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El cambio climático acabará disolviendo el delta del Ebro si no recibe una transfusión masiva de arena

Los efectos del cambio climático en España son más rápidos y patentes en el delta del Ebro: el mar se lo come cada vez más rápido porque el río no le lleva la arena de la que está hecho al quedarse en cientos de embalses aguas arriba. Así que el agua salada y los temporales destruyen aceleradamente la desembocadura y obliga a medidas de emergencia, parches, para llevar la escasa arena que hay de un lado a otro. Hace dos semanas, las máquinas entraron en una playa del parque natural para llevarse 19.000 m de arena con los que cerrar otra zona destruida por un temporal. A los pocos días se pararon ante la voz de alarma sobre los daños a una población de aves protegidas que están criando justo ahora, justo allí.

“Se trata de una actuación de emergencia cuyo objetivo es preservar los valores naturales de la laguna aprobada por una resolución de marzo pasado”, explica el Ministerio para la Transición Ecológica. Pero el problema de base permanece: este humedal con alta protección ambiental y crucial para el modo de vida entorno a los arrozales necesita que le lleguen 1 o 2 millones de toneladas de sedimento al año para no desaparecer, según han calculado los responsables del proyecto LIFE-Admiclim que estudia cómo trasladar allí ese material indispensable. Ahora le están llegando unas 84.000 toneladas por el curso del Ebro.

Esta desembocadura (el tercer delta más grande del Mediterráneo) es un escenario perfecto para comprobar de forma rápida y evidente los estragos del cambio climático: el mar presiona constantemente y el delta es extremadamente plano: el 60% de su superficie es inferior a 1 metro de altura. Solo un 10% supera los dos metros. Las poblaciones del delta (Deltebre, Sant Jaume de Enveja, San Carlos de la Rápita..) han tenido que emprender acciones de ordenación urbanística para identificar zonas con riesgo de inundación o, directamente, modificar la normativa para elevar la cota de construcción.

La modificación del clima acelera los problemas “por la subida del nivel del mar que provoca más erosión y subsidencia –el hundimiento del terreno–”, explican en Admiclim. Los embalses de la cuenca del Ebro tienen una capacidad conjunta de 7.833 hectómetros cúbicos. Sin regulación hidráulica, el delta recibía 30 millones de toneladas de sedimentos al año, 300 veces más que ahora. Sobre ese terreno actúa la erosión marina. Un terreno cuyo suelo está dedicado al 65% a los arrozales. Los hábitats naturales suman un 20% del espacio. La producción anual de arroz en el delta ronda las 130.000 toneladas, según datos de la Denominación de Origen.

Los temporales afectan más a este humedal que forma parte de la lista Ramsar de importancia internacional (como Doñana o L’Albufera). Los del año pasado destruyeron la barra de arena que protegía la laguna de la Isla de Buda, una de las zonas más expuestas. Sin esa barrera, el mar invade el agua dulce y arruina el ecosistema lacustre.

Del Serrallo a Buda

A mediados de junio, las máquinas entraron en la playa del Serrallo en el Parque Natural del Delta para llevarse material con el que restaurar la barra arenosa de la Isla de Buda, la zona del parque más expuesta y vulnerable. Un parche de urgencia que cuesta unos 95.000 euros, según informa el Ministerio para la Transición Ecológica. “La finalidad de la obra de emergencia es reponer la playa existente frente a la laguna a la situación anterior a la presentación de los temporales. La actuación se justifica no por su vida útil sino por la necesidad de proteger los valores de la bahía”, aseguran.

Sin embargo, los trabajos han tenido que suspenderse tras la alerta dada por SEO-Birdlife: “No es el lugar ni la época”, dice Cristina Sánchez, delegada de la ONG en Catalunya. Se refiere a que “la playa del Serrallo es parque natural y Red Natura 2000. Y  ahora está criando allí el Chorlitejo patinegro que está protegido. La delegada de SEO advierte de que ”esa arena se la va a llevar el mar con los próximos temporales. Estamos repartiendo los pocos sedimentos del delta. No nos oponemos a medidas que intenten arreglar, pero podrían haber ido a otra zona a por la arena. Y en otro momento“.

El problema es la arena. O más bien la falta de ella. “Sin arena, el delta se muere”, explica Albert Rovira, responsable del proyecto piloto para transportar sedimentos al delta. 

Rovira descibre que la idea del proyecto es llevar la arena que se ha quedado en la presa de Riba Roja o Mequinenza e inyectarlas en el tramo bajo del Ebro para que fluyan hasta la desembocadura. ¿Puede el río llevar los sedimentos de esa manera? Es lo que están estudiando, aunque Rovira dice que “es más una cuestión de voluntad política que técnica”. Han calculado que puede costar “entre uno y dos millones de euros” transportar hasta tres millones de toneladas.

Con todo, “hay que mirar el plan de la cuenca del Ebro porque estos sedimentos también acabarán terminándose”. Además, como complemento, se ha ideado un sistema para inyectar por los canales de riego de los arrozales los sedimentos que se quedan en la potabilizadora de agua de la comarca. “Ha funcionado muy bien y se puede aportar 1.000 o 2.000 toneladas anuales”, explica el técnico. Al delta le hacen falta millones extra cada año.