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Francisco, ingeniero y voluntario forzoso: “Tal y como está todo tengo que sentirme afortunado”

Francisco González ha vuelto a trabajar para el Ayuntamiento de Móstoles. Después de más de una década coordinando cursos y talleres de formación ocupacional en el municipio, y tras seis meses en el paro, este ingeniero técnico agrícola de 49 años lidera desde abril una cuadrilla de 25 personas encargadas del mantenimiento de parques y jardines. Lo hace como colaborador social (voluntario forzoso), una figura laboral que lleva tiempo aplicándose en la Comunidad de Madrid. De hecho, actualmente hay más de 300 desempleados que realizan algún tipo de labor en 29 consistorios de la región, normalmente limpieza y conservación de espacios verdes y edificios históricos, fomento de la cultura y el deporte y atención a mayores.

Seleccionados según su perfil profesional, estas personas pasan unos meses realizando trabajos por los que suman a su prestación un complemento hasta alcanzar la base de cotización que tenían antes de perder el trabajo. Hasta ahora, ese plus lo pagaba íntegramente el ayuntamiento. Ahora el Gobierno madrileño dará, sobre todo a los pequeños municipios, un fijo de 500 euros por trabajador, a cambio de que les ofrezcan también horas de formación.

En el caso de Francisco, cuyo acuerdo es previo a este programa, las cinco horas diarias de trabajo en Móstoles suman a su prestación, la máxima (poco más de 1.000 euros), otros 600 al mes. “Tal y como está todo, tengo que sentirme afortunado”, confiesa este padre de dos hijos, de 6 y 9 años. Su mujer tiene trabajo, pero no un contrato fijo. “Vamos tirando, a veces bien y a veces mal”, explica. En ese contexto, ingresar un poco más es “casi como si te hubiera tocado la lotería”, ironiza. Sus años de experiencia en la gestión de grupos y su especialización en medio ambiente le valieron un puesto de responsabilidad que ocupará por cinco meses. Luego, de vuelta a casa. “Soy optimista pero no me engaño; tengo compañeros con más formación y más idiomas que están más parados que yo”, se lamenta.

María Dolores Lucio, de 51 años, se considera, sin matices “una privilegiada”. Trabaja también como colaboradora social en Móstoles, limpiando patios escolares. Llevaba dos años en el paro cuando la llamaron, y sólo cobraba los 426 euros de subsidio. Ahora se lleva a casa otros 300 “que me hacen millonaria”, dice con guasa y sincera alegría. Está separada y sus dos hijos, mayores, no tienen trabajo. Tampoco sus dos hermanos. “Se me ha quitado la depresión”, cuenta. Y prefiere no pensar en agosto, cuando se acabará el contrato. “Entiendo que somos muchos en esta situación y no nos puede tocar siempre a los mismos”, concede. Pero no se atreve a soñar del todo con “un trabajo de verdad”. “Es duro, pero esto es lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo. Es triste pero es la verdad”, reconoce.

De ingeniero a jardinero

Del centenar de colaboradores sociales que trabajan en Móstoles, donde el plan lleva en marcha desde febrero, el 52% lleva más de un año en el paro. El 79,5% son hombres y el 20,5%, mujeres, con una edad media de 46,5 años.

En el grupo de Francisco hay de todo: carpinteros que se encargan del mobiliario urbano, albañiles que acondicionan bordillos, aceras y viales, fontaneros que reparan y extienden instalaciones de riego, y jardineros que se ocupan de la siega y el desbroce… Entre estos últimos, una colega del 'jefe', también ingeniera. “No es lo ideal, pero es lo que hay”, resume este mostoleño. “Esto no se puede rechazar –hacerlo sin justificación puede acabar con la suspensión de la prestación–­ pero sinceramente no creo que ninguno de nosotros lo haría. Quizá hace unos años sí, porque había otras perspectivas. Hoy no podemos exigir nada. Y nos repetimos que esto es una suerte, porque hay muchos en situaciones aún más precarias”, señala con tristeza.

Eran otros tiempos cuando Francisco se encargaba, precisamente, de dar una vuelta de tuerca al currículum de aquellos que se habían quedado 'desfasados' dentro del sistema. El Fondo Social Europeo, el Estado y la Comunidad de Madrid financiaban talleres y cursos en los que trabajadores de la construcción, jóvenes o amas de casa lanzadas al mercado por la necesidad se 'reciclaban'. El dinero dejó de llegar, los cursos desaparecieron y los contratos por obra que Francisco y otros muchos firmaban cada año se esfumaron con ellos. “Me gustaba mi trabajo. Y habíamos logrado mucho”, recuerda.

Ahora trabaja para el mismo empleador, pero el 'desfasado' es él. “Quisiera encontrar algo que se adaptara a mi perfil. Pero es difícil. Los ayuntamientos no tienen dinero para contratar, y de hecho están bastante escasos de personal”, explica Francisco que, por si acaso, no deja de echar currículums y ver cada día las ofertas de trabajo en internet. “Mientras estamos aquí desaparecemos de las listas, sí, pero no dejamos de estar parados”.