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La cara B de 1992, ese año que cambió España a los ojos del mundo

Julio Sanz López, con su libro “1992. El año de España en el mundo”.

José María Sadia

20 de marzo de 2023 21:51 h

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En 1992 se dieron cita en España tal cantidad de acontecimientos, que muchos de ellos acabaron solapados y olvidados tras el encendido del pebetero del Estadio Olímpico de Montjuic, aquel ya lejano 25 de julio de hace ahora 31 años. Seguro que no son muchos los españoles que recuerdan —más allá de las Olimpiadas, la Expo de Sevilla o el V Centenario del Descubrimiento de América— la conmemoración de los 500 años de la expulsión de los judíos o de la primera gramática castellana, la puesta en marcha del Instituto Cervantes, la capitalidad cultural de Madrid o, fuera ya de nuestras fronteras, la creación de una Unión Europea a la que España había accedido sólo seis años atrás.

Sí, 1992 fue el año en que una nueva España, moderna y con la mirada en el futuro, dispuesta a pasar página definitivamente tras la parálisis de una dolorosa dictadura de cuarenta años, se presentó al mundo en sociedad. Tres décadas más tarde se observa con nitidez aquel verdadero punto de inflexión internacional que, no obstante, vino seguido de un cúmulo de decepciones tras lanzarse en exceso las campanas al vuelo y, sobre todo, en un contexto social muy distinto al fulgor de la llama olímpica: reconversiones industriales y paro, una inflación desbordada, sonrojantes casos de corrupción política, el martillo constante de la banda terrorista ETA y aquella lacra que se llevó por delante a toda una generación de jóvenes españoles, la heroína. 

Quizá la mayor parte de los españoles observen aquellos acontecimientos desde un prisma personal, subjetivo, recordando la visita de la Expo 92 con los compañeros del colegio, el simbólico regreso al mar de las réplicas de las carabelas Pinta y Niña y la nao Santa María o la emoción, ante el televisor, de vivir aquellas 22 medallas que España se anotaba en las Olimpiadas de Barcelona.

Quien lo ha hecho, sin embargo, con una mirada limpia, analítica, es el doctor en Historia Contemporánea Julio Sanz López. No es que no estuviera allí, sino que su juventud —había nacido sólo un año antes— le ha permitido situar, sin prejuicios, todo lo que ocurrió entonces. Lo bueno y lo malo. Los grandes logros y también los fracasos. La reválida internacional de España, sin olvidar a los miles de españoles que sufrieron a la sombra de los grandes acontecimientos, es el eje del libro que ahora sale a la luz, 1992, el año de España en el mundo (Sílex, 2023).

“Nada fue casual”

“Nada de lo que ocurrió en la España de 1992 fue casual. De hecho, cuando Tejero protagonizaba el intento de golpe de Estado en el Congreso en 1981 ya se estaban preparando algunos de los eventos que tendrían lugar una década después”. Afirma Julio Sanz que nunca antes, en Historia Contemporánea, se habían analizado hechos tan cercanos como los que ocurrieron hace tres décadas. Según su tesis, lo que se estaba fraguando en aquella década clave de los ochenta fue produciendo una especie de efecto llamada.

Cuando Tejero protagonizaba el intento de golpe de Estado en el Congreso en 1981 ya se estaban preparando algunos de los eventos que tendrían lugar una década después”.

Julio Sanz Historiador

Es evidente que había hechos centenarios que conmemorar más allá del Descubrimiento de América, como el decreto de expulsión de los judíos firmado por los Reyes Católicos o la redacción de la primera gramática española, a cargo de Antonio de Nebrija. Pero eso no era todo.

Aquel cúmulo de acontecimientos alumbró “una situación propicia que mucha gente utilizó como pretexto”, apunta el historiador. Es el propio caso de los Juegos Olímpicos de Barcelona, que la ciudad catalana llevaba años tratando de organizar y que, por fin, tuvo fecha en 1992 tras cuatro intentos fracasados, o más tarde de que incluso España se llegase a plantear acoger la cita deportiva mundial durante la dictadura. Aunque quizá uno de los hechos clave —el más relevante a juicio del autor del trabajo— es el “giro de timón” en las relaciones con América Latina, una maniobra capital, como muchas de las que harían las naves españolas en su búsqueda de la ruta más corta hacia las Indias, para acercar posturas con países especialmente críticos con España, como México, donde “se afrontaba la conmemoración del V Centenario con mucho escepticismo”.

Porque el Gobierno y la diplomacia españoles tuvieron que hacer, literalmente, piruetas, caminar como un funambulista para evitar el fracaso, no solo de las celebraciones simbólicas, sino (y muy especialmente) de las cumbres iberoamericanas que se proponía poner en marcha. Algunos de aquellos equilibrios llegaron en forma de cesiones que pretendían mitigar el influjo, todavía presente, de la tristemente célebre leyenda negra.

“España, consciente de que necesitaba socios en América Latina para celebrar las cumbres, tomó la decisión de ceder la organización de la primera de ellas a México, evitando así monopolizar aquellas reuniones”, precisa Julio Sanz López. La segunda de aquellas reuniones tendría lugar, efectivamente, en Madrid, en mayo de 1992. Pero hubo otro detalle no tan importante, pero sí quizá más simbólico. El Gobierno español era consciente de que México no iba a “tragar” con el V Centenario del Descubrimiento de América en esos términos; de ahí que el evento que terminaría llamándose, con mucha diplomacia y tacto, “Encuentro entre Dos Mundos”. 

De la concordia al temor por ETA

Entre aquel sinfín de acontecimientos, cuesta identificar algunas de aquellas muchas celebraciones que también tuvieron lugar, como Sefarad 92. ¿Admite algún tipo de celebración la expulsión masiva de los judíos en 1492? “Como en el caso del Descubrimiento de América, España guardaba el temor de que algunos países o colectivos se sintiesen ofendidos. De ahí que trabajara directamente con asociaciones judías y con el propio presidente de Israel la conmemoración de la expulsión de los sefardíes”, explica el historiador de la Universidad Complutense de Madrid.

De hecho, y para allanar el camino, Madrid ya había acogido en 1991 la Conferencia de Paz, que reunió a árabes e israelíes en torno a una misma mesa, con los presidentes ruso, Mijaíl Gorbachov, y estadounidense, George Bush padre, como testigos internacionales. “En España eran conscientes de que se trataba de temas complicados, de ahí que intentasen utilizar estos acontecimientos para proyectar las relaciones hacia el futuro, sin hacer una reflexión excesivamente profunda sobre el pasado”. Julio Sanz ilustra esta idea clave con un ejemplo: “En la Expo de Sevilla se le dio más importancia a los rayos láser o a las nuevas tecnologías del cine, que a la figura de Colón, la nao y las carabelas”.

En la Expo de Sevilla se le dio más importancia a los rayos láser o a las nuevas tecnologías del cine, que a la figura de Colón, la nao y las carabelas

Julio Sanz Historiador

Había, no obstante, otro temor si cabe mayor que la diplomacia internacional. España había trabajado para ganarse la confianza del mundo, acogiendo en el mismo año una exposición internacional y unas olimpiadas. Pero, de puertas para adentro, persistía un profundo miedo: la cruenta y despiadada actividad de la banda terrorista ETA. “Para los terroristas, 1992 era lo mejor que le podía ocurrir: cualquier acción se multiplicaría por mil”, analiza el autor del libro. Por eso, tampoco fue casual que el país extremara la vigilancia en un momento en el que ETA trató de atentar contra el Palau Sant Jordi de Barcelona o enviara una carta bomba a las oficinas de la Expo de Sevilla, que le costó la amputación de una mano a una trabajadora.

Pese a todo, el trabajo policial obtuvo grandes logros: a la detención en 1990 del etarra Henri Parot, que se dirigía a Sevilla con un vehículo cargado de explosivos, se sumó el apresamiento de la cúpula de la banda, ya en año de celebraciones, en la localidad francesa de Bidart. “La amenaza de ETA fue la mayor preocupación de España, pero se salvó bastante bien”, concluye Julio Sanz, quien desarrolla a lo largo del trabajo una especie de triángulo simbólico, uno de cuyos vértices apunta, precisamente, al riesgo de que los problemas de seguridad terminaran por estropear los éxitos con los que finalmente acabaría 1992.

Avances, pero también decepciones

Para documentar su tesis doctoral y el posterior libro, Julio Sanz se ha recorrido numerosos archivos internacionales y también ha recabado testimonios de primer orden. Algunos de ellos trataban de analizar uno de los mayores avances de aquel 1992, la puesta en marcha de la alta velocidad en España. “Lo más natural, por cuestiones económicas y políticas, hubiera sido construir la primera línea de AVE entre Madrid y Barcelona, pero el Gobierno optó por Sevilla para facilitar la cohesión territorial y que el sur no quedase partido”, explica Sanz López. Lo llamativo es que algunos de los personajes consultados le reconocieron que “si no se hubiese desarrollado aquella primera línea, la conexión con Andalucía ya no se hubiera conseguido”.

Hoy, España es uno de los países líderes en la alta velocidad, pese a que el AVE ha condicionado el despliegue ferroviario convencional, incurriendo en inversiones injustificadas en estaciones sin viajeros o dejando de lado territorios que aún aguardan su llegada. Pero quizá, si hay algún elemento que pueda capitalizar las decepciones, o las expectativas no alcanzadas, ese sea la puesta en marcha del Instituto Cervantes, que tenía a sus espaldas la importante (e ingente) labor de capitalizar uno de los mayores activos del país, el idioma español. “Como en el resto de avances, aquella fecha fue un antes y un después para España; el error fue realizar proyecciones demasiado optimistas que después no se cumplieron”, juzga Julio Sanz. En el caso del Cervantes, “en los años noventa, fue un gran avance, pero a partir del año 2000 las prioridades fueron otras y el Instituto no ha logrado resituar el idioma en la categoría que le corresponde”, precisa.

Las grandes inversiones realizadas en todos los frentes del año 1992 hicieron olvidar que había un día después, un mañana. El año 1993 fue complicado. “Por sí mismos, aquellos eventos no fueron capaces de trastocar la economía del país, pero sí provocaron una crisis económica al año siguiente”, rememora el historiador, sobre un momento del país recordado amargamente por los españoles, ante la dificultad de vencer problemas económicos y sociales muy complicados de atajar. Aquella resaca —que el historiador rescata para nombrar un apartado específico de su libro— se vería retratada en fracasos como el programa Cartuja 93, un proyecto que pretendía reutilizar las instalaciones de la isla sevillana en un barrio científico que se toparía con uno de los grandes avances de la humanidad, la irrupción de Internet.

Una dura resaca social

“A pesar de todos los grandes acontecimientos de 1992, no podemos olvidarnos de los problemas que España estaba viviendo en aquellos momentos”, advierte el historiador de la Complutense. Los casos de corrupción ligados al partido en el Gobierno, el PSOE, comienzan a generar una desafección hacia la política entre la ciudadanía, las reconversiones industriales en autonomías como Asturias o País Vasco dan lugar a numerosas manifestaciones y huelgas generales, e incluso dos cócteles molotov provocan el incendio de la Asamblea de Murcia.

Entretanto, tras la sonrisa de Cobi y Curro —las mascotas de las Olimpiadas y de la Expo— se refugia igualmente uno de los mayores dramas de la España de los ochenta y principios de los noventa, cuando cientos de jóvenes morían a manos de la heroína, dando lugar a la desafortunada generación perdida.

Aquella realidad social, los éxitos y las decepciones del año 1992 quedaron grabados en los medios de comunicación y en los testigos que vivieron aquellos momentos en primera persona, pero también en los archivos de España, Reino Unido, Francia, Italia o los países latinos.

¿Ha habido sorpresas en la búsqueda de documentos? “La información más importante la he encontrado en los archivos de México, que reflejan la otra cara de cómo se altera la celebración del V Centenario de la Conquista de América”, responde el historiador. Pero, si tuviera que elegir un único papel, Julio Sanz apostaría por el hallado en Londres, que “identifica los movimientos de España con América Latina; saben que está intentando pergeñar una operación con Iberoamérica, pero aún no tienen claro cómo va a ser”. Más tarde, trascendería que se estaban fraguando las primeras cumbres iberoamericanas.

Todos los esfuerzos realizados contribuyeron al cambio de la imagen de España en el ámbito internacional, pero ¿mereció la pena la enorme inversión económica y el desgaste social de aquella época? “Las inversiones fueron adecuadas teniendo en cuenta aquel contexto; hoy por hoy no lo hubieran sido, porque España ya no tiene tanto que mostrar al exterior”, concluye el autor. Han pasado tres décadas y nuestro país ocupa un lugar más definido en la Unión Europea y en el mundo, aunque algunos de aquellos males siguen presentes en la vida de los españoles: ¿Les suena el paro, la inflación desbordada o la corrupción política?

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