Las mentiras del libro sobre los esclavos del Valle de los Caídos que Fernández Díaz esgrimió en el Congreso
Guardias civiles bailando con presos políticos en el Valle de los Caídos. Celebran la Navidad. La escena dibuja un paisaje idílico nacido en torno a la construcción del mausoleo donde Francisco Franco sigue enterrado con honores. Porque el uso de esclavos, y los muertos, son “leyenda negra”. Así es la bucólica teoría del investigador Alberto Bárcena, autor del libro que el exministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, ha blandido en el Congreso durante el debate sobre la exhumación del dictador.
Pero el panorama era bien distinto según historiadores consultados por eldiario.es como Paul Preston, Ángel Viñas, Francisco Espinosa Maestre o José Luis Gutiérrez Molina. O el propio Nicolás Sánchez Albornoz, uno de los pocos prisioneros que logró huir del Destacamento Penal del Monasterio de Cuelgamuros. Tachan la versión de Bárcena como revisionista. Como un intento más por blanquear la memoria histórica del franquismo.
“Les pongo a su disposición este libro”, ha recomendado el popular Fernández Díaz mirando a la bancada socialista en la convalidación del decreto ley que sacará a Franco de su tumba. Sostiene un ejemplar de Los presos del Valle de los Caídos. Y el diputado que condecoraba vírgenes desde su cartera ministerial ha pedido “no dogmatizar sin saber de lo que hablan”. El texto había sido remitido a un grupo de diputados por la extremista Asociación para la Defensa del Valle de los Caídos.
Bárcena construye en su obra un panorama de concordia entre 'rojos y azules', que dirían Pablo Casado y Albert Rivera. Una creencia que dista, al cabo, de los “monumentos franquistas” que España no necesita, en opinión del presidente Pedro Sánchez. El volumen narra “cómo fue la vida de los presos” en realidad frente “a la leyenda negra del Valle de los Caídos” porque, según la editorial, “no hubo trabajos forzados, ni Cuelgamuros fue un campo de concentración”.
Sí hubo esclavos en el Valle de los Caídos
“Es absurdo lo que dice ese autor”, tercia el hispanista Paul Preston, en conversación vía correo electrónico con este periódico. “Este tema lo explico en mi libro El holocausto español”, apunta. Entre las páginas 657 y 662. La “persecución sistemática” a los vencidos como botín de guerra. “La retórica de Franco sobre la necesidad de que los derrotados se redimieran a través del sacrificio trazó un vínculo claro entre la represión y la acumulación de capital que hizo posible el florecimiento económico de los años sesenta”, escribe.
“Decir que no hubiera 'esclavos' o trabajos forzados sólo admite la interpretación de que se trata de una obra de contenido revisionista que pretende negar la existencia de un sistema organizado, por los golpistas primero y el régimen franquista después, para la explotación económica, de un lado, y la 'redención' de los vencidos, de otro”, explica Gutiérrez Molina, director científico de la base de datos Todos (..) los nombres. Y esta situación ocurrió “durante al menos diez años de forma masiva”, sostiene el autor de obras como La justicia del terror.
La opinión del investigador de referencia de Fernández Díaz es muy diferente. El uso de reos como mano de obra “es el gran tema del Valle”, dice Alberto Bárcena en una presentación de su tesis convertida en libro. “Lo de los esclavos de Franco no se sostiene”, asegura. Solo es, en su opinión, un “concepto” usado como “reclamo” por escritores y periodistas para desprestigiar al régimen franquista.
Las obras en Cuelgamuros “duran prácticamente 20 años” y “trabajadores penados hubo solamente durante siete”, arguye. “¿El Valle lo construyeron los presos? En una parte”, admite. Y refuta la cantidad de mano de obra llegada desde las cárceles del franquismo: “Lo de 20.000 es demencial... la cifra más oficial es de 3.000 personas en total”.
No es así, mantiene José Luis Gutiérrez Molina. “Hasta el punto de que [el uso de presos como trabajadores] se convirtió en uno de los pilares económicos del régimen y expresión del nacionalcatolicismo que le caracterizó”, continúa. La teoría de Bárcena rechina “salvo que sea un estéril debate conceptual o cuantitativo”.
“Supuestamente [los presos políticos] fueron llevados allí a la fuerza para trabajar por cierto en condiciones infrahumanas, sin salario… esclavos”, declara Bárcena. Es mentira, dice. Y “algo parecido” ocurre el Valle de los Caídos cuando queda definido “como un campo de concentración” o un lugar donde hubo “trabajos forzados, que no había en absoluto”, concluye.
Las 'ventajas' de ser preso político en Cuelgamuros
“Donde hay que poner el acento no es en el número, sino en cómo se les trató allí”, esgrime Bárcena. “De esclavos nada. Aparte de llegar pidiéndolo, como llegaban los [trabajadores] libres, con su salario, tuvieron ventajas extraordinarias por estar allí”, defiende. “Ahí están las nóminas”, dice, y “lo que comían”. “Idéntico a lo de los libres”, recalca, “y mejor que la media de lo que se comía en España en los años 40”.
“Que no hubo presos condenados a trabajar en Cuelgamuros, como en cualquier otro de los muchos destacamentos penales o batallones de trabajadores de la época… basta con asomarse a los archivos”, responde Nicolás Sánchez-Albornoz a este medio. El hijo del que fuera historiador y ministro durante la Segunda República, Claudio Sánchez-Albornoz, había sido condenado por formar parte de una organización estudiantil y acabó penando en la construcción del conjunto monumental.
“El sistema no solamente hacía trabajar a los presos sino que les robaba la comida”, contaba en una entrevista para Carne Cruda. “Los presos eran arrendados a la compañía constructora. El Estado cobraba 10 pesetas con 50 por preso. Les ingresaba en una cartilla 50 céntimos y el día que se ponían en libertad se le daba ese saldo de tal manera que por años que tuviera era muy pequeña”, explicaba.
Sánchez-Albornoz recordó en aquel programa cómo escapó de Cuelgamuros junto a su compañero Manuel Lamana. Eran de los pocos que consiguieron huir. El propio Alberto Bárcena ridiculiza la historia: “Del valle se fugaban como querían. Como Sánchez-Albornoz, que se fue de paseo y había quedado en la lonja de El Escorial con un amigo que se lo llevó a comer al parador de Medinaceli y siguieron ruta hasta Barcelona. Esa es la fuga de Sánchez-Albornoz. Ese es el lugar pavoroso, el terrorífico campo de concentración”, comenta. Sánchez-Albornoz pasa de tal “alusión”. Y en el hipotético caso de que hubiera sido fácil, aplaca, “no quita que hubo fuga y que, a diferencia de las otras 42, tuvo éxito”.
“El ejemplo más extremo de la explotación de los presos republicanos fue el capricho personal de Franco, la gigantesca basílica y la imponente cruz del Valle de los Caídos”, narra Paul Preston. “La esclavización de los prisioneros era un modo de hacerles pagar los costes de su propio encarcelamiento y de reconstruir la España asolada por la guerra. Para mayor castigo, en los campos de trabajo y las cárceles las condiciones eran insoportables”, incide el hispanista.
Sobre la “voluntariedad del trabajo y las condiciones laborales idénticas a los trabajadores libres”, la opinión de Bárcena “sólo puede entenderse como resultado de una pésima investigación, manipulación de las fuentes utilizadas o expresión de una determinada opinión del historiador que está en su derecho a tenerla, pero no de colarla como fruto de un trabajo científico”, subraya Gutiérrez Molina.
La tumba del faraón fascista
“La leyenda negra del Valle está compuesta por una serie de mitos que se han consolidado y a día de hoy es dificilísimo desmontarlos”, opina Alberto Bárcena. La memoria de Franco ha quedado manchada por una “mentira gigantesca” construida desde la Transición que descalifica “una parte de nuestra historia colectiva brillante, por lo que tuvo de reconstrucción y perdón”, dice el autor de Los presos del Valle de los Caídos.
Y “la tumba faraónica de Franco” está entre las “calumnias” sobre el dictador. “Toda esa obra gigantesca destinada a ser la tumba de un hombre egocéntrico y vanidoso que quería enterrarse como un faraón”, ironiza. Los “mitos” de Cuelgamuros acaban por mostrar “el negativo de la foto” del franquismo, sostiene. Franco no levantó un “mausoleo” con trabajo esclavo, eso son “afirmaciones falsas todas cuando no realmente descabelladas”.
Pero el Valle de los Caídos esconde “una historia bastante macabra”, explica Nicolás Sánchez-Albornoz: la idea del régimen franquista “de tratar de rellenar la tumba de Franco con una serie de cadáveres y como les faltaban del bando rebelde saquearon las cunetas para llevar más. Los republicanos enterrados ahí no están por acto generoso sino de relleno”, manifiesta. Son los otros muertos del Valle de los Caídos.
“Sobre el tema existe una literatura si no abundante sí rica en información y testimonios. No coincide con las opiniones del señor Bárcena que la prensa ha divulgado”, rescata el historiador Ángel Viñas. “Tengo la fortuna de conocer a Nicolás Sánchez-Albornoz desde hace más de 30 años y, francamente, me merece más credibilidad que el señor Bárcena”, subraya.
“Otro mito que se derrumba es el de los muertos”, alega Bárcena. “Los enemigos del Valle, que son los del franquismo, siempre hablan de miles de muertos” pero “no dan cifras ni aproximadas” que él mismo sitúa “entre 14 y 18”.
“Trabajaron hasta 20.000 presos —varios murieron, muchos padecieron heridas de gravedad— en la construcción del colosal mausoleo de Franco”, mantiene Preston. “Un monumento a su victoria cuyo fin era, en palabras del propio dictador, «que las piedras que se levanten tengan la grandeza de los monumentos antiguos, que desafíen al tiempo y al olvido»”, recuerda.
“Hubo una primera fase en la que se utilizó trabajo esclavo y otra posterior en la que pudo darse una situación cercana a la que dice el tal Bárcena”, entiende el historiador Francisco Espinosa Maestre, autor de numerosas investigaciones sobre la represión franquista. “También es una triste pena que haya que estar rebatiendo las estupideces de esta gente”, continúa, en alusión a los escritores revisionistas que pretenden blanquear la memoria de Franco.
“Máxime habiendo bibliografía solvente sobre el asunto y no los inventos de la San Pablo-CEU”, insiste. “No conozco la obra de ningún historiador salido del CEU que me haya impresionado”, corrobora Viñas. Que concluye: “A mí me parece que la exhumación de los restos de Franco ha levantado una histeria mayúscula en las filas de cierta derecha, incluidos los militares”.