“Con la contaminación estamos matando a una escala que no comprendíamos”
Nicholas Stern (Hammersmith, Reino Unido, 72 años) es economista y lord británico. En 2006 sacudió el panorama climático al analizar los graves impactos económicos que implicaba el calentamiento global. El problema trascendió así del ámbito climático para situarse en una dimensión diferente: amenazaba con arruinar la inercia aparentemente imparable de creación de riqueza. Luego vino la crisis financiera mundial que copó toda la atención.
Director del Instituto de Investigación sobre Cambio Climático de la London School of Economics (LSE) y presidente de la Academia Británica, ha pasado unas horas en España para hablar de la transición justa hacia una economía sin carbono, necesaria para contener el cambio del clima planetario. Tras charlar con la ministra Teresa Ribera y escuchar al presidente de Gobierno accede a pasar un rato respondiendo a las preguntas de eldiario.es. “Soy optimista sobre lo que podemos hacer”.
Usted demanda que no circulen coches contaminantes por las ciudades en 2025. ¿Es crucial?
Las ciudades están muy contaminadas. Ahora estamos entendiendo lo dañino que es esto: en el Reino Unido [la polución] mata entre 30.000 y 40.000 personas al año cuando los accidentes de tráfico matan 1.700 personas. La contaminación mata a una escala que no comprendíamos, pero que hoy ya comprendemos. Así que tenemos una polución urbana muy grave y, al mismo tiempo, debemos recortar las emisiones de gases de efecto invernadero. Ambas cosas son importantes, pero, si las pones juntas, la urgencia es más acuciante.
Así las cosas y visto el informe científico sobre limitar el calentamiento global a 1,5 ºC, ¿la Cumbre Climática de Polonia no debería haber sido más ambiciosa?
Habría sido bueno, pero no estaba en la agenda. Eso debe discutirse en la cumbre de 2020...
Pero cuando se estableció el calendario no existía ese informe tan claro...
Estoy de acuerdo y eso hace que la discusión sobre limitar el calentamiento del planeta a 1,5ºC se haya convertido en más urgente. La cumbre de Katowice ha establecido unos cimientos para elevar la ambición. Unos elementos comunes sobre cómo medir cómo lo está haciendo cada país. Una vez alcanzado esto, el informe científico ha cambiado la discusión: debemos ser mucho más ambiciosos de lo que fuimos en París.
¿Cree que existe una conciencia generalizada de lo que está en juego?
Hemos fallado a la hora de comunicar esto. Tanto los académicos como los medios de comunicación compartimos responsabilidad. Y también el sistema educativo y los movimientos sociales.
El primer paso es reconocer la situación y comprender el grado de daño que podríamos padecer. Nos estamos jugando la existencia. Para comprender, creo que es crucial hacerlo en términos de largo plazo.
La civilización desde hace ocho o nueve mil años es el periodo que nos ha hecho ser lo que somos. Y en ese tiempo la Tierra se calentó aproximadamente un grado. Ahora nos dirigimos a los tres grados. No ha habido ese calentamiento desde hace millones de años. Creo que no se entiende lo malo que sería llegar a subir la temperatura global dos grados, pero es que con tres grados cientos de millones, si no miles de millones, de personas tendrán que emigrar. Y los que no lo hagan vivirán bajo presión extrema.
Las migraciones son ya una de las grandes preocupaciones de los gobiernos europeos.
Si Europa piensa que los flujos migratorios le suponen un problema con un grado extra, ¡imagina con dos o, Dios no lo quiera, con tres grados más! La cuestión del movimiento de personas es inmensa. La gente no lo ha comprendido en toda su extensión. Se trata de evitar grandes conflictos en muchas partes de la Tierra en una escala temporal que incluye a nuestros hijos y nietos. Algunos ya son actuales como en Siria o Nigeria.
¿Cuál es la exigencia primordial?
Tenemos que cortar radicalmente las emisiones en los próximos 15 ó 20 años. Al menos un tercio para el objetivo de los 2ºC y mucho más para el 1,5ºC. Y la economía se va a doblar. ¿Podemos recortarlas? Sí, pero significa hacer las cosas de forma muy diferente.
¿Cortar las emisiones de CO2 no implica menor crecimiento económico, menos consumo, menos producción?
No. No implica detener el crecimiento. Y eso es lo atractivo. Imagine que detenemos de golpe el crecimiento económico... todavía se lanzarían unos 50 millones de toneladas de CO al año. El mensaje está en romper la relación entre la actividad económica y el daño al medioambiente y las emisiones. Esa es la clave. Debemos producir más eficientemente, generar electricidad con cero emisiones, introducir la electricidad en el transporte, descarbonizar el cemento, el acero y la aviación. Si aseguramos una energía limpia podemos hacer las cosas mucho mejor al tiempo que creamos ciudades donde podemos movernos y respirar.
¿De verdad se nos acaba el tiempo?
Tenemos una auténtica urgencia. Hay que acelerar y moverse rápidamente. Esto va a crear dislocaciones desde luego.
Todo esto que usted indica y a buen ritmo termina por provocar movimientos como el de los chalecos amarillos...
Esencialmente protestan por haber sido marginados y ninguneados más que por ir a una economía sin carbono. Entre ellos hay muchos ambientalistas molestos por haber sido dejados atrás. Eso hay que comprenderlo y respetarlo. La historia debajo de eso es más profunda: el cambio hay que gestionarlo mucho mejor si, a pesar de las oportunidades que ofrece esta transición, queremos que haya cohesión social. Es una lección.
El presidente del Gobierno Pedro Sánchez ha dicho que las políticas contra el cambio climático son impopulares.
Tenemos que decidir bien para que no lo sean. Yo comprendo al presidente Sánchez, pero diría que estas políticas son potencialmente impopulares. Por ejemplo, si se establece un impuesto al carbono [a las emisiones] el dinero deber ir a la gente más pobre. La primera prioridad es que ese dinero vaya a los más desfavorecidos y que mejore sus circunstancias.
¿Le preocupa la nueva ola de políticos negadores del cambio climático que han tomado el poder?
No ayudan, pero son marginales. El mundo se está moviendo vigorosamente. Los EEUU tendrán en algún momento otro presidente. Donald Trump es inmune a la ciencia, pero en el país existe una gran actividad en la buena dirección. Los EEUU están un poco en pausa, pero volverán.
Entonces ¿cuál es el mayor obstáculo según su análisis?
El foco político. La crisis financiera, por ejemplo, fue una gran distracción. Es preciso un nuevo modelo de crecimiento y organización, así que necesitamos que los gobiernos estén más concentrados en ello. Si se topan con distracciones graves, como el Brexit, se ralentiza el cambio. Hay muchos países como China, India o Indonesia que están cambiando. Europa debe volver al liderazgo y España puede contribuir decisivamente a ello.
Con todo, usted suena optimista...
Se ha hecho mucho, de verdad. ¿Suficientemente rápido? No. Pero se dan unas circunstancias en las que podemos acelerar. Soy optimista sobre lo que podemos hacer. La clave es qué haremos realmente.