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Cuando llegó el asfalto ya no quedaba nadie. La luz eléctrica también tardó lo suyo. Con la democracia y los primeros alcaldes elegidos por los vecinos estos pueblos que cuelgan de las montañas del interior asturiano recuperaron el tiempo perdido. Aunque demasiado tarde: los guajes habían marchado a las ciudades a buscar un nuevo mundo. Y a librarse del de sus padres, asfixiado por la muerte, el rencor, también lo hacían de la amenaza de una dictadura que se impuso a golpe de asesinato en todas las aldeas que beben del curso del río Cubia y otros tantos arroyos y regueros que hacen de estas montañas una belleza monumental. Remontar el curso del río, desde Grau hacia el Puerto de Marabio, es despertar la memoria de la barbarie, con soldados asesinando por decenas a campesinos pobres e indefensos, cuyo pecado había sido tratar de doblegar a la naturaleza para que les soltara algún fruto con el que seguir tirando.
Entonces no había asfalto ni había luz eléctrica. Todo era muerte, miedo y una máquina de escribir. En los años treinta, en todo el concejo de Grau, sólo había una máquina, la de José Arias de la Roza, secretario General de la Asociación de Labradores de Villandás, migrante que acababa de regresar de Cuba con su mujer Encarna y cuatro hijos. Era 1932 y José le dijo a su compañera que había que volver, que había llegado la República, que ya era otro país.
Ambos habían viajado a Cuba a labrarse el futuro que en España tanto se resistía a finales del XIX. Entre 1840 y 1940 cerca de 300.000 jóvenes abandonaron Asturias con destino a América. Las migraciones más numerosas sucedieron hasta el primer tercio del XX, con destino a Cuba, Argentina y México.
Según las investigaciones realizadas por el Museo del Pueblo de Asturias, los chavales que escapan de la provincia tenían entre diez y 18 años, mayoritariamente hijos de campesinos, que huían de la pobreza y de la guerra de África. Al otro lado del charco les esperaban fábricas de tabaco y textiles. Cuando José y Encarna regresaron a su tierra, en la aldea de Villandás, arrendó unas tierras y plantó el tabaco que traía de América. Aquí tuvieron un hijo más. Hoy viven María de los Ángeles (90) y Amparo (85). Cuando asesinaron a José, la mayor de sus hijas, Alicia, tenía 19 años y Amparo apenas unos meses.
Encarna no quería regresar, no confiaba en el cambio. Pero volvieron y consigo trajeron una victrola portátil –un tocadiscos– y 54 discos, además de otros enseres y la máquina de escribir Royal Qwerty, de color negro brillante, de hierro fundido con la que dejaba constancia de la unión de los trabajadores del campo. La nieta de José y Encarna, hija de Alicia, es Dolores Menéndez Arias, tiene 67 años, nació en Cuba y regresó con once años. Conserva la memoria documental de la familia y nos muestra la factura de los bienes que presentó su abuelo en el consulado español en Guantánamo (Cuba) antes de regresar a España. Ahí aparece la Royal.
En aquel tiempo ni siquiera el Ayuntamiento de Grau tenía máquina de escribir, indica Pepe Sierra, antiguo alcalde de Izquierda Unida en esta población asturiana que hoy roza los 10.000 habitantes. Sierra se dedica desde hace años a poner en orden la memoria del concejo, a reunir testimonios, a investigar cuántos fueron asesinados en plena represión. “De momento he recopilado 230 personas ejecutadas en Grau, desde el momento en que cae en manos franquistas. Instalaron en el concejo tres banderas falangistas y arrasaron. Iban a la caza, no les hizo falta ni los juicios sumarísimos”, cuenta Sierra a este periódico. Y subraya que del total, el 18% de las personas asesinadas fueron mujeres. “Es un porcentaje muy alto. Mataban para aterrorizar”, dice.
A Sierra se le amontonan en la conversación los casos de barbarie que ha ido documentando, pero de repente recuerda al maestro de Restiello, cerca de donde vivían José y Encarna con sus cinco hijos. Al maestro le ordenaron que se presentara en el cuartel de la Guardia Civil de Grau. Está a unos 20 kilómetros y bajó en su bicicleta. Fue arrestado y sólo lo liberaron días más tarde cuando se presentó el padre, un salmantino y conservador, que reclamó la libertad para su hijo. Así lo hicieron. Cuando el padre regresó para Salamanca y el maestro volvía en bici a su casa, lo detuvieron a la salida de Grau y lo fusilaron. En la famosa y espeluznante fosa de El Rellán. “Aquí todos los maestros eran del Partido Comunista y fueron los primeros a los que asesinaron”, explica Sierra sobre el miedo que tenían los franquistas a la capacidad de influencia de los docentes.
José Arias de la Roza no era maestro. Pero debía de tener talante y don de gentes, cuenta Sierra. Porque como ellos, fue un elemento molesto para los fascistas y fue exterminado. Este martes de agosto han encontrado su cuerpo en la fosa de Canto la piedra, en una curva de la aldea de La Garba, a cinco kilómetros de Grau.
Los arqueólogos e historiadores voluntarios de la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH) se encargan –gracias también al apoyo del actual alcalde de Grau, José Luis Trabanco (IU)– desde este lunes de la exhumación de los cuerpos de esta trinchera que los franquistas convirtieron en fosa. Marco González, coordinador de la excavación, advierte que hay evidencias de seis cuerpos.
Sólo falta que el ADN confirme lo que los testigos vieron: el 28 de febrero de 1938 llegó un camión con cuatro personas y los fusilaron al borde de la trinchera. En este punto de la historia aparece un tipo al que nadie en estos pueblos ha podido olvidar por los crímenes de los que le acusan. Lo llamaban el pintao de Bayo. Hay testigos del fusilamiento que contaron a los familiares de las víctimas que el pintao, quien apretó la pistola y acabó con sus vidas. Los especialistas de la ARMH encontraron en el terreno los casquillos de la 9 mm con la que apretó el gatillo. No eran fusiles.
Junto con José fueron asesinados ese día Jovino González Fernández y el matrimonio María Concepción García Álvarez y Enrique Rodríguez Siñeriz. El matrimonio se había concertado entre los padres, por fotografías. Enrique estaba en Cuba trabajando como sastre y María Concepción fue para allá a casarse con él. Cuando lo denunciaron y arrestaron su mujer dijo que donde iba su marido iba ella... Esos días en que los tuvieron bajo arresto en Grau, el autobús de línea venía cargado de juguetes y caramelos, cuenta Pepe Sierra. Dejaban huérfanos a tres hijos.
Casi un año después, el 7 de enero de 1939, también mataron y arrojaron a la fosa a Erundia González López, de 29 años, madre de dos hijos, dueña del chigre de Arellanes y denunciada por un vecino del pueblo de Los Llanos. No se sabe qué pudieron hacer entre el arresto y el tiro.
Todas estas personas formaban parte de las listas que hacían las fuerzas franquistas. Todo aquel que faltara de los pueblos era considerado un “rojo huido”. Los perseguían por toda España hasta darles caza. Pepe Sierra llama la atención sobre un hecho muy relevante: entre los cinco fusilados en esta fosa hay cuatro que estuvieron trabajando en Cuba. Ese fue su delito.
“No hay lógica que explique estos asesinatos. Los consideraban una amenaza y había que acabar con ellos”, dice Sierra. “Mi abuelo era pobre, no tenía tierras. Pero le tenían ganas unos cuantos, algunos incluso de la familia de mi abuela”, añade en la conversación Dolores, la nieta de José.
“Yo tuve un abuelo gracias a mi madre”, dice Dolores. Alicia mantuvo siempre viva la memoria de su padre, nunca calló aunque fue cauta. “No quería olvidar. Quería atesorar y compartir”. Alicia murió hace siete años, no pudo ver enterrado a su padre junto con el resto de su familia, aunque sabían perfectamente dónde estaba. La exhumación de los restos de su abuelo es un “acto de justicia”. No quiere revancha porque los culpables están muertos. “Es un consuelo para las dos hijas que quedan vivas. Es un capítulo que se cierra, pero no se cierra el libro. A veces es necesaria la historia de los pequeños para reconstruir la gran historia”, explica Dolores. Este miércoles irá a visitar la fosa en la que permanecen los restos de su abuelo, maltratados por la humedad, la tierra ácida y las raíces. A José lo hicieron desaparecer, requisaron su Royal Qwerty, pero nunca borraron su memoria.
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