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Noticia servida automáticamente por la Agencia EFE

La batalla de las mujeres kenianas contra la fístula obstétrica

EFE

Nairobi —

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“Cuando tenía 19 años fui violada y me quedé embarazada. Pasé 18 horas de parto antes de ir al hospital y 20 horas más antes de que me atendieran”, explica la keniana Sarah Omega. A raíz de esta experiencia, desarrolló una fístula obstétrica, dolencia común en las zonas rurales de África subsahariana.

El 23 de mayo se celebra el día internacional por la erradicación de esta enfermedad, que consiste en la formación de un orificio entre la vagina y los conductos de la vejiga o el recto, o ambos a la vez, que hace que la orina y las heces se filtren sin control.

La causa más habitual es un parto prolongado, de tres días o más, durante el cual la cabeza del bebé presiona de manera continuada la pelvis de la madre. Esto hace que se corte el riego sanguíneo del tejido blando que recubre el hueso, hasta que se degrada y muere.

No existen datos precisos sobre la incidencia de la fístula obstétrica, ni en Kenia ni a nivel global.

Sin embargo, distintas organizaciones humanitarias que la combaten apuntan que entre uno y dos millones de mujeres la sufren a día de hoy y, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año se desarrollan entre 50.000 y 100.000 casos nuevos.

Omega sufrió durante doce años esta condición, que cambió “radicalmente” su vida y la convirtió en una persona “tímida, callada y siempre triste”, hasta que la ingresaron por depresión en el mismo hospital donde, paradójicamente, conocería al doctor Hillary Mabeya, uno de los pocos cirujanos expertos en la fístula obstétrica de Kenia.

UNAS 4.000 MUJERES ATENDIDAS

Mabeya dirige el Hospital Gynocare para Mujeres y Fístula, situado en Eldoret (oeste) y financiado por la Fistula Foundation (FF), una ONG estadounidense dedicada a combatir este problema en todo el mundo. En Kenia, cubre hasta el 85 % de los casos.

Desde su apertura en 2011 hasta la actualidad, con una media de 350 a 400 reparaciones anuales, unas 4.000 mujeres han sido operadas de manera gratuita en esta clínica, donde también ofrecen servicios ginecológicos sin coste alguno y atención médica privada (para aumentar sus ingresos).

“Cuando una paciente viene, la examinamos para ver cuál es el daño, su estado nutricional y otras condiciones que sufren, como anemia o infecciones”, detalla el ginecólogo, algo que puede encarecer el tratamiento, por encima de los 600 dólares (unos 531 euros) que cuesta, aproximadamente, la intervención quirúrgica.

Según la gravedad del caso -ha llegado a operar a mujeres de 90 años que arrastraban la fístula desde hacía seis décadas-, la operación puede alargarse entre dos y ocho horas, sin interrupción.

En el caso de Mwanatena Mohamed, que ahora tiene 63 años, pasó algo más de una década antes de descubrir que se trataba de una condición tratable.

Esta anciana desarrolló la dolencia a causa de una cesárea mal practicada, durante la cual notó “como el médico cortaba algo”, provocándole filtraciones tanto de heces como de orina, algo que la condenó al aislamiento en su comunidad y al abandono de su marido.

UN TRAUMA PSICOLÓGICO

La fístula obstétrica no es solo un trauma físico, sino también psicológico. “Se pierde al bebé, al marido, a la familia, a los amigos. Se pierde incluso a sí misma y se rinde”, apunta a Efe Habiba Corodhia, coordinadora del programa nacional lanzado por la FF en Kenia y fundadora de Mujeres y Desarrollo contra el Sufrimiento en África (WADADIA, según sus siglas en inglés).

Esta organización colabora con la FF ofreciendo a las supervivientes el apoyo económico, psicológico y educativo que desborda el quirófano, a través de casi dos decenas de grupos de apoyo distribuidos por toda Kenia.

En el centro de WADADIA en Eldoret, una veintena de mujeres acompañadas por varios maridos se sientan en círculo bajo una carpa instalada en el jardín. Primero, las nuevas en el grupo explican su historia, que los demás aplauden, y, después, hablan de negocios.

Entre todas y todos los miembros del grupo, comparten una granja colectiva y varias vacas y cabras que les ha proporcionado la organización.

Las supervivientes más jóvenes también encuentran en WADADIA una oportunidad de formarse. Pueden aprender costura, informática, joyería o peluquería.

NI DINERO NI DATOS

A pesar de la magnitud del problema, ni Gynocare ni WADADIA reciben ningún apoyo económico por parte del Gobierno de Kenia. Todos sus fondos provienen de la FF y sus donantes, la mayoría extranjeros y occidentales.

Por otro lado, aunque en Kenia existe un Fondo Nacional de Seguridad Hospitalaria, este solo cubre a los kenianos que perciban un sueldo mensual a partir de 1.000 chelines kenianos (unos 9 euros). Esto apenas incluye al 15 % de las supervivientes.

La fístula, pues, es invisible en Kenia: tanto a nivel económico como a nivel de datos. Las estadísticas nacionales del Ministerio de Salud no recogen cifras sobre esta enfermedad, así que solo existen estimaciones.

La falta de personal médico preparado para tratar la fístula es otro de los desafíos para erradicarla. “Hay menos de 10 cirujanos que puedan hacer operaciones de fístula en Kenia; de hecho, solo unos 7 están operando con una rutina diaria”, lamenta Mabeya.

LOS HOMBRES DEBEN SER ALIADOS

“Estamos en una sociedad patriarcal donde los hombres aún deciden todo”, señala Corodhia, por eso, necesariamente, los maridos tienen que jugar un papel importante en la estrategia.

No obstante, muchos abandonan a sus mujeres cuando desarrollan la enfermedad. Es el caso de Florence Okoko, que hoy recibe de nuevo a su esposo en casa tras un doble abandono: primero, cuando contrajo la fístula y, después, cuando le recomendaron abstinencia sexual durante un tiempo tras ser reparada.

Para ella, además, se mezcla la enfermedad con la violencia de género, algo habitual en estos casos.

“Una persona que sufre violencia puede tener más fácilmente complicaciones durante el embarazo pero, a menudo, es al revés: las mujeres que tienen estas complicaciones son estigmatizadas y sufren mucha violencia emocional y psicológica”, detalla Wala.

Sarah Omega ya tiene 40 años y trabaja para la FF, divulgando información sobre la fístula obstétrica, para que “no se malgasten más vidas”.

Tras ser la primera superviviente de fístula obstétrica en hablar públicamente sobre su condición en Kenia, Omega siente orgullo al observar el cambio que la operación obra en otras mujeres.

“Después de la cirugía, te das cuenta de que estás conociendo a una persona absolutamente nueva. Se han olvidado del dolor y, para mí, eso es un regalo”, concluye.

Lucía Blanco Gracia