La primera vez que fue al cine con un compañero de trabajo pensó que a la salida le partiría un rayo. Mabel estaba tan segura de su muerte que cuando no ocurrió decidió desafiar otra vez los límites que le impedían hablar con hombres, acudir a ver una película o vestir pantalones desde el 19 de diciembre de 1978. El día que ingresó en el Opus Dei tenía 14 años. Blanca entró oficialmente con 18 y tuvo que empezar “de cero” seis años después. Sin amigos, sin habilidades sociales, sin saber qué le gustaba y qué no porque hasta entonces nada de eso lo había decidido ella. Este es el relato –una conversación a dos bandas– con dos hermanas, María Isabel y Blanca Mena, que vivieron en el Opus. Y que salieron.
A la mayor, de 59 años, le han hecho falta dos décadas fuera para contar lo que experimentó dentro. Dejó oficialmente la organización religiosa, la hasta ahora más intocable de la Iglesia católica, en el año 2000. Diez años más tarde seguía peleándose con el Opus Dei para que borraran sus datos. Lo consiguió en 2010 tras una larga batalla legal que terminó en el Supremo. La sentencia apareció en los periódicos, pero no lo hizo ni su cara ni su historia. Era entonces M.I.M.
Hoy se presenta con nombre y apellidos, dispuesta a compartir un testimonio que encaja con la denuncia que llevaron hasta la Santa Sede un grupo de exmiembros. El escrito, presentado el pasado mes de julio, define al Opus como una estructura “teocrática, vertical y totalitaria” que suprime “las libertades individuales y la intimidad de los adeptos”, “controla la información que llega a los miembros del grupo”, “emplea un conjunto de técnicas de manipulación y persuasión coercitiva” y “fomenta un rechazo más o menos fuerte hacia el resto de la sociedad, considerándolos enemigos o al menos sospechosos”.
En una carta a la que ha accedido elDiario.es, con fecha 31 de octubre de 2007 y dirigida al entonces prelado Javier Echevarría [fallecido en 2016], Mena reclama a la institución una indemnización de 90.000 euros por los daños que relata: una “grave y consciente manipulación sobre mi persona a partir de los 14 años usurpando competencias propias de mis padres e interfiriendo sobre la evolución de mi propia personalidad, sin respetar la minoría de edad y coaccionándome a lo largo de muchos años”.
El escrito entra en detalles muy concretos, como la entrega del salario íntegro –y regalos que recibía por los cumpleaños, por ejemplo– durante los 21 años que fue miembro de la Obra sin que la organización emitiera ningún recibí en cada una de esas donaciones; o la obligación de hacer votos de pobreza, obediencia y castidad siendo menor de edad y con una prohibición expresa de contarlo a sus padres. “Me dijeron que la llama de la fe era muy flojita y podía apagarse si lo compartía con mi familia, incluso a veces nos decían que nuestros progenitores podían ser la voz del demonio”, explica Mena en conversación con elDiario.es.
Aunque todo empezó en Madrid, donde nació hace casi 60 años, hoy vive en Málaga y tiene una hija. Conserva muchos episodios clavados en la memoria, “algunos todavía bloqueados”, y una caja de los truenos que guarda en el trastero de su casa. Allí, junto a algunos diarios de la época más juvenil, está el cilicio que aprendió a usar con 14 años. Según su relato, le obligaban a ponérselo dos horas cada día. Ella lo escondía en casa para evitar que estuviera a la vista de su madre. “Un día me lo colocó encima de las bragas dobladas como una manera de decirme sin palabras: hija, lo sé”, recuerda Mena, que desarrolló una técnica para que las lesiones en forma de puntos rojos que dejaba el utensilio en las piernas no se vieran con la falda.
Desde el Opus Dei optan por “no valorar casos concretos” de los que, asegura una portavoz contactada por elDiario.es, no tienen todos los detalles. “Nos pesa que personas que se han acercado al Opus Dei hayan sentido que no las hemos atendido como merecían, y que se hayan alejado defraudadas. Además, en este caso, no se conserva ningún tipo de información, ya que, a petición de ella misma y tal como se resolvió judicialmente, se destruyeron los escasos datos que había”, responden por escrito ante la consulta formulada por este medio.
En respuesta a los mandatos de vestimenta, lecturas limitadas o problemas para ir al cine o al teatro, la organización admite que “algunas de las recomendaciones han cambiado a lo largo del tiempo” y defiende que cada uno “hace lo que le da la gana”, aunque por ejemplo no acudir a espectáculos pueda ser una renuncia “como manifestación de pobreza”.
“Hiperinfiltradas” en la sociedad
María Isabel y Blanca nunca vivieron en centros del Opus Dei, sino que estaban “hiperinfiltradas” en la sociedad.
La primera, quien utiliza esta palabra, era agregada. La organización define a estos fieles como aquellos que, en celibato apostólico, “deben atender a necesidades, concretas y permanentes, de carácter personal, familiar o profesional, que les llevan, ordinariamente, a vivir con la propia familia y determinan su dedicación a las tareas apostólicas o de formación en el Opus Dei”. La segunda fue supernumeraria, una figura a la que sí permiten –de hecho es el mandato– casarse y tener hijos.
Nada de eso ocurrió en los seis años que Blanca perteneció al Opus. “Creo que en mi caso falló lo que llaman el plano inclinado y tuve acceso a información muy pronto, cuando no estaba preparada”, relata a elDiario.es. Una de esas cosas que llegaron antes de tiempo fueron las heridas en las piernas por el uso del cilicio.
¿Eligieron su estatus dentro del Opus? Blanca aclara que las cosas iban funcionando según los intereses de la organización. “Te conducían al lugar que encajaba mejor con lo que podías aguantar, supongo. Si eras más sociable te llevaban hacia ser agregada o supernumeraria”.
La doble vida, sin embargo, martirizaba los días de ambas hermanas. Aunque desde bien pequeñas acudían a los centros de tarde para hacer los deberes –estos espacios, junto con las convivencias, son fundamentales para la organización porque constituyen la puerta de entrada de personas muy jóvenes a la Obra–, las cosas se complicaron especialmente en la universidad.
El escrito de denuncia enviado por Mabel al prelado recoge que en tercero de carrera de Químicas fue obligada a posponer los estudios. Lo desarrolla más profusamente en conversación con este medio: “Coincidía con un chico todos los días en el autobús. Me enamoré platónicamente de él, no se podía hacer nada más, y un día lo conté en las charlas fraternas que teníamos. Me obligaron a coger otro autobús y después a dejar el curso”.
Cuando había chicos alrededor, empezaba a tener unos temblores físicos muy fuertes que me costó tiempo vincular con este hecho. Intentaba solo relacionarme con mujeres
“Cuando había chicos alrededor empezaba a tener unos temblores físicos muy fuertes que me costó tiempo vincular con este hecho. Intentaba solo relacionarme con mujeres”, prosigue Mabel, que asegura que las normas del Opus en este sentido le hicieron “enfermar por dentro” y le impidieron un desarrollo “sano en el terreno afectivo”. Sufrió gastritis e indicios de trastornos de la conducta alimentaria hasta que abandonó la organización. “Vivir en la dicotomía –zanja– te acaba rompiendo”.
Cuando una persona lleva cinco años en el Opus Dei debe realizar un rito de fidelidad que incluye la elaboración de un testamento. Mabel lo hizo con 20 años. Decidió dejar lo que tuviera, si moría, en manos de sus hermanas y la organización la convenció para modificarlo con el argumento de que “la Obra era buena y mis hermanas iban a estar cuidadas”, asegura. Mabel recalca que, en su caso, el momento del testamento se retrasó porque declaró que le gustaba un compañero y eso “era una ofensa a dios”. También quiere dejar por escrito que durante un tiempo de dificultad económica el Opus respondió ante su familia y estuvo pagando el alquiler su casa, 25.000 pesetas al mes.
Blanca salió de la organización bajo tratamiento psiquiátrico por un trastorno obsesivo y una angustia aguda, de acuerdo con su relato. “Me sentí atrapada, con unas obsesiones que me hicieron plantearme que mi vida solo tenía dos salidas: o dejar el Opus o el suicidio. Está todo tan bien montado que te dejan sin salidas”, explica casi 40 años después esta abogada especialista en protección de datos y ahora residente en Barcelona. Recibió muchas llamadas y visitas a su casa tras abandonar la organización, cuenta: “Nunca respondí, lo evité porque temía que me volvieran a convencer”.
En la respuesta a este medio, la organización religiosa reitera que lamenta que haya personas que “sufrieran una salida de la institución que los mantiene alejados de la Obra y que perciban la vida que vivieron durante años como un fracaso”. “En esas circunstancias desde luego asumimos y pedimos perdón por la parte de culpa que hayamos podido tener”, agregan por escrito en referencia a la denuncia presentada por el grupo de exmiembros ante la Santa Sede. Y rematan: “Cada caso es diferente y ni sería justo, ni llevaría a la verdad generalizar”.
“Necesitaba entender qué me había pasado, si era tonta del todo”.
“El proceso de recuperación tras dejar el Opus es largo, lento y muchas veces doloroso. Has de recomponerte y muchas veces no sabes ni lo que te gusta o te disgusta, ya que durante años has estado haciendo, pensando y deseando lo que te dicen las directoras que es lo que Dios quiere para ti”, escribe en un correo electrónico posterior, dos días después de la primera conversación.
Cada libro que leía, cada prenda de ropa que compraba, el corte de pelo, todas estas decisiones cotidianas requerían el visto bueno –y la financiación– de la Obra. “Me he preguntado muchas veces –confiesa Mabel– cómo no me di cuenta. En casa no tenía buena situación y me sentía acompañada. Me hicieron creer que yo era la elegida, que tenía la verdad y el resto estaban equivocados. Visto desde fuera es simplemente manipulación de las personas. ¿Por qué me dejé? Con el paso del tiempo descubrí que fue por miedo a equivocarme. Fuera aprendí que no pasa nada por equivocarse, pero allí hay que intentar ser perfecto”.
Me di cuenta de que todos los elementos situaban al Opus cerca de una secta: la separación del entorno, las verdades absolutas, el líder indiscutible, los mensajes de que somos los especiales... Juegan con lo más profundo de tus creencias
“Leí mucho después de salir porque necesitaba entender qué me había pasado, si realmente era tonta del todo”, coincide Blanca. “Con el paso del tiempo –prosigue– me di cuenta de que todos los elementos situaban al Opus cerca de una secta: la separación del entorno, las verdades absolutas, el líder indiscutible, los mensajes de que somos los especiales... Hay una sensación muy fuerte de violación, de que juegan con lo más profundo de tus creencias”.
“Reparé, al final, que dios no me pedía estas cosas sino el Opus. Hace tiempo que perdí la fe y hay que aprender a gestionar esa soledad”, dice hoy Mabel. Una gran parte de su vida profesional la desarrolló también en instituciones relacionadas con la Obra, de la que era totalmente dependiente. Primero la Escuela Familiar Agraria (EFA) en Alcázar de San Juan y después el colegio Sierra Blanca El Romeral de Málaga, que actualmente sigue ofreciendo educación segregada por sexo.
En ambos lugares tenía el mandato, relata, de seguir sumando nuevas incorporaciones a la Obra: hacer “pitar” a gente, como se dice en el lenguaje coloquial entre los numerarios y agregados. “En la escuela llegué a tener a 50 alumnas en una clase. Escribí a la dirección en Andalucía del Opus para sugerir algunas cosas que debían mejorar y me respondieron que lo que tenía que hacer era apostolado y dejarme del resto”.
Salir del Opus “implica empezar de cero en muchas cosas: las amistades, la sexualidad, las relaciones sociales...”, resume Blanca. “Te coloca en una situación de inexperiencia que no es propia de tu edad. También–agrega– de incultura porque han estado condicionando lo que leías y veías”.
La organización, en la encrucijada
La estructura económica del Opus Dei es resbaladiza, difícil de cuantificar, porque la mayoría de sus entes –universidades, escuelas, templos o propiedades– están a nombre de fundaciones. En su última memoria nombran varios de ellos bajo el epígrafe de “algunas iniciativas en España”: escuelas Tajamar, Gaztelueta y Altair; grupo educativo Attendis; centros de formación rural, integración de migrantes; parroquias como San Ildefonso en Granada o Montalegre en Barcelona.
Después de ir al cine y comprobar que no hubo castigo divino, Mena inició pequeñas rebeliones que la condujeron fuera de la organización el 5 de febrero de 2000. Dejó de ir a misa todos los días; y después incluso también los domingos. Empezó a trabajar en una academia al margen del Opus y leyó el libro de dos exnumerarias. Después consultó, cuenta, a dos sacerdotes diferentes que le dieron la validación moral que necesitaba para salir.
En este proceso, la exagregada denuncia que no se respetó su decisión y que se intentó “por todos los medios que cambiara de opinión”. “Se me coaccionó y conmigo no se cumplió la tan repetida expresión de que las puertas están abiertas para salir”, dice el escrito que envió al Prelado en 2007 para solicitar una indemnización por daños.
El Opus Dei ha sido la organización más influyente de la Iglesia católica. Vivió su época de mayor esplendor con el Papa Juan Pablo II, que le otorgó hace 40 años el título, exclusivo en la Iglesia, de prelatura personal. Un poder omnímodo, por encima de otras asociaciones clericales. Sin embargo, el actual pontífice, Francisco, ha revocado parte de sus privilegios este año. No fue la única decisión del Vaticano en esta dirección: en 2022 impidió que su prelado pudiera ser obispo y cortó los lazos directos con el pontífice.
Un annus horríbilis para la Obra, fundada en 1928 por Escrivá de Balaguer, que se ha apuntalado con la última derrota en el santuario de Torreciudad. “Lo que toca es aguantar, obedecer y esperar a que pase el temporal. O a que cambien las tornas en Roma”, confesaba un supernumerario en este artículo. Según sus propios datos, 93.400 personas forman parte del Opus Dei en el mundo (más de un 50% en Europa y un gran porcentaje en España), de las cuales 2.300 son sacerdotes.
Dos décadas después, Mabel todavía se acuerda del Opus todos los días al levantarse: “El minuto heroico, lo llamaban. Había que ponerse de un salto en el suelo y besarlo”. Ahora, cuando pone los pies en el suelo, piensa: “Qué bien sienta despertarse y sentarse en la cama”.
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