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El arranque de año más seco de la historia: los datos que han disparado medidas extraordinarias

Raúl Rejón

10 de mayo de 2023 22:25 h

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El primer cuatrimestre de 2023 es el inicio de curso más seco desde que hay registros. Así de claro hablan los datos de precipitaciones recogidos por la Agencia Estatal de Meteorología. En general, han caído 112 l/m2 cuando lo esperable eran 250. Nunca desde que hay datos (1961) había llovido tan poco al arrancar el año.

“No llega ni a la mitad del promedio”, según subraya el portavoz de la Aemet Rubén del Campo. Así que España ha transitado por enero, febrero, marzo y abril acumulando sequía. El anterior récord en un inicio de curso se había marcado en 2005.

Con este panorama, el Gobierno prevé aprobar este jueves un paquete de medidas de urgencia para paliar los efectos de la sequía. La concatenación de semanas sin recarga de lluvia ha obligado al Ejecutivo a mover ficha. La crisis climática fuerza la agenda política.

El decreto ha implicado a varios ministerios y tocará, según ha ido deslizando el Ejecutivo, medidas para acompañar a los agricultores de regadío y secano y aspectos laborales para que las empresas deban adaptar las jornadas en trabajos expuestos al sol o incluir en sus planes de salud qué actividades no pueden realizarse cuando haya alertas por altas temperaturas.

Escasez ante la demanda intensiva

En realidad, el desplome del agua comenzó en febrero, ya que enero fue un mes “normal” en cuanto a humedad y justo antes, en diciembre de 2022, se registró un periodo “húmedo” con precipitaciones un 145% por encima de lo normal. Eso sí, gran parte acumulada durante los primeros 15 días. Lluvias muy fuertes concentradas que, además de llenar embalses –las reservas pasaron en semanas del 32% al 44%–, conllevaron daños por su violencia.

Así que, si el camino de la sequía había comenzado en verano de 2022, continuó en el otoño y tuvo una pequeña tregua en el invierno, febrero de 2023 reinició el periodo seco (llovió un tercio de lo habitual). Y la primavera ha prolongado el problema: marzo fue el segundo más seco –y cálido– del siglo XXI al llover un 36% de lo esperable. Y abril ha sido el más caluroso (+3ºC) y reseco de todos: precipitaciones un 22% respecto al promedio histórico.

Desde que inició el año hidrológico allá por octubre de 2022, España aúna el tridente de consecuencias de la crisis climática del que han avisado los científicos: más calor, menos agua y precipitaciones concentradas en episodios violentos (una lluvia menos distribuida en el tiempo).

Mucho sol, menos lluvia

“Existe una correlación entre las horas de sol en el mes de abril y la escasez de precipitaciones”, dicen los analistas de la Aemet. Y en ese mes se ha batido también las plusmarca de horas de insolación desde, al menos, 1983.

En realidad, los problemas sobre los que quiere actuar el Gobierno vienen provocados, sobre todo, por la escasez de agua. Es decir, los recursos que hay no son suficientes para cubrir las demandas que se han ido reconociendo.

Dicho de otra manera: no hay agua para satisfacer los riegos oficialmente admitidos en muchas partes del país. En otras, como Catalunya, lo que se ha restringido, además, es el uso del agua para llenar piscinas, lavar coches, regar jardines... Y en algunos puntos –como en la provincia de Córdoba–, se recortan las horas del grifo para beber y alargar así la disponibilidad.

La nueva realidad climática descrita por los científicos se solapa de esta manera con el consumo intensivo del agua que acumula España. Los embalses, exprimidos por la alta demanda, no han recibido las recargas de lluvia esperadas.

El 31 de enero pasado, las reservas de agua generales estaban al 51,3%. Más altas que justo 12 meses antes, aunque ocho puntos por debajo del promedio de la década. A partir de ese momento, empezaron una senda descendente. Lo que ocurre es que demarcaciones como la del Guadalquivir, zona del Ebro o Catalunya, por diferentes razones, no han remontado.

La sequía se ha combinado con temperaturas fuera de registro. Marzo y abril han sido “muy cálidos”. De hecho, el último ha recibido la calificación de “extremadamente cálido” por parte de la Aemet. A finales de ese mes se produjo un episodio de altas temperaturas con registros más de diez grados por encima de lo normal. Un pico imposible sin la existencia del cambio climático.

La temperatura evapora los embalses

Y calor y agua se llevan mal. A más temperatura, más agua se evapora, es decir, pasa de líquido a gaseoso y se eleva a la atmósfera. La evaporación se produce desde el suelo o las plantas después de que llueva y desde las superficies de agua como los ríos, los lagos y, lógicamente, los embalses.

Además, las plantas transpiran parte del agua que absorben hacia la atmósfera a razón de cien moléculas de agua por cada una de CO2 que toman para hacer la fotosíntesis. Y, también, a mayor temperatura más agua transpiran los vegetales.

Así que para cuantificar los recursos hídricos de una zona se debe tener en cuenta estos dos procesos que, normalmente, “se consideran de manera conjunta porque son difíciles de medir por separado”, como explica este documento de la Universidad de Almería. “Lo que llueve menos lo que se evapotranspira será el volumen de agua disponible”.

En resumen: no solo ha llovido menos, sino que el calentamiento global ha provocado que más cantidad de agua se haya ido a la atmósfera. Y todavía el calendario no ha llegado al verano.