Temperaturas propias del verano y excepcionalmente altas para el mes de abril. Las cifras que marcan los termómetros seguirán subiendo, al menos, hasta el viernes, cuando la Agencia Española de Meteorología espera que se alcance el punto álgido de calor, que se extenderá al norte peninsular. Más allá de los mercurios, el malestar se nota también en otros espacios. María del Campo es médica de familia y esta semana ha apreciado en su consulta un aumento de los pacientes con problemas cardiovasculares con hipotensión por efecto del calor. “Aparecen con más síntomas, como mareos o presíncopes”, explica.
Que las olas de calor engordan los datos de mortalidad es un hecho documentado. En el verano de 2022 se registró un exceso de 4.700 muertes atribuibles a esta causa, que define aquellos episodios de tres o más días consecutivos con al menos el 10% de las estaciones de medición de temperatura registrando máximas por encima de un determinado umbral, según la zona. La cifra triplica la media de los últimos cinco años del Instituto de Salud Carlos III de los cinco años anteriores. Pero este parámetro solo se analiza de los meses de junio a septiembre, que es cuando habitualmente se dan estos episodios.
Este mes de abril, pese al aumento de las temperaturas, no está previsto que se vayan a superar los umbrales de ola de calor, desde el punto de vista de la salud. Sin embargo, qué efecto pueden tener estas cifras récord en esta época es una incógnita. “Nosotros hacemos análisis estadísticos con datos retrospectivos y esto no ha ocurrido nunca, por lo que no hay una estadística fiable que nos diga qué ocurre, cuántas muertes va a haber o qué incremento de ingresos hospitalarios se va a producir”, explica el codirector de la Unidad de cambio climático, salud y medio ambiente urbano de la Escuela Nacional de Sanidad, Julio Díaz.
Este experto apunta que, aunque no se alcance una ola de calor y el episodio dure unos días, es necesario hacer matizaciones. “La primera es que (el aumento de las temperaturas) está ocurriendo en abril y no ha habido un proceso de aclimatación, por lo que puede haber más personas afectadas” y “la segunda es que el calor no mata directamente, salvo en los llamados golpes de calor, que suponen en torno al 2% de la mortalidad asociada, sino que agrava patologías preexistentes”.
Ese primer escenario de aumento de temperaturas es el que produce habitualmente, lo que los expertos llaman “efecto siega”. Este responde a los casos de mortalidad de las poblaciones más vulnerables o que están menos preparadas para soportar estos episodios. Influyen las comorbilidades y patologías previas, que agravan factores socioeconómicos. “No solamente tiene que ver la intensidad del golpe, sino también la vulnerabilidad de la persona para que esa temperatura le impacte en su salud: la vulnerabilidad de la casa, si tiene o no aire acondicionado, aislamientos, edad y patologías subyacentes”, señala el presidente de la Asociación Madrileña de Salud Pública, Javier Segura.
Impacto directo e indirecto
La mortalidad es el dato más alarmante, pero bajo su sombra hay otras consecuencias perjudiciales que también preocupan a los expertos. “El exceso de calor tiene un impacto en la salud de manera indirecta y directa. Indirectamente, aumenta las enfermedades asociadas al calor (calambres musculares, agotamiento y golpe de calor), el agravamiento de enfermedades crónicas, cardiovasculares, respiratorias, renales e incluso neurológicas, complicaciones durante el embarazo (parto prematuro y bajo peso al nacer) o intoxicaciones alimentarias. Y directamente, ocasiona una mayor presión asistencial en sistemas sanitarios y sociales, incrementa la siniestralidad vial, laboral y los ahogamientos, la transmisión de enfermedades por agua y alimentos, así como por flora y fauna marina”, señala Del Campo, que es vicesecretaria de la Sociedad Española de Medicina Familiar y Comunitaria (Semfyc).
También afecta a otras dolencias. La Sociedad Española de Reumatología advertía en un evento celebrado los días 21 y 22 de abril que el cambio climático influye negativamente en estos pacientes. En concreto, el físico y meteorólogo Tomás Molina Bosch señalaba que “vientos más fuertes, tormentas, cambios bruscos de temperatura, reducción del descanso por noches calurosas, etcétera, son factores que se están incrementando y que pueden contribuir a aumentar el dolor en las personas con enfermedades reumáticas”.
El aumento de las temperaturas y de los periodos de calor es una realidad más palpable cada año. Según un estudio de la Aemet, que analizaba datos de 29 provincias entre 1950 y 2021, la media de 30 grados ha pasado de estar en torno al 10 de junio, al 11 de mayo. “Ya no hay excusa para no abordarlo ni como sociedad ni en los centros de trabajo”, indica la coordinadora de la secretaría de Salud Laboral de Comisiones Obreras, Carmen Mancheño.
“Lo más grave es el golpe de calor, que puede producir incluso la muerte”, indica Mancheño. En la memoria colectiva siempre hay el caso de algún trabajador fallecido por las condiciones de trabajo a la intemperie. El verano pasado, el caso más paradigmático fue el de un operario de la limpieza del Ayuntamiento de Madrid, que se desplomó mientras trabajaba a las 17.30 horas a casi 40 grados. “Como riesgo para salud, tiene que estar evaluado en todos los sitios, porque podemos hablar de los trabajos a la intemperie, pero hay otro tipo de trabajadores que también están muy expuestos, como los que están en naves industriales o el personal de enseñanza, porque en determinadas zonas los colegios tienen calefacción, pero no aire acondicionado”, explica.
En este sentido, la ley de prevención de riesgos laborales no establece medidas específicas contra el calor, pero existe la obligación empresarial de adoptar planes que reduzcan la exposición de los trabajadores a condiciones de riesgo. “En algunas negociaciones colectivas provinciales existen acuerdos, pero hay veces que se limitan a un determinado periodo de tiempo. Nosotros creemos que hay que ceñirlo a determinadas condiciones climatológicas, da igual que estén en julio que en mayo o en abril”, apunta la coordinadora de salud laboral de Comisiones. Por ejemplo, en Almería los trabajos de construcción se han limitado de 8 a 15 horas y en Cádiz, de 7.30 a 14.30 horas, para evitar los tramos más duros, pero solo en julio y agosto.
Más allá de lo laboral, los planes de prevención ante las altas temperaturas de diferentes administraciones funcionan habitualmente del 1 de junio al 15 de septiembre, aunque se pueden adelantar dos semanas y prorrogar. “Tal vez lo que hay que hacer es que no estén basados en el calendario, sino en la temperatura”, apunta Díaz. Precisamente, el Plan Nacional de actuaciones preventivas de los efectos del exceso de temperatura sobre la salud del año 2022 se puso en marcha el 15 de mayo. En él, el Ministerio de Sanidad ya alertaba de los efectos sobre la salud, más allá de la mortalidad. “La exposición humana a temperaturas ambientales elevadas puede provocar una respuesta fisiológica insuficiente del sistema termorregulador. El calor excesivo puede alterar nuestras funciones vitales cuando el organismo es incapaz de compensar las variaciones de temperatura corporal”, indicaba el documento.
Enfermedades infecciosas, sequías e incendios forestales
El calor es el efecto más visible de la crisis climática. Todo el mundo tiene un marcador en su teléfono móvil o se encuentra con un termómetro en algún espacio público, pero hay otros indicadores que influyen en la salud, avivados por la crisis climática. “Por experiencia, el impacto de otros factores que o se consideran es mayor al de la temperatura, como el aumento de la contaminación por N02, ozono o partículas materiales, las sequías, los incendios forestales, que afectan incluso a poblaciones alejadas, las enfermedades transmitidas por el agua, los alimentos... hay muchísimas cosas”, ejemplifica Díaz.
En el estudio Lancet Countdown 2022, 44 investigadores advierten del peligro para la salud del “incremento de las condiciones climáticas favorables para la diseminación de enfermedades infecciosas como el dengue, la malaria o el virus del Nilo occidental”. Estas patologías pueden expandirse y reactivarse porque las condiciones climáticas favorecen que determinados insectos, como los mosquitos o las garrapatas, con capacidad de transmitirlos estén ascendiendo en latitud y en épocas en las que antes no estaban activas.
“Esto es un problema que se está retroalimentando”, apunta Díaz, que recuerda que “el anticiclón de las Azores, que controla el clima de la península ibérica se está intensificando y expandiendo”. ¿Qué significa esto? “Las situaciones anticiclónicas van a durar más tiempo y afectar a más zonas, por lo que durante ese periodo no habrá movimiento de masas de aire, no llueve, hay más sequías, incendios forestales y aumento de la contaminación porque no hay dispersión de contaminantes”, explica el experto, que pide “no analizar el problema de forma individual como un aumento de las temperaturas, sino de una forma más amplia”.
“El concepto de 'salud planetaria' relaciona la salud humana con el medio en el que habitamos. La explotación de recursos naturales nos ha situado en un contexto de emergencia climática y ambiental que compromete nuestra salud y bienestar”, señala Del Campo. Y, en ese sentido, si los problemas son globales, las soluciones no pueden ser individuales. “Actualmente seguimos con campañas de consejos individuales, que a la hora de aplicarse dependen de las condiciones socioeconómicas de cada uno”, agrega Segura.
“La pobreza es el factor decisivo a la hora de explicar la mayor mortalidad asociada a las temperaturas extremas. El nivel de renta es el que mayor asociación presenta con el impacto del calor sobre la mortalidad diaria”, explicaba la investigadora Cristina Linares, coautora de un trabajo del Instituto de Salud Carlos III, que apuntaba que el calor extremo mata más a los pobres.