España rebajó el año pasado un 2% sus emisiones de gases de efecto invernadero –causante principal de la crisis climática–. El clima fue benévolo esta vez: llovió y sopló el viento, por lo que se generó mucha más electricidad a base de fuentes renovables. Sin embargo, la acción humana directa no ayudó tanto. El transporte por carretera y la aviación lanzaron más gases en 2018. La industria o la producción ganadera también lastraron esta reducción al incrementar sus emisiones.
Cada vez que alguien decide o se ve obligado a desplazarse en automóvil engrosa las emisiones provocadas por el transporte, la principal fuente de gases de efecto invernadero (GEI) en España por delante de la electricidad, la agricultura o la industria, según refleja el avance del Inventario de Emisiones del Ministerio de Transición Ecológica. Este sector creció un 2%.
Ese es el panorama real que ofrecen los datos: más de un cuarto de los 332,8 millones de tonelada de gases lanzadas a la atmósfera el año pasado provino de los transportes. En 2018, los trayectos por carretera produjeron más GEI, no menos. Lejos de disminuir, se consumió más combustible fósil, tanto gasolina (4,8%) como gasóleo (2%). Además, el segmento más emisor fue el de los “vehículos de pasajeros”. “Un tercio de las emisiones del tráfico rodado se producen en las aglomeraciones urbanas”, detallan en Transición Ecológica. Es decir, el tráfico de las ciudades.
Millas a cambio de CO2
De igual manera, el incremento de los viajes en avión ha conllevado un notable aumento de la agresión atmosférica. Según crecen las millas que se vuelan, se disparan los niveles de gas que escupen los reactores. El negocio de la aviación (con poca regulación a escala europea que obligue a reducir sus emisiones) ha rebasado los tres millones de toneladas de GEI en 2018 en España. Un 10% más que en 2017 y el doble que el aumento medio en la Unión Europea que fue del 4,9%, según los datos de la Comisión Europea.
El auge del negocio de la aviación civil y la multiplicación de vuelos ha hecho que una aerolínea, Ryanair, haya entrado por primera vez en el top 10 de los principales emisores de toda Europa (un club antes exclusivo de las centrales térmicas). La española Vueling fue la décima aerocompañía que más emitió con un incremento del 66% desde 2013. El año pasado superó los dos millones de toneladas liberadas en la Unión Europea. Iberia contabilizó 0,9 millones (un 10% de incremento).
El informe europeo sobre impacto ambiental de la aviación civil de este 2019 ha constatado que el uso del denominado “combustible sostenible” en la aviación “es aún mínimo” y “permanecerá así en el corto plazo” a pesar de las ventajas ambientales que implica llenar los depósitos con este compuesto. Hasta 2020 no entrará en vigor la regulación para empezar a usar motores más eficientes en las aeronaves comerciales.
Los gases invernadero no se desvanecen. Se acumulan en la atmósfera y forman una barrera que impide que la radiación solar rebotada sobre la corteza terrestre abandone el planeta. Más radiación atrapada: más calor. En mayo pasado, se midió que el dióxido de carbono acumulado ha llegado a las 415 partes por millón. Las cada vez más conocidas PPM. Hacía tres millones de años que no había registros así. En la década de los 60 se rebasó el umbral de las 300 ppm.
Digestiones poco sostenibles
Aunque el dato de 332 millones de toneladas de GEI emitidas en 2018 haya sido positivo por implicar un descenso, el contexto esconde zonas más oscuras. 332 está todavía por encima de los 326 millones registrados en 2016. Y muy próximos a los 337 millones de 2015, según refleja la secuencia de mediciones del Gobierno. Además, la actividad industrial también ha liberado más gas el curso pasado. El Inventario detalla que este sector emitió más CO tanto por el combustible empleado por sus factorías como por el propio proceso de fabricación. Y destacan el sector de cemento, la cerámica o la metalurgia. Dentro del panel de emisiones nacionales, la industria supone el 19% de todos los GEI, el segundo emisor detrás del transporte.
España arrastra un problema con los residuos de la producción ganadera, cada vez más voluminosa. De hecho, incumple sistemáticamente los niveles de contaminación por amoniaco producidos, sobre todo, por las granjas de cerdos. El gran volumen de la cabaña española implica palpables dificultades en la gestión del estiércol porcino o vacuno. Emiten más de nueve millones de toneladas de gases de efecto invernadero. En 2018 crecieron un 2,6%.
En este caso, el gas que más producen es el metano, un compuesto con mucho mayor poder de invernadero que el dióxido de carbono, pero una vida bastante más corta. Los informes del Ministerio de Agricultura muestran cómo ha ido creciendo la población ganadera en España: el censo de cerdos en el primer trimestre de 2019 llegó a 30,8 millones de cabezas. En diciembre de 2017 eran 30,1 millones (solo en 2013 eran 25,4 millones). El censo de vacas para carne se mantiene por encima de los seis millones –y subiendo– desde 2015 cuando recuperó ese umbral después de haberlo perdido en 2009. A eso hay que añadir un millón más de vacas lecheras. Muchas digestiones, climáticamente, poco sostenibles.