ENTREVISTA

Carlos Briones, bioquímico y poeta: “Hay que cambiar la definición de 'vida' del diccionario”

En 1993, cuando ganó el premio Hiperión de poesía y escribía sobre “los secretos que cuentan las estrellas”, nada hacía sospechar al joven Carlos Briones —por entonces, 24 años— que se iba a dedicar a estudiar la posibilidad de que la vida florezca en otros mundos o los vericuetos por los que tomó forma en el nuestro. Tres décadas después, y con un brillante expediente como investigador a sus espaldas, el bioquímico del Centro de Astrobiología (CAB-INTA-CSIC) se ha convertido en una de las voces más inspiradas e inspiradoras de la divulgación científica en español, como autor de numerosos libros, charlas y programas en los que integra ciencia, humanidades y artes con maestría.

Esta capacidad para mezclar los asuntos puramente científicos con el mundo de la creación artística le acaba de valer la concesión del premio de la Confederación de Sociedades Científicas de España (COSCE) a la difusión de la ciencia y es la que inspira su último libro, A bordo de tu curiosidad (Crítica), un compendio de preguntas y respuestas para los lectores “jóvenes de todas las edades”, bellamente ilustrada por Kim Amate. En sus páginas, Briones aborda desde la formación de nuestro planeta a los secretos de nuestro genoma o las perspectivas de futuro ante la crisis climática, siempre con un punto crítico con el que intenta abrir los ojos a sus lectores sobre la futilidad de las pseudociencias y las ventajas de mirar el mundo desde el prisma del saber científico.  

La charla en la redacción de elDiario.es comienza con las palabras de la gran Marie Curie que él mismo recoge en el arranque del libro, esas en las que describe al científico como “un niño colocado ante fenómenos naturales que le impresionan como un cuento de hadas”.

¿Cuál es el primer recuerdo de su vida asociado a la curiosidad?

Me recuerdo de niño, observando el comportamiento de las hormigas en el patio de la casa de mi abuela. Había unas hormigas que no dejaban de ir y venir y me preguntaba por qué tenían diferentes tamaños o de dónde salían.  

¿Cree que hay personas que pierden ese espíritu más adelante en la vida y que los científicos, en cierta manera, lo conservan?

Todos los niños son curiosos, pero a medida que te vas dejando llevar dejas a un lado la curiosidad. Aunque creo que a todos nos queda un germen que hace que acabe floreciendo de nuevo si lo riegas. Los adultos tenemos la curiosidad muy apagada, pero es verdad que los científicos no. A los científicos nos pagan por ser curiosos, nos hacemos preguntas constantemente. 

¿Recuerda alguna situación cotidiana, que no sea una conferencia, en la que haya visto despertar la curiosidad de alguien?

Recuerdo una conversación en el AVE que terminó escuchando todo el vagón, hablando con unos jóvenes sobre pseudociencias. Se hizo el silencio. Fue una especie de miniconferencia improvisada a 300 kilómetros por hora (risas).

¿Qué lleva a un químico a interesarse por el origen de la vida en el planeta?

Cuando acabé el instituto yo quería ser de ciencias y de letras, lo quería estudiar todo. Finalmente escogí la química y a lo largo de los tres primeros cursos llegas a pensar —como joven de 20 años— que entiendes la materia, que conoces cómo son las relaciones entre los átomos, cómo se comportan las moléculas, por qué hay reacciones químicas… Todo en mi cabeza tenía un sentido, menos una cosa: por qué a veces la química hace copias de sí misma, por qué hay sistemas químicos que se replican. El tema me empezó a obsesionar y decidí que lo mejor era hacer la especialidad de bioquímica y biología molecular.

Ahí me posicioné en un punto intermedio entre la química y la biología, porque el origen de la vida es cuando la química se convierte en biología. Y empezó a entrar en mí esa inquietud que luego me ha acompañado toda la vida y que se ha ido ampliando con temas como la astrobiología, porque una forma de entender cómo se pudo originar la vida es preguntarnos si en otros lugares pudo producirse esa transición.

A los científicos nos pagan por ser curiosos, nos hacemos preguntas constantemente

Como poeta y científico al que le preocupa el lenguaje, ¿cree que la vida está bien definida en los diccionarios?

Muchas veces doy charlas sobre qué es la vida y suelo poner como ejemplo de malas definiciones de vida las que aparecen en el diccionario de la RAE, aunque es una institución a la que respeto y admiro. Son definiciones que no son satisfactorias desde el punto de vista científico, muy generalistas o vagas, como “energía de los seres orgánicos”, o que tienen que ver con la duración de las cosas, como el “tiempo que transcurre desde el nacimiento de un ser hasta su muerte”. Pero ninguna responde a qué es, por eso creo que es necesario cambiar la definición de vida. 

¿Cuál es su propuesta concreta?

Tengo varias propuestas, es un tema que he hablado con algunos académicos de la RAE y me consta que están trabajando en ello. Una definición satisfactoria y muy simple sería “un sistema químico capaz de reproducirse y evolucionar”. Con eso bastaría. 

Una definición satisfactoria y muy simple de la vida sería “un sistema químico capaz de reproducirse y evolucionar”. Con eso bastaría.

Desde que empezó a preguntarse por aquello de la replicación de la materia, ¿estamos más cerca de entender el origen de la vida o seguimos igual de lejos?

Es uno de los temas a los que más tiempo y neuronas he dedicado, pero cuando me preguntan tengo una respuesta que se resume en tres palabras: “no lo sabemos”. Es la típica pregunta que creo que nunca va a tener respuesta. Ocurrió hace 3.800 millones de años, cada vez tenemos más piezas en el puzzle, pero nunca sabremos qué es exactamente lo que pasó. Vamos descartando lo imposible, pero nunca sabremos cómo funcionó. Hay dos opciones para conocerlo: una es encontrarla fuera de nuestro planeta, la otra es lograr replicarla en el laboratorio.

Otra fuente de información son los lugares extremos del planeta. ¿Cuál es el lugar en el que ha estado más cerca de estas respuestas?

Mi sitio extremo favorito sigue siendo el río Tinto, donde el profesor Ricardo Amils empezó a investigar hace ya más de treinta años. Es un caso de vida extrema, con aguas con pH cercano al del ácido sulfúrico, con una concentración de metales enorme, y la particularidad de que es un sistema extremo producido por la vida. Las surgencias hidrotermales submarinas, la Antártida o las salinas son lugares cuya físico-química ha sido aprovechada por la vida para adaptarse, pero río Tinto lo han producido las bacterias que generan ácido sulfúrico con su metabolismo.

Solemos hablar mucho del origen de la vida, pero pocos se plantean cuál es el origen de la muerte.

Sí, y es mucho más fácil responder a esa pregunta. Curiosamente hay un desfase de unos 2.000 millones de años entre la vida y la muerte. En el libro cuento que la muerte no es consecuencia de la vida, sino de la vida pluricelular y de la reproducción sexual.

¿O sea, que el sexo y la muerte surgieron a la vez? 

Más o menos, porque cuando empezamos a ser pluricelulares, empezamos a diferenciar tejidos o líneas celulares, y una de ellas es la reproductiva. Nuestros espermatozoides y óvulos son inmortales, pero las células somáticas que los envuelven no lo son, y por eso morimos. Por eso empezamos a tener escrito que vamos a morir en el momento de ser pluricelulares y de reproducirnos sexualmente. 

Hay un desfase de unos 2.000 millones de años entre la vida y la muerte. La muerte no es consecuencia de la vida, sino de la vida pluricelular y de la reproducción sexual

¿Ser poeta ayuda a mirar los hechos científicos?

Yo escribía poesía antes de ser científico. Y la poesía, como cualquier creación literaria, te da una perspectiva interesante, aprendes a hacerte las mismas preguntas de forma distinta. En este libro lo he intentado más, incluso, que otras veces, y en muchos capítulos hay guiños literarios. Para hablar de biología sintética, por ejemplo, el Frankenstein de Mary Shelley no puede faltar, o para hablar de la muerte, El retrato de Dorian Gray.

El hecho de saber de qué están hechas las cosas vivas no le resta gracia poética al asunto, ¿verdad?

Al contrario, yo creo que le añade, nunca resta nada saber de qué están hechas las cosas. El encanto de una puesta de sol o un arcoíris es aún mayor cuando sabes qué es la refracción. Quienes piensan que los científicos le restamos belleza o emoción a la naturaleza se equivocan, estamos sumando distintas capas de conocimiento.

Si los científicos son tan valorados y todos los políticos resaltan la importancia de la investigación, ¿por qué se les trata tan mal desde la administración, como ha pasado recientemente con las cotizaciones de las becas para la jubilación?

Es absolutamente injusto e incomprensible que no se nos trate con el respeto y cariño que se debería. Esta situación actual, en la que personas que hemos estado trabajando con becas tengamos que pagar hasta 17.000 euros para compensar lo que otros deberían haber cotizado por nosotros, me parece absolutamente aberrante. Yo soy uno de esos afectados, que para rescatar cinco de los años de becario debería pagar esa cantidad. Me parece inmoral y espero que la administración sea capaz de reflexionar y tratarnos con justicia. 

A alguien que trabaja con algo tan fascinante como la posibilidad de que exista vida en otros mundos, ¿qué le parecen los programas que manosean y desvirtúan la cuestión contando historias de hombrecillos verdes?

Me parece que están haciendo un flaco favor al conocimiento. Los científicos nos hacemos grandes preguntas y una de ellas es si pueden existir otras vidas, algo para lo que aún no hay ni una sola prueba. No te digo ya de que haya vida inteligente o se haya comunicado con nosotros o venido a visitarnos. A partir de ahí todo el folclore del fenómeno OVNI y los supuestos avistamientos no tiene ningún valor.

A veces esos programas basura tienen grandes audiencias, ¿la irracionalidad tiene el terreno abonado?

Está claro que somos mucho más emocionales que racionales, y apelar a nuestros miedos, o al atavismo, tiene un atractivo natural que quizá permanece desde los tiempos en que contábamos historias de fantasmas a la luz del fuego. Pero también debemos ser racionales y cuando nos quieren contar algo tan sorprendente hay que reclamar pruebas extraordinarias.  

Si pudiera comunicarse con los aliens con un solo mensaje, ¿cuál sería?

Interesante cuestión. Si solo pudiera hacerles una pregunta, les preguntaría por su origen, si saben de dónde vienen. Si ha habido un Darwin en su planeta, si ellos han llegado a un estado de madurez y conocimiento científico que les ha llevado a conocer su origen.

Si solo pudiera hacerles una pregunta a los extraterrestres, les preguntaría si ha habido un Darwin en su planeta

¿Qué diría Darwin si viera todo lo que conoce ahora sobre la vida?

Estaría extasiado y creo que sería muy feliz viendo que su idea de la selección natural sigue siendo válida. Y sobre todo fliparía con la genética, le volvería absolutamente loco saber que analizando los genomas de los seres vivos podemos hacer árboles filogenéticos y remontarnos hasta LUCA, el ancestro común de todos nosotros. Porque es algo que él propone en El origen de las especies y se confirmó 140 años después. Si conociera eso, Darwin sería la persona más feliz del mundo.

Dedica el libro a su hijo Diego. Tener un hijo nos cambia la vida a todos, pero ¿cómo cambia la visión de un científico?

Bueno, en primer lugar te das cuenta de que eres una de esas entidades capaces de reproducirse. Tener un hijo te coloca en ese árbol filogenético, como una piececita del árbol que dibujó Darwin, tienes tu parcela de inmortalidad que quizá él puede continuar, si quiere. Y a mí me permitió investigar bastante también. Yo con mi hijo hice experimentos, que no le hicieron ningún daño ni físico ni psicológico, ojo (risas). Recuerdo que siendo muy pequeño, entre 1 y 2 años, le gustaba jugar con un globo cuando estaba sentado en la trona. Lo cogía, lo tiraba, miraba cómo caía al suelo y después me miraba a mí. Una vez llevé a casa un globo de helio que había comprado y se lo di para que lo sujetara. Y repitió la operación: lo puso al lado de la trona, lo soltó para que cayera y se fue para arriba. El globo se quedó pegado al techo y la mirada que me echó fue inolvidable. Creo que esa vez vi la curiosidad en estado puro en los ojos de mi hijo. Eso es algo que, 15 años después, le sigo agradeciendo.