Adiós a Ramiro Santisteban, uno de los primeros españoles de Mauthausen
“Lo peor que podía pasarte en un sitio como Mauthausen era estar allí con algún miembro de tu familia. Es lo peor porque ves como maltratan a tu padre. Allí, delante tuyo. Y no puedes hacer nada”. Los ojos de Ramiro Santisteban empezaban a brillar y su voz a quebrarse cada vez que recordaba su paso por el campo de concentración nazi. Si ya de por sí era cruel, duro e inhumano pasar unas horas entre las alambradas de Hitler, Ramiro tuvo que soportarlo durante cuatro años y nueve meses en compañía de su padre, Nicasio, y de su hermano, Manuel.
Su tragedia, como la de los más de 9.000 españoles y españolas deportados a los campos nazis, comenzó mucho antes, en España. La sublevación militar contra la República empujó a la familia Santisteban a dejar atrás la humilde pero plácida vida de que disfrutaban en la localidad de Laredo. A bordo de un pesquero navegaron hasta Francia, horas antes de que toda Cantabria fuera ocupada por las tropas fascistas italianas y españolas. Desde el país vecino, los Santisteban regresaron a la Cataluña republicana de donde tuvieron que volver a huir, esta vez para siempre, en febrero de 1939.
Ramiro nunca pudo olvidar aquel exilio, de cuyo inicio se conmemora en estos días el 80 aniversario. Él fue uno de los cerca de 500.000 españoles que cruzaron los Pirineos durante el gélido invierno: “El Gobierno francés nos encerró en campos de concentración como si fuésemos bestias. Allí moríamos de hambre, de frío y de todo tipo de enfermedades. No esperábamos ese trato del país que tanto presumía de la libertad, la igualdad y fraternidad”. Tras pasar todo tipo de penurias en los campos franceses de Vernet y Septfonds, Nicasio, Manuel y Ramiro Santisteban emprendieron sin saberlo el viaje hacia Mauthausen. Los tres se alistaron en la misma Compañía de Trabajadores Españoles del Ejército francés, la 101ª. Con ella participaron en la II Guerra Mundial y fueron capturados en junio de 1940 por la Wehrmacht.
Los Santisteban pasaron por varios campos para prisioneros de guerra donde compartieron barracones con los soldados franceses, belgas o británicos. Campos en los que sus guardianes alemanes respetaban, más o menos, el Convenio de Ginebra y los derechos humanos. Allí estuvieron hasta que el Gobierno de Franco pactó con Hitler el destino de todos los republicanos españoles cautivos del III Reich: “Nos enviaron a los campos de concentración para exterminarnos porque nos consideraban como enemigos políticos y nos trataban como eso. Franco lo veía con buenos ojos”, afirmaba Ramiro muchos años después.
Los primeros españoles de Mauthausen
Nicasio, Manuel y Ramiro llegaron a Mauthausen el 6 de agosto de 1940. Lo hicieron en un tren de ganado, formando parte del primer convoy de españoles que llegaba a ese campo de concentración nazi: “Nosotros construimos buena parte del campo. Los muros, la plaza de formaciones… construimos nuestra propia cárcel”. Él y el resto de compatriotas trabajaron en la cercana y durísima cantera de granito, picando rocas y subiendo piedras de 30 y 40 kilos de peso por una empinada escalera de cerca de 200 escalones.
“Los nazis nos llamaban stück, que significa cacho o trozo. Nunca nos llamaban hombres. No nos consideraban personas. La muerte que te daban no era fácil porque tenían castigos…”. Ramiro recordaba especialmente a los compañeros que eran arrojados por los SS desde el acantilado de la cantera, a los que eran ahorcados o colgados de los brazos hasta que perecían, a los que se suicidaban lanzándose contra la alambrada electrocutada y a los amigos que fueron literalmente despedazados por los perros: “Veías que el soldado iba con un perro al que tenía amarrado. Y, de repente, soltaba el enganche y lo lanzaba contra el primero que pasaba. Lo hacía por pura diversión. Si te enganchaba, salías en trozos”.
Mucho peor que todo ello era saber que eso mismo le podía ocurrir a uno de tus seres queridos. “El jefe de barraca se llevó a mi padre al lavabo, le metió una ducha de agua fría y le dio una buena paliza. Mi hermano y yo quisimos entrar pero los compañeros nos detuvieron. Cuando oyes los palos... no es agradable”, relataba Ramiro.
Su padre, Nicasio, era demasiado mayor para sobrevivir en un lugar como ese y habría acabado muerto de no ser por la ayuda de otro prisionero, Francesc Boix, el fotógrafo de Mauthausen: “Salvó la vida de mi padre. Tenía ya cerca de cincuenta años y no podía seguir trabajando en la cantera”. Boix aprovechó sus buenas relaciones con algunos oficiales de las SS para que trasladaran a Nicasio a la cocina: “Era un buen trabajo, pelaba patatas. Logramos salvarle gracias a Boix. Tenía la cara más dura que el cemento, pero ayudaba siempre que podía. Se merece un monumento”.
La libertad más triste
La ayuda de los compañeros, la suerte y la fortaleza física permitieron a los Santisteban sobrevivir hasta el 5 de mayo de 1945 en el que las tropas estadounidenses liberaron Mauthausen. Cerca de 5.500 españoles no fueron tan afortunados y solo pudieron escapar de los campos de concentración nazis a través de las chimeneas de los crematorios; convertidos en humo y cenizas.
Esa realidad, el recuerdo de lo sufrido y la imposibilidad de regresar a una España regentada por el único dictador fascista que sobrevivió a la II Guerra Mundial no fueron los únicos inconvenientes con los que tuvo que lidiar Ramiro. Solo unos días después de ser liberados, su padre falleció por la debilidad y las secuelas físicas que arrastró de su paso por el campo. Manuel decidió entrar ilegalmente en España para visitar a su madre y fue asesinado por la Guardia Civil. Después de haber sobrevivido los tres juntos durante cuatro años y nueve meses en el peor de los infiernos, Ramiro Santisteban se quedó solo.
Lejos de tirar la toalla, el jovencísimo pero ya curtido luchador cántabro participó activamente en las asociaciones creadas por los supervivientes. Asociaciones que se dedicaron a perseguir a los SS de Mauthausen y también a aquellos prisioneros que habían ejercido como crueles ayudantes de los alemanes. Asociaciones que durante décadas pelearon para que no se olvidara lo ocurrido y para mantener viva la memoria de sus compañeros asesinados. Ramiro Santisteban acabó siendo uno de sus líderes y presidió la Federación Española de Deportados e Internados Políticos Víctimas del Fascismo (FEDIP). Ya rondando los 90 años, fue uno de los demandantes en la llamada 'querella Nizkor', presentada en la Audiencia Nacional contra cuatro miembros de las SS de Mauthausen que vivían plácidamente su vejez en países como Estados Unidos.
En compañía de su inseparable Niní y de su hijo Patrick, Ramiro Santisteban siguió participando hasta el último momento en todos los actos oficiales que su ya delicada salud le permitía. Uno de ellos, en el que se le vio especialmente feliz, fue el gran homenaje que la ciudad de París brindó en 2017 al fotógrafo de Mauthausen, al salvador de su padre, a Francesc Boix.
Este lunes, 25 de febrero, Ramiro ha emprendido su último viaje sin haber recibido reconocimiento alguno por parte del Estado español. Solo su Laredo natal le homenajeó, junto al resto de los vecinos de esa localidad que fueron deportados a los campos nazis. Fue el 1 de febrero de 2010. Ese día, Ramiro Santisteban expresó un deseo y una esperanza: “Que este momento venga a ser como colocar un eslabón que faltaba en la cadena de la historia de nuestro país y que sirva para dar fe ante las nuevas generaciones de lo que vivieron aquellos hombres y mujeres y cuál fue su destino”.