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Ellas ya se casan más que ellos: las bodas entre parejas de mujeres superan por primera vez a las de hombres

Por primera vez desde la aprobación del matrimonio igualitario, las bodas entre mujeres superan a las bodas entre hombres. Según se desprende de la última estadística del Instituto Nacional de Estadística (INE) publicada hace unas semanas, en 2018 se celebraron 2.512 matrimonios entre parejas de chicas y 2.358 entre parejas de chicos. La diferencia es escasa, pero responde a la tendencia de crecimiento de las primeras en los últimos años que ha acabado por estrechar el amplio sesgo de género con el que se inauguró el matrimonio homosexual en 2005.

Ese año, apenas hubo un millar de bodas porque la ley que reformó el Código Civil entró en vigor a mitad de año, concretamente el 3 de julio. En 2006, primer año completo, se registraron 4.131 bodas entre parejas del mismo sexo, el 70% de hombres. Este es el margen que se ha contraído en los últimos años: en 2018, los matrimonios de mujeres alcanzaron el 51,5% del total.

La trayectoria de lo ocurrido con ellas y ellos es similar. El siguiente gráfico muestra cómo variaron cada año unos y otros respecto al año anterior. Por ejemplo, ambos tipos de enlaces descendieron en 2007 respecto a 2006 (las bodas entre mujeres cayeron un 20% y las de hombres hasta un 29%). Pero desde 2014 los casamientos entre personas del mismo sexo siempre han aumentado respecto al año anterior. Los últimos datos muestran que los matrimonios entre mujeres aumentaron en 2018 un 8,6% respecto a los celebrados en 2017, y un 1,5% los casamientos entre hombres.

Si analizamos la variación de unas y otras y respecto a 2006, los matrimonios 'femeninos' casi se han doblado al pasar de las 1.313 bodas de ese año a las 2.512 de 2018; y los 'masculinos' han experimentado un descenso del 21,4% (de 3.000 a 2.358). Habrá que esperar a los años siguientes para constatar si las de mujeres siguen al alza o, por el contrario, se estabilizan en el equilibrio entre géneros. “Los estudios disponibles señalan que más o menos el porcentaje de personas homosexuales en mujeres y hombres es similar, así que lo esperable es que se quede más o menos en el 50%-50%”, opina el investigador y docente de Antropología de la Universidad Complutense de Madrid, José Ignacio Pichardo.

Las expertas consultadas para este reportaje coinciden en señalar varios factores que podrían haber influido en esta evolución progresiva de las bodas entre mujeres. “Por una parte, la mayor visibilidad lesbiana, que se ha ido conquistando en los últimos años y que hace que la exposición pública que supone casarse, de cara a las familias respectivas, los trabajos, etc. se perciba como menos costosa”, apunta Gracia Trujillo, profesora de Sociología en la Universidad Complutense de Madrid (UCM) y activista queer.

El mismo elemento nombra Pichardo, que ha analizado la irrupción de los nuevos modelos familiares. El experto señala, en primer lugar, “la visibilización” que implica el matrimonio: “Por mucho que lo quieras mantener en secreto, es un acto público”. En este sentido, la homosexualidad o bisexualidad femenina “ha estado y continúa estando cargada de un mayor estigma” con respecto a la que atraviesan los hombres, pero que en los últimos años se ha reducido.

Así, las expertas identifican el factor generacional como clave. “Personas que hoy tienen 30 años, tenían 15 cuando se aprobó el matrimonio igualitario. Prácticamente han crecido con ello”, señala el investigador. El cruce de los datos disponibles de bodas con la edad de los contrayentes revela que las más comunes entre mujeres son aquellas en las que ambas integrantes de la pareja tienen entre 30 y 34 años (un 11,9% del total) y entre 35 y 39 (un 7,4%).

En el caso de los casamientos entre hombres, la cosa está mucho más repartida y el mayor porcentaje se encuentra también en la franja de entre los 30 y 34 años, pero solo alcanza un 6,4% del total.

Es requisito para inscribir a los hijos

Existe, además, otra circunstancia ineludible que influye en las bodas entre mujeres. Y es que, salvo en algunas comunidades autónomas como Catalunya, el matrimonio es requisito para inscribir a los hijos o hijas en el Registro Civil. Así lo especifica el artículo 7.2 de la Ley de Reproducción Asistida, que habla de la filiación y establece que una mujer puede manifestar que consiente en que se determine a su favor la filiación respecto al hijo nacido de su cónyuge siempre que esté “casada y no separada legalmente o de hecho con otra mujer”.

La norma no exige esto mismo a las parejas heterosexuales porque el Registro Civil presupone que el hombre que acude a inscribir al bebé es el padre (lo sea o no). “Esto está haciendo que un número de estas bodas sea por esta imposición legal más que por voluntad o deseo, pero desconocemos los datos concretos”, sostiene Trujillo. Por su parte, Elena Longares, miembro de LesBiCat, define este requisito como “discriminatorio de facto” hacia las parejas lésbicas o bisexuales y apunta a que en comunidades en las que no ocurre, como en Catalunya, donde ella reside, no es una exigencia, “pero sí facilita las cosas”.

Más urbanización y turismo, más bodas

Si analizamos las bodas entre parejas del mismo sexo en términos globales, los datos del INE también permiten observar las diferencias territoriales. Por provincias, Madrid y Barcelona, las dos más pobladas de España, son las que registran los porcentajes más altos. Junto a ellas, Alicante, Valencia, Baleares, Tenerife y Las Palmas. En el otro extremo, se encuentran provincias de interior, fundamentalmente de Castilla y León y Aragón. Así, Teruel, Zamora, Soria y Lugo son las que menos porcentaje contabilizan.

El siguiente mapa muestra la tasa por cada 1.000 matrimonios celebrados en cada provincia entre 2005 y 2018. Por ejemplo, en Las Palmas ha habido 38 bodas entre parejas del mismo sexo por cada 1.000. En Teruel, solo 4.

De acuerdo con el análisis geográfico elaborado por Alberto Capote y José Antonio Nieto con ocasión del décimo aniversario de la aprobación de la ley, la distribución del matrimonio “guarda gran paralelismo con las provincias y ciudades que presentan un grado más alto de visibilidad homosexual” y las bodas se concentran “en los mayores centros urbanos del país y los enclaves turísticos”, sobre todo del Mediterráneo y los dos archipiélagos.

En este sentido, el estudio interpreta que en las últimas décadas la diversidad sexual ha pasado a formar parte de las estrategias de márketing de algunos lugares con el objetivo de atraer a turistas homosexuales. Así, distingue dos tipos de espacios: áreas concretas en grandes ciudades, como Chueca en Madrid, o espacios denominados “satélites” en forma de resorts para gays y lesbianas (fundamentalmente los primeros) en ciudades como Sitges en Catalunya o Torremolinos en Málaga y la España insular, por ejemplo Gran Canaria.

La importancia del reconocimiento social

La cifra de bodas entre parejas del mismo sexo contabilizada en 2006 no se volvió a repetir hasta 2016, pero esta vez motivada sobre todo por los matrimonios entre ellas. De acuerdo con los últimos datos, siguen al alza y en 2018 registraron un incremento del 12,9% con respecto a 2006. La trayectoria de los heterosexuales, sin embargo, es más titubeante y en los últimos años desciende ligeramente. Si comparamos la cifra registrada en 2018 con la de 2006, estas bodas han bajado un 20%.

Las expertas no dejan de lado “que, evidentemente, existe el amor romántico como base que caracteriza al matrimonio”. También en las parejas homosexuales, según Longares. Pero, junto a ello, estas pueden estar usándolo “como herramienta”. “Es un instrumento con el que mucha gente se siente más protegida en muchos sentidos. Las diferencias entre estar casada o no son abismales porque el imaginario tanto a nivel familiar como social cambia totalmente. Tiene más posibilidades de pasar de una carga negativa por ser LGTBI a, una vez que te casas, formar parte ya de la norma, de lo que es para ellos la vida real”, señala.

Pichardo también considera clave esta explicación, “que sigue operando a día de hoy”, y apunta a que el matrimonio, en muchas ocasiones, “fuerza un reconocimiento social que las parejas heterosexuales no necesitan”. “Normalmente a un hombre y una mujer les van a tomar por pareja por defecto, pero en el caso de las parejas de mujeres u hombres, sobre todo las primeras, esto no es así”, puntualiza Longares, que además incluye el elemento de la relación familiar. En base a esta idea, muchas personas LGTBI decidirían casarse para que fuera su pareja “la que decidiera sobre cuestiones como su salud” en el caso de “que hayan perdido relación con su familia” si han sido rechazados por no ser heterosexuales.

Junto a ello, también emerge el elemento de la reivindicación, citan las expertas. “Puede que haya también una parte de esto que empuje”, cuenta Longares, también integrante de la Campanya Feminista pel Dret a la Reproducció Assistida. Eso teniendo en cuenta que también hubo y hay un movimiento crítico con el matrimonio dentro del propio colectivo LGTBI, pero que no es mayoritario: “Mucha gente en cuanto se aprobó quiso casarse para reivindicar que existimos. Al final, en el fondo, el tema del matrimonio es un reconocimiento de derechos civiles y, cuando la gente tiene acceso a ello, quiere reivindicarlo”, concluye.