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El colapso de la atención primaria por la COVID desemboca en las urgencias de los hospitales

El sistema sanitario es un dominó. Una vez cae la primera ficha solo hay que esperar a que vayan resintiéndose el resto de niveles. La saturación de la atención primaria con la explosión de contagios ha desplazado a los pacientes a las urgencias hospitalarias y los profesionales denuncian una situación “límite” que solo puede corregirse si se toman medidas para atajar la sexta ola, según la Sociedad Española de Medicina de Urgencias y Emergencias (SEMES).

La puerta de las urgencias, abierta 24 horas, está absorbiendo los casos a los que no puede dar respuesta el centro de salud. El servicio se ha convertido en una ventanilla para todo: para las personas (contagios o no) que sí requieren atención preferente, pero también para los casos leves, los sospechosos o los que piden una PCR. Los médicos avisan de que incluso llegan pacientes pidiendo informes para justificar en el trabajo un positivo por test casero. En la Comunidad de Madrid, el Gobierno regional ha tenido que abrir un circuito separado en los hospitales solo para hacer test de antígenos ante la avalancha de demanda.

Los sanitarios están agotados. “Esto parece el día de la marmota, otra vez pensando hacia dónde nos vamos a expandir. Hemos tenido que reabrir 10 camas extra en la urgencia que ya habíamos conseguido cerrar”, lamenta Pascual Piñera, jefe Urgencias del hospital Reina Sofía de Murcia. El servicio atiende al día a 340 pacientes frente a los 275 habituales. Hace unas semanas, el 8% venían con sospechas de Covid pero ese porcentaje ya alcanza el 30%.

En el hospital de La Fe (Valencia), uno de cada cuatro pacientes tiene síntomas de coronavirus aunque solo el 5% termina en ingreso. Es una diferencia abismal con las olas anteriores, pero la carga no cesa. Muchos acuden “bien porque no han podido ser atendidos en Atención Primaria o porque la cita que se les proporciona no entra dentro de la respuesta que esperan”, explica el jefe del Servicio, Javier Millán.

Las urgencias de Madrid tienen cola. Literalmente. Las personas que se encuentran mal y que solicitan sin éxito una cita para su médico de familia han formado durante días una fila a las puertas del servicio del hospital 12 de Octubre, cuenta Luis López, delegado de prevención del sindicato MATS en el hospital. La Comunidad de Madrid ha puesto en marcha en este y otros hospitales puntos exclusivos para la realización sin cita de antígenos a pacientes con síntomas para contener el desborde, visible desde la calle. Las urgencias de Atención Primaria están cerradas desde marzo de 2020 sin visos de reapertura.

Las contagios de sanitarios también se disparan

A los servicios de urgencia de los hospitales madrileños llegan hasta pacientes que piden un informe para demostrar en el trabajo que son positivos tras haberse hecho una prueba de antígenos casera. “No les cogen el teléfono y terminan aquí. Y además de estos vienen los que realmente están enfermos”, sostiene una médica del hospital de Getafe con un contrato temporal vinculado a la pandemia.

Su centro recibe de media 150 pacientes solo de respiratorio al día. “Somos nueve médicos con contrato COVID en la urgencia y nos han renovado a ocho, al otro le han hecho un apaño para que pueda estar hasta el 31 de enero”, relata. A la escasez de manos se suman las bajas de los sanitarios contagiados, que no se sustituyen, según esta profesional. Los positivos entre sanitarios notificados al Ministerio de Sanidad en los últimos 14 días han pasado de 3871 hace una semana a 5211, según la última actualización de datos, a 23 de diciembre.

Presión elevada y poco personal, insiste el sindicato MATS, que asegura que pese a la prórroga de los contratos COVID por unos meses más, los profesionales están firmando reducciones de jornada y doblando turnos. “Son los mismos, pero con menos tiempo de trabajo. Ha habido contratos de hasta una hora y media”, lamenta López. En su hospital, los pacientes con sospechas de coronavirus se acumulan en unos barracones que sirven para descongestionar la urgencia principal.

La situación es más complicada que en las olas anteriores porque a los casos por coronavirus se suma el resto de urgencias de un país ya sin restricciones de actividad –accidentes de tráfico, intoxicaciones etílicas, politraumatismos que cayeron en picado con el confinamiento–, los virus respiratorios propios del invierno que han vuelto a aparecer y los pacientes crónicos “descompensados” por la sobrecarga del sistema durante toda la pandemia. “Tenemos muchos casos leves de sospecha de coronavirus pero que condicionan la organización y los recursos”, resume Millán.

No se libra casi ningún territorio. En el hospital Insular de Gran Canaria también están recibiendo en las últimas semanas un aluvión de pacientes leves “a los que no se da salida en niveles previos”, que incrementan la presión en un “periodo de fiesta en el que la gente bebe, se intoxica, tiene accidentes, se pelea...”, señala el médico Manuel Fuentes, adjunto en el servicio de urgencias. “Es un caldo de cultivo difícil de manejar y llueve sobre mojado: no es solo el paciente COVID, sino los no COVID que no han sido atendidos en tiempo y forma y han empeorado considerablemente. Diría que estamos mal desde el mes de junio, trabajando en el pasillo y fuera del propio servicio de urgencias”, añade. Este hospital también ha vuelto a poner en funcionamiento una segunda unidad de pacientes con sospecha de coronavirus con 20 camas extra.

La sexta ola, piensan, no ha tocado techo y prevén el mayor pico hospitalario la segunda semana de enero. El jefe de Urgencias de La Fe trabaja con esa previsión. No solo por la presión esperada para las urgencias, sino por la réplica de contagios de hoy en las UCI de mañana, el último escalón del sistema y el que recibe la ola más tarde. “La demanda va a seguir aumentando. Aunque parece que la variante no es tan lesiva, el poder de contagio es mucho más alto”, agrega Fuentes. La “red de seguridad del sistema” asume que seguirá sufriendo mientras no se reduzca la circulación del virus con medidas más severas que de momento pocas comunidades están dispuestas a tomar.