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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Ya pueden contemplarse los “guernicas” realizados por los prisioneros del campo de concentración franquista de Oia

Un grupo de soldados camina hacia un avión de combate que se encuentra en pleno vuelo. Una línea atraviesa el mapa de España señalando el largo trayecto que llevó a un prisionero desde Barcelona hasta la pequeña localidad pontevedresa de Oia. Una cabeza de cerdo sobre una bandeja parece insinuar el deseo de enfrentarse a un monumental banquete. Un calendario de mayo de 1939 con los días tachados bajo un texto que reza: “Mes de la libertad”. Una frase en la que se lee: “Aquí llegó el día 12-2-39 Eugenio Blanco”. La frase la completa un compañero de cautiverio con una letra bien diferente: “Aquí llegó el día 12-2-39 Eugenio Blanco y salió pal sementerio el día 16-4-39”.

Parte de la historia del sistema concentracionario franquista quedó plasmada en las paredes del Monasterio de Santa María de Oia a través de los grafitis que realizaron los prisioneros. En ese monumental edificio, erigido en el siglo XII, Franco estableció uno de los 300 campos de concentración que estuvieron operativos entre 1936 y 1947 y por los que pasó cerca de millón de hombres y de mujeres. Oia entró en funcionamiento ya en 1937, aunque fue dos años después cuando alcanzó su pleno rendimiento, llegando a congregar entre sus muros a más de 3.000 cautivos.

Las condiciones de vida fueron terribles: malos tratos, hambre, falta de higiene y enfermedades que se convertían en letales por la ausencia de médicos y de enfermeros. “Era un espanto porque tuvimos una epidemia de tifus exantemático. Aquellos chicos jóvenes se murieron… muchísimos”, recordaba el prisionero Josep Subirats. “No había váter, era una zanja. Y al pobre que estaba allí, llegaba un soldado, le daba una patada y le echaba a la zanja con toda la porquería”, relataba Francisco Miñarro, otro de los forzados 'huéspedes' del monasterio. Ninguno pudo olvidar, especialmente, a uno de los oficiales franquistas que ejerció como jefe del campo de concentración: Maximino Pérez Varela. Los cautivos le bautizaron como “Capitán Castaña” porque les alimentó, casi exclusivamente, con ese fruto. Eduardo Pérez Míguez, que en aquellos años ejercía como monaguillo en el monasterio, fue testigo de ese negro periodo: “Vi hacer cientos de veces la comida, si es que se le puede llamar así. Aquello era agua negra. Echaba unas castañas, ¡no muchas! Al que le tocaba una era feliz”. Al menos 24 prisioneros murieron de hambre solo entre marzo y abril de 1939.

Angustia, deseos, quejas y súplicas en las paredes

En junio de 1939 el dictador decidió cerrar el campo de concentración y trasladar a otros recintos a los prisioneros que aún malvivían en él. Desde ese momento el edificio permaneció abandonado. Una familia gallega lo compró en 1945 por 60.000 pesetas (poco más de 350 euros). Durante décadas una pequeña zona se habilitó como vivienda particular mientras el resto del monasterio se iba deteriorando. Muy pocos conocían el secreto que albergaba la primera planta del ala occidental del llamado Patio de los Naranjos. En las paredes descascarilladas y húmedas resistían los sencillos dibujos, los calendarios y las frases que habían pintado los prisioneros. Estas obras de un valor histórico incalculable parecían condenadas a desaparecer. Ya en democracia, diversas asociaciones solicitaron sin éxito a la Xunta de Galicia que interviniera para garantizar la conservación de las pinturas. La suerte de los 'guernicas' quedó a merced del criterio y el capricho de las diversas empresas que, sucesivamente, fueron adquiriendo el inmueble para llevar a cabo proyectos hoteleros que nunca llegaron a buen puerto.

Afortunadamente, los actuales propietarios fueron conscientes desde el principio de lo que tenían entre manos: “Adquirimos el edificio en noviembre de 2004 y en 2005 ya habíamos iniciado los trabajos de restitución de tejados colapsados, entre ellos, aquellos que deberían proteger las paredes de los escritos”, remarca Xoán Martínez, director general del monasterio. Su objetivo era y es sacar a Santa María de Oia del estado de ruina en el que se encuentra y rehabilitarlo como un hotel que explote especialmente sus cerca de 1.000 años de historia: “La sostenibilidad no debe ser solo económica. Debe ir en todas las direcciones alcanzando la sostenibilidad social, cultural y medioambiental manteniendo al mismo tiempo una coherencia con su historia”, afirma Martínez. La empresa ya ha invertido 5 millones de euros, pero el proyecto no acaba de despegar: “El mayor reto es la complejidad burocrática y la implicación de tantas instituciones… el Concello de Oia y cinco entidades dependientes de la Xunta”.

Museo y espacio cultural

Mientras esperaba permisos que nunca llegaban, Martínez decidió avanzar, al menos, en la museización del monasterio: “Se fotografiaron y se grabaron los escritos y dibujos, se recogieron testimonios orales y se mantuvieron contactos con el mundo académico universitario. Esas relaciones se enriquecieron con los contactos y las visitas de supervivientes o de sus familiares, que nos transmitieron experiencias impagables”. Paralelamente, la Asociación Cultural Amigos del Monasterio de Oia (ACAMO) realizó un extraordinario análisis de los dibujos que se plasmó en el libro Con otra mirada, horror en la guerra civil española en el Monasterio de Oia.

Finalmente, en marzo del pasado año, se procedió a la extracción de los dibujos y a su panelización. En noviembre se exhibieron por primera vez al público, pero, tras el obligado parón provocado por la pandemia, desde el 1 de julio se exhiben en una de las salas del propio monasterio. Inicialmente son 16 vitrinas divididas en cuatro bloques temáticos en los que el visitante se sumerge leyendo testimonios de prisioneros y de vecinos de Oia. En el bloque “La Guerra” se ven escenas bélicas, especialmente de batallas aéreas. En “El Tiempo” se exhiben los calendarios dibujados en la pared por los prisioneros para contabilizar sus días de cautiverio. “Los Pensamientos” nos permite conocer algunas de las fantasías de los cautivos: platos suculentos, coches deportivos, escenas de la añorada vida cotidiana… La última serie, “Las Palabras”, reúne algunas frases escritas por los cautivos. En ellas dejan constancia de su llegada: “Aquí llegó el día 12-2-39 Antonio Cubero natural de Valenzuela (Córdoba) y de 29 años de edad”; expresan su desdicha: “Aquí está pagando todo lo que deve (sic) el desgraciado más grande de esta vida…”; o tratan de hacer méritos para recuperar la libertad: “Arriba España”.

En el almacén quedan otras muchas obras que se irán incorporando poco a poco a la exhibición. En ellas se reflejan figuras femeninas, mesas repletas de comida y tristes mensajes: “General Franco no nos des más castañas”, “Veremos haber (sic) la salida cuando la veo”, “Por aquí pasó el día 12-2-39 el camarada de la FAI Fernando Barnet y salió para siempre”.

La exposición con los 'guernicas' de los prisioneros es solo una pequeña parte de la visita guiada que se realiza por el monasterio. Durante cerca de hora y media se recorren sus diez siglos de historia mientras se camina entre patios, claustros y monumentales salas. El enfoque cultural del proyecto incluye también la celebración de conciertos, conferencias y exposiciones.

Es una pequeña parte, pero es la más problemática. Aunque la descripción histórica de lo ocurrido se realiza con absoluta objetividad, ya se ha dado algún caso de visitantes que expresan su desprecio hacia los prisioneros. Estos problemas puntuales no han hecho que Xoán Martínez se replantee la necesidad de mantener la exposición: “Tenemos la obligación de defender y mostrar este patrimonio aunque no tengamos apoyo público. Los escritos son un testimonio único de una etapa clave en la historia de España. Lo que hacemos es mostrarlos dentro del contexto histórico del monasterio, junto con otros elementos de otras épocas también muy relevantes. Nosotros protegemos y mostramos lo que llegó a nuestras manos. Por pura responsabilidad. A partir de ahí, cada uno puede extraer sus conclusiones”.