El deterioro que el cambio climático está produciendo en la salud de las personas es cada vez más palpable y abarca cada vez más parcelas de la vida humana. La crisis climática y sus consecuencias más palpables, como las olas de calor extremo, están mellando la salud mental de los ciudadanos: eco ansiedad, desesperanza y empeoramiento del ánimo se expanden con el avance de la crisis climática, según el macro estudio Lancet Countdown publicado este jueves.
“Todos los impactos están empeorando y nadie está a salvo”, explica la autora principal del estudio Marina Romanello. “Los 44 indicadores analizados indican un incremento sin descanso de los impactos sobre la salud del cambio climático”. El trabajo, en el que se han implicado 43 universidades y agencias nacionales, revela cómo ganan terreno las condiciones para que se propaguen enfermedades infecciosas incluso en latitudes desconocidas, aumentan las muertes atribuibles a los picos de calor o crezca la exposición a los daños que causan las sequías y los incendios forestales.
Ahora, además, se ha evidenciado, por ejemplo, que los episodios de temperaturas extremas se asocian a “alteraciones afectivas y al aumento de ingresos hospitalarios relacionados con la salud mental e, incluso, los suicidios”, concluye el trabajo.
Efectos “extremadamente extendidos”
“Hemos constatado, tras revisar 6.000 millones de tuits geolocalizados en 40.000 localidades y un millón de individuos diarios, que, durante las jornadas de olas de calor, las expresiones negativas aumentan”, explica Romanello. “Esto nos dice que la exposición a la ola de calor empeora el estado afectivo lo que refleja que hay un impacto en la salud mental”. En definitiva, ofrece “un vistazo” de esta influencia. “Tenemos la seguridad de que hay impacto, pero todavía es muy difícil medirlo por lo que necesitamos investigación”, remata el director del Lancet Countdown, Anthony Costello.
Costello confirma que “los efectos sobre la salud mental Mental están extremadamente extendidos”. Esos efectos incluyen “la ecoansiedad entre los jóvenes o un sentimiento de desesperanza que afecta a muchos colectivos: las personas que pierden sus casas por una inundación o la subida del mar, los desplazados por sequía severa o las personas mayores vulnerables ante las olas de calor...”
Sin ir más lejos, el pasado septiembre, la Universidad de Bath (Reino Unido) publicó una gran encuesta a 10.000 jóvenes de entre 16 y 25 años y diez países diferentes en el que casi la mitad confesaba que la “inacción” climática de los gobiernos se traducía en una ansiedad que les condicionaba en su vida diaria. Sobre el 50% contestaron que se sentían asustados, tristes, ansiosos, enfadados, impotentes o incluso culpables.
“Es sorprendente escuchar cómo tanta gente joven de todo el mundo se siente traicionada por aquellos que se supone que deben protegerlos”, explicaba la doctora Liz Marks, del departamento de Psicología de la Universidad de Bath, al revisar los datos de la consulta. Era septiembre de 2021. Solo un mes después, este miércoles, la ONU ha detectado que los gobiernos mundiales todavía planean incremenar la producción de combustibles fósiles para 2030 muy por encima de lo que permite cumplir el Acuerdo de París.
La Asociación Americana de Psiquiatría, al explicar la influencia del cambio climático en la salud mental, describe que fenómenos exacerbados por el recalentamiento planetario, como las inundaciones y las sequías prolongadas, han sido asociadas con altos niveles de ansiedad y depresión.
Los episodios climáticos severos también se han relacionado con incrementos en comportamientos agresivos y violencia doméstica. “Experimentar estos episodios puede conllevar en ocasiones depresión o estrés postraumático. Vivir una ola de calor extremo puede llevar a un aumento en el consumo de alcohol, para sobreponerse al estrés, y de los ingresos de personas con una enfermedad mental”, afirman los psiquiatras estadounidenses.
Además, los investigadores han detectado que la “desesperanza” ante la crisis climática se traduce en una especie de desmoralización: “La convicción de que las acciones personales no pueden afectar al cambio climático”. Eso implica que, a pesar de tener claro que este fenómeno es una amenaza, se actúa poco para revertir esa amenaza.
“No es un problema del futuro sino actual”
La epidemióloga y profesora de Salud Global en la Universidad de Washington, Kristie L. Ebie, advierte de que “los impactos sobre la salud son tantos y tan complejos que los modelos no pueden ofrecer una cifra precisa o exacta sobre mortalidad, pero el impacto total es mucho más grande del que podemos estimar. Para todos, no solo para nuestros hijos. Y es ahora mismo cuando está afectando. No es un problema del futuro sino un problema actual”.
Entre los daños que que describe el Lancet Countdown –en lo que define como un “código rojo para el futuro de la salud”– el informe señala la expansión de infecciones, los picos térmicos y la contaminación del aire.
Los patógenos que propagan enfermedades encuentran mejores condiciones climáticas para sobrevivir (e infectar humanos). La posibilidad de que surjan brotes de dengue, chikungunya o zika es cada vez mayor en los países de rentas más altas, incluida Europa, sentencia el trabajo. También la llegada de la malaria a zonas montañosas y frías. En octubre de 2018, España confirmó dos casos de dengue autóctono transmitido, con casi seguridad, por mosquitos tigre, una especie exótica que se ha afincado por el cambio de condiciones ambientales.
En el norte de Europa y EEUU, las condiciones para que proliferen las bacterias que provocan gastroenteritis o sepsis son un 56% mejores que en 1980. En los países empobrecidos, esta dinámica de las infecciones pone en peligro los esfuerzos que se han desarrollado para ir controlándolas.
Respecto al calor, los datos indican que las personas más vulnerables, los mayores y los niños, se enfrentan más frecuentemente a este peligro. En 2020, la cantidad de adultos por encima de 65 años que padecieron una ola de calor sumaron 3.100 millones de jornadas caloríferas, casi un 7% más que la media de la década anterior. Europa es la región más débil ante el aumento de calor.
En España, aunque el verano en su conjunto ha sido “normal” en la península ibérica, según el análisis estacional de la Agencia Estatal de Meteorología (no así en los archipiélagos donde fue cálido o muy cálido), sí se experimentó una ola de calor especialmente intensa entre los días 11 y 16 de agosto. La Agencia ha descrito que “tanto las temperaturas máximas como las mínimas tomaron valores extraordinariamente altos, superándose los 40 â°C en gran parte territorio peninsular y en ambos archipiélagos”. Además, entre el 10 y el 12 de julio se vivió un pico de calor extremo (no una ola).
Además, el estudio afirma que 3,3 millones de muertes en 2019 pudieron atribuirse a las micropartículas más finas, las PM 2,5, de origen humano que contaminan el aire. “Un tercio de ellas provienen de la quema de combustibles fósiles”, señalan. Los países más desarrollados son los que padecen más esta agresión. Un análisis de las universidades de Harvard, Birmingham y el London College calculaba esa carga en “ocho millones de fallecimientos prematuros”.
También llama la atención que hasta el 60% de los países han incrementado el número de días que estuvieron expuestos a riesgo alto o extremo de incendios forestales “sin cuantificar todavía la amenaza del humo de estos incendios que afectan a mucha más población y tiene mayores consecuencias para la salud”, aclara el trabajo. Este verano ha quedado patente el círculo vicioso que relaciona el cambio climático, los grandes incendios y las emisiones de gases de efecto invernadero.
Anthony Costello advierte a los responsables políticos y empresariales que “fallar a la hora de mitigar y adaptarnos al cambio climático nos llevara, inevitablemente a efectos graves sobre la salud de las personas”. A lo que la epidemióloga Kristie Ebie añade que “los países deben mitigar la crisis climática para beneficiar a la población además de al planeta”.