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ENTREVISTA
A sus 42 años, la malagueña Laura Baena ha aterrizado esta semana en Sevilla para el cierre de la gira 'Malasmadres OnTour La Hora de Cuidarse' tras su paso por Zaragoza y Madrid. Más de 400 asistentes a un divertido encuentro sobre la maternidad y el autocuidado dirigido por la fundadora del Club de Malasmadres, con quien charlamos junto al escenario de la imposible conciliación en la 'generación de la prisa', las presiones sociales y los efectos de la velocidad en la salud mental. “La mayoría de las mujeres de mi generación crecimos en una igualdad aparente. Nos creímos el espejismo de la igualdad, pero la maternidad disparó esa desigualdad y nos llevó otra vez a casa”, dice.
Se cumplen justo ahora diez años de las 'malasmadres'. ¿Cómo recuerda aquella primera vez?
Fue un 13 de noviembre de hace diez años cuando me desahogué por primera vez en Twitter. Recuerdo perfectamente, como si fuera ayer, que en ese momento trabajaba en publicidad como creativa y hacía otros proyectos por mi cuenta. Había tenido mi primera hija y estaba en un momento muy convulso porque la maternidad me había puesto contra la pared a nivel de una conciliación inexistente y estaba tambaleándose toda mi vida profesional y personal. Porque no hay una línea que separa esas vidas: si lo profesional está mal, lo personal está mal y viceversa.
¿De qué se dio cuenta en aquel momento vital?
Me di cuenta de que la maternidad era totalmente el techo de cristal en tu carrera profesional. En ese tiempo de lucha, de intentar sobrevivir y de intentar conciliar como podía durmiendo menos, comiendo menos y viviendo menos, sentí la necesidad de desahogarme, de decir me siento mala madre por no estar con mi hija criándola, cuidándola como yo creía que debía hacerlo o como en los estándares de la buena madre perfecta me habían educado. A la vez me sentía mala profesional porque no llegaba y se sobreentendía que tenía que seguir con el mismo nivel inhumano, porque en publicidad no hay horarios, y era una disposición total de tu tiempo y de tu vida por el trabajo. Tenía una niña que cuidar y no tenía familia en Madrid ni a mi pareja y aquello era un caos. Me sentía una mala madre y me lo tomé con humor, que para mí fue la terapia más barata jamás contada, porque en aquella época fue un desahogo preguntarme ¿no seré yo la única que se sienta mala madre de todas las madres de España?
¿Cómo fueron las primeras reacciones en las redes sociales?
Antes tenía un diario de mala madre en un blog personal e iba viendo cómo la gente se sentía identificada. Había como un sentimiento callado, silenciado, de mujeres de nuestra generación que habíamos sido madres y que nos habían engañado con la mentira de la madre perfecta y de la conciliación. Aquel 13 de noviembre puse @malasmadres, cogí una foto vintage porque me gustaba mucho el rollo de lo políticamente incorrecto mezclado con la sociedad americana de años 50 de la madre perfecta y la tarta de frambuesa y empecé el desahogo preguntando “¿por qué te canonizarán como malamadre?”. Y empezaron a salir del armario todas esas madres que buscaban en Twitter ese desahogo nocturno. Fue una identificación de que tu sentimiento individual conectaba con la necesidad social de que alguien dijera la verdad. Fue un desahogo, un sentir comunidad, un no sentirte sola, y explosionó.
¿Qué balance hace de estos diez años?
Creo que el movimiento social de malasmadres se ha hecho grande y ahora hay cosas que somos capaces de decir sin que sean tabú o nos sintamos tan mal. Es cierto que la culpa va a ser el eje fundacional de este club hasta que cambien generaciones porque nos sentimos muy culpables por romper con ese modelo tradicional de madre abnegada que sigue pesando en una sociedad patriarcal como la que vivimos, pero vamos viendo que vamos rompiendo y nos vamos sintiendo un poquito más libres. Creo que hay una maternidad un poco más libre, menos prejuiciosa de lo que haces, dejas de hacer o de lo que es ser la buena madre. Y a eso ayuda mucho el club, a cambiar ese modelo social de maternidad. Pero sigue habiendo unas estructuras sociales que se fijan muy fuerte y que además vienen acompañadas de una falta de políticas públicas, una falta de compromiso social y de muchas cosas que tienen que cambiar.
Si las mujeres no estamos en el mercado laboral, si las mujeres no ostentamos puestos de dirección, si no existen las cuotas y si no hay muchas políticas públicas que lleguen a buen puerto, es muy difícil avanzar
¿Y ha cambiado algo desde entonces?
Cuando renuncié por aquel entonces a mi carrera profesional, empecé a contar mi historia y me di cuenta de que realmente lo que nos unía a esa generación de madres era la falta de conciliación y que nadie había puesto en datos lo que realmente supone la maternidad y cómo es un gran obstáculo para todas las mujeres. Que hace que se dispare la brecha salarial, que seamos nosotras las que pidamos una reducción de jornada, la excedencia, y que el peso de los cuidados siga recayendo en las mujeres, pero a la vez la sociedad nos dice que tenemos que llegar a todo y que somos iguales. La maternidad te destapa a la generación nuestra y te dice que no existe la igualdad.
¿Qué momento cree que vive esa igualdad de la que tantos años se viene hablando?
La mayoría de las mujeres de mi generación crecimos en una igualdad aparente. Nos creímos el espejismo de la igualdad, pero la maternidad disparó esa desigualdad y nos llevó otra vez a casa. Y de repente las madres somos expulsadas del mercado laboral: seis de cada diez mujeres renunciamos a nuestra carrera profesional cuando llega la maternidad. Eso puso realmente la conciliación como la causa social del Club de Malasmadres. Llevamos ocho años luchando, hemos hecho siete investigaciones sociales, hemos hecho campañas de concienciación, hemos hecho mucho activismo político, hemos formado parte de la Mesa Asesora de los Cuidados del Ministerio de Igualdad, hemos estado en la Ley de Familias que hoy por desgracia está aparcada, hemos estado en la Estrategia de Conciliación de Andalucía, de Aragón,...
¿En qué ámbitos vienen trabajando las 'malasmadres'?
Hemos estado ahí trabajando por y para la conciliación desde las estructuras políticas hasta la parte social, de educación y de familia que hay que seguir haciendo. También trabajamos desde la asociación con muchas empresas que quieren incluir la conciliación como un valor de la cultura, y eso es muy importante porque muchas veces hay empresas que son transformadoras del cambio porque van por delante de la legislación. Todo eso va calando y hemos puesto nuestro granito de arena a que se entienda qué es conciliación, que antes no se entendía, a que entendamos que la corresponsabilidad es social. Y no solo depende de que los hombres se impliquen más, sino también de que las empresas y los gobiernos tomen partido. Todo eso creo que va construyendo un lugar en el que por lo menos llegue un momento que la maternidad no sea el gran freno de las mujeres.
¿Cree que llegará ese día?
Nos queda mucho, y creo que esa anestesia social que estamos viendo ahora mismo y la falta de movilización por el día a día, por lo que nos importa a las familias, por los problemas reales, está haciendo que sea mucho más lento. Hay una sensación un poco de resistencia a todo el movimiento feminista que invadió las calles en 2018. Hay una situación muy complicada a nivel social que hace que el movimiento feminista de repente se esté frenando por una resistencia muy grande que se levanta como un muro y que evidentemente toca a la conciliación. Y sin conciliación no hay igualdad posible. Si las mujeres no estamos en el mercado laboral, si las mujeres no ostentamos puestos de dirección, si no existen las cuotas y si no hay muchas políticas públicas que lleguen a buen puerto, es muy difícil avanzar.
Tenemos que ser madres perfectas, mujeres perfectas, profesionales perfectas y eso está impactando muy fuerte en la salud mental de las mujeres
¿A qué se refiere concretamente?
Por ejemplo, hay una directiva europea de 2019 que se tiene que trasponer urgentemente a España pero que llega a cuentagotas y con muy pocos presupuestos. Igual ha pasado en junio con la aprobación de las ocho semanas de permiso pero sin ser retribuidas. Eso no es una medida óptima de conciliación porque ¿qué familia se puede permitir ocho semanas de cuidados sin retribuir? Esas no son soluciones públicas efectivas ni políticas de compromiso gubernamental. Hay que seguir insistiendo, pero ahora mismo estamos en un momento político complicado en el que no hay un gobierno formado, y es muy difícil pedir y exigir derechos a nadie.
El año pasado sí que hubo un hito importante para nosotros porque en noviembre se registró, con el apoyo de todos los grupos parlamentarios, la primera Comisión de Conciliación que lideramos desde la asociación 'Yo No Renuncio', y que viene con el fin de estudiar y poder aprobar por lo menos políticas públicas bien encaminadas, que sean transversales y que realmente impacten en el cambio. Pero ahora mismo eso está parado, como está parada la Ley de Familias. Estamos en un momento de frustración.
¿Cree que hay presión social hacia las mujeres?
Tenemos mucha presión social en ser la madre perfecta y la madre 'superwoman'. Hemos pasado de un modelo social de madre abnegada que renunciaba, que su identidad como mujer desaparecía y que de repente despertaban cuando llegaba el nido vacío, se iban los hijos y se iban dando cuenta de que no habían apostado ni habían enriquecido su vida personal. A nosotras ahora que nos han vendido la moto de que tenemos que llegar a todo y que la igualdad existe, de que tenemos que ser madres perfectas, mujeres perfectas, profesionales perfectas y eso está impactando muy fuerte en la salud mental de las mujeres. Ese tema nos llevó a hacer nuestro segundo servicio, yomecuido.es, de atención psicológica, del que nace nuestra gira 'Malasmadres On Tour La Hora de Cuidarse' y que incide en el “párate, cuídate, no tenemos tiempo propio”.
¿Durante la pandemia se perdió una oportunidad para mejorar la conciliación?
La conciliación es un derecho de todas las personas, porque todos necesitamos conciliar nuestra vida personal y familiar con la vida laboral, y hay que ser realmente consecuente de que la relación entre la vida y el trabajo en España es un sistema fallido, o sea, no funciona. No podemos seguir manteniendo esa cultura de calentar el asiento, presencialista. Hemos olvidado lo vivido en pandemia, para volver a una inercia de la productividad y del hacer que deja fuera de juego los cuidados, el ser, la familia, etc. Ante eso, lo que está ocurriendo y por lo que se echan las manos a la cabeza los grandes expertos y los sociólogos es que no tenemos futuro y no hay niños ni niñas. Estamos con la tasa de natalidad en mínimos y en la cola de Europa y del mundo. Dicen que es que las mujeres jóvenes hoy en día no quieren tener hijos, porque son más egoístas y miramos más por el ocio. No. El deseo de ser madre se tiene que construir socialmente, se construye socialmente. Hay que tener derecho a una vivienda digna, a un trabajo digno, y hay que poder compaginar tu vida personal y profesional para poder ser madre. La relación del trabajo y la vida no funciona, pero no funciona ni para las madres ni para nadie.
Desde 'malasmadres' intentamos bajar la expectativa, estar tranquilas con lo que hacemos que bastante es, pero siempre intentando hacerles ver a ellas que tienen que priorizarse, y desde un lugar alejado de lo que nos muestran las redes sociales
¿Cómo ven las nuevas generaciones todas estas cuestiones?
Cuando hablamos con chicas jóvenes nos dicen “cómo voy a ser madre, de aquí a que tenga estabilidad económica...”, más allá de que ver que su madre no puede y va a todos lados corriendo. Las personas tenemos la capacidad de quedarnos con los momentos de cariño, de amor, de tiempo. En nuestro estudio 'Las Invisibles' vimos que siete de cada diez mujeres tendrían más hijos e hijas si contaran con medidas de conciliación, con lo cual sabemos la relación directa que hay entre la maternidad, el número de hijos y la falta de conciliación. Es decir, las soluciones están, otra cosa es que no interese.
Ha aludido al tema de la salud mental. ¿Aprecian un empeoramiento por ese tratar de llegar a todo?
Impacta muchísimo. No llegan problemas de salud mental graves, pese a que sabemos que las listas de espera para un psicólogo público tardan hasta un año. Eso es una locura, y hace falta una reivindicación. O vemos cuáles son las causas de la falta de salud mental o vamos a estar en las mismas. Va a llegar un momento que el Estado no pueda absorber los problemas de salud mental. Te pueden dar una pastilla para solucionar un problema pero la base, la estructura, no cambian. Se habla de la generación de la prisa, de que todo es producir, de que estamos en ese impacto tan fuerte que además afecta a las redes sociales, la tecnología y demás. Nos preocupa mucho la salud mental materna, y la mayoría de consultas que llegan al teléfono del 'yomecuido' son por ese no llegar a todo, por esa locura de la falta de conciliación y por esa falta de tiempo propio.
En la maternidad y en las “malas madres” hay un choque muy fuerte entre la expectativa y la realidad, entre lo que se espera de nosotras y lo que esperamos nosotras, entre ese mundo idílico que marcamos y la realidad. Desde 'malasmadres' intentamos bajar la expectativa, estar tranquilas con lo que hacemos que bastante es, pero siempre intentando hacerles ver a ellas que tienen que priorizarse, que tienen que cuidarse, y además desde un lugar alejado de lo que nos muestran las redes sociales. O sea, conectemos con lo que es para nosotras cuidarse, porque si miras Instagram para ver cómo puedes cuidarte te genera más estrés todavía ese modelo de autocuidado que te impone el consumo, el capitalismo y las redes sociales. Se trata de cuidarse para dentro, de tener ese tiempo de soledad, de pensamiento, de construir tu identidad como mujer y eso es lo que realmente no tenemos.
¿Qué papel juega en todo esto el aumento de las pantallas entre los menores de edad en los hogares?
Hemos tratado este tema varias veces en nuestros podcasts para educar en el uso saludable de la tecnología. Eso está disparadísimo y nos preocupa mucho. Francia fue el primer país europeo que prohibió el uso de los móviles en niños hasta 15 años en los institutos, y ese movimiento está entrando en España. En Francia se va a aprobar una ley para que ningún móvil se puede vender sin control parental. Hay una parte de los discursos más prohibicionistas de la tecnología que no me gusta porque culpabiliza mucho a las madres y a los padres. Nos olvidamos de que detrás de todo esto hay una industria muy potente que busca la manera de generar adicción a la tecnología saludable.
En un podcast reciente con Marina Marroquí sobre la pornografía digital y cómo los niños acceden la pornografía digital desde los nueve años y cómo esto está siendo su escuela de sexo, cómo ellos están teniendo las respuestas antes que tener las preguntas. No estamos hablando solo de las redes sociales sino de un uso que impacta directamente, del abuso sexual y las agresiones sexuales. Lo fundamental aquí es la formación a las familias y en las escuelas de manera obligatoria dentro del currículum escolar, desde educación afectivo-sexual hasta educación digital. Lo único que podemos las madres y los padres es retención y y previsión, pero esto pasa por la legislación y la regulación. Y eso, de nuevo, va a ocurrir claramente cuando el Estado se dé cuenta que no puede asumir todos los problemas de salud mental derivados de la tecnología. Va a pasar como con el tabaco y el alcohol. Y hay un término medio entre barra libre y prohibición. Mientras, hay que hablar muchos con los hijos e hijas antes de que lo consuman y poner normas y límites.
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