la buÌsqueda opteÌ por el empleo protegido. Y cual fue mi sorpresa que, desde los propios centros especiales, mi diagnoÌstico pareciÌa un obstaÌculo para presentarme a muchas de sus ofertas de trabajo.
DespueÌs de mucho buscar, conseguiÌ un empleo en una empresa ordinaria con mi certificado, aunque tuve que aguantar que tras entregar mi tarjeta, donde pone: fiÌsica y psiÌquica, ya con el contrato firmado, me preguntasen si me habiÌan despedido del anterior trabajo, a lo que les contesteÌ con una sonrisa: “No, se me acaboÌ el contrato, ¿alguÌn problema?”.
Los primeros meses fueron duros para miÌ, sentiÌ cierto rechazo por parte de algunos compañeros, pero decidiÌ no dejarme llevar por mis sentimientos y centrarme en todo lo que me motivaba del entorno laboral. A pesar de no contar con las condiciones idoÌneas para trabajar, no me facilitaron una silla adecuada para mi escoliosis, teniÌamos que hacer noches; y, a pesar de que sabiÌan cual era mi problema, no me permitieron renunciar a hacerlas. Me mantuve firme y estuve trabajando dos años y medio sin tener que pedir una sola baja.
Pero mi mala pata, y nunca mejor dicho, me llevoÌ a tropezar y me rompiÌ un hueso y me vi obligada a pedir la baja que tantas veces habiÌa esquivado. Fue, en ese momento, cuando la empresa rompioÌ el contrato con nuestro principal cliente y paseÌ a formar parte de la lista negra de nominados y expulsados. Si algo puedo reconocer es que no se me despidioÌ porque no fuera capaz de desempeñar mis funciones, un miedo que me acechaba desde antes de empezar a trabajar, fue una decisioÌn de la empresa ante una situacioÌn de “crisis”, ya que mi coordinador, en cuanto supo de mi despido, me llamoÌ aseguraÌndome de que eÌl no estaba informado y que desde luego estaba muy satisfecho con mi trabajo.
Por aquel entonces ya andaba metida en Podemos, quise incorporarme a colaborar en comunicacioÌn, pero como persona con diversidad funcional, cuando supe de la existencia del CiÌrculo de Discapacidad, penseÌ que podiÌa ser maÌs uÌtil ahiÌ. ComenceÌ colaborando como redactora y en agosto del 2014, aprovechando mi baja, decidiÌ entrar a participar en el equipo de accesibilidad para la asamblea de Vista Alegre y asiÌ pude evitar pensar en mi situacioÌn. Colaborando con el proyecto manteniÌa mi mente alejada de los fantasmas del pasado porque esta rotura podiÌa conllevar ciertas complicaciones porque, tras el ingreso, perdiÌ sensibilidad en ambos pies y este incidente me obligaba no solo a tener que mantener reposo sino a reeducar mi pisada.
El caso es que hicimos un excelente trabajo en materia de accesibilidad, personalmente, no teniÌa muy claro si queriÌa continuar con esto de la poliÌtica porque era imprescindible para miÌ encontrar un trabajo y reconducir mi vida laboral. Pero entonces paseÌ a colaborar como asistente del consejero encargado de llevar el AÌrea de Accesibilidad/Diversidad Funcional y me sumergiÌ un proceso apasionante de elaboracioÌn de programa. El camino no fue faÌcil porque no todo el mundo entiende lo que supone ser diferente al resto.
Desde el aÌrea, peleamos con uñas y dientes para que se incluyeran en el programa de manera trasversal todas nuestras propuestas y cuando llegoÌ el momento de elegir candidatos para la lista el entonces consejero del aÌrea apostoÌ por miÌ. En ese momento, no penseÌ lo que esto suponiÌa. Simplemente, me di cuenta de que era la oportunidad perfecta para defender nuestro trabajo y aprovechar para luchar contra el estigma haciendo puÌblica mi circunstancia. SabiÌa que no entrariÌa porque mi puesto era maÌs bien de relleno, nuÌmero 38, pero el paso que daba para miÌ no teniÌa precio. Pude aprovechar para difundir otra imagen de lo que es la enfermedad mental de un modo natural y sin complejos.
Actualmente, continuÌo mi labor como activista poliÌtica desde el CiÌrculo de Discapacidad con el fin de defender nuestros derechos. Unos compañeros y yo hemos creado el CiÌrculo de Discapacidad de la Comunidad de Madrid y juntos trabajamos para que el empoderamiento ciudadano se produzca en igualdad de condiciones. Porque no se pueden hacer poliÌticas sobre nosotros si se desconoce nuestra realidad y es fundamental que consigamos estar presentes en las instituciones como cualquiera.
Con mi testimonio si algo pretendo es conseguir normalizar la situacioÌn de las personas con enfermedad mental y que la sociedad se deÌ cuenta de que no somos individuos peligrosos que deban ser apartados del sistema. ¡Nosotros tambieÌn Podemos!