¿Quién no conoce en estos momentos a alguien que tenga COVID-19 o que acabe de pasarlo? Aunque no existe manera de saber el número de casos totales ni se pueden establecer comparativas de incidencias acumuladas por el nuevo sistema de recuento del Ministerio de Sanidad, resulta evidente que estamos inmersos en una gran ola de contagios que, gracias a la inmunidad acumulada, no se está traduciendo en presión en las UCI y muertes al mismo ritmo que sucedió en otras fases de la pandemia.
Que la incidencia acumulada en mayores de 60 - el grupo del que se recogen datos- siga en aumento y rebase ahora los 1.135 casos por cada 100.000 habitantes, puede hacernos pensar que la incidencia en personas más jóvenes podría ser mucho más alta si nos atenemos a olas anteriores. “Sabemos por la experiencia, porque es un patrón que se ha repetido sobre todo en las olas más grandes, que la curva de los jóvenes es la que luego arrastra a la de los mayores”, explica Elena Martínez, presidenta de la Sociedad Española de Epidemiología. “Podemos asumir que, si tenemos una gran incidencia en mayores de 60, es evidente que en los menores también está habiendo muchos casos”, detalla.
Para entender qué es lo que está produciendo un aumento de contagios, que no se traduce en una severa presión en las UCI, hay que identificar tres momentos clave en la transmisión del virus en este 2022.
El primer punto de inflexión tiene que ver con la aparición de la variante ómicron en plenas navidades. La ola más contagiosa de COVID-19 fue un batacazo porque se esperaban unas fiestas tranquilas que desembocaron en una cascada de cancelaciones de viajes y encuentros porque ómicron, aun estando vacunados, podía contagiarnos. Cabe recordar también que en aquel momento también se empezaron a poner terceras dosis a personas que no se contagiaron. Así pues, el que no acumuló inmunidad a base de contagios lo hizo a base de inyecciones. La temida nueva mutación resultó ser mucho más contagiosa, pero también producía síntomas más leves que sus antecesoras.
La sexta ola, provocada por ómicron, se saldó con un pico de ocupación hospitalaria de casi el 16% y de ocupación en UCI del 23%, nada parecido a lo que sucede ahora en los hospitales: la ocupación hospitalaria roza el 10%, y la de críticos se sitúa por debajo del 6%.
La tercera franja temporal que hay que analizar para entender la ola actual abarca los meses de marzo y abril. Esos días se produjo en España una ola silenciosa que coincidió con la llegada de la primavera, con las ferias en distintos territorios del país y con los viajes de Semana Santa. Al aumentar la socialización y los desplazamientos, aumentaron también los contagios. Sin embargo, la curva tuvo un ascenso mínimo y, de pronto, dejó de crecer. La ocupación hospitalaria de pacientes con COVID-19 alcanzó el 6% y la de las UCI apenas si superó el 4%.
La explicación puede deberse a ómicron, entre otros factores, analiza el epidemiólogo Mario Fontán, que reconoce que hay una parte de “las dinámicas de transmisión” que les es desconocida. “No sabemos al 100% qué elementos hacen que la curva suba hasta un determinado punto y luego pare. Si miramos la onda previa, la de marzo y abril, hubo un incremento que nos pudo hacer pensar que iba a parecerse a la de Navidad y no fue así”, subraya.
Para Fontán, el hecho de venir de “una onda tan explosiva con ómicron”, sumado a las personas que recibieron sus terceras dosis por esa misma época, favoreció a que la ola de marzo y abril fuera mucho más leve. Casi imperceptible para la población, que sí que nota ahora un nuevo repunte en sus círculos más cercanos.
La circulación generalizada de los sublinajes BA4 y BA5
A mediados de junio la curva de contagios empezó a ascender y, aunque el escenario se parece en gran medida al que pudo darse en marzo y abril en términos de sociabilización, hay una diferencia sustancial: la circulación generalizada de las variantes de ómicron BA4 y BA5, que han demostrado tener un cierto escape vacunal, pero continúan produciendo cuadros leves de manera general.
“El último aumento de contagios se debe al aumento de la movilidad y a las variantes circulantes BA4 y BA5”, confirma Carmen Cámara, secretaria de la Sociedad Española de Inmunología. “Ambas se parecen poco a la variante ómicron original y el haberlo pasado en enero no sirve de nada. Han pegado un salto bastante diferente”, compara.
Para el inmunólogo Alfredo Corell, la mayor expansión del virus en los primeros compases del verano también puede deberse a que los nuevos sublinajes de ómicron producen una sintomatología diferente y las personas tardan en detectar que se han contagiado de COVID-19. “Llegas a pensar que es un catarro, no te haces un test y haces vida normal, contagiando a más personas”, razona.
Con todo, los especialistas consultados ven muy improbable que las UCI se vuelvan a colapsar. Admiten que puedan darse diferentes niveles de ocupación entre territorios, pero nada comparable a lo que supuso por ejemplo ómicron y otras olas anteriores. A comienzos de este 2022, la ocupación de camas UCI era cuatro veces mayor; un año antes, en enero de 2021, el porcentaje era nueve veces superior.
“Me parece difícil que las UCI lleguen a colapsarse”, asegura Cámara, que recuerda que en Portugal acaba de producirse una ola similar que no se ha traducido en mayores casos de gravedad. “En mi consulta de inmunodeprimidos, se están infectando muchos pacientes, pero ninguno con enfermedad de gravedad, y eso que ellos sí que podrían ser candidatos a pasarlo peor”, concluye.