Todavía no hemos alcanzado el pico de muertes de la tercera ola y ya empieza a resonar la posibilidad de una cuarta. En las últimas semanas se han notificado hasta 488 fallecimientos diarios de media, cifras terribles que no oíamos desde abril y que ponen de manifiesto la virulencia de la resaca navideña. Todo esto coincide con la bajada de la curva de contagios, lo que ha llevado a las comunidades a abrir la mano con las medidas, como Castilla La Mancha y Extremadura, o a amagar con hacerlo pronto si la incidencia sigue bajando, como Madrid. Según datos oficiales, desde el comienzo de la pandemia han fallecido por coronavirus 64.217 personas, 3.415 en la última semana.
Este martes, cuando Sanidad notificó el récord de muertes en un solo día (788) desde el final de la primera ola, también se empezó a hablar de la bajada de transmisión, que en estos momentos es de 496 casos por 100.000 habitantes, 250 menos que hace una semana. Ambos números indican que la tercera ola está descendiendo. De hecho, Fernando Simón, director del Centro de Alertas y Emergencias Sanitarias, dijo el jueves que es “muy posible” que la curva de muertes alcance su pico en la próxima semana. Pero España sigue estando en niveles altísimos de incidencia y los expertos en Salud Pública y epidemiólogos piensan que no es razón para lanzar las campanas al vuelo.
“Una de las peores cosas que nos están ocurriendo es pensar que los muertos son solo una cifra que se da todos los días. No nos impactan, son como un daño colateral más”, piensa Daniel López Acuña, exdirector de Acción Sanitaria en Situaciones de Crisis de la OMS. “Esto es una tragedia, es como una guerra, y necesitamos más sensibilización”. Reducir la letalidad es el objetivo primordial del plan del Gobierno y de la campaña de vacunación, pero el experto critica que se actúe como si los efectos se fueran a notar de la noche a la mañana. “500 muertes diarias no es una cifra para celebrar”, afirma.
Para Pedro Gullón, miembro de la Sociedad Española de Epidemiología (SEE), “nos hemos acostumbrado a hablar de unas cifras totalmente anómalas”. “Si nos plantásemos en febrero de 2020 con 500 muertes al día, sería una situación para declarar el estado de alarma”, comenta. Es una labor casi imposible comparar las defunciones actuales con las de la primera ola, pues hubo personas que murieron sin ser diagnosticadas de coronavirus y que no contaron en las estadísticas. Para hacernos una idea, el pico máximo registrado llegó con 900 casos diarios en torno al 1 de abril. Pero para el 20 de abril ya se manejaban cifras similares a las de ahora (480), que son mucho más fiables pero igual de alarmantes.
Esto ocurre también porque muchas comunidades autónomas que no fueron tan azotadas en la primera ola han superado todos sus récords al inicio de 2021. Andalucía, Comunitat Valenciana, Extremadura, Galicia y Murcia han sufrido más con esta tercera arremetida que en la suma de las dos anteriores. “Por eso no hay que mirar solo el cambio de tendencia, sino la acumulación. Son cifras altísimas y no tenemos colores para definirlo”, dice Gullón.
Javier Padilla, médico experto en Salud Pública y autor de los libros Epidemiocracia y ¿A quién vamos a dejar morir? opina que “estamos tomando decisiones anestesiados por un dato que no nos dice mucho”, en referencia a la incidencia acumulada. “El decalaje que se produce con las muertes provoca que cuando llegamos al pico estamos saturados por los niveles de alerta máxima, lo que hace más difícil que influya en la gente y en los que toman las medidas de salud pública”, explica.
Padilla se refiere a que el aumento disparado de contagios siempre ha sido sucedido por un aumento de muertes. Pero avisa de que “esta será la última ola en la que veamos tan claramente la relación”. A partir de ahora, la letalidad irá bajando cada vez más, como ya ha ocurrido comparando la segunda y la tercera ola, pero eso no significa que la enfermedad desaparezca ni que nos vayamos a enfrentar a un número aceptable de personas fallecidas.
La letalidad baja, pero la mortalidad sube
Comparativamente hablando, y a pesar de los espeluznantes números de muertes que estamos alcanzando estas semanas, es posible que la letalidad total sea menor que la de la segunda ola. Esto quiere decir que la tasa de personas infectadas por coronavirus que mueren por la enfermedad en España baja porque hay muchos más contagios que muertes. En el caso de la segunda ola, la letalidad máxima fue del 1,5%. De los 20.000 casos positivos que se registraron en el pico, murieron 300 personas. Ahora, el número más alto de muertes diarias alcanzadas en un día es de 488. Si hipotéticamente el pico llegase a las 500, la letalidad sería de 1,35% al ponerla en relación con los 37.000 contagios máximos alcanzados la tercera semana de enero. Aún es pronto para afirmarlo porque, como se ha dicho, el pico de muertes de la tercera ola todavía es una incógnita.
¿A qué se puede deber esto? “Puede ser una combinación de muchos factores”, explica el epidemiólogo Pedro Gullón. Primero, que se esté diagnosticando más. “También hay menos brotes en residencias, se ha comenzado el proceso de vacunación y la incidencia en mayores de 65 años ha bajado”, enumera. “Pero tampoco podemos olvidarnos de que ya han muerto muchas personas vulnerables, que no se pueden morir dos veces”. Por eso pide no banalizar los fallecimientos y que el número que cuente sea el acumulado.
López Acuña añade que “la mortalidad es más elevada cuando más alta es la presión asistencial, no va solo en función de la incidencia”. En ese sentido, las UCI y los hospitales siguen estando en números rojos. Las camas ordinarias han bajado hasta el 17,3%, pero los cuidados intensivos rondan el 40% de ocupación. “Hay que tener más indicadores en cuenta, sobre todo los sanitarios, que hacen que el sistema pueda seguir trabajando y evitando muertes, no solo las producidas por la COVID, sino por los fenómenos paralelos”, comparte Gullón.
Ambos expertos creen que tenemos asociada la mortalidad a un rango muy específico de edad, cuando “esta enfermedad puede expresarse con severidad en cualquier caso, no afecta solo a las personas mayores y hay personas jóvenes que han fallecido o que están hospitalizadas”, recuerda el exdirectivo de la OMS. Pero además, aunque buena parte de las residencias están protegidas y los brotes se han reducido un 38% desde enero, “hay muchos mayores de 65 años que no viven en estos centros y que van a tener que esperar para vacunarse, ya sea a que AstraZeneca revise sus protocolos o a que lleguen otras vacunas”, señala Padilla. Por otra parte, todos apuntan al posible efecto de una cuarta ola en los indicadores, incluido el de mortalidad.
¿Cómo afectaría una cuarta ola a las muertes?
La incidencia acumulada está bajando, pero no al nivel suficiente como para recibir otro azote de contagios sin sufrir las consecuencias. “Tenemos todavía un mapa en rojo intenso, estamos en el extremos del semáforo y veinte veces por encima de los límites que fijamos como objetivo de seguridad sanitaria”, recuerda Daniel López Acuña. “Lo peor que podemos pensar es que hemos doblegado la curva, y si alentamos la transmisión comunitaria, vamos a ir de lleno a una cuarta ola que puede expresarse en el mes de marzo”, expresa el epidemiólogo en cuanto a la disminución de las restricciones.
Padilla, en cambio, opina que no está mal relajar las medidas que califica de “dudosa utilidad”, como el confinamiento perimetral o el toque de queda. “Ahora bien, la apertura de los bares y los restaurantes es harina de otro costal”, compara. “Las que sí son efectivas son las últimas que se deberían tocar”, dice. Las restricciones a las reuniones sociales y a la hostelería, como anunció Fernando Simón justo antes de pedir disculpas, son las que se han demostrado más prácticas contra el virus. “Si vamos hacia una meseta más sostenida y se producen nuevas interacciones sociales, se reactivarán las cadenas de transmisión, habrá una mayor presión hospitalaria y seguirá habiendo muertes”, vaticina Gullón, de la SEE.
Sin embargo, Padilla cree que a partir de ahora nos enfrentaremos a nuevas olas epidémicas en las que habrá niveles de incidencia acumulada muy altos y se reflejará menos en las muertes, “probablemente porque afecte a más población joven”. El reto, en su opinión, estará en concienciar de que seguimos encarando una enfermedad grave “y que produce secuelas”.
Gran parte de esa labor la tienen que hacer los políticos tomando en consideración otros indicadores antes de abrir la mano con las medidas, dicen los expertos. “Lo que pasa es que están recibiendo tantas presiones que quieren ver brotes verdes donde no los hay”, cree Gullón. Lo único que pide es no actuar con precipitación como en noviembre porque eso “mató –literalmente– a mucha gente y moralmente a los sanitarios”.