“Esa me gusta” y un silencio incómodo: la afición de Carmen Polo por las joyas revive con la polémica subasta de las alhajas de los Franco
Gregory fue una elegante joyería de la calle de Serrano de Madrid, una de las más modernas e innovadoras en la España de los 70 del siglo XX que echó el cierre en 2014, tras unos últimos años de decadencia donde brillaban más los recuerdos que las joyas del escaparate. En ellas se fijaba Carmen Polo cuando salía de compras del brazo de su hermana Ramona, esposa del presidente de Falange Española Tradicionalista y ministro de Gobernación, Ramón Serrano Suñer. Como lo fueron los Albertos, las Koplowitz, los Botín o la Casa del Rey, la esposa del dictador Franco era clienta dilecta de la joyería.
“Ella venía por Gregory a ver qué cosas teníamos”, dice el joyero madrileño que la atendía, recordando algunas visitas sucedidas en torno a 1974. Los empleados de la joyería tenían órdenes inflexibles del dueño para mantenerse en silencio, dijera lo que dijera Carmen Polo. “Ella miraba las vitrinas y se enamoraba de las piezas que teníamos. Nos decía cuáles le gustaban”.
En una de esas visitas, Carmen Polo se encariñó con una sortija de oro, ónix y brillantes. Miró a los joyeros y les dijo cuánto le gustaba esa sortija. Silencio. Les miró de nuevo y les recalcó que la pieza le encantaba. Persistía el silencio incómodo. Ahí quedó todo. Poco después, Carmen Polo regresó a la tienda y volvió a echarle el ojo al anillo. Finalmente, dijo: “Va a venir un embajador a preguntar por esa sortija que me gusta, ustedes se la enseñan”.
El joyero recuerda el nombre del país al que representaba el embajador, pero prefiere no revelarlo. Y efectivamente, sucedió así. A los pocos días, esta persona entró en Gregory y pidió que le mostraran “una sortija que ha visto su excelencia”. Se la mostraron y él pidió que se la envolvieran. Después preguntó cuánto costaba. Pagó en efectivo y se la llevó.
“En otras joyerías decían que se sentían obligados a hacerle regalos, pero nosotros nunca accedimos a ello”, recuerda este profesional que en aquellos años pertenecía al gremio de joyeros de Madrid y asegura que no es cierta la historia, tantas veces aludida pero desmentida también por Carmen Enríquez en su libro Carmen Polo. La Señora de El Pardo, de que el gremio compensaba los desfalcos que hacía la esposa del dictador a las joyerías.
“En otras tiendas, cuando anunciaban su visita retiraban los collares del escaparate para no sentirse obligados a tener que regalarle nada”, recuerda. “Estoy seguro de que alguna de las otras joyerías famosas de la época sí le regalaron algo más de una vez”.
Una subasta en Londres
Este 27 de noviembre, la casa Christie’s tiene previsto subastar en Londres tres piezas de alta joyería provenientes de la familia Franco: una sortija con siete diamantes y un set de pendientes y collar de diamantes y esmeraldas.
La Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) ha registrado en el Ministerio de Exteriores una carta dirigida al embajador español en Londres, pidiendo que la diplomacia intervenga para detener la venta e investigar el origen y la propiedad de esas joyas, ya que se trata de un “oscuro patrimonio” de “dudoso origen” construido “sobre la corrupción, el expolio y la apropiación indebida” y “sobre el sufrimiento de millones de personas, el saqueo de miles de propiedades y el vaciado del Patrimonio Nacional”.
La ARMH señala que si la subasta sale adelante, Christie's será un “cooperador necesario” para que “la familia de un terrible dictador capitalice su patrimonio surgido de la corrupción política y económica de una dictadura que cometió numerosas violaciones de Derechos Humanos para sustentarse en el poder”. Esta asociación ha registrado un segundo escrito en el Ministerio de la Presidencia, preguntando si el Ministerio de Cultura y Patrimonio Nacional han investigado sobre la procedencia de estas piezas.
Además de comprar (es un decir), a La Collares —como fue apodada por su afición al joyerío— le gustaba presumir. “En una ocasión nos dijo que ella tenía un collar de perlas mejor que los que nosotros vendíamos y que volvería para demostrarlo”, recuerda el joyero. Solo para escuchar que tenía razón, lo hizo. “Tuvimos que reconocer que era mejor y las perlas, más gordas”.
Ese día no compró nada pero salió de allí henchida de satisfacción. Como la madrastra de Blancanieves, doña Collares quería saber si ella seguía siendo la más bella del reino, en un momento en el que la autoridad de su marido sobre un pueblo sometido tras una Guerra Civil estaba a punto de agotarse en el lecho de muerte en el que Franco agonizaba.
El afamado collar de esmeraldas que los Franco pretenden subastar ha aparecido con frecuencia sobre el cuello de Carmen Polo y de Margarita Vargas, esposa del bisnieto de los Franco. El precio de salida que marca la casa de subastas está entre los 93.000 y los 141.000 euros. Según el joyero, los precios de salida suelen suponer un 30% del que finalmente alcanzan, aunque él piensa que el valor de la joya está más en la marca (Cartier) que en la calidad de las esmeraldas, que aunque son grandes, son “claras de tono y están llenas de intrusiones”. Además, la diferencia de tono entre las distintas gemas deprecia el conjunto, por lo que si finalmente se realiza la venta, esta no debería alcanzar un precio tan elevado como el que se está especulando, a no ser que se encarezca por otros motivos ajenos a la calidad de las piedras.
“Regalos entre comillas”
Negocios secretos, una fortuna amasada a partir de un simple sueldo de general del ejército, un holding empresarial, testaferros, apropiaciones de patrimonio… el entramado de negocios y privilegios que analiza Mariano Sánchez Soler en su libro La familia Franco SA son indicios de un franquismo todavía no desmantelado. “El oscurantismo es muy grande porque el poder era muy grande”, dice. Los supuestos, pero evidentes, traspasos ilegítimos de patrimonio entre el Estado y la familia Franco “se podrían demostrar”, explica el historiador, “si la Abogacía del Estado decidiera investigar las escrituras de cómo se hicieron determinadas compras”.
Las investigaciones como la suya es difícil que vayan más allá de las consultas a los registros mercantiles y la puesta en común de toda la información disponible, que ya es un comienzo. “Han pasado 44 años y es muy complicado a estas alturas demostrar cosas si no hay voluntad de hacerlo”, explica. “Los regalos bajo la dictadura eran regalos personales, pero eran regalos por motivos políticos, regalos entre comillas, por eso la documentación a veces no responde al realidad”. El objetivo de la investigación debería estar en averiguar “si hubo algún tipo de coacción” en el momento de la compra. “El tiempo va a favor de que no se sepa nada”, dice Sánchez Soler, y es probable que “sea un misterio para siempre”.
En su libro, Sánchez Soler recoge la investigación del periodista Javier Otero, que demuestra que Franco amasó, durante los tres años de Guerra Civil y 1940, una fortuna de 34 millones de pesetas, que equivaldría hoy a 388 millones de euros, según el cálculo del historiador Ángel Viñas. “Muchos de ellos obtenidos a través de donativos 'redirigidos' y operaciones financieras, como la reventa de 600 toneladas de café regaladas por el dictador brasileño Getúlio Vargas, que Franco vendió a la Comisaría de Abastecimientos y Transportes, y que cobró por adelantado: 7,5 millones de pesetas, equivalentes a 85,6 millones de euros en la actualidad”, escribe en el libro.
Oro por fuera, plomo por dentro
El joyero puede aportar otra historia, pequeña pero significativa, sobre la oscuridad de los movimientos entre los patrimonios del Estado y de la familia Franco, que durante décadas fueron uno solo. En la vitrina de Gregory se exponía un trabajo exquisito: una caja de malaquita de una sola pieza, con oro y brillantes, y unas patas de león que la sujetaban en alto. “Esa caja me encanta, es que es preciosa' dijo ella. Y nosotros, como siempre, callados”.
Pero un día se presenta con otra caja de malaquita, más grande pero hecha con láminas pegadas, en lugar de ser una sola pieza. Aquí ya no podía presumir de que la suya era mejor, por lo que estaba dispuesta a encargar un trabajo en el que sustituyeran las varias láminas por una única. Se avecinaba un nuevo chanchullo: Carmen Polo les ofreció pagarles en oro, en lugar de en pesetas. Lo que trajo fue varios estuches de monedas conmemorativas de bautismos de barcos, procedentes de las habituales botaduras de botellas de champán contra el casco de los buques. Los joyeros accedieron a hacer el trabajo.
El taller de Gregory se puso a realizar el encargo con la mala suerte de que, en una torpeza, al joyero que la estaba realizando se le cayó la tapa y la caja quedó dañada en una esquina. El joyero recuerda vívidamente cómo Gregory Canellas, el dueño, que no se achantaba por nada, pegó un salto y gritó “¡ay Dios mío que Franco me fusila!”. Ahora, el joyero lo recuerda riéndose. En aquel entonces, estaban “cagados y asustados”.
Después de valorar varias opciones, optaron por admitir lo que había sucedido, reparar la caja y no cobrar por el trabajo pero sí por el oro empleado, por lo que se quedaron con el equivalente de las monedas que Carmen Polo les había ofrecido. En lugar de fundirlas de inmediato, decidieron guardarlas por si se revalorizaban, hasta que llegó una crisis de oferta de oro y se vieron obligados a llevarlas a fundir. En ese momento, descubrieron que, para su sorpresa, una de ellas solo tenía de oro la cobertura. El interior estaba relleno de plomo.
Plomo en el corazón y oro en la piel, toda una metáfora de una dictadura forjada a balazos y expolio.