Ruta por “la Triana gitana”: tras la huella del pueblo romaní que forjó la identidad del barrio de Sevilla antes de ser expulsado
Hacia la primera mitad del siglo XX, José Moreno Moreno y Salud García Vargas vivían en uno de los “corralones” de la calle Pagés del Corro, una de las arterias principales de la llamada “gitanería” del barrio de Triana. Él trabajaba en el muelle. Ella, de cigarrera en la fábrica de tabacos. Sus hijos estudiaban en el antiguo colegio Reina Victoria (hoy el CEIP José María del Campo), junto a otros niños gitanos y payos. El clima de convivencia que se había forjado entre gitanos y civiles durante 500 años en la margen derecha del Guadalquivir, jalonado por los valores de la solidaridad y la interculturalidad, contrastaba con el antigitanismo que imperaba en el resto de la ciudad, al otro lado del río.
Triana era entonces el “buque insignia de la inclusión gitano-andaluza” en Sevilla, al igual que el barrio de Santiago en Jerez de la Frontera o el Sacromonte granadino. Sin embargo, esa simbiosis cultural –que había resistido durante siglos a centenares de órdenes, leyes y pragmáticas dictadas en su contra– se dinamitó a finales de los años 50 del siglo XX, como consecuencia de la especulación urbanística que alentó entonces el gobernador civil y acabó “expulsando a toda una cultura”. Bajo el pretexto de declarar en ruina los patios de vecinos, familias gitanas como la de José y Salud se vieron obligadas a marcharse del barrio en el que la cultura romaní había arraigado desde hacía siglos.
Esta es la historia de los abuelos de Alejandra Moreno Espinosa y resuena también en la memoria del padre de María Moreno Romero y en la de la familia de José Vega de los Reyes, los tres miembros de la asociación Amuradi que se encargan de guiar la ruta Conociendo la Triana gitana. Esta visita cultural pionera en España propone un recorrido alternativo por uno de los barrios más icónicos de Sevilla, tratando de “poner en valor y en conocimiento de la ciudadanía la importancia que ha tenido la cultura gitana en Triana”, como resume David Borrego desde Fakali, la federación de asociaciones de mujeres gitanas que colabora en este proyecto financiado por la Junta de Andalucía.
Los gitanos de Triana, símbolo de resistencia
Esta ruta por la Triana gitana recorre así los vestigios que aún perduran de la antigua Cava de los Gitanos. Testimonios que “deben recordarse con el orgullo de saber que sin estos siglos de convivencia, ni el pueblo gitano de la ciudad, ni la propia ciudad serían lo mismo”, como defienden desde Amuradi. “Se desconoce aún que la actual fisonomía del barrio tiene mucho que ver con la población gitana, sus raíces tal y como las conocemos hoy son gitanas”, apostilla en ese sentido David Borrego de Fakali.
Además, este episodio de la historia de Sevilla aún desconocido es un ejemplo de la resistencia romaní que se conmemora cada 16 de mayo, en homenaje a la lucha del pueblo gitano contra el antigitanismo.Con los precios disparados por el urbanismo especulativo, para los gitanos se antojaba imposible mantener su hogar en el corazón de Triana. Y por eso fueron reubicados en zonas periféricas de la ciudad, como el Polígono Sur, San Pablo o Cerro Amate. Pero lejos de resignarse a aceptar otro revés del destino, muchos gitanos pusieron todo su empeño en regresar a la orilla derecha del río, logrando con el tiempo asentarse al fondo de Triana, en la barriada del Tardón.
“Cuando fueron expulsados, hicieron lo indecible para volver, juntando todo el dinero que pudieron para acercarse a Triana”, recuerda José, quien califica este hecho como “un ejercicio de resistencia por intentar no perder esa esencia”. Este guía de Amuradi se muestra partidario de “aprovechar el tirón del turismo” en pro de fomentar rutas que sirvan para “sensibilizar y no sólo folclorizar la imagen del pueblo gitano”. “Llevamos toda la vida rompiendo esquemas, pero hay que revertir esa imagen de una vez”, añade José, quien asegura que durante esta vista alternativa “no sólo hablamos de folclore sino de sociología, antropología y de una historia que de otro modo no se puede conocer”.
¿Por qué Triana?
A las puertas del Día de la Resistencia Romaní, SevillaelDiario.es se suma a una de las visitas por la Triana Gitana de la mano de Amuradi, organizada en esta ocasión para un grupo de estudiantes del grado superior en Integración Social del Proyecto Ergos.
La visita parte al otro lado del río, junto al monumento a la Tolerancia. En este punto los guías se remontan a 1470, fecha en la que se ha documentado la llegada de las primeras poblaciones gitanas a Sevilla. La comunidad romaní se asentó en otros barrios además de Triana, pero fue allí donde los gitanos no solo encontraron un espacio donde desempeñar sus oficios (en torno al muelle o como alfareros o fragüeros), sino que en la orilla derecha del Guadalquivir se forjó el único barrio de la ciudad libre de “racismo antigitano”.
“Triana durante 500 años fue considerada la gitanería en la que mayor inclusión ha habido entre gachés [payos] y gitanos”, explica José al inicio del recorrido, aludiendo al “proceso de simbiosis cultural” que se vivió en ese arrabal sin que existiese trato diferenciado ni discriminación entre sus habitantes, procedentes de culturas diversas, como la africana además de la romaní.
Sí existió entre el siglo XV y el XX una política de “aniquilación, persecución y hostigamiento del pueblo gitano”. Pero el arraigo identitario de los gitanos en Triana hizo que allí encontrarán su baluarte y consiguieran sobrevivir incluso a la declaración de la Prisión General de Gitanos conocida como Gran Redada de 1749. Símbolo de ese intercambio cultural es el Puente de Triana, inaugurado en 1852, y que hay que cruzar para seguir descubriendo la impronta de los gitanos en Triana.
El corazón de la Cava
La siguiente parada tras cruzar el río es la plaza del Altozano, punto neurálgico de la antigua y actual Triana. Desde allí se traza la línea divisoria imaginaria entre las dos Trianas que han divido históricamente este barrio: la Cava de los Civiles y la Cava de los Gitanos. La plaza alberga, desde 1993, un monumento al Flamenco, obra de Jesús Gavira Alba, que encierra guiños al vínculo histórico que une al barrio con la cultura gitana: la flamenca sostiene una guitarra en una mano (los gitanos crearon aquí los tangos de Triana y la solé de Triana, dos variantes “únicas” del flamenco) y apoya un pie sobre un yunque, objeto indispensable de las herrerías de los gitanos.
La ruta se propone también acercar a los visitantes a los códigos culturales de una fórmula de convivencia tan arraigada a Triana, como son los patios de vecinos. La vida en estos corrales giraba en torno a un patio central, donde las mujeres cocinaban en comunidad y los inquilinos compartían su intimidad, estrechando lazos más allá de los vínculos de parentesco.
Después de recorrer calles tan emblemáticas como Pureza o Pagés del Corro, el grupo se adentra en el corazón de la Cava y se detiene ante la bautizada como “Catedral de Triana”. La Iglesia de Santa Ana es una de las paradas más importantes del recorrido, según remarca Alejandra al tomar la palabra, ya que en su interior se conserva la pila bautismal popularmente conocida como “pila de los gitanos”, donde centenares de personas gitanas se casaron y fueron bautizadas.
También cerca de esta parroquia, en el antiguo convento del Espíritu Santo, se fundó la primera institución gitana del mundo: la Hermandad de los Gitanos. Tras la Gran Redada de 1749 –“el primer intento de genocidio de la Edad Moderna”–, varios grupos de gitanos y gitanas trataron de resistirse y buscaron refugio dentro de las Iglesias. Aun así, la maniobra refrendada por Fernando VI y comandada por el Marqués de la Ensenada dio con el arresto del 80% de la población romaní de la ciudad de Sevilla. Varios de los supervivientes se organizaron para poder desarrollar, bajo el manto de la Iglesia Católica, la conocida como primera institución gitana del mundo, que data de 1753 y que se funda en Triana como refugio de los perseguidos por la gran redada.
La vida más allá de la Cava
Otra enclave distinguido en el recorrido es el antiguo Colegio Reina Victoria, hoy CEIP José María del Campo, ubicado en el epicentro de la reconocida Cava de los Gitanos. Este edificio diseñado por el célebre Aníbal González es uno de los pocos coetáneos a la Cava y se convirtió en el centro educativo de referencia de la práctica totalidad de las familias que habitaban el hemisferio derecho de Triana.
Esta escuela es otro ejemplo más del espíritu de convivencia que reinaba en el barrio, pues en sus aulas se sentaban tanto niños gitanos como payos. Ya a principios del siglo XX el centro trató de incorporar a los contenidos la historia del pueblo gitano, pero la iniciativa no prosperó al estallar la Guerra Civil. Al ser expulsados de la Cava, padres como José y Salud se vieron obligados a marcharse a otras barriadas de la ciudad –en su caso, a Cerro Amate– donde empezaron a sufrir el antigitanismo que campaba a sus anchas fuera de Triana, hasta el punto de prohibirles matricular a sus dos hijos en el mismo centro. “Les dijeron que dos niños gitanos en el mismo colegio no, eso era inimaginable en Triana”, afirma Alejandra, recordando el testimonio de sus abuelos.
La ruta concluye en la calle San Jacinto, junto a la primera placa que homenajea públicamente “a aquellos y aquellas romaníes que, reconocidos o no, forjaron a fuego la identidad del barrio gitano de Sevilla por antonomasia”.
Al terminar la visita, los estudiantes comparten sus impresiones y garantizan que el viaje por la historia de la cultura gitana en el barrio de Triana ha transformado su visión. “Es muy injusto lo que se les ha hecho”, señala Ana, empatizando con las familias gitanas que fueron expulsadas de su barrio. Sus compañeros coinciden con ella y sugieren que “su historia debería enseñarse en los colegios”. Hasta que eso se consiga, recomiendan “a todo el mundo hacer esta ruta”. Porque si algo han aprendido tras el recorrido es que “si no fuera por los gitanos, Triana no existiría”.
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