“Se me queda mal cuerpo cuando veo que una herramienta tan poderosa, que es tan prometedora y que puede ser tan útil para la sociedad se utiliza de forma tan precipitada”. El investigador de la Universidad de Alicante, Francisco Mojica mostraba hoy su preocupación ante la noticia de los dos primeros bebés modificados genéticamente de la historia. Sus palabras a eldiario.es tienen un peso simbólico importante, ya que fue él el primero en describir los mecanismos que han hecho posible el desarrollo de las herramientas de edición genética conocidas como CRSIPR y que han servido para desarrollar este experimento. El investigador español, que ha estado en las apuestas del premio Nobel durante estos últimos años, considera que se está yendo “demasiado deprisa” y que es necesario “un gran acuerdo global sobre edición genética, especialmente entre aquellas grandes potencias que están investigando sobre las aplicaciones de esta tecnología”.
En la mañana del lunes saltaba la noticia que sacudía a la comunidad científica y que ha supuesto una conmoción a nivel internacional. Tras una información adelantada por el medio Technology Review, el investigador chino He Jiankui, confirmaba a la agencia Associated Press que había implantado dos embriones modificados genéticamente para ser inmunes al virus del SIDA en una mujer que dio a luz a dos gemelas sanas a principios de noviembre.
La información hacía saltar las alarmas entre la comunidad científica y muchos investigadores empezaban a hablar de que se había cruzado una línea roja. Sin embargo, “esta línea es muy roja en algunos países y no tanto en otros”, advierte Mojica. De hecho, las principales potencias mundiales no se han adherido a los acuerdos internacionales que limitan este tipo experimentación.
Ninguna potencia ha firmado el Convenio de Oviedo
En el año 2000, España ratificó el Convenio del Consejo de Europa para la protección de los derechos humanos y la dignidad del ser humano respecto de las aplicaciones de la biología y la medicina, conocido también como Convenio de Oviedo. Sin embargo, el acuerdo, impulsado por el Consejo de Europa, apenas ha sido suscrito por una treintena de países, entre los que no están ninguna de las grandes potencias científicas, como EEUU, Reino Unido, Alemania, Japón o China.
El convenio establece que “únicamente podrá efectuarse una intervención que tenga por objeto modificar el genoma humano por razones preventivas, diagnósticas o terapéuticas y solo cuando no tenga por finalidad la introducción de una modificación en el genoma de la descendencia”, lo que supone que no se pueden generar embriones específicamente para ser modificados genéticamente.
Las primeras modificaciones genéticas de embriones humanos se anunciaron en 2016, cuando un equipo de investigadores chinos publicó los resultados fallidos de una modificación cuyo objetivo era hacerlos inmunes al VIH. “Ya entonces todo el mundo se echó las manos a la cabeza y eso que ni siquiera los habían implantado”, afirma Mojica.
Ese mismo año, un equipo de investigadores británicos obtenía permiso para realizar modificaciones genéticas en embriones humanos y un año después fue EEUU, en una carrera con China, quien anunció que había utilizado con éxito la técnica de edición genética CRISPR también en embriones humanos.
Sin embargo, en todos estos países sigue estando prohibida la implantación de estos embriones modificados. Según Mojica, el hecho de haberlos implantado y que hayan nacido dos bebés modificados genéticamente “es un paso gigantesco en un sentido que muchos no compartimos”.
Un experimento técnicamente arriesgado
Pero el experimento llevado a cabo por los investigadores chinos no solo es ilegal en buena parte del mundo e incluso viola los protocolos de fecundación in vitro de China, sino que también supone un riesgo desde el punto de vista técnico. “La edición genética en humanos no solo es ilegal, sino imprudente, porque no controlamos los resultados de salida”, explica a eldiario.es Lluis Montoliu, investigador del Centro Nacional de Biotecnología.
Según este especialista en edición genética, el mismo experimento desarrollado por los investigadores chinos es un claro ejemplo de la falta de control sobre esta técnica, ya que de las dos gemelas solo una de ellas tiene las dos copias del gen inactivadas. “El propio investigador nos está diciendo que no es capaz de controlar los resultados”, asegura Montoliu.
A pesar de que He Jiankui ha asegurado que la edición genética practicada en los embriones no ha supuesto ninguna otra alteración del genoma de las niñas, los investigadores españoles plantean sus dudas. “Los resultados no se han publicado, así que no sabemos si han sido perfectos, porque esta herramienta a veces no hace lo que tiene que hacer”, explica Mojica.
“Decir que no se ha producido ninguna otra alteración es algo que tendrá que demostrar, porque no es ni medio obvio”, critica Montoliu. Este investigador recuerda que “cualquier experimento de edición conlleva incertidumbre genética”, lo que significa que “no solo se produce lo que uno quiere, sino que también conlleva la producción de otras variantes no deseadas, además de que se pueden alterar secuencias de otras partes del genoma parecidas a las que uno quiere inactivar”.
Sobre las afirmaciones de He respecto a la seguridad del procedimiento, Montoliu asegura que “es imprudente asumir que su experimento es tan seguro como ha querido hacer ver” y considera que “más bien es una operación de marketing”, dado que He posee dos empresas de edición genética.
Las terapias génicas aún están en desarrollo
Para comprender el riesgo que supone la modificación llevada a cabo por He, hay que entender el funcionamiento de las herramientas CRISPR. Éstas están formadas por dos moléculas, una que corta el ADN y otra que orienta a la primera para que sepa qué gen tiene que cortar. En los experimentos realizados en seres vivos, como los embriones humanos, las herramientas CRISPR se introducen en el objetivo y llegan solas a las células que corresponda para hacer su trabajo. Sin embargo, una vez hecho el corte entran en juego los sistemas de autoreparación de la célula, una parte sobre la que no se tiene control y que puede dar lugar a alteraciones genéticas no previstas.
Esta falta de control en las modificaciones genéticas in vivo hace que las pocas terapias de edición genética que se han aplicado hasta la fecha se hayan desarrollado utilizando células extraídas del paciente, que son editadas en el laboratorio y seleccionadas antes de ser retornadas al paciente. “Al hacerlo de esta forma uno puede estar seguro de que lo se está reintroduciendo es exactamente lo que se quería hacer y que no hay ninguna alteración adicional, algo que no puedes hacer cuando haces una terapia génica in vivo”, explica Montoliu.
Sin embargo, este tipo de técnicas solo son válidas para algunas enfermedades de la sangre, como la leucemia linfoblástica aguda o la beta talasemia, una especie de anemia hereditaria que obliga a los que la sufren a someterse a inyecciones regulares de glóbulos rojos. Precisamente para esta enfermedad se ha autorizado el primer ensayo clínico en Europa, que se llevará a cabo en Alemania.
Respecto a la posibilidad de modificar genéticamente embriones en casos en los que los progenitores sean portadores de una enfermedad hereditaria, Montoliu no solo lo ve arriesgado, sino innecesario, dado que existe lo que se conoce como diagnóstico genético preimplantacional. “Esta herramienta permite hacer biopsias en los embriones para verificar si han heredado las mutaciones o no, de forma que se pueden implantar solo los que estén libres de la mutación, haciendo innecesaria la edición genética”, explica este investigador.
La eugenesia vuelve a aparecer en el debate
Sin embargo, más allá de la legalidad o del riesgo científico de estas intervenciones, el debate más intenso se plantea en el plano ético, dado que el experimento no ha sido para curar, sino que para aplicar una mejora genética, algo rechazado por la mayor parte de la comunidad científica.
“Aunque llegáramos a la conclusión de que es seguro utilizar esta tecnología y la aceptáramos para uso terapéutico, este ni siquiera es el caso”, explica Montoliu, “ya que no estamos curando una enfermedad, sino que estamos creando unas personas con unas características adicionales distintas, una especie de supermujeres inmunes al VIH”.
Según Mojica este tipo de mejoras son “una pendiente resbaladiza que lleva a la eugenesia, que es la palabra que sobrevuela siempre en este tipo de discusiones”. A pesar de ello, Montoliu recuerda que la edición genética para mejorar cosas como la inteligencia o el aspecto físico está fuera del alcance de la técnica actual.
“Hay cosas que parecen fáciles, pero que involucran muchas variantes genéticas”, explica este investigador. “Hay por lo menos 40 genes que tienen una cierta relación con la inteligencia en los seres humanos y de los 20.000 genes que tenemos, nada más y nada menos que unos 650 están asociados a diferentes rasgos de la pigmentación, así que no es tan fácil como tocar un gen y que te salga un niño con los ojos azules”, concluye Montoliu.