Sara Rojas

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La rotura de la balsa de residuos de la mina de Aznalcóllar hace ahora 25 años provocó una catástrofe ecológica sin precedentes que “enterró en vida” a todo un pueblo. Un cuarto de siglo después, los vecinos que siguen viviendo en este municipio sevillano aseguran que Aznalcóllar “no ha levantado cabeza desde entonces”. En parte, porque muchos de ellos se marcharon (el censo bajó de 6.270 habitantes a los 6.083 actuales) y otros tantos sufrieron la depresión económica que “se apoderó” del pueblo tras el incidente. Con el afán de revertir esta situación, el alcalde, Juan José Fernández (Izquierda Unida), se ha desvivido durante dos legislaturas por “preparar” al pueblo de cara al futuro “que se va a venir” y que conecta con su pasado minero: la reapertura inminente del yacimiento a cargo de Minera Los Frailes.

Entretanto, los aznalcolleros “sobreviven” como pueden con la mirada (y la esperanza) puesta en el sector que promete resucitar la economía local gracias a los 2.000 puestos de trabajo asociados a la construcción de la mina los primeros tres años. “La gente lo que quiere es mina”, dice Antonio Santos (alias el Mulato) mientras se termina el desayuno en el descanso de su jornada laboral. Este vecino fue uno de los mineros que trabajó en la época de Boliden (la multinacional sueca responsable de la riada tóxica) y en la actualidad, tiene una empresa de movimiento de tierras y de servicios para la minería. Lo acompañan en la mesa otros tres profesionales de la industria minera que corroboran su opinión, añadiendo: “Es la que da vida al pueblo”.

Son palabras de María, una de las trabajadoras de la empresa de Antonio que asevera con tristeza que Aznalcóllar, tras el cese de la actividad extractiva, se convirtió en “un pueblo fantasma” y todavía “no se ha recuperado”. “Aquí todo el mundo se acuerda de la mina”, continúa esta hija de padre minero. Ignacio Sánchez, que viene de Huelva y pertenece a la compañía Insersa (Ingeniería de Suelos y Explotación de Recursos), entiende que los vecinos estén “deseando” que se vuelva a abrir, pues defiende el extractivismo como sinónimo de “boom económico”.

De hecho, augura que el auge que está experimentando este sector en Andalucía “aún no ha llegado a la cresta de la ola”. Tanto es así, que Jim Royall, natural de Inglaterra que lleva tres años trabajando en Aznalcóllar como vicepresidente de exploración de Pan Global Resources (una especie de “Indiana Jones” en busca de yacimientos con potencial de ser explotados), coincide en que “Huelva y Sevilla tienen la posibilidad de ser líderes a nivel mundial” en extracción de metales como el cobre.

La “cadena” del desastre

Cerca de este grupo, apoyado en la barra, Joaquín García rememora con la nitidez de una fotografía digital la madrugada del 25 de abril de 1998. Fue uno de los mecánicos que se encontraba reparando la avería de la balsa minutos antes de que estallara. “Estábamos escuchando la fuga y le dije a mis compañeros: vámonos, vámonos que nos coge”, cuenta el que se introduce como “exminero”. Hoy Joaquín se mantiene incrédulo ante la confianza de sus colegas en la puesta en marcha del nuevo proyecto minero. “Si se quisiera abrir, se abriría, pero no lo hacen porque hay muchos intereses políticos”, opina. Y aunque se declara partidario de que se retome la actividad en la corta con vistas a “darle vida al pueblo”, advierte de que buena parte de los ansiados puestos van a recaer en trabajadores “de fuera”, porque en Aznalcóllar “no hay gente especializada”.

Precisamente, la ausencia de “forasteros” –que trabajaban en la mina y abandonaron el pueblo cuando Boliden hizo lo propio– se ha dejado notar especialmente en los comercios de la zona. “La vida de antes no tiene nada que ver con la de ahora”, lamenta María Dolores al otro lado del mostrador de la panadería en la que es dependienta, con el sentimiento de añoranza que impregna a todo el pueblo. Si bien ella no proviene de familia minera, quiere que se retome la actividad extractiva por el empleo, en la línea de lo que expresan la mayoría de los aznalcolleros. Sin embargo, una de las clientas que se encuentra en esos momentos en la tienda se confiesa disidente entre susurros. “Yo no quiero que la abran”, y rehúye borrando el rastro de una discrepancia que ha mostrado tan solo unos segundos.

En su lugar, entra Amparo Pérez y dice sin reparos que “la mina es el timón del pueblo”. De ahí que, tras el vertido tóxico, el pueblo se encallase durante décadas. “Esto es una cadena, han ido cayendo unos tras otros”, continúa esta señora que representa a otros vecinos que han tenido que buscar el sustento en los alrededores o acudiendo al trabajo del campo. Así lo atestigua el autobús que llega a Aznalcóllar a las 15.00 horas y del que se apean multitud de jornaleros del pueblo que regresan de recoger frutos rojos en Huelva.

Este servicio lo instaló el Ayuntamiento aznalcollero con la intención de facilitar a los ciudadanos la posibilidad de obtener un empleo sin tener que mudarse. No obstante, su primer edil lamenta que los vecinos se tengan que desplazar a otros cultivos “teniendo tierras y agua aquí” que son “la mejor mina que podíamos tener en Aznalcóllar”, si las instituciones autorizaran el cambio de secano a regadío que lleva años demandando. “Nos roban el agua y no nos dejan regar teniendo el pantano del Agrio a 200 metros porque hay una colonia de avutardas que se apozan”, recrimina Juan José Fernández convencido de que “podríamos estar viviendo hoy de la agricultura” como el resto de la comarca.

¿Un pueblo minero?

Otros establecimientos, como los bares, también reconocen que Aznalcóllar, un cuarto de siglo después, “no se le parece en nada” a lo que ha sido. Lo dice Ginés, cocinero de la tasca El Capricho desde hace 28 años: “Hoy es un pueblo muy tranquilo”. También él apela a una comparación que es recurrente escuchar entre los habitantes: Aznalcóllar fue lo que es hoy Gerena en términos económicos, aludiendo al crecimiento que ha experimentado la localidad vecina a raíz de la implantación de la mina Cobre las Cruces. Respecto a la reapertura por parte de Los Frailes, se declara escéptico, pues “llevan muchos años vendiendo la moto” a las puertas de unas elecciones, arguye. Y, a continuación, comparte la disyuntiva en la que se debate a nivel interno: desde el punto de vista de su negocio, encuentra favorable la puesta en marcha del proyecto minero, pero en lo relativo a la cuestión ambiental, reconoce que “preferiría que hubiese otro motor económico”.

“Como yo, hay muy pocos en el pueblo”, afirma. En línea similar, Juan Antonio Figueras se define como uno de los especímenes “raros” del municipio por cuestionar los beneficios que el grueso de la población tiene asumidos con respecto a la mina. Por un lado, matiza la idea extendida de que Aznalcóllar es un “pueblo minero de toda la vida”. “Es cierto que minería ha habido siempre, pero la primera actividad del pueblo hasta los años 70 del siglo pasado ha sido la ganadería y, sobre todo, la agricultura”, explica. A partir de esa década, “la gente se vuelca en la minería” y se convierte, ya sí, en una localidad que empieza a “depender” del sector extractivo. 

Entonces, Aznalcóllar se transforma “en todos los aspectos” (social, ambiental, económico): los vecinos pasan a ser “mano de obra básica –que no cualificada– para la mina” y, aun así, comienzan a apercibir notables mejorías en las condiciones salariales. Ello contribuye a que se empiece a consolidar “el cambio de mentalidad” que Juan Antonio considera una “condena” para el pueblo. Porque aunque “miseria no hay” (las cifras de desempleo rondan el 20%, “en la media de los pueblos de Andalucía”, según el alcalde), este vecino se compadece de que “mata la iniciativa de emprender y la posibilidad de diversificar la economía”

Lo cual, bajo la óptica de un ciudadano que se declara comprometido con la causa medioambiental, se explica porque “las minas son una colonización de una empresa extranjera que crea en el territorio una necesidad de la que ya no tienes vuelta atrás y eso es lo que ha pasado en Aznalcóllar: mientras hay mina, el pueblo tiene un boom económico, cuando desaparece, el pueblo se hunde económica y culturalmente, cae en un pozo y en una espiral de dependencia que impide que siga una línea ascendente de progreso como ocurre con otros lugares”. En conversación con este periódico, el alcalde describe la etapa posterior al accidente de “decadencia”, precisamente “por no haber hecho los deberes antes”. “Comíamos del único sustento que tenemos y la mejor riqueza que era la mina”, declara mientras confía el devenir y la prosperidad de su pueblo a la reactivación de la corta.

Consecuencia positiva

La doble perspectiva a la que alude Ginés es la que ha vertebrado el plan de recuperación de Aznalcóllar que se activó después del accidente con objeto de amortiguar su impacto. En el apartado económico, la Junta de Andalucía configuró como pilar estratégico para el rescate de la zona la creación del “primer parque industrial orientado fundamentalmente a actividades medioambientales”, el llamado PAMA (Parque de Actividades Medioambientales de Andalucía). A pesar de que todavía se le puede sacar mayor rendimiento, como reconoce el regidor aznalcollero apelando a un porcentaje considerable de terrenos todavía “vírgenes” en el polígono, varios vecinos lo señalan como indicio de recuperación. En la actualidad, según datos del alcalde, hay alrededor de una treintena de empresas instaladas en el PAMA que “suman un montante de 400 empleados”, de los cuales, la cifra relativa a trabajadores que pertenecen al pueblo ha crecido en los últimos años del 20 al 40%.

Más allá de la economía, el otro gran damnificado por el macrovertido minero fue el medioambiente. La “balsa monstruosa” que estalló hace 25 años regó con millones de metales pesados y otros elementos traza 4.600 hectáreas de estas tierras que son la puerta de entrada a Sierra Morena. Inmediatamente, se activaron las labores de control y limpieza, centrando los esfuerzos en evitar que el magma tóxico que avanzaba por el cauce del río Guadiamar, una de las arterias principales del Parque Nacional de Doñana, alcanzara a “la joya de la corona”, como la define Paula Madejón, investigadora del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CISC).

“Fue una tarea impresionante”, recuerda ahora esta científica que ha estado trabajando en la zona hasta que se cumplieron 20 años del accidente. Madejón considera que las medidas que se llevaron a cabo en aquel momento “fueron las únicas viables que cabía tomar desde el punto de vista científico”. Se retiró el lodo en la medida de lo posible, así como una capa del suelo, se mejoraron las condiciones del mismo fertilizando con enmiendas para mejorar su nivel de PH y la materia orgánica presente, y, finalmente, se cubrió con especies nativas de vegetación, típicas de bosque mediterráneo (encima, algarrobo, lentisco) y de ribera (chopos, fresnos, arbustos, etc.). Tareas que han derivado hoy en conformar el Corredor Verde del Guadiamar, que forma parte de la Red de Espacios Naturales Protegidos de Andalucía.

Un “enfermo crónico” pero estable

Teniendo en cuenta la magnitud del desastre, la científica diagnostica ahora que este espacio natural protegido goza de “muy buena” salud. “Cumple su función de corredor ecológico, van apareciendo mamíferos pequeños, la vegetación en general está bien”. De manera que se ofrece a los visitantes como “una zona recreativa muy agradable en la que se puede pasear, montar en bicicleta o a caballo”. No obstante, recalca que hay que entender el corredor del Guadiamar como “un enfermo crónico” que “tiene su patología, pero está estable”.

La “enfermedad” a la que alude metafóricamente esta investigadora del CSIC es el hecho de que “el suelo sigue contaminado”, pues, a diferencia de los compuestos orgánicos, “los metales pesados una vez que están en el suelo permanecen cientos de años y no se degradan”. Por lo que “el riesgo de toxicidad existe todavía”, en tanto que “lo único que se puede hacer es estabilizarlo y evitar que pasen a la cadena trófica”. Por eso, sin voluntad de alarmar, la científica incide en que el riesgo se puede evitar mientras “no se recolecte nada para consumo humano”. De hecho, carteles por todo el corredor recuerdan que está “prohibida la caza, la pesca y el pastoreo”. Aun así, Madejón insiste en que es importante concienciar a la población de que no se consuman caracoles ni se recolecten setas en la entorno del corredor, ya que “los metales siguen en el suelo”. Eso sí, “muy lejos de las concentraciones que había en sus inicios”, pero “todavía con valores por encima de los normales en suelo”.

La guinda al pastel

De ahí que lance una sugerencia a las administraciones: “Debería haber una monitorización en la zona cada cierto tiempo”. Junto a esta cuestión, señala como asuntos pendientes en el apartado medioambiental, el hecho de que haya “zonas en las que habría que volver a hacer algunas actuaciones”. Se refiere a unas parcelas en las que después de un cuarto de siglo sigue sin crecer vegetación. El mayor conocedor de estas “calveras” es Francisco Martín, investigador principal de un proyecto financiado por el Gobierno central y desarrollado entre la Universidad de Granada (UGR) y el CSIC, representado por Inmaculada García, homóloga de Martín en el proyecto.

Tal y como lo describe el científico y profesor, la restauración de la zona fue “modélica” y más del 95% del actual corredor “está bien restaurado”. “Falta ponerle la guinda al pastel”, añade para seguidamente explicar que ello implicaría culminar el plan de restauración reforestando las “calvas” que carecen de vegetación debido a la “contaminación residual” que persiste en determinados puntos del suelo. De acuerdo con la reciente investigación de este científico, son manchas diseminadas a lo largo del corredor, que coinciden con las zonas en las que pudo haber “una penetración inicial de más lodo”. Al estar rodeadas de “suelo bien restaurado”, “no hay riesgo inmediato de dispersión”.

En cualquier caso “están ahí” y “si las juntamos todas, estaremos hablando de unas 120 hectáreas”. Comparadas con el total de 4.6000 afectadas, podría parecer “una proporción muy pequeña”, pero “no es nada desdeñable”, según estima este profesor del departamento de Edafología y Química Agrícola de la UGR. A tenor de los resultados obtenidos recientemente en la investigación llevada a cabo en este “laboratorio natural”, las calvas podrían desaparecer en un periodo de dos años, si se aplican las técnicas con enmiendas de residuos orgánicos que se han diseñado por parte del citado equipo investigador. Actualmente, tal y como traslada Martín, se encuentran preparando un informe a modo de propuesta a fin de que la Junta de Andalucía emprenda esta labor que llevaría a consumar la restauración del entorno.

De minero a alcalde: “el antes y el después”

Por todo ello, Juan José Fernández reivindica que “Aznalcóllar no es solo el pueblo en el que se produjo el desastre”, en aras de poner en valor el potencial y los atractivos turísticos que alberga el “primer pueblo de Sierra Morena y la puerta a la Ruta de la Plata”. “Quien viene a descubrir Aznalcóllar por primera vez, vuelve”, apunta el alcalde, poniendo de manifiesto que impulsar el turismo ha sido una de las apuestas de su Consistorio por reactivar la economía frente a la “decadencia” que “se apoderó” del municipio durante años. “Tenemos un pantano precioso que es navegable, un sendero en el que se pueden hacer muchas actividades y ahora estamos trabajando para hacer una piscina fluvial dentro del río donde poderse bañar en una zona controlada por el Ayuntamiento”, avanza con entusiasmo.

Pero el proyecto que tiene realmente “ilusionado” a Juan José Fernández es la reapertura de la corta de Los Frailes. Antes de ser regidor, fue portavoz de los mineros afectados por el accidente de Boliden y cuando llegó al Gobierno municipal, “lo primero que hice fue ponerme en marcha para que no se apagase la llama de la reapertura de la mina”, confiesa. En estos momentos, la Junta está tramitando la autorización ambiental para que se puedan iniciar las operaciones, tal y como confirman fuentes de la Consejería de Sostenibilidad, Medio Ambiente y Economía Azul a elDiario.es Andalucía. Una vez concedida, la multinacional adjudicataria de la mina arrancará la regeneración ambiental de la zona “sustentada en un proyecto minero”, en palabras del alcalde, y lo hará coincidiendo con el 25 aniversario del incidente que marcó el destino de todo el pueblo.

“Eso significaría el antes y el después, no solo para Aznalcóllar, sino también para Sevilla, Andalucía y el mundo entero que tiene los ojos puestos en una mina a la que se le exige mucho en cuestión de autorización y se ha mirado todo al milímetro para que nada falle”, defiende quien lleva “20 años de lucha” en pro de los derechos de los mineros y tres huelgas de hambre en su historial. “Hablamos de una mina del siglo XXI que no lleva balsa como la que tenía Boliden, una mina que va a restaurar lo que otros dejaron, que va a dar más de 2.000 puestos de trabajo, de empleo estable y de calidad y duradero, más de 20 años que se prevé que va a durar el proyecto”, expone, hasta concluir con una afirmación: “La lotería ha tocado en Aznalcóllar”.

“Abriendo camino”

Este ha sido el horizonte con el que ha estado trabajando durante las dos legislaturas que lleva al frente de Aznalcóllar. Su objetivo, “preparar” al pueblo en términos urbanísticos y competitivos “para lo que va a venir”. De un lado, el Ayuntamiento ha aprobado el PGOU para llevar a cabo un plan de 388 viviendas que pueda hacer frente a la demanda que se prevé registrar con la puesta en funcionamiento de la mina. Asimismo, el regidor aznalcollero asegura que su municipio tiene ya garantizados “los servicios máximos que un ciudadano necesita para trabajar”, esto es, fibra óptica, óptimas comunicaciones (electrónicas y terrestres con un plan de mejora de carreteras), médico 24 horas, entre otros que esgrime con orgullo Fernández.

Por otra parte, el Gobierno local también ha invertido esfuerzos en formar a sus vecinos para que puedan tener un “futuro” en el pueblo. Algo que Tere, una madre de 40 años, ve crudo para los jóvenes que, como su hija de 21, se ven obligados a marcharse. Con todo, el primer edil dice sentirse “orgulloso” de haber “inculcado” en la juventud “la cultura de la formación”, brindándoles una oferta de programas y ciclos formativos enfocados “a poder competir en el mercado laboral presente y futuro”. Lo cual se resume en extractivismo o construcción.

Adrián Reyes, que está a punto de cumplir también el cuarto de siglo, es uno de los chavales que ha estudiado el curso ITC para trabajar en la minería. Ahora mismo trabaja en un centro logístico de una cadena de supermercados en Huévar que da trabajo a numerosos aznalcolleros como él y su padre, quien también fue minero de Boliden. A sus 19 años, Sergio se dedica a la construcción, pero no descarta formarse en el mismo sentido que Adrián. “Sería un pelotazo”, exclama el más joven imaginándose como minero.

En su despacho, junto a una imagen de la corta de Aznalcóllar y después de repasar toda una vida profesional y política vinculada a la mina, la conclusión a la que llega esta alcalde es que su pueblo, al fin, se está “abriendo camino”. Lo sabe porque los datos van arrojan resultados cada vez más favorables. Pero, al margen de las evidencias empíricas, el que fue portavoz de los mineros asegura que puede sentirlo y que los vecinos también: “Ya huelen el mineral”.