“Eso no se puede olvidar. ¡No se puede olvidar!”. La voz de Juan Aznar García se quebraba cada vez que recordaba los cuatro años y medio que pasó en el campo de concentración nazi de Mauthausen. Solo la muerte, que le ha reclamado cuando estaba a punto de cumplir los 102 años, ha logrado acabar con las pesadillas que le seguían atormentando con demasiada frecuencia: “Hay veces que por la noche no consigo dormir. Me despierto. Aquello fue lo peor. Fue muy exagerado”.
El camino que le condujo hasta Mauthausen comenzó en 1918, en la localidad murciana de Caravaca de la Cruz: “Crecí en los tiempos en que un borrego valía más que un hijo. Era más importante cuidar de esos borregos que ir a la escuela”. Al igual que ocurrió en buena parte de España, la explotación a la que los terratenientes sometían a los trabajadores hizo que Juan fuera adquiriendo conciencia política. La llegada de la II República fue la esperanza a la que, como muchos, se agarró para cambiar la situación de extrema desigualdad que se vivía en el país. Por eso, cuando parte del Ejército se sublevó contra el orden constitucional, el joven caravaqueño no dudó en alistarse en las filas del Ejército republicano. Tras combatir en batallas como la de Teruel o la del Ebro, en la que resultó herido, Juan cruzó los Pirineos en febrero de 1939 huyendo del ya imparable avance fascista.
Después de pasar por los campos de concentración en que la democracia francesa encerró a medio millón de compatriotas exiliados, Juan se enroló en una de las Compañías de Trabajadores Españoles que el Ejército francés había creado para preparar la guerra contra Hitler. La arrolladora invasión alemana se saldó con la captura de centenares de miles de prisioneros, entre ellos más de 10.000 españoles. Juan fue enviado a un campo de prisioneros de guerra en Estrasburgo. Allí debería haber pasado el resto de la contienda, como de hecho hicieron los prisioneros franceses, belgas o británicos. Sin embargo, el régimen franquista pactó con la cúpula nazi que esos españoles cautivos fueran desposeídos de su condición de prisioneros de guerra para ser enviados a los campos de la muerte. “Lo que Franco hizo… fue asesinar la España… se diga lo que se quiera”, resumía Juan muchos años después.
Sangrienta bienvenida a Mauthausen
“Llegamos de noche. Nos pusieron en cueros, desnudos. Acostados allí en la tierra. Con un frío que se helaba Dios. Al día siguiente vimos cómo se acercaba corriendo un prisionero que ya llevaba tiempo en el campo y nos decía «tienes un cigarrillo, tienes un trozo de pan, tienes algo para darnos… aquí nos matan a todos, aquí nos morimos todos». Eso fue ya el primer día que llegamos a Mauthausen”. Y fue solo el anticipo de lo que lo le ocurrió a Juan, horas después. Un SS se encaprichó del reloj de pulsera que llevaba y le preguntó que cuánto dinero quería por él: “Yo ya veía lo que podía ocurrir y le dije que no quería nada… que se lo regalaba. Y él me dijo «No, los alemanes lo pagamos todo». Para pagarme el reloj ordenó que me dieran 75 latigazos en el culo con una verga de toro. Seis meses después de aquello, la sangre me caía por las piernas. Las costras saltaban y caía toda la sangre”.
Además de víctima, Aznar fue también testigo de la barbarie nazi. Entre sus recuerdos más dolorosos se encontraba el del prisionero que fue obligado por los SS a ver cómo asesinaban a su padre, el de los deportados que eran enterrados vivos en una fosa y el de los niños judíos que desaparecían en la cámara de gas. Él mismo estuvo a punto de morir varias veces. En una ocasión le sometieron a uno de los típicos castigos de Mauthausen: atarle los brazos a la espalda y colgarle de ellos durante días. “Tenía un metro de nieve encima cuando me descolgaron. Los compañeros me tuvieron que vestir durante 3 o 4 meses porque no podía mover los brazos”.
Lo que sí tuvo que seguir haciendo es trabajar en la terrible cantera del campo. Allí habría perecido, debido al esfuerzo extremo y a la escasísima alimentación, de no ser porque fue elegido para formar parte de un grupo de trabajo que dirigía un valenciano llamado César Orquín. Este kommando, todo él formado por españoles, trabajó en distintos destinos fuera de Mauthausen. La comida era más abundante y las condiciones de vida algo menos duras. César, según Juan y el resto de prisioneros que estuvieron a sus órdenes, trató de evitar muertes en el grupo. El 3 de mayo de 1945, debido a la cercanía de las tropas estadounidenses, los SS trasladaron a los prisioneros a Mauthausen: “Salté del camión con varios compañeros y nos escondimos. Estuvimos comiendo hierba como las bestias hasta que, dos días después, llegaron los americanos”.
Exiliado y olvidado
“Yo tenía una familia en España y no podía verla. Yo tenía a mi madre, a mis hermanos y hermanos… Pero no podía volver. Me quedé en Francia y traté de trabajar, de comer, de vivir…”. Al igual que la inmensa mayoría de los supervivientes españoles de los campos nazis, Juan se quedó para siempre en el exilio. La llegada de la democracia a España, tras la muerte del dictador, no cambió nada su situación. Mientras el resto de deportados eran considerados héroes en naciones como Francia, Holanda o Gran Bretaña, los españoles siguieron condenados al olvido.
No fue hasta el año 2015 cuando, gracias al empeño de Cruzi Talavera, su sobrina-nieta, la historia de Juan salió a la luz. Dos años después, se inauguró un monolito en Caravaca de la Cruz en memoria de sus cuatro vecinos deportados a los campos nazis. Aznar participó en el acto a través de videoconferencia, pero unos meses más tarde, regresó por primera vez a Caravaca de la Cruz. Acompañado desde Francia por su nieta Carole celebró en su tierra su “cumplesiglo”. Con 100 años, visiblemente emocionado, tomó brevemente la palabra en el acto de homenaje que le organizó el Ayuntamiento de la localidad murciana, a instancias del grupo municipal de Izquierda Unida. Al acercarse al micrófono, dejó pasar unos segundos para acabar lanzando un emocionado “compatriotas, ¡Viva la República!”
Juan Aznar falleció a las 21:30 horas de este lunes en un hospital de París. Su muerte se produce solo mes y medio antes de que se conmemore el 75º aniversario de la liberación del campo de concentración de Mauthausen. Para esa efeméride solo quedarán con vida dos supervivientes españoles de los campos de la muerte de Hitler: el cordobés de Torrecampo Juan Romero Romero y el ibicenco, de origen judío-alemán, Siegfried Meir.