Olivier de Schutter, profesor de Derechos Humanos en la Universidad de Lovaina (Bélgica), deja su cargo de relator de la ONU por el Derecho a la Alimentación, una responsabilidad que ha ejercido desde 2008. El informe final presentado al término de su mandato a Naciones Unidas en Ginebra el pasado 10 de marzo alerta de que el sistema internacional de producción agroalimentaria no es sostenible por más tiempo y critica con dureza la liberación a que ha sido sometido este sector, que incluso cotiza en las bolsas internacionales. De Schutter reclama un cambio de paradigma en el modelo agroalimentario mundial, pero no sólo por los motivos expuestos sino también porque, a pesar de todos los desmanes que ha implicado dicho modelo, no ha servido siquiera para resolver su principal objetivo: acabar con el hambre en el mundo. El sistema, arguye, se ha basado sólo en la producción de alimentos sin límite, pero sin que el modelo se haya vinculado a políticas de nutrición o sanitarias sino a las meras leyes de la economía de mercado: producción masiva en un mercado desregulado para ofrecer productos baratos en un mercado a gran escala, eso sin contar con el enorme impacto ambiental que este sistema de producción está suponiendo en el mundo y su influencia cada vez mayor en el cambio climático.
¿Cuál es su balance de estos seis años como relator?
En estos seis años de mandato se ha aumentado el interés sobre el derecho a la alimentación y la situación del modelo agroalimentario mundial. Mi elección como relator se debe a que, desde los 70, se han sucedido varias crisis en ese modelo, debido principalmente al incremento de la población en el planeta en este tiempo y a la cuestión de cómo alimentar una población que aumentaba tan rápidamente. Así se llegó a 2008, cuando la ONU se dijo: no hemos acabado con el hambre en el mundo así que vamos a informarnos para ver qué consumo existe, cómo se produce, cómo se distribuyen los alimentos, vamos a estudiar la situación sobre el terreno, etc. El desafío, sin duda, son los países pobres. Es necesaria una nueva política de alimentación para beneficiar a esos países . En estos seis años se ha mejorado mucho en la comprensión y conciencia sobre este problema. Y ésta será la base sobre la que deberá continuar el trabajo la ONU y el próximo relator sobre el Derecho a la Alimentación.
¿Cuál es la radiografía del hambre en la actualidad?
Ha habido una evolución que nos hace ser más o menos optimistas, pero aún hay 240 millones de personas que pasan hambre, la mayoría en África, y debido al crecimiento de la población es probable que esta cifra continúe progresando. Por otro lado, 4.000 millones de personas sufren un déficit de alimentación, el déficit de desarrollo lleva a carencia de vitaminas A, E y C, que retrasa el desarrollo psíquico y físico de los niños, tanto debido a una escasa alimentación como por una alimentación menos diversa. La nutrición no ha formado parte de las políticas agrícolas y hace falta vincularla a las políticas sanitarias. También se está produciendo una malnutrición cada vez más grave en países desarrollados, como Estados Unidos, donde hay una enorme abundancia de alimentos pero muy malos hábitos alimenticios, con consecuencias como la obesidad mórbida, diabetes, problemas cardiovasculares, cánceres gastrointestinales, etc. Hay muchos países que están llegando a un nivel de desarrollo y en los que ya están apareciendo estos problemas. ¿Por qué? Por haber transformado radicalmente los hábitos alimenticios. Hablamos, por ejemplo, de Brasil, Sudáfrica, México. Surge una clase media pero ésta cambia de estilo de vida. Y esto afecta sobre todo a los niños. Habrá un gasto sanitario muy fuerte si no se toman ya medidas contundentes.
Dice en su informe que el sistema de alimentación que hemos heredado del siglo XX “ha fracasado” y que no es sostenible más tiempo. ¿Por qué?
El sistema se basa en poner el enfoque sólo en la oferta, en la producción de alimentos hasta el infinit,o pero los principales desafíos por los que se creó dicho sistema permanecen sin resolver: sigue habiendo hambre y la pobreza continúa creciendo. Además, los límites ecológicos y la propia sostenibilidad del sistema se han sobrepasado.
¿Cuál fue el origen del actual sistema mundial de producción de alimentos?
A partir de los años 60 comienza una fuerte explosión demográfica, sobre todo por el aumento de la población en los países asiáticos. Ahora esa presión ha bajado y bajará aún más, la población mundial tenderá a estabilizarse. Aún así, cada año hay 75 millones de habitantes más en el planeta. A partir de esos años se inicia una agricultura industrializada para hacer frente a este desafío. La preocupación por este asunto era muy grande entonces. Hoy somos 7.000 millones y para el año 2050 la ONU prevé unos 9.000 millones. Pero, ¿qué ha pasado desde entonces, desde los años 60 y 70? En los últimos 40 años, la producción agrícola ha crecido a un ritmo superior a la población. En el campo de la tecnología agrícola ha habido diversos factores, sobre todo la mecanización (tractores), el uso de agentes externos como pesticidas y fertilizantes, o el empleo de variedades mejoradas para un crecimiento más rápido (como en el maíz, el trigo). Pero todo centrado en el aumento desmedido y desenfrenado de la producción.
¿Y hasta dónde nos ha llevado la excesiva producción de alimentos, poner el foco sólo en la producción como si fuera un objetivo en sí mismo?
La producción ha aumentado y sigue aumentando sin freno. La principal consecuencia en estos años es que hay un sobreconsumo de carne absolutamente insostenible. Sin duda, es un claro ejemplo de uso ineficaz de un recurso. La mitad del cereal producido en el planeta es para satisfacer la demanda de consumo de carne. Es una locura. La producción de carne ha crecido más que la población y los países que van incorporándose a la senda del desarrollo aumentan el consumo de carne de forma inherente. Estados Unidos, Nueva Zelanda y Australia son los países donde más carne se consume: 120 kilos por persona y año. Un poco menos, unos 80 kilos, en Europa y otros países como Argentina, donde el consumo de carne es muy tradicional, forma parte de la cultura misma del país. En China, aunque su población aumenta y se incrementa también el consumo de carne (está en unos 60 kilos por persona al año) hay al menos una gran tradición de vegetarianismo. En países de África, como Mali, la media es de 10 o 12 kilos al año. Además de ser datos muy desiguales, muestran la radiografía de un modelo insostenible. En la Unión Europea se han de destinar 20 millones de hectáreas para el consumo de carne. ¡20 millones de hectáreas! Es la tercera parte de la extensión de Francia, muchísimo. Y un estudio de la FAO estima que la producción anual de carne tendría que alcanzar 470 millones de toneladas para la demanda prevista en 2050 si seguimos a este ritmo, un incremento todavía de más de 200 millones de toneladas en comparación para los niveles de 2005-2007.
¿Y todo lo que se produce es consumido?
Se pierde el 30% de la alimentación producida en el mundo. Hemos hecho un estudio en Canadá, y el 51% de las pérdidas de comida se produce en las casas, es decir, porque se tira la comida a la basura. El resto se pierde o se tira en la distribución, en supermercados, en el proceso de transformación de la industria comestible, etc. Estas pérdidas hay que limitarlas. Con lo que se tira se podría alimentar a 2.000 millones de personas, y eso teniendo en cuenta que en los países desarrollados se consumen 4.600 kilocalorías por persona y día, el doble de lo necesario.
¿Qué implicaciones tiene esto para la sostenibilidad del planeta, de la propia naturaleza?
Hemos pasado los límites en tres casos: la biodiversidad, el cambio climático y el uso de nitrógeno y fosfatos para fertilizantes. En cuanto a la biodiversidad, perdemos especies a una velocidad diez veces más rápido de las que se reponen naturalmente. En cuanto al cambio climático, la acumulación de gas en la atmósfera está produciendo un aumento de temperaturas sin freno que llevará a más fuertes y propensas sequías e inundaciones, a mayor inestabilidad de la meteorología, y esto va a convertirse en una amenaza. Será inevitable que se produzcan conflictos por la tierra y los recursos si no se toman medidas radicales. Habrá un fuerte impacto de la temperatura en los cultivos, se prevé una caída en la producción entre 2000 y 2080. Si prevemos una pérdida en 2080 de un 6% o 7% ya es un escenario optimista porque se introduce el elemento de que el carbono puede ayudar al crecimiento de la planta. En el hemisferio norte aumentarán las zonas cultivables, sobre todo en Rusia, Canadá, el norte de Estados Unidos, China, pero en el resto no, sobre todo en África, que además es ya el continente más afectado por el hambre y la pobreza. La agricultura repercute más de lo que pensamos en el cambio climático: por las emisiones de metano del ganado, por la deforestación, el transporte de productos, el plástico de los envoltorios, etc. Supone la tercera parte de la emisión de gases en el mundo.
¿Y en cuanto al uso de fertilizantes?
El uso de nitrógeno y fosfatos en fertilizantes está relacionado con el ciclo del nitrógeno, que ya no es sostenible: eliminamos de lejos más nitrógeno de la atmósfera del que la naturaleza puede reponer. Extraemos fosfatos para producir fertilizantes pero las reservas están siendo agotadas y no hay sustituto conocido. El uso de fertilizantes, por ejemplo, alcanzará un grado preocupante en los próximos años. Y luego está las repercusiones sobre el agua porque el 70% del agua dulce del mundo va a la agricultura y no a consumo humano o industrial, que, de hecho, son usos minoritarios.
Usted ha alertado también de que este sistema internacional de producción de alimentos ha provocado que la agricultura a pequeña escala no sea rentable, por lo que las familias que subsistían de este modo se han visto obligadas a ir a la ciudad y esto ha provocado un éxodo masivo a las ciudades.
Gran parte del mundo pobre vive de la agricultura de subsistencia: son pequeños agrícolas, pequeños productores, usan pequeñas parcelas de terreno, como mucho una hectárea o hectárea y media. 400 o 500 millones de personas viven así. Pero muchos de ellos no pueden subsistir, el cambio climático le afectará, otros no tienen tierras, otros recibirán menos salario cada vez más, de modo que la salida será para muchos irse a la ciudad, huir del campo. Desde los años 70, de hecho, se ha producido un fuerte éxodo del campo a las ciudades por este motivo, porque la agricultura de subsistencia ya no permitía a las familias subsistir. Tenían que irse a las ciudades, que han recibido a tanta gente en tan poco tiempo que también han tenido problemas para acoger a estas personas y ofrecerles condiciones de vida adecuadas en muchos casos.
¿Qué puede hacerse para lograr a escala global una agricultura más sostenible?
Se han de desarrollar e implantar modos de producción más durables, como la llamada agroecología. No se trata de agricultura biológica, es mucho más que eso, es el uso sostenible de los recursos, pero busca comprender cómo la agricultura y la naturaleza funcionan y cómo implementar los mecanismos de la naturaleza frente a la agricultura industrial. Exige una agricultura más inteligente, combinar plantas, árboles, pequeños animales, no grandes extensiones, y producir más con menos.
¿Puede poner un ejemplo que se esté desarrollando ya?
Plantaciones de arroz, peces y pájaros. Hay ya casos en Japón y Filipinas. Este tipo de agricultura limita el uso de pesticidas. Se crea una especie de ecosistema propio donde el pez oxigena y ayuda al desarrollo y crecimiento de la planta, y los pájaros fertilizan el suelo y comen insectos (combaten las plagas). Es una técnica sencilla de agroecología. El objetivo final es relocalizar el sistema agroalimentario, evitar la concentración agraria mundial que ha acabado con los pequeños agricultores. El gran sistema actual exige un transporte a gran escala de alimentos, exportaciones, subsidios para que haya precios baratos y equitativos, mercados internacionales, etc., y ante esto el pequeño actor decae. Hay que relocalizar para volver a poner al campo en el centro del esquema, conectado con la ciudad, con rutas entre campo y ciudad, con canales, con mercados urbanos de productos locales, etc. Es una experiencia que han puesto en marcha con mucho éxito personas como Patrus Ananias en las favelas de Belo Horizonte, Brasil.
Usted también denuncia en su informe el enorme apoyo estatal y con fondos públicos al sistema agroalimentario actual en aras de una “agricultura low-cost”, como usted la denomina. Menciona en su informe que los países de la OCDE subvencionan sus sectores agrícolas con 259.000 millones de dólares.
Los subsidios para sostener este sistema internacional para que, a gran escala, la gente pueda acceder a la alimentación, son obviamente desmesurados. El sistema low-costestá sin aliento, sin aire, no se puede sostener este sistema hasta el infinito. Mi generación está olvidando ya que ha habido un mundo en el que se consumían alimentos y comida frescos y locales, producidos y vendidos localmente. El ciudadano tiene que concienciarse sobre esto y participar de ello, porque sólo es posible reconstruir un sistema de alimentación durable desde un nivel local. El apoyo estatal se da a través de subsidios y se ha favorecido la concentración del sector en grandes productores debido a la liberalización del sector en los años 80. También hay subsidios para el consumo de petróleo en este sector, los subsidios también han animado a la expansión de la industria del procesamiento de alimentos. Las grandes corporaciones han venido a dominar cada vez más los mercados agroalimentarios globales por este motivo, en detrimento de los pequeños por ser menos competitivos bajo estas condiciones.
¿Cómo valora la política de la Unión Europea en cuanto a la producción de alimentos y la política agroalimentaria?
Es necesario un cambio de cultura. La nueva PAC [Política Agraria Común, recientemente aprobada por la UE con vigencia hasta 2020] ha detectado este cambio de política y ha habido mucha resistencia a esta reforma. Hay un camino que emprender de toma de conciencia y de comenzar una transición hacia otro modelo. El punto clave es que la nueva PAC no está vinculada a una política alimentaria, de nutrición, sólo hay política de producción agrícola, y hace falta una vinculación de estas políticas con el bienestar, con la salud, con la nutrición, y esto está siendo muy difícil en la UE. Y además está el riesgo de que este modelo europeo no proteja a los pequeños productores, de que al final todo siga estando enfocado a los grandes.
¿Cuál es su opinión sobre los alimentos genéticamente modificados?
Hay muchas dudas sobre la sostenibilidad de las tecnologías de modificación genética a largo plazo: las variedades maíz bt y algodón bt [ambas fabricadas por la compañía Monsanto] han llevado a las plagas a desarrollar resistencia. Mi preocupación clave es que la tecnología de modificación genética está asociada con una forma de agricultura industrial (la producción de mercancías en grandes áreas de tierra a través de medios altamente mecanizados) que es un modelo muy contrario a la forma diversificada de agricultura por la que yo abogo. Las semillas no significan nada de por sí a menos que las condiciones institucionales y de la política económica sean correctas y hagan la tecnología más adaptada al contexto en el cual las semillas son empleadas.
Sobre la liberalización del mercado de alimentos desde los años 80 y la subsiguiente especulación en bolsa por este motivo, ¿cuál es la situación actual? ¿Qué se está haciendo para legislar sobre este terreno?
La especulación con mercancías de alimentos es una gran amenaza a la estabilidad de los precios y, por lo tanto, a la seguridad alimentaria y la realización del derecho a la alimentación a lo largo y ancho del mundo en desarrollo. La especulación ocurre en varias formas y con impactos diferentes sobre los precios en los alimentos y la seguridad alimentaria. Sobre los mercados físicos una forma de especulación tiene lugar cuando los comerciantes acopian alimentos para retrasar las ventas y acelerar las compras, creando así una escasez artificial. Esto puede llevar a un incremento significativo de los precios bajo ciertas condiciones, particularmente cuando los canales de distribución de alimentos están controlados por un pequeño número de actores o donde un producto particular es producido por sólo un puñado de países. Los intereses de este tipo de especulación son enturbiar el mercado y beneficiarse de la consiguiente incertidumbre. Pero los actores son principalmente operadores comerciales del sector agroalimentario.