Alberto Soler y Concepción Roger son psicólogos y acaban de publicar su segundo libro, Niños sin etiquetas, en el que exploran los efectos del uso de las etiquetas en la educación y animan a padres, madres y educadores a desterrarlas y a tratar a los niños desde el respeto a sus derechos y necesidades. Hablamos con Alberto Soler sobre las etiquetas más usadas, sobre el efecto de las que hemos colocado a los niños y niñas en el confinamiento, sobre la niñofobia y sobre la idea de que educar es conseguir que nuestros hijos nos obedezcan siempre.
Etiquetar es como nuestro piloto automático, ¿por qué cree que pasa esto?
Las etiquetas forman parte del modo normal de funcionamiento del cerebro. La realidad que tenemos alrededor es tremendamente compleja; hay un montón de información. La manera que tenemos de manejar toda esa información es simplificándola de alguna manera. Una de esas formas de simplificación son las etiquetas. Es algo que es muy útil, que funciona muy bien para nuestro día a día. El problema es cuando esas etiquetas las ponemos sobre personas que piensan, que sienten.
¿Cuáles son las etiquetas que reciben con más frecuencia los niños y cuáles son los efectos que esto puede tener?
En el libro hemos recopilado las que vemos con más frecuencia. Una es la de buenos y malos, que se coloca incluso desde el momento del hospital, cuando te preguntan si te ha salido bueno o malo. Si llora es que ha salido malo, si es calladito es que ha salido bueno. Aparte están las etiquetas de consentidos, malcriados, mentirosos, celosos, tiranos, desobedientes, dependientes. Pero las que son más frecuentes y las que al menos a mí me preocupan más y me resultan más perjudiciales son las que van asociadas al género. No tratamos desde el momento en que nacen de la misma manera a los niños y a las niñas y al final el trato diferenciado que les damos limita sus posibilidades de desarrollo y acaba incidiendo todavía más en las desigualdades de derechos y oportunidades tanto en la infancia como en la edad adulta.
En el libro recogéis una cita de Carlos González que se pregunta cómo es posible que llamemos malcriar a coger demasiado al niño y no a pegar o a tratar mal. ¿Por qué crees que pasa eso?
Es porque tenemos una visión de lo que es la educación quizá demasiado basada en la obediencia. Tenemos como un modus operandi por el cual una niña o un niño que siempre hacen aquello que esperamos de ellos son como el producto exitoso de la educación. Y aquellos que tienen pensamiento crítico, autónomo, que tienen voluntad propia, que son ruidosos, mostrarían un fracaso educativo por nuestra parte. Realmente lo que tenemos es miedo de fracasar en nuestra tarea educadora. Y nos vienen a la cabeza modelos como el de Supernanny, el de Hermano Mayor, que están ahí para advertirnos de que si no tenemos mano dura en el momento en el que toca pues pasa lo que pasa, cuando en realidad la evidencia que tenemos es la contraria: esos niños que aparecen en esos programas son más bien resultado de una educación o negligente o autoritaria. No tiene nada que ver con el afecto que se les haya dado.
Durante el confinamiento los niños también han recibido etiquetas: a los que han sido más cómodos y han estado tranquilos se les ha llamado campeones, los que han llevado regular el confinamiento han sido etiquetados de insoportables o caprichosos y también a nivel epidemiológico se les ha denominado 'supercontagiadores'. ¿Qué efectos ha podido tener esto en la infancia?
Si pones una etiqueta a alguien termina condicionando cómo se comporta esa persona. Es muy injusta esa dicotomía que hemos establecido entre los niños campeones y los insoportables, cuando la situación que hemos vivido ha sido tremenda y nos ha pillado a todos descolocados. Siempre me gusta recordar que los niños son unas víctimas más de todo esto. Que se hayan comportado como campeones o como insoportables muchas veces no dependido de ellos sino de las circunstancias que han tenido alrededor.
Nosotros hemos tenido mucha suerte y nuestro principal problema fue no encontrar levadura en el supermercado en algún momento. Pero ha habido casos en los que alguno de los padres ha estado enfermo, alguno ha perdido el trabajo, ha habido algún fallecimiento en la familia... Claro, normal que haya estado insoportables si han tenido que vivir todo eso. El problema es que estamos etiquetando respuestas emocionales normales. Una situación tan extraordinaria como la que hemos vivido ha sido muy complicada de manejar para todos, especialmente para los niños que no han tenido los recursos para poder manejarlo. No es justo que estemos juzgando su adaptación a algo tan extraño.
En redes sociales has compartido mensajes sobre el tema de que los bares estuvieran abiertos y los parques cerrados como un signo de una sociedad que no está teniendo en cuenta los derechos y necesidades de la infancia. ¿Te parece que es así, que vivimos a espaldas de la infancia?
Sí, total y absolutamente. Y esto no ha hecho otra cosa que evidenciar lo que ya viene existiendo de antes. Igual que a nivel sanitario, ahora con la pandemia, han salido las vergüenzas de tantos años de recortes y desinversión; ha ocurrido lo mismo con el trato a la infancia. Durante meses las mascotas podían salir a pasear, sus dueños por supuesto también tenían ese privilegio, pero las familias con niños no lo tenían. Durante mucho tiempo se les ha estado bombardeando con tareas académicas cuando lo que necesitaban era más un acompañamiento emocional que les permitiera hacer frente a la situación.
Los niños siguen teniendo encima esa etiqueta de 'supercontagiadores' cuando las evidencias van más bien en el sentido contrario. Cuando muestro mi preocupación por los derechos de la infancia y por la escuela no hablo tanto –que también– de los niños que viven en su chalet adosado con jardín. Hablo de los niños para los cuales la escuela era lo único normal que pasaba en sus vidas, para los que la escuela era el sitio donde mejor comían. Esos niños de familias desestructuradas a los que les hemos quitado la escuela, que era la única oportunidad de integración y de escape, sí que están sufriendo muchísimo. No nos hemos preocupado en absoluto de ellos.
¿Cómo debería ser la situación ahora que ya se puede salir y de cara la vuelta a la escuela para compensar todo el daño que le ha podido hacer el confinamiento a la infancia?
Sobre cómo tiene que ser la vuelta a las aulas no tengo ni la más remota idea. Ninguno lo sabemos, estamos dando palos de ciego. Lo que sí que tengo claro es que tenemos que seguir las evidencias y tener en cuenta que la salud, tal y como la definió hace más de 50 años la Organización Mundial de la Salud, no solamente es la ausencia de enfermedad sino que es un estado de completo bienestar a nivel físico, social y emocional. Si no tenemos bienestar en esas tres áreas no se puede decir que tenemos salud. Entonces no todo vale con tal de evitar un posible contagio. No todo vale si estamos privando de derechos básicos, por ejemplo la educación o una atención adecuada a los niños, si no estamos satisfaciendo sus necesidades emocionales de contacto con iguales, de ejercicio de aire libre, de relación con el profesorado... Tenemos que intentar ver la imagen de manera completa. Por supuesto que es una prioridad a nivel sanitario evitar los contagios, pero ese evitar contagios tiene que tener en cuenta cuáles son las necesidades que tiene la infancia.
El modelo de educación que proponéis en vuestro libro parece una sobreexigencia a padres porque supone nadar contracorriente, ya que el entorno no ayuda. ¿Cómo hacer para que este modelo más centrado en las necesidades de los niños también tenga en cuenta también las de los padres y no suponga una carga mayor?
Efectivamente, se trata de ser consciente y hacer las cosas lo mejor posible en un entorno que no acompaña. Por ejemplo, no es fácil el mantener una buena alimentación cuando estás bombardeado de mensajes de una industria de alimentación que favorece la obesidad.
De hecho, cuando habláis en la pirámide del maltrato, en la que una forma de maltrato es la dieta obesogénica, hay que tener en cuenta que eso muchas veces no depende de los padres.
Sí, no podemos pedir heroicidades. Tenemos que tener en cuenta la sociedad, el entorno en el que estamos. Pero cierta rebeldía o cierta consciencia de lo que realmente necesitan los niños no está mal. Ahora mismo vivimos en una sociedad que no ha puesto el valor en la infancia, una sociedad niñofóbica: los niños molestan. Tenemos que tener en cuenta cuál es entorno, las dificultades de conciliación que tenemos y en base a eso tratar de hacerlo lo mejor que podamos. Nuestro objetivo nunca es presionar a las familias porque todas lo hacen lo mejor que pueden con los recursos que tienen. Pero también necesitan muchas veces escuchar el mensaje de que eso que sientes es real, que no tienes por qué hacer algo con lo que tú te sientas extraño actuando porque la sociedad te empuja en esa dirección, existen otras opciones.
He visto muchas familias que con niños pequeños les dijeron eso de que tu hijo duerma contigo no es normal, con cuatro meses tienes que sacarlo ya de tu habitación. Y esas familias con todo el dolor de su corazón encerraban al bebé en su habitación por la noche, le daban su peluche y sacaban el cronómetro y esperaban un tiempo porque les habían dicho que era lo mejor. A esas familias se les partía el alma al escuchar a través de la puerta cómo su bebé lloraba y lloraba sin parar. Queríamos decirles que es normal que sientan eso y que no tienen por qué pasar por ahí, que no hay nada malo en dormir con su bebé. Eso es lo que estas familias necesitan escuchar, que esa intuición que tienen realmente es cierta y que por mucho que les digan lo contrario, la evidencia es otra. Nuestro objetivo en absoluto es culpabilizar a las familias sino darles información y herramientas para que puedan educar de una manera realmente libre a sus criaturas y sobre todo liberándolas y liberándose de las etiquetas que condicionan su desarrollo.