Su título sugiere futuro, al que se asoma la autora para visualizar no lo que está por venir sino lo que ya está en marcha: “El cambio es imparable”. Horizonte (Editorial Edhasa), la nueva novela de la escritora y periodista María Iglesias (Sevilla, 1976), relata la historia de un joven camerunés que emigra a España y que se ve inmerso en el proyecto de un puente entre África y Europa. Ese sueño sobre las aguas del Estrecho de Gibraltar le sirve de metáfora a la articulista de elDiario.es Andalucía, especializada en política internacional, migraciones y derechos humanos, para abordar las desiguales relaciones entre la ciudadanía de ambos continentes. “Con esto tengo que hacer algo”, se dijo tras entrevistar a finales de 2018 a Sani Ladan, analista internacional, para la revista de elDiario.es. A partir de aquel encuentro, y de esa evocadora infraestructura de unión, una novela de alianzas ciudadanas, de más causas que consecuencias, y también una experiencia literaria de lectura entretenida y con mensaje.
¿Cómo nació 'Horizonte' y qué se ha propuesto con ella?
Me impactó conocer a Sani Ladan. Su periplo migratorio era interesante, como lo son otras epopeyas de supervivencia emocionantes, pero me resultó una revelación lo que él también me transmitió: por una parte, que era contraproducente el victimismo cuando, con buena intención, cargamos las tintas sobre el drama, trasladando una impresión de impotencia y de que ellos eran sujetos activos de cambio; y, por otra parte, que él me hablaba siempre en un plural de una generación. No me hablaba solo de él sino de que había un cambio en marcha en África y que ellos iban a propiciar por primera vez un pulso de igualdad con Europa. Me dio referentes, me habló de organizaciones, que yo luego chequeé que existían. Fue una revelación, y pensé: “Con esto hay que hacer algo”.
¿Qué descubrió a partir de entonces?
Empecé a comentar con compañeros del pulso de igualdad que me contó Sani Ladan y se me vinieron a la mente dos brazos cruzados, uno blanco y uno negro, sobre el Estrecho. Y un puente que, precisamente, era un viejo proyecto realmente. Esa estructura me dio pie para hacer algo mucho más coral, donde se entremezclan otras realidades migratorias que conozco por mi trabajo, desde la de los activistas, que están también muy doloridos por un trabajo que continúa día a día y no le ven la mejoría a cómo se aborda el proceso migratorio, hasta otra serie de realidades migratorias de explotación como empleadas domésticas, etc. Con todo eso se va armando lo que yo pretendo que sea una aventura literaria, una novela, que la gente la lea porque la disfrute y se lo pase bien, que ese ha sido el objetivo.
En todo caso, ¿cree que se ha ido avanzando en las relaciones entre Europa y África en los últimos años?
Sani Ladan creo recordar que había llegado en 2011, y sí detecto que, en este lapso de tiempo, se están confirmando esos anuncios que él me hizo y que yo luego he ido siguiendo a través de ensayos, de otras ficciones o de las noticias. La oleada que en los últimos tres años está ocurriendo de golpes de Estado en África, que nosotros los llamamos así pero que en cierto contexto africano se están viviendo como insurrecciones de liberación frente al neocolonialismo, va en este camino. Otra de las ideas que él transmitía es que ni los periodistas de migraciones ni los activistas pro derechos humanos occidentales europeos blancos vamos a ser los agentes definitivos del cambio. Él decía “no nos tenéis que liberar vosotros” sino que para que el movimiento de liberación y de autoafirmación y de autogestión de nuestros recursos pueda llegar adelante “lo tenemos que promover nosotros”.
¿Eso está sucediendo ya?
Yo eso estoy constatando que se está produciendo. Sigue habiendo un dolor diario de muertes, de naufragios, de desaparecidos y muertos en los desiertos, de gente que cuando hay una catástrofe natural, como en Marruecos o en Libia, sufre además las consecuencias de que son países en un caso, un país autoritario, en el otro, un Estado fallido. ¿Avances? Bueno, seguimos viendo muchísimo dolor, esa es la realidad, pero detecto que lo que él preconizo de una reacción de la ciudadanía civil sí se está produciendo.
¿Sigue entonces latente ese sueño europeo de jóvenes que se juegan la vida para cambiar de continente?
Sí, pero lo que a mí me pareció parte de ese despertar, de esa revelación que para mí supuso esa entrevista, es que quieren y tienen derecho a viajar, a moverse; y eso debe ser recíproco. ¿Dónde está escrito que ellos no puedan hacer lo mismo con las mismas condiciones de reciprocidad? ¿Un español puede ir a Camerún sin visado? Puede. ¿Por qué un camerunés no puede venir a España sin visado? En ese sentido, de verdad que tengo la certeza de que ese tiempo de convertir a África en una jaula se ha acabado, porque ellos tienen claro que eso no se sostiene legalmente, ni moralmente, ni económicamente, puesto que además los recursos naturales los tienen ellos. Nosotros estamos echando mano de todos los recursos naturales que necesitamos, sea oro, petróleo, gas, uranio para las centrales eléctricas francesas, que es gran parte de lo que está detrás del tema en Níger, etc. Ellos hoy en día son conocedores de toda esa realidad y están decididos a que ese momento de encierro en una jaula se ha acabado. Y saben que eso lo van a tener que imponer en un pulso de fuerza o de diplomacia. En la novela se juega con la diplomacia y con esa infraestructura, con ese puente, no con un pulso de una lucha guerrillera.
La Europa blanca sigue queriendo acaparar los recursos africanos y expoliar, en connivencia con las élites africanas, dejando al pueblo totalmente desamparado y además impidiendo que migren cuando no tienen condiciones para sobrevivir allí
¿Europa es consciente de estas circunstancias? ¿Cree que ese momento de reciprocidad y cooperación es posible?
Las instituciones representativas, tanto comunitarias como nacionales, como los partidos y hasta cierto punto también la sociedad civil, estamos reaccionando ante esto como los señoros machistas acostumbrados a mandar, que no se están enterando de que el machismo se ha acabado ya porque las mujeres no vamos a permitir más esa opresión y esa injusticia. Teóricamente se defiende el discurso de la igualdad, sea de la igualdad de género o de la igualdad racial, pero en la práctica el poder sigue queriendo acaparar el poder y la Europa blanca sigue queriendo acaparar los recursos africanos y expoliar, en connivencia con las élites africanas, dejando al pueblo totalmente desamparado y además impidiendo que migren cuando no tienen condiciones para sobrevivir allí. Pero ese movimiento es imparable. La novela tiene mucho también de política-ficción, porque salen representantes políticos y negociaciones de ambos continentes, de distintos países. O el papel de España como un umbral, que sería interesante que descubriéramos para nosotros mismos las posibilidades que tiene eso. Pero el cambio está en marcha y es imparable. Y hay dos caminos: que el cambio se haga contra nosotros o que nosotros cooperemos en el cambio y hacer uno que sea lo más equitativo, razonable, estable, pacífico y armónico posible. Esa es la propuesta de política-ficción.
¿Cómo piensa que sigue recibiendo la sociedad al migrante?
Creo que nosotros, por lo menos en el contexto español y andaluz, estamos poco abiertos a la migración todavía. Nos parece que sí pero si comparamos con cualquier contexto de nuestro entorno muy inmediato, por ejemplo Portugal y Francia, aquí es mucho menos visible en la esfera pública la presencia de personas de otros colores de piel, de otras procedencias nacionales. Eso está cambiando en este lapso de años y se está empezando a abrir un poco, pero en realidad creo que vamos con retraso. Pero la realidad sociopolítica económica global tampoco nos satisface incluso a nuestro rincón privilegiado. Es decir, aquí la gente común y corriente vive con muchos apuros, y la cesta de la compra cuesta mucho trabajo llenarla, y no parece que la perspectiva sea a mejor. Cada vez es más difícil.
¿Eso acercaría esa reciprocidad?
Creo que frente al nosotros-ellos que se nos construye desde la élite, que es un 'divide y vencerás' entre la población global, nosotros tendríamos que hacer ya un pacto, que eso es lo que se cuece en la novela, de persona a persona, de sociedades civiles que tienen desafíos comunes, nada más y nada menos que cada uno quiere ganarse la vida honradamente en su territorio. Y luego, si le apetece viajar y vivir una experiencia formativa o de trabajo o de turismo en otros sitios, poder hacerlo. El promover ese pacto entre ciudadanías es muy abstracto, pero en el libro se ve que, en la medida que tú conoces a otra persona, se pueden tejer lazos de amistad, de amor, y surge todo mucho más natural, y compartimos muchos desafíos comunes frente a una élite que lo que quiere es que cada vez una parte más pequeña acapare más recursos y la inmensa mayoría social esté más desprovista.
Hay un problema básico de racismo y de islamofobia, aunque muchísimos africanos también son católicos, pero los tendemos a ver como negros y musulmanes, y eso nos hace tener muchísima menos empatía
¿Quizás haga falta algún punto de inflexión, como ha podido ocurrir con el feminismo de un tiempo a esta parte, para que se promueva más fuertemente esa igualdad entre el 'nosotros-ellos'?
Sí ha habido cosas. Recuerda por ejemplo el caso del chico marroquí que murió inmovilizado en una cama en un centro de menores. Muchas veces oímos que “nos coge muy lejos lo que pasa en África”, pero lo de George Floyd también nos coge lejísimos, en Estados Unidos, mucho más lejos que Almería. ¿Y por qué lo de Almería no nos conmovió cuando además era un centro institucionalizado? Lo de EEUU podemos decir que fue un policía al que se le fue la pinza, que no lo es porque es un problema sistémico de la Policía allí, pero ¿una muerte en un sitio institucionalizado que debe de estar vigilado por la administración? Razones para el punto de inflexión hay miles, y Sani Ladan y otros referentes afro en España lo dicen y lo repiten: “sabéis lo que tenéis que hacer”, y cuando estalla la guerra en Ucrania todo el mundo abre su casa para que vengan los refugiados, y los pueblos los acogen.
¿Racismo?
Hay un problema básico de racismo y de islamofobia, aunque muchísimos africanos también son católicos, pero los tendemos a ver como negros y musulmanes, y eso nos hace tener muchísima menos empatía. En todo caso, no tenemos que ponernos la mochila de un punto de inflexión, porque el cambio va a venir, y no lo vamos a promover nosotros, lo van a promover ellos. Nosotros tenemos que ver si queremos ayudar al cambio o queremos oponernos, pero el cambio va a venir. Son 1.200.000.000 de personas, nosotros somos 500, nuestra media de edad es 40 años y su media de edad es 18, y a ellos cada vez les estamos expoliando más, el cambio climático les está dejando sin posibilidades y la gente no se auto inmola, no se suicida sin intentar vivir su vida mejor.
Acerca del puente sobre el que pivota la novela, ¿realidad o ficción?
Lo del puente es que es de un evocador alucinante, porque el Estrecho de Gibraltar es un lugar increíble y maravilloso. Y su propia gestación geológica, que está narrada en la novela, es bellísima y casi milagrosa. Pero eso también explica muchas de las dificultades técnicas e ingenieriles que entraña una obra allí, sea un puente o sea un túnel. Pero la realidad es que el actual director de la empresa estatal Secegsa dice que están buscando financiación público-privada para hacerlo, como hemos publicado en elDiario.es.
Lo que es sorprendente es que este proyecto existe desde la transición democrática y que la firma formal entre Juan Carlos I y Hassan II, también con Adolfo Suárez, es de tres días después del golpe de estado de Tejero, que a mí no me cabe en la cabeza que tuvieran mente para eso, pero resulta que así fue. Desde entonces hasta ahora existe una sede frente el Retiro en Madrid, con personal, con una dotación presupuestaria millonaria, con unos informes que se hacen, etc. La pregunta es: ¿se hace con interés de hacerlo en algún momento? ¿se hace con interés de no hacerlo nunca?
En un momento dado en los 90 fue muy parejo al Canal de la Mancha, al Eurotúnel, que se materializó. En la novela se dice que el problema de fondo, aparte del técnico, es que el Eurotúnel une dos naciones europeas, blancas y occidentales, y en el Estrecho sería una conexión entre Europa y África. ¿Hay interés en hacerlo o no? Yo creo que puede haberlo por parte de Europa en el camino que llevamos hasta ahora para seguir extrayendo recursos con más comodidad, pero no veo el panorama ahora mismo que se concrete para permitir un flujo de ida y vuelta en igualdad de condiciones. Pero, ¿alguien pensaría que es factible un Eurotúnel entre Gran Bretaña y Francia en el que solo puedan ir los franceses y los ingleses no puedan cruzar? Habrá que hablar con los africanos, con los marroquíes que es la población principal en nuestro grupo de migrantes sin papeles y sin derechos. Ese debate es el que me extraña que no esté en el ambiente, sabiendo que no es un proyecto secreto.
¿En qué punto cree que están España y Marruecos como para que ese acercamiento, físico o de otro tipo, pueda convertirse en realidad?
Yo no tengo mucha esperanza en que el cambio que la sociedad civil africana, tanto subsahariana como magrebí, demanda para la mejora de su vida venga de las élites, ni de las europeas ni de las africanas, porque las élites europeas apuestan y respaldan a regímenes, como en el caso de Marruecos, autoritario y nada democrático, que tiene encerrados a compañeros periodistas por ejercer su trabajo, entre otros muchos ciudadanos, como activistas de derechos humanos o cualquier disidente político. Con cierta complicidad, nosotros tenemos una relación en la que nos aprovechamos de sus recursos; en el caso de Marruecos, por ejemplo, de los recursos pesqueros. Y a cambio, nuestras élites permiten a esas monarquías o a esos presidentes hacer de su capa un sayo y no los cuestionan.
Vamos a oír, vamos a ver, vamos a relacionarnos con las personas de nuestro continente más vecino y más hermano, y a partir de ahí estudiar cómo podemos promover juntos nuestro mutuo desarrollo
Sin esperanza por ese lado, ¿qué plantea la novela?
La novela plantea una alianza entre las ciudadanías. Porque en la medida en que Marruecos sea más democrático, la sociedad marroquí será más libre y más independiente y más capaz de poder expresar sus críticas, como nosotros podemos hacer de nuestras élites; nosotros podremos tener una convivencia mejor con Marruecos, y ellos tendrán un mayor desarrollo y no tendrán tanta necesidad de escapar de sus países. Como ocurre con Senegal. ¿Por qué ahora está aumentando el flujo desde allí a Canarias? Nosotros solo nos fijamos en las consecuencias, pero nunca vamos a las causas.
¿A qué se refiere concretamente?
Senegal tiene un presidente elegido democráticamente, que es el que está apoyado por nuestros países. Pedro Sánchez fue un año después de una matanza perpetrada por las fuerzas de seguridad senegalesa contra gente que pacíficamente se manifestaba en la calle y nosotros, en vez de promover o apoyar la democracia tranquila (que ahora vayan a tener unas elecciones en febrero y que pueda presentarse el opositor y el partido que está en la oposición) estamos apoyando al presidente que ha inhabilitado al principal opositor, ha disuelto su partido y es al tercer opositor que quita de la carrera presidencial. Entonces, en lugar de aliarnos con las sociedades democráticas que lo están promoviendo pacíficamente, nos estamos aliando con los autócratas. Eso las sociedades no lo van a permitir, no lo quieren permitir y van a resistirse al límite de sus fuerzas, sea por la vía civil o en algunos casos se está viendo que por la vía militar.
Sabiendo que es un movimiento “imparable”, y teniendo en cuenta que África es un continente muy grande y con muchísimos países, ¿cómo puede ir avanzando esa alianza Europa-África según los antecedentes y la realidad actual?
Lo que yo planteo en el libro es abrir más los ojos y los oídos a una realidad que tenemos muy cerca, y a la que le damos la espalda siendo muy interesante, protagonizada tanto por a los africanos en su continente como por los que ya están en la diáspora, y abordar juntos el debate de nuestra relación en vez de estar siempre horrorizados, apenados y asustados, porque hay mucho de miedo inducido de la ultraderecha que crece a costa de hablar de las 'invasiones'. Vamos a oír, vamos a ver, vamos a relacionarnos con las personas de nuestro continente más vecino y más hermano, y a partir de ahí estudiar cómo podemos promover juntos nuestro mutuo desarrollo.
Y esto es algo que no es nuevo. También el libro, que bebe mucho del periodismo, intenta reposar noticias que pasan muy rápido y de pronto olvidamos. Y es que en 1995 se intentó hacer una unión euromediterránea en una cumbre en Barcelona para promoverlo, para lo cual también es importante que la comunidad afro en el mundo, que tiene personalidades con mucho tirón mediático (deportivas, empresariales, artísticas), participe. Al igual que ahora hay un liderazgo de las mujeres futbolistas españolas campeonas del Mundial en el avance del feminismo, es factible que haya también una participación cada vez mayor de líderes afrodescendientes o africanos que están en la diáspora en el mundo por trabajo, por proyectos, en unión con sus pueblos para promover esa equidad y esa relación de justicia de igual a igual.
No nos va a caber en la cabeza en pocos años que, igual que ahora nos echamos las manos a la cabeza con el holocausto, a estas alturas del siglo XXI veamos como 'normal' que los africanos, por ser africanos y negros, no puedan viajar y no puedan salir de su continente en situaciones de equidad. El que tenga dinero y se lo pueda pagar y quiera viajar, que viaje, y si no que nosotros no podamos entrar en sus países. Y por ejemplo, otra cosa muy interesante que he aprendido en estos años es que, más que la cooperación al desarrollo, lo importante es que las empresas multinacionales europeas occidentales que van a esos países a hacer negocios paguen los impuestos que tienen que pagar. Es muy fácil no pagar los impuestos y esquilmar y luego sentirnos bien por dar el x% en ayuda al desarrollo y hacerles sentir que están en deuda con nosotros, cuando a cambio de eso tienen que aceptar unos acuerdos que son inaceptables. Vamos a tratarnos de igual a igual.