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Los científicos no se ponen de acuerdo sobre si el cigarro electrónico ayuda a dejar de fumar

Durante este jueves muchos medios nacionales e internacionales se hicieron eco de un estudio que aseguraba que los cigarrillos electrónicos (CE) son casi el doble de efectivos para dejar de fumar que otros productos de nicotina convencionales, como parches y chicles. Dicho estudio, publicado en el New England Journal of Medicine (NEJM), da un respaldo a los que defienden que este tipo de cigarrillos son útiles para dejar de fumar. Sin embargo, la propia revista incluye varios artículos críticos en los que se pone de manifiesto que el debate sobre este tipo de productos está plagado de intereses cruzados y de una gran controversia científica.

El problema afecta a todas las alternativas al tabaco que han surgido durante los últimos años y que han tenido un crecimiento explosivo paralelo a la reducción en el consumo de cigarrillos tradicionales en muchos países occidentales. Están los cigarrillos electrónicos, a través de los cuales los usuarios inhalan vapor de nicotina con diferentes sabores, como Juul, cuya popularidad se ha disparado entre muchos adolescentes o el tabaco sin combustión, como el IQOS de Phillip Morris, que no libera los productos carcinógenos típicos del tabaco.

Este tipo de productos afirman ser más seguros que los cigarrillos tradicionales, ya que proporcionan a los fumadores cantidades suficientes de nicotina, pero sin las sustancias más dañinas y cancerígenas del tabaco de quemar, como el alquitrán. Sin embargo, plantean toda una serie de preguntas que aún no han sido respondidas sobre su seguridad a largo plazo, la adicción que generan o la capacidad para generar nuevos fumadores, especialmente entre los más jóvenes.

Resultados contradictorios con estudios anteriores

Los resultados del nuevo estudio muestran una tasa de éxito en el abandono del tabaco de un 18% entre el grupo de usuarios del cigarro electrónico, una tasa que sigue siendo baja, pero muy superior al 9,9% de los que usaban otra terapia tradicional de reemplazo de nicotina, como parches o chicles. El principal autor del estudio, el profesor de la Universidad Queen Mary de Londres, Peter Hajek, asegura que quizás este estudio haga cambiar de opinión a “los profesionales de la salud que se han mostrado reacios a recomendar su uso debido a la falta de pruebas claras a partir de ensayos controlados aleatorios”.

Sin embargo, según el presidente de la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR), Carlos Jiménez, “el estudio tiene algunas deficiencias metodológicas que hacen que las conclusiones que se obtienen no se puedan considerar muy sólidas”. Jiménez, que dirige un programa de investigación en tabaquismo, lamenta que “no se haya hecho un ensayo clínico controlado con placebo y con doble ciego” y concluye que “en este momento no tenemos evidencia solida que demuestre que el cigarrillo electrónico es eficaz para dejar de fumar”.

Las carencias en el estudio también han sido señaladas por el delegado del Comité Nacional para la Prevención del Tabaquismo (CNPT), Rodrigo Córdoba, quien recuerda que existen estudios anteriores que muestran resultados dispares, por lo que “este estudio no representa, ni mucho menos, la última palabra en este sentido”. Sobre su posible utilización como método para dejar de fumar, Córdoba asegura que es una opción que “no se puede descartar”, pero puntualiza que “siempre y cuando tuviera los mismos controles de calidad que tiene un medicamento, cosa que ahora no sucede”.

Adicción a la nicotina

Estos dos especialistas en tabaquismo también señalan uno de los resultados del estudio como problemático y es que el 80% de los participantes que habían dejado de fumar gracias a los cigarrillos electrónicos seguían utilizando estos dispositivos un año después, mientras que apenas el 9% del grupo de terapia de reemplazo seguía usando los parches o los chicles. “Este dato nos indica que el cigarrillo electrónico podría crear dependencia”, explica Jiménez.

Este resultado no solo ha suscitado la preocupación de los dos especialistas españoles. En otro artículo publicado también en el NEJM , otros investigadores plantean sus dudas sobre “la adicción sostenida a la nicotina” y las “consecuencias desconocidas para la salud del uso a largo plazo del cigarrillo electrónico”.

Córdoba reconoce que “el daño que provocan es menor que el de los cigarrillos tradicionales”, pero insiste en que no se sabe hasta que punto es menor. “Si con el tabaco normal es como si te tirases de un piso 20, con el cigarrillo electrónico no sabemos si es como si saltaras de un cuarto  o de un sexto. El riesgo es menor, pero quizás te puedas matar igual”, concluye.

Jiménez, por su parte, reconoce que “no sabemos nada de los daños a la salud que pueda generar el consumo a largo plazo de cigarrillos electrónicos”, pero afirma que “sí sabemos que en el vapor hay sustancias tóxicas que facilitan la aparición de infecciones pulmonares y otras que pueden producir cáncer”.

A nivel internacional, la Organización Mundial de la Salud sigue desaconsejando su uso, al considerarlo un producto dañino, mientras que desde el servicio de salud británico se considera como un buen método para dejar de fumar y se promueve su uso mediante campañas públicas.

La reducción de daños y el interés de la industria

El establecimiento de la seguridad a largo plazo de estos dispositivos es clave a la hora de abordar las estrategias sobre tabaquismo. Aunque no hay investigadores que defiendan la inocuidad de los nuevos productos, el hecho de que puedan ser menos dañinos ya hace que algunos la consideren una mejor alternativa respecto al tabaco, que provoca millones de muertos cada año, una estrategia denominada reducción de daños.

En una carta dirigida al director general de la Organización Mundial de la Salud, 72 académicos y especialistas en salud pública, entre los que se encuentra el autor del estudio del NEJM, Peter Hajek, instaron a la organización a dar más peso a los beneficios de los nuevos dispositivos, alegando que “la incertidumbre sobre los efectos a largo plazo no debería ser una razón para la parálisis”.

Sin embargo, la sombra de la industria es alargada y sigue generando muchas dudas entre los especialistas. La desconfianza con la que muchos observan a las grandes empresas del sector no es gratuita. Durante décadas la industria tabacalera ha tratado de frenar las normativas orientadas a reducir el consumo de tabaco y ha tratado de dividir a la comunidad científica y no faltan voces que la acusan de seguir haciéndolo.

En este sentido, un artículo publicado en el British Medical Journal en 2015 señalaba el papel de British American Tobacco y Philip Morris International en la promoción del concepto de “reducción de daños” asociado a los cigarrillos electrónicos. Los autores de este estudio aseguran que esta estrategia ofreció a la industria tabacalera “el acceso a los responsables de la formulación de políticas, científicos y grupos de salud pública” y le permitió “mejorar su reputación a través de una agenda emergente de responsabilidad social corporativa”.

Los investigadores alertaban de que lejos de ser un compromiso honesto con la reducción de daños desde un punto de vista de la salud pública, “el discurso de las compañías tabacaleras transnacionales sobre la reducción de daños debe ser visto como una adaptación táctica oportunista al cambio de políticas” y advertían de que se debía vigilar que esta estrategia “no socave los logros obtenidos hasta ahora en los esfuerzos por reducir la capacidad de la industria tabacalera para influir indebidamente en la política”.

“El concepto de reducción de daños está completamente prostituido y es algo que no tienen nada que ver con el que utilizamos en salud pública”, advierte Córdoba, que acusa a la industria de esta interesada exclusivamente “en la salud de sus accionistas”. Este especialista insiste en que “el comité no propone la ilegalización de estos productos”, pero afirma que “no es aceptable que la industria tabaquera se presente como parte de la solución, cuando son dueños de la mayor parte de las empresas de cigarrillos electrónicos”.

El consumo entre jóvenes se dispara

Pero el problema no solo se encuentra en los pocos datos sobre la eficacia a la hora de dejar de fumar o en su seguridad a largo plazo, sino también en el hecho de que puede ser una puerta de entrada para nuevos fumadores, especialmente entre los jóvenes, uno de los motivos que más críticas ha levantado hacía las compañías de cigarrillos electrónicos en EEUU, donde el director de la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA, por sus siglas en inglés), Scott Gottlieb, aseguró a principios de año que “ el uso de los cigarrillos electrónicos por parte de los jóvenes se ha convertido en una epidemia ”.

En otro de los artículos publicados en el NEJM , los especialistas alertan sobre el “aumento alarmante” del consumo de cigarrillos electrónicos de sabores entre los jóvenes. “Sabemos que la nicotina es tan adictiva como la heroína, así que una vez enganchados, la mayoría de los jóvenes consumidores de cigarrillos electrónicos se convertirán en consumidores a largo plazo”, advierten.

Además, los científicos temen “que la creación de una generación de adolescentes adictos a la nicotina lleve a un resurgimiento del consumo de tabaco en las próximas décadas” y que incluso sino cambian a cigarrillos tradicionales, “la creación de una gran cohorte de adultos adictos a la nicotina puede tener efectos negativos a largo plazo”.

La normativa en España

La normativa que regula los cigarrillos electrónicos prohibe su consumo en hospitales y colegios, así como en edificios y transporte públicos. También está prohibida la publicidad directa o las campañas que los propongan como un método para dejar de fumar tabaco. Tampoco está permitida su venta a menores de edad. A pesar de estas restricciones, desde la CNPT piden una regulación más restrictiva, equivalente a la del tabaco.