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La capa 'perdida' de Emilio Herrera: “Esto es lo único que nos queda del primer traje espacial de la historia”

“¿Dónde tenemos la capa con la que el bisabuelo quería viajar al espacio?”. Una pregunta como esta, o muy parecida, le traslada Selena Herrera a su madre en un céntrico piso madrileño, minutos antes de extraer una prenda brillante y de aspecto metálico de un cajón. Lo que saca cuidadosamente, y sostiene entre sus manos, es la capa con la que Emilio Herrera Linares pretendía protegerse de la radiación en el ascenso a la estratosfera en 1936, una pieza histórica que ha permanecido olvidada durante décadas, a pesar de ser el único elemento que nos queda de aquella aventura.

Porque Herrera Linares no solo intentó ascender a la estratosfera vestido con el primer traje ‘espacial’ de la historia, sino que planeaba hacerlo protegido con una capa, lo que sin duda le habría dado un aspecto muy peculiar, casi de superhéroe. En su discurso de ingreso a la Real Academia de Ciencias de 1933, el científico y piloto granadino había adelantado su intención de adentrarse “en la región misteriosa de lo ignoto” y ascender, en un globo libre y en una barquilla abierta, hasta una altitud de 25.000 metros “provisto una escafandra estratosférica”. En los siguientes años diseñó y probó cada elemento del equipo que debía protegerle en los confines de la atmósfera y dejó todo listo para el ascenso en julio de 1936. Pero el estallido de la Guerra Civil frustró la que habría sido la mayor hazaña de la historia aeronáutica española.  

“La ascensión no se hizo; el globo fue cortado en pedazos para hacer impermeables para los soldados con su tela (seda cauchutada), y la escafandra con todos los instrumentos cayeron, en Cuatro Vientos, en poder del enemigo”, escribió Herrera tiempo después. Durante casi un siglo, el fantasma de aquel traje espacial, que se desvaneció para la historia y fue reconocido posteriormente por la propia NASA como fuente de inspiración, ha sido el centro de atención sin que casi nadie reparara en que Herrera había diseñado y fabricado otro importante elemento de protección: la capa estratosférica.

“Una capa de tisú de plata”

“Tenía además dispuesta una capa de tisú de plata para ponérmela si sentía un calor excesivo por efecto de la luz del sol que, con ella, sería reflejada”, menciona Herrera en sus memorias. Es la única referencia explícita a la capa en sus escritos. Hasta hoy, solo algunos historiadores y los descendientes más directos conocían la existencia de esta prenda, que pasó ante sus ojos eclipsados por el traje desaparecido, lo que quizá les impidió reparar en su valor simbólico. “Esto es lo único que nos queda del traje espacial”, reconoce Emilio Atienza, el historiador que lleva años documentando la vida de Herrera. “No he encontrado ningún objeto relacionado con aquel proyecto, lo único que vi es la capa, que la tenía la familia de su nieto, José Miguel Herrera, en su casa”.

Es en esta casa donde la viuda de José Miguel, Eulalia, y su hija Selena desempolvan la vieja tela y la despliegan ante nuestros ojos. Iluminada por los focos y en la oscuridad del salón, la capa brilla como un objeto de otro mundo, superviviente de la época más turbia de la historia de España. No está claro cómo se salvó de la destrucción, admite Eulalia, solo sabe que hace más de 30 años años las hermanas Gudín —amigas de la familia en Granada— les entregaron aquel material, junto con un traje de aviador de “don Emilio” y otros objetos que habían conservado celosamente tras el fin de la guerra y durante su largo exilio.

Tenía además dispuesta una capa de tisú de plata para ponérmela si sentía un calor excesivo por efecto de la luz del sol que, con ella, sería reflejada”, menciona Herrera en sus memorias

La entrega de la capa ocurrió a mediados de los años 90, las mismas fechas en que la recién creada Fundación Emilio Herrera Linares recopiló sus archivos para su conservación y difusión. Las tres hermanas ya han fallecido, pero su sobrino Luis recuerda muy bien su buena acción. “La guardaron ellas porque querían que la historia se contara”, explica por teléfono a elDiario.es. “Sus padres fueron fusilados y quisieron poner su granito de arena para conservar la memoria”. 

Contra los rayos cósmicos

“Para protegerse de la intensa radiación del sol, Herrera planteó inicialmente la posibilidad de colocar cortinas blancas o plateadas en la barquilla”, asegura el experto en historia de la aeronáutica Carlos Lázaro Ávila. “Aunque luego, para manejar mejor el cordaje y el lastre del globo, incorporó a su complejo equipo personal una esclavina de lamé plateado que cubría tres cuartas partes de su cuerpo”. Según consta en la escasa documentación sobre el proyecto que se ha conservado, apunta, el equipo estratosférico debía permitirle a Herrera total libertad de movimientos en la barquilla del globo para realizar todos los experimentos que pensaba llevar a cabo durante la ascensión, por lo que la escafandra estratosférica fue sometida a numerosas pruebas en una cámara de vacío del Laboratorio Aerodinámico de Cuatro Vientos. 

“La idea era ponerse la capa por encima del traje con objeto de hacer rebotar las radiaciones solares”, añade Atienza. “Pero no solo era para combatir el calor que eso pudiera generar, sino sobre todo para evitar las radiaciones cósmicas, que era una de las cosas que él quería estudiar”, señala. “A diferencia de la ascensión estratosférica que Auguste Piccard realizó en una cabina cerrada —explica Lázaro—, Herrera lo que pretendía era tener total libertad de movimientos porque así, en la barquilla abierta del globo, podría llevar a cabo todos sus experimentos”.

Un raso de hilos metálicos

¿De qué está hecha la capa y qué propiedades tiene? Herrera solo menciona el “tisú de plata” en su autobiografía y nadie la ha analizado con detalle. Lázaro Ávila cree que el material de la esclavina era “muy similar al que utilizaba para proteger la parte superior de los dirigibles y evitar que el sol los achicharrara”.

Otras fuentes aseguran que la prenda cumplía el papel que jugaría después el exterior de nylon aluminizado de los primeros trajes de astronautas. “Cuando la vi y la toqué me recordaba mucho a un tejido que se fabrica hoy, que se llama mylar”, asegura Atienza. “Es como un tejido de plata, una cosa muy brillante. Yo creo que estaba hecha con algún tipo de fibra de aluminio, una fibra que permitiera tejer. Y luego, por dentro, llevaba un forro que era como un terciopelo, que estaba pensado para protegerle del frío, como una especie de lana roja”.

Ante las fotos del detalle de la capa, Juan Gutiérrez, responsable de la colección de moda contemporánea del Museo del Traje, cree que un tejido de aluminio es compatible con una técnica textil que se usaba en la época. “El hilo metálico es básicamente un entorchado de lámina de metal sobre un alma de fibra textil”, comenta. “Pero lejos de compararlo con el mylar u otros materiales modernos, mi impresión es que es un raso de hilos metálicos”, asegura. “Lo que puedo asegurar, por las fotos, es que son hilos entramados, y la técnica me parece raso, que lo que hace es crear una superficie lisa y reflectante, como en un vestido de raso, que no brilla por el tipo de fibra, sino porque se crea una superficie muy lisa que refleja la luz”. Lo que le plantea menos dudas es el forro interno. “Tiene toda la pinta de ser un paño de lana —asevera—, lo cual tiene mucho más sentido que un forro de terciopelo, entre otras cosas porque es más abrigado”.

Lo que puedo asegurar, por las fotos, es que son hilos entramados, y la técnica me parece raso, que lo que hace es crear una superficie lisa y reflectante

Sobre la capa quedan aún muchas cuestiones abiertas, que una investigación más profunda podría ayudar a resolver. Si la esclavina nunca salió de España, como sospechan Eulalia y su hija Selena, por ejemplo, o por qué corrió un destino tan diferente al del traje espacial, que desapareció al caer en manos del ejército golpista. “El traje estaba en Guadalajara, que es donde pensaba hacer la ascensión”, asegura Atienza. “Y probablemente la capa se salvó porque la llevó a otro lugar”.

Ahora que su existencia vuelve a salir a la luz pública, es probable que algún museo de ciencia se interese por ella y haga un esfuerzo por exponerla, una posibilidad para la que Selena Herrera se muestra abierta, dado el interés por recuperar la memoria de su bisabuelo. El historiador de la ciencia y miembro de la RAE José Manuel Sánchez Ron también cree oportuna esta recuperación. Poner el foco en esta capa tan desconocida para el gran público le parece “una oportunidad para recuperar la figura de un personaje admirable, que contribuyó mucho a la técnica y la ciencia en España y que, por los avatares de la política, terminó en el exilio, con lo que desgraciadamente su memoria se ha disuelto”. 

“Un príncipe en mangas de camisa”

El currículo vital de Herrera es tan espectacular que cualquier breve semblanza se queda corta y no le hace justicia. Fue uno de los primeros pilotos de globo, avión y dirigible en España, el primero en cruzar el Estrecho de Gibraltar en aeroplano, creó el Laboratorio de Aerodinámica de Cuatro Vientos y el más sofisticado túnel de viento de la época, así como la Escuela Superior de Aerotecnia. En 1930 pilotó el Graf Zeppelin a través del océano Atlántico y fue recibido en Nueva York como un héroe, al tiempo que ideó una aerolínea transoceánica para el transporte de pasajeros en dirigible, la Transaérea Colón, que uniría Europa y América con escala en Sevilla. En uno de aquellos viajes, el que debía cubrir la ruta Berlín-Sevilla-Pernambuco-Baltimore, el periodista Corpus Barga le describió a bordo “haciendo cálculos siempre acertados, como si dirigiera la nave”, y le definió como “un príncipe en mangas de camisa”.

Tras la guerra, y ya en exilio, Herrera fue el primer científico en predecir públicamente la fabricación de la bomba atómica, propuso al Ministerio del Aire francés el lanzamiento de un satélite artificial aprovechando uno de los cohetes V-2 incautados a los nazis, se carteó activamente con Albert Einstein y llegó a ser presidente del Gobierno de la República en el exilio.

Pero sobre todo, como destaca Emilio Atienza, fue una persona de una integridad y una honestidad abrumadoras. A pesar de su ideología conservadora y su amistad con el rey Alfonso XIII, Herrera mantuvo su juramento de fidelidad a la República hasta el final de sus días, cosa que no hicieron los militares sublevados. “Don Emilio era un hombre tremendamente honesto, muy consecuente con sus valores y adelantado a su tiempo, en todo”, destaca el historiador. “En la ciencia aeronáutica y en otros aspectos científicos, pero también como persona, un personaje que es un orgullo para su país y no es suficientemente recordado”. 

Fue un hombre tremendamente honesto, muy consecuente con sus valores y adelantado a su tiempo, un personaje que es un orgullo para su país

Después del estallido de la Guerra Civil y frustrado inicialmente su plan de subir a la estratosfera, Emilio Herrera hizo un último intento por cumplir su sueño y pidió autorización al entonces ministro del Aire, Indalecio Prieto, para llevar a cabo el ascenso, puesto que el material seguía estando preparado. “Él me preguntó para qué quería hacer en aquellas circunstancias la ascensión —escribió Herrera en sus memorias— y yo le dije que para dar señales de normalidad; a lo que Prieto me contestó: ¿Y a quién vamos a engañar? Claro es que a usted le gustaría ir ahora a la estratosfera, y a mí más que a usted, pero no creo que esté la situación de España para hacer ascensiones en globo”. 

Aquella oportunidad pasó y España perdió de nuevo el tren —o el ascensor— del futuro. Ahora sabemos que, de haber sido otras las circunstancias y de haber podido completar su hazaña, Emilio Herrera lo habría hecho con el primer traje espacial jamás fabricado. Y su luminosa esclavina habría relumbrado en la oscuridad.