El consumo masivo condena a España a la escasez de agua sin importar cuánto llueva

Raúl Rejón

11 de octubre de 2021 22:29 h

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España se ha quedado atrapada en la escasez de agua, aunque llueva con normalidad. El año hidrológico que acaba de terminar –abarca de octubre a septiembre– ha contado con precipitaciones por encima de la media histórica, del promedio del último lustro y de la década y, sin embargo, el consumo ha dejado las reservas en los mínimos de los últimos diez años: por debajo del 40% de la capacidad.

Esta paradoja de padecer escasez de agua durante un año normal en lo lluvioso no se da en todas partes por igual, pero sí en amplias zonas del país. En la Demarcación del Guadalquivir, ninguno de sus 57.500 km2 muestra sequía prolongada y, sin embargo, todo el territorio está en alerta por falta de agua para satisfacer la demanda, según su último informe de sequía. En el Guadiana, solo la zona del Guadiana Medio tiene declarada la sequía. Pero más de tres cuartas partes de sus 57.500 km2 estaba en situación de prealerta, alerta o emergencia por escasez en septiembre.

“Ya no es que ocurra este año, es que pasa todos”, analiza Rafael Seiz, responsable del programa de Aguas en WWF. “La diferencia entre la sequía natural y la escasez es muy ilustrativa del desequilibrio entre la oferta y la demanda de agua. Y aquí la agricultura juega un papel fundamental. Tenemos escasez porque hay menos cantidad de agua de la que se pide y eso no está directamente relacionado con la lluvia”, explica. “Siempre nos habían dicho que, como en España llueve poco, hay poca agua, pero ¿y cuando llueve? Pues tampoco tenemos agua”.

Hay más zonas con esta situación: en las Cuencas Mediterráneas Andaluzas, que abarcan desde Gibraltar hasta el levante de Almería, solo la zona del río Guadiaro (entre Málaga y Cádiz) y Fuente de Piedra atraviesan sequía. Pero hay declarada escasez grave en el Levante almeriense, en el sistema del embalse de la Viñuela en Málaga más otras cuatro zonas que están con falta severa o moderada de recursos. En el Segura, a pesar de que no hay sequía, más de la mitad de la demarcación está ya en prealerta.

“Se trata de una especie de suicidio hídrico” recuerda el técnico de WWF. “En un contexto mediterráneo con sequías naturales –que van a empeorar con el cambio climático– somos uno de los países europeos con mayor demanda de agua. Hemos confiado en que las infraestructuras nos iban a salvar: retener el agua en los embalses para luego repartir. Eso ha creado una sensación de garantía, pero, al aumentar la demanda de agua, tienes que soltar mucha de esa agua retenida y acortar la garantía”. España utiliza más agua al año que Francia, Portugal, Grecia o Italia, pero también que Alemania. Tres cuartas partes para la agricultura, el gran consumidor hídrico.

El doctor en Geología Juan María Fornés avisa de que “es necesario adaptar la gestión del agua a las incertidumbres derivadas de los escenarios en constante variación y la aparición del cambio climático”. En este sentido avisó en un reciente trabajo de que la evaporación del agua embalsada, que ha representado como un 68% de la lluvia registrada entre 1940 y 2006 en España, va a ir a peor: “Se espera que aumente por el cambio climático lo que probablemente repercutirá en el principal consumidor de agua en España: la agricultura”.

Si se mira este curso hidrológico, la lluvia, en términos generales, ha estado un poco por encima de la media histórica: 656 mm, según aparece en el Boletín Hidrológico Nacional. Además, lo llovido en este último año supera la media de los últimos cinco –que está en 617 mm– y de los últimos diez: 630 mm. Según Fornés y sus colegas, “los problemas parecen estar, principalmente, en la pobre gestión más que en la escasez física de los recursos [hídricos]”.

En este sentido, el investigador del Instituto Multidisciplinar para el Estudio del Medio de la Universidad de Alicante, Jaime Martínez Valderrama, alerta de que “es urgentísimo cambiar el modelo de relación que tenemos con el agua. Ya hay sequías lloviendo lo mismo, lo cual no es una sequía. Falta agua porque consumimos demasiada agua, mucha más de la que tenemos”.

Martínez Valderrama, que investiga el avance de la desertificación en España, detalla que “vivimos una huida hacia adelante constante: intentar resolver los problemas por el lado de la oferta; es decir, como no hay agua, vamos a buscarla a otras fuentes, ya sean trasvases, desaladoras... y lo que exige la normativa europea de agua es gestionar por la demanda y contener los consumos, limitar superficies de regadío, no meter más donde hay acuíferos sobrexplotados...”

España roza los cuatro millones de hectáreas de regadío frente a los 2,5 de Italia, el 1,2 de Grecia o 1,4 de Francia. El sostenido incremento de superficie para regar ha llevado, inequívocamente, al aumento de la demanda de agua y el alto consumo. “En un país donde el 73% de la superficie es seca, no puede ser que constantemente se extienda el regadío, pero el sector tiene un respaldo social muy grande porque existe la creencia de que el agua crea riqueza”, añade este doctor en ingeniería agrónoma. En realidad, cuatro de los municipios españoles más conocidos por sus invernaderos, Adra, Níjar, El Ejido y Vícar (Almería) ocupan puestos de cola en renta per cápita, según el INE.

Rafael Seiz entiende que a los agricultores se les ha “creado una falsa seguridad. Y ahora ¿Cómo deshaces esa madeja? ¿Cómo levantas esos cultivos porque no existe esa seguridad de suministro?”. El problema es que “así se ha ido exprimiendo el sistema para garantizar demandas, pero nos estamos haciendo trampas al solitario: tenemos poca agua, ponemos embalses y los sobreexplotamos a coste del daño ecosistémico a los ríos y a los acuíferos”.

Consecuencia: desertificación

Esta “madeja”, como la ha llamado Rafael Seiz, implica consecuencias políticas, socioeconómicas y ambientales. El plan para intentar adaptar más la gestión de las cuencas al agua disponible en lugar de las demandas, que se ha plasmado en cierta medida en los nuevos planes hidrológicos ahora en preparación, ha movilizado a los colectivos de regantes. Y eso ha servido a algunos gobiernos autonómicos para confrontar con el Ministerio de Transición Ecológica.

Pero, al mismo tiempo, mantener este modelo exige importantes recursos económicos. En este sentido, el Gobierno andaluz ha dicho que “es verdad que ha llovido muy poco”, cosa que no concuerda con los datos pluviométricos, a la hora de que su consejera de Agricultura, Ganadería, Pesca y Desarrollo Sostenible, Carmen Crespo, anunciara que tiene preparado un decreto de sequía por si hiciera falta. Implica “obras de emergencia si se produjera algún problema”. También manejan una lista de 17 infraestructuras para abastecer agua por 430 millones de euros. “Esperemos que el otoño sea más lluvioso”, remató la política del PP.

Mientras, el consumo sobredimensionado de agua abre las puertas a la desertificación en España que, precisamente, avanza por el sureste peninsular. Martínez Valderrama confirma que “nosotros hemos constatado cómo se han multiplicado los paisajes de desertificación que tienen que ver con el regadío. La degradación del territorio implica también el deterioro de los recursos hídricos que genera destrucción, por ejemplo, de los recursos naturales. Agua, desertificación, erosión del suelo... van todos en estrecha relación en un mismo pack.”