“Cuando hemos talado la mitad de los irremplazables bosques primarios del mundo en un tiempo récord, hemos matado a la mitad de todos los vertebrados salvajes en un solo ciclo de vida y nos enfrentamos a un mundo más cálido, más turbulento e implacable climáticamente, ¿no sería erróneo no sentir esto precisamente como ansiedad y dolor? ¿No es la alternativa a ello, acaso, algo delirante?”. Así explicaba Ed Gillespie, biólogo marino y activista medioambiental, el estado emocional en el que se halla mucha gente ante la crisis climática, la acción humana, y sus desoladoras consecuencias.
Es el prefacio de un libro publicado en Reino Unido en el año 2020 por la psicóloga Anouchka Grose titulado Una guía para la ansiedad climática. Gillespie continúa su reflexión asegurando que ese dolor tiene mucho que ver “con el amor y con la conexión que sentimos hacia aquello que ya hemos perdido (y seguimos perdiendo)”. “Sufrimos porque amamos, y el dolor es también el proceso dinámico que nos lleva a un nuevo lugar”, afirma.
Estos días todos los españoles estamos sintiendo una especie de “shock colectivo” al estar viviendo en primera persona o de forma retransmitida las consecuencias de las inundaciones más mortíferas del siglo XXI en nuestro país, pero no somos un caso aislado. Un total de 220 personas fallecieron en Alemania y Bélgica en 2021 a consecuencia de las intensas lluvias que se produjeron durante el mes de julio; en 2022 una terrible lluvia monzónica arrasó el noroeste de la India y Bangladesh, matando también a cientos de ciudadanos; y ese mismo año perdieron la vida en Pakistán alrededor de 1.700 personas por otras inundaciones.
Hay que abrir los ojos, comprender la situación histórica absolutamente excepcional en la que nos encontramos. Debemos asumir la realidad (climática, energética, y alimentaria)
Estos son tan solo algunos de los numerosos ejemplos recientes. La crisis climática ha llegado para quedarse, aumentando e intensificando los fenómenos meteorológicos extremos. “Tenemos duelos por elaborar acerca de la destrucción presente”, señala Jorge Riechmann, matemático, filósofo y doctor en ciencias políticas.
Miedo, rabia, y tristeza
“La emoción predominante en todos nosotros al ver retransmitida esta catástrofe —es importante hacer esta distinción porque el proceso emocional de los afectados es algo mucho más complejo— seguramente va a ser el miedo, pero cada persona al final va a reaccionar en base a su ‘tendencia’. Podemos experimentar emociones que nos resulten desagradables o habrá personas que inevitablemente por mecanismos de defensa se disocien de lo que les puedan provocar estas situaciones. Ante emociones que son muy desagradables y realidades que no pueden controlar, piensan: ‘A mí esto no me afecta', y lo viven desde la distancia. La emoción está ahí, pero no están tocando con ella”, explica Laura Aránega, psicóloga que lleva años especializándose en todo el abanico de emociones que genera la crisis climática y sus consecuencias.
Es un proceso muy parecido al del duelo: una toma de conciencia de que la vida, tal y como la imaginabas en el futuro, tal y como nos la habían presentado, no existe ya. Es una pérdida de un 'ideal' y de la sensación de tranquilidad que nos aportaría un futuro estable
Asegura que es absolutamente normal sentir tristeza, miedo, o rabia ante desastres medioambientales. Son emociones “adaptativas”: “Hay ciertas emociones que es 'sano' que estén asociadas, porque esto nos habla de que hay una toma de conciencia del entorno”. Y a ellas puede sumarse la famosa “ansiedad climática” o “ecoansiedad”.
Aránega explica que hay que, por fin, dejar atrás la trivialización con la que se ha tratado este término, ya que ese tipo de ansiedad no tiene que ver con algo que no existe, sino que guarda relación con algo muy real: “Si toman conciencia de lo que le está ocurriendo al planeta es normal que tengan esta sensación de pérdida, este proceso de duelo”.
La ansiedad climática, otro tipo de duelo
“Las personas que transitan estas emociones viven un proceso muy parecido al del duelo: es una toma de conciencia de que la vida, tal y como esa persona la imaginaba en el futuro, tal y como nos la habían presentado, no existe ya de esa forma. Es una pérdida de un 'ideal' y de la sensación de paz y tranquilidad que nos aportaría un futuro 'estable'”. La persona que está pasando por ello, explica, tendrá que adecuarse a la idea de que el futuro es incierto, como siempre lo ha sido, pero, además, “tal y como nos dicen los estudios, parece que esa incertidumbre viene cargada de diferentes eventos que muy posiblemente van a ser bastante catastróficos. Ahí hay un duelo en el que la persona tiene que soltar ese ideal para poder integrar todo esto”, ahonda Aránega.
El miedo no puede transformarse en desesperanza. Si la ciencia lo que nos está diciendo es que todavía podemos evitar lo peor de lo peor, pero hay que hacer un esfuerzo enorme, pues apretemos los dientes y pongámoslo todo de nuestra parte
En referencia a este duelo, Riechmann explica que hay que “abrir los ojos, comprender la situación histórica absolutamente excepcional en la que nos encontramos. Debemos asumir la realidad (climática, energética, y alimentaria)”, pero cuidando de “no caer en la desesperanza”, apunta Aránega. La psicóloga subraya que es importante “no vivir esta sensación de incertidumbre desde la necesidad de control, o que ello nos lleve a quedarnos demasiado tiempo en el futuro en lugar de pensar qué podemos hacer aquí y ahora”.
“No tiene sentido tampoco pelearnos con nuestras emociones porque nos vienen a decir algo sobre el entorno en el que estamos y sobre el mundo en el que vivimos y cómo nos sentimos con eso. No necesitamos reprimir el miedo, sino poder darle un espacio. Para potenciar la parte sana y adaptativa de estas emociones tenemos que poder hablarlo, tenemos que encontrar espacios que sean seguros para poder hablar de todo esto”, sostiene.
Emprender acción
La psicóloga asegura, además, que para el miedo puede ser muy terapéutico “emprender acción”, porque “no te quedas en el bloqueo y en la tristeza”. “Yo aquí lo relacionaría con los dos polos a los que tendemos las personas cuando emocionalmente estamos afectadas por estas situaciones: uno es más depresivo y el otro es más ansioso, y se relacionan con las respuestas ante el miedo de huida o lucha. Tenemos que buscar una respuesta que esté dentro de todo el espectro intermedio que existe entre estos dos polos”. Si nuestra tendencia toca alguno de esos dos extremos, esas emociones, en principio sanas porque nos vienen a decir algo, pueden acabar patologizándose. “Cada persona se va a posicionar en ese espectro en base a sus circunstancias, características, y necesidades”, apunta.
Por mucho dolor que sintamos, no podemos dejar que esa emoción nos deje en casa. Si permitimos esa parálisis, no vamos a poder enfrentarnos a lo que viene. Necesitamos millones de manos para hacerle frente a esta emergencia climática
De emprender acción saben mucho Laura Reboul (activista y una de las voces de Greenpeace) y Sera Huertas (educador ambiental). Ambos coinciden en que la clave para que el miedo ante la crisis climática no se convierta en algo paralizante es transformarlo, primero, en acción directa al movilizarnos para ofrecer ayuda a los afectados, y, después, en rabia encauzada hacia la lucha climática.
“Una pequeña dosis de rabia es útil, y ese miedo no puede transformarse en desesperanza, tampoco en ‘ya no hay nada que hacer’, sino que a ese miedo se le puede dar la vuelta y transformarlo en una rabia bien dirigida a conseguir darle sentido al discurso de la esperanza. Si realmente la ciencia lo que está diciendo es que todavía podemos evitar lo peor de lo peor, pero hay que hacer un esfuerzo enorme, pues apretemos los dientes y, con eso, trabajemos y pongámoslo todo de nuestra parte”, señala Huertas.
Reboul incide en que “no nos podemos permitir” como sociedad paralizarnos ante estas catástrofes, porque “esto es solo el principio y llevamos ya muchos años de parálisis, también política, en cuanto a la acción climática. Está claro que, si no lo demandamos nosotros y nosotras, no se va a actuar. Las personas, y sobre todo los colectivos más vulnerables, tenemos que unirnos, porque al final los más expuestos a ello seremos los que más sufriremos. Tenemos que salir a la calle a denunciar que nuestro modo de vida está en juego. Por mucho dolor que sintamos, no podemos dejar que esa emoción nos deje en casa. Si permitimos esa parálisis, no vamos a poder enfrentarnos a lo que viene. Necesitamos millones de manos para hacerle frente a esta emergencia climática”.
Alianza por el Clima junto a Greenpeace han adelantado a elDiario.es que el 17 de noviembre habrá movilizaciones en toda España para presionar en torno a la Cumbre del Clima de este año, la COP29.
Debemos exigir a nuestros gobiernos más medidas de prevención y de adaptación climática y unirnos a las movilizaciones que surjan en este sentido sin perder más tiempo, señala Reboul: “Un plan de acción contundente de adaptación climática es algo que ya debería estar plenamente ejecutado a nivel estatal y a nivel internacional. Debería existir una coordinación entre todos los países, porque no va a dejar de ocurrir esto, no va a ser un caso aislado. La pregunta es: ¿qué vamos a hacer cuando vengan las siguientes catástrofes?”.
“Es importante no quedarnos solos al asumir esta realidad climática. El peso al ‘abrir los ojos’ es insoportable para individuos aislados. Hemos de acompañarnos y tejer lazos junto al grupo de ayuda mutua. Preguntarnos qué espacios tenemos cerca para poder sostenernos en ellos. Si no hay ninguno, podemos preguntarnos si tenemos la posibilidad de crearlos junto a compañeros y compañeras. Podemos organizarnos, además, mediante asambleas ciudadanas. Tenemos ejemplos recientes de organización colectiva, como la pandemia de la Covid-19”, apunta Riechmann. “La idea básica es la de la ayuda mutua desde abajo y desde lo cercano: barrios, pueblos… Para resistir a la realidad pero también para (en la medida de cómo nos encontremos a nivel de fortaleza) transformarla”, remata.